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27 de diciembre de 2010

EN AXXÓN

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         Les cuento que en el número 213 de la revista AXXÓN salió publicado un relato mío llamado "Desde la culpa", con una ilustración de Pedro Belushi. Los invito a leer el cuento y a pegarle un vistazo a la revista, que está muy buena.

         Les paso el link: http://axxon.com.ar/rev/?p=2750

         Saludos.

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9 de diciembre de 2010

CUERNOS, de Joe Hill

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«Si vas a vivir en un infierno entonces ser uno de los diablos puede suponer una ventaja.»
Joe Hill, Cuernos.



         Después de una noche de alcohol y blasfemias, Ig se despierta por la mañana y nota que le crecieron dos cuernos en la frente. Pero ese no es el único cambió que se desarrolló en su persona. Junto con los cuernos, apareció en él una nueva naturaleza que no se limita a las dos protuberancias óseas. Las personas, en cuanto lo ven, ven en realidad al demonio que cada uno lleva en su interior (o al Demonio en sí mismo, que de alguna manera es lo mismo) y se sienten impelidas a contar sus más cuidados secretos y a confesar sus más aberrantes anhelos. Así, Ig descubre muchas cosas de sus seres queridos, como que la mayoría de ellos lo cree culpable de la violación y del asesinato de Merrin, su novia de toda la vida, de cuyo crimen, un año atrás, quedó exonerado por falta de pruebas. Ante su presencia, nadie seguirá siendo como venía siendo, nadie podrá mantener la máscara con la que se pretende engañar a los otros y a uno mismo. Y tampoco Ig será como antes, ahora que, mitad humano y mitad diablo, tiene en sus manos la posibilidad de averiguar qué le pasó a su novia y a él mismo en aquella noche en que su vida se arruinó por completo.

         Más cerca de lo maravilloso que de lo fantástico, Cuernos (Horns) es una historia que intenta poner en discusión las ideas tradicionales del bien y del mal. Según plantea la novela, todos esconderíamos el mal en nuestro interior, y mientras que algunos pueden vivir con él controlándolo de modo que no se exteriorice en obras, otros se dejan arrebatar por sus deseos y cometen atrocidades. Pero en definitiva, esencialmente hablando, no hay buenos ni malos, sino gente que hace lo que desea y la que no se anima a hacerlo. Junto con esta visión de la conducta humana, se pone también en tela de juicio las entidades de Dios y del Diablo, llegándose a argumentar a favor de la bondad de éste y en contra de la maldad de aquél. Además, la discusión llega a personificarse en el mismo Ig, que sin dejar de ser uno de los personajes «más buenos» de la historia, se convierte en un diablo.

          Otra idea que subyace al argumento y que puede ser más aterradora que la imagen del diablo y del infierno, es el hecho de que no importa cuántos sueños tengamos, cuántos planes hayamos hecho, nuestra vida se dirige irremediablemente hacia la muerte, a veces muy pronto, a veces injustamente, siempre de manera trágica.

         La novela está buena, es entretenida y ofrece un formato con idas y vueltas que no estaba presente en la historia, más lineal, de El traje del muerto. A pesar de algunas deficiencias en la prosa (tal vez atribuibles a la traducción), la historia logra volverse amena y atrapante. De cualquier manera, es una buena segunda novela, lo suficientemente diferente de la primera como para hacernos sentir que no hay una búsqueda segura del éxito. El compromiso de Hill con lo que escribe es evidente, y como no quiso hacer uso de su apellido para facilitarse el camino, podemos pensar que tampoco está dispuesto a utilizar fórmulas exitosas para mantenerse en donde quiera que esté.

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Sobre el autor: Joe Hill nació en 1972 como Joseph Hillstrom King. Es el segundo hijo de Stephen y Tabitha King. Hill decidió utilizar su nombre abreviado con el fin de no recibir ningún tipo de ventaja por ser el hijo de Stephen King y labrarse así su propio camino. Después de lograr un grado de éxito independiente, en 2007 reveló públicamente su identidad. Joe Hill es el último destinatario de las becas de la Comunidad Ray Bradbury. También ha recibido los premios William L. Crawford al mejor nuevo escritor de fantasía en 2006, A. E. Coppard Long Fiction Prize en 1999 por "Mejor que el hogar" (“Better Than Home”) y el 2006 World Fantasy Award por Mejor Novela por Compromiso Voluntario (Voluntary Committal). El primer libro de Hill, la edición limitada Colección fantasmas del siglo 20 (20th Century Ghosts), publicado en 2005, ganó el premio Bram Stoker Award para la Mejor Colección de Ficción (Best Fiction Collection), junto con el Premio Británico de Fantasía (British Fantasy Award) por la Mejor Colección (Best Collection) y por Mejor Historia Corta (Best Short Story) por "Lo Mejor del Nuevo Horror" (“Best New Horror”). Además, el 23 de septiembre de 2007, en la 31a. Conveción Fantasycon, la Sociedad Británica de Fantasía (British Fantasy Society) adjudicó a Hill el primer premio Sydney J. Bounds Best Newcomer Award.

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- Hill, Joe. Cuernos. Buenos Aires, Suma de Letras, 2010.


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  • Más sobre Joe Hill en el Lugar de lo fantástico:

    - «El traje del muerto, de Joe Hill» (aquí)


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4 de diciembre de 2010

SOBRE EL ABORTO

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         La lucha por la legalización del aborto está llegando a su fin. Estamos viviendo en Argentina momentos definitorios, en donde muchas cuestiones que no estaban resueltas se resolvieron. Me refiero al matrimonio de personas del mismo sexo y a la despenalización del consumo de drogas. Por esto mismo, y haciendo una proyección, podemos pensar que la cuestión del aborto va a ser definida en cualquier momento y que su práctica va a ser legal, higiénica y segura. Al menos para las madres.

         He hablado con varias personas que defienden el derecho a abortar y, a decir verdad, no lograron convencerme. No hay forma que me hagan pensar que algo que atenta directamente sobre la vida de un ser humano pueda ser positivo o civilizado. Por el contrario, lo único que pude ver fue egoísmo; egoísmo de un grupo de personas que valoran su estilo de vida por sobre las vidas concretas de los demás. Y lo más aberrante es que esos «demás» son sus propios hijos.

          Uno de los argumentos que esgrimían estas personas era el del «derecho a elegir sobre el propio cuerpo». En un primer momento no lo entendí y, a fuerza de ser honesto, sigo sin entenderlo. En primer lugar, no considero que la decisión de abortar sea una decisión que recaiga exclusivamente (o incluso principalmente) sobre el propio cuerpo, sino todo lo contrario. Es una decisión que se está tomando sobre otra persona, sobre el niño que, a partir de la decisión de su madre, no vivirá. Es el cuerpo del niño, en plena formación, el que va a ser atacado, destruido y descartado, no el de su madre. Lo que resulta curioso es que el derecho que están reclamando estos hombres y estas mujeres (el de poder decidir sobre el propio cuerpo) es el mismo derecho que le están negando al niño, que no puede decir: «por favor no destruyan mi cuerpo».

         Otra cosa. Leí en Internet un comentario de una mujer que daba a entender que las personas que se oponían al aborto legal eran mujeres «“bien”» (y uso doble comillas) que en realidad «sabían» a qué lugar recurrir y podían pagar una operación segura e higiénica. La maledicencia de este comentario es casi tan grande como su simplismo. Pretende hacernos creer que todas las personas están a favor de la muerte y que las diferencias y oposiciones sólo se limitan a una postura demagógica frente a las apariencias. No señora. Hay personas que se oponen a la muerte sin recurrir a ella.

         Sé también que una de las razones por la que se busca la legalización del aborto es por aquellas mujeres que fueron violadas y, en ese acto de suprema brutalidad, quedaron embarazadas. Creo que éste es un caso aparte y que se debería discutir aparte. De cualquier forma, mi postura es la misma: el niño no tiene por qué pagar con su vida por los errores (o crímenes) que cometieron sus padres. Estoy seguro de que estas personas que justifican el aborto en estos casos rechazarían, por injusta, la idea bíblica de que «los hijos pagarán por el pecado de sus padres». En este caso, la mujer víctima de la violación debería tener un apoyo psicológico constante y pormenorizado hasta y después del momento del parto, y el bebé tendría (en el caso de que la madre no esté dispuesta o preparada para cuidarlo) que ser entregado a una familia adoptiva. Conozco varias familias que quieren adoptar y no pueden hacerlo por lo complicado y burocrático del trámite.

         Y no nos engañemos, los casos de abortos por violación no representan la mayoría. Yo mismo conozco y conocí a al menos cinco mujeres que se practicaron abortos (una de ellas llegó a hacerse tres) y ninguna había sido violada. Todas habían tenido relaciones con sus novios y en un momento de estúpida calentura habían llegado a pensar que el placer de un polvo justificaba el riesgo de no cuidarse. El novio de una de estas mujeres llegó a decir que «todavía era joven y que le quedaba mucho por vivir». Lo que da lástima, y asco, es pensar que para que uno pueda vivir otro (inocente) tenga que morir. En estos casos, al egoísmo del que ya hablé se suma la irresponsabilidad: ninguna de estas personas se hizo cargo de lo que había hecho. Piensen que por el egoísmo y la irresponsabilidad de estas personas hoy en día hay al menos siete seres humanos que no existen, seres humanos que tenían el derecho a vivir, un derecho que no se puede negar sin convertirse en un asesino o una asesina.

         Por último, se me podría decir que la realidad es una (lo quiera ver o no) y que hay muchas mujeres que se someten a riesgosas operaciones en lugares insalubres. Entonces, en vez de educar a esas mujeres (y a los hombres que las acompañan) a que utilicen anticonceptivos o a que aprendan a hacerse responsables por sus acciones, se pretende darles un espacio «seguro» para que puedan eliminar lo que les molesta. Francamente no lo entiendo, y me duele ver a personas de los medios y de la cultura (que se supone que son educados e inteligentes) apoyar y sostener estas conductas.

         Cuando mi madre quedó embarazada de mí tenía un bebé de un año, ningún lugar donde vivir y acababan, junto a mi padre, de enfrentar la muerte de mi abuelo, que era un sostén para ellos, un sostén tanto psicológico como económico. Sin embargo, siguieron adelante, sin plantearse en ningún momento deshacerse de mí. Ahora, tengo una hija de casi un año y medio. Si mis padres hubiesen decidido que tenerme no era conveniente (y, considerado fríamente, no lo era), ¿sólo mi vida se hubiera perdido?

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20 de noviembre de 2010

NOSFERATU: una especie de trilogía imperdible

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         Desde excelentes producciones como Drácula de Francis Ford Coppola, pasando por films de buena calidad como Entrevista con el vampiro o Criatura de la noche, hasta llegar a otros realmente malos como Blade o Van Helsing, las películas de vampiros han dado para todo. El mito del vampiro fue maltratado, tergiversado y banalizado hasta límites insoportables. Podríamos decir que por cada película buena de vampiros hay diez malas, que sólo buscan el entretenimiento insustancial. Aunque, por fortuna, no todo es ni fue así. A continuación me gustaría comentar brevemente tres películas que retoman el mito del vampiro fijado de manera perenne por Bram Stoker y que, a su vez, funcionarían como una especie de trilogía: Nosferatu, una sinfonía del horror (1922) de F. W. Murnau, Nosferatu, vampiro de la noche (1979) de Werner Herzog y La sombra del vampiro (2000) de E. E. Merhige.
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- NOSFERATU (1922), de F. W. Murnau

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         Representante del Kammerspielfilm (el expresionismo alemán posterior al «caligarismo»), Nosferatu (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, 1922) es considerado el primer film de vampiros y uno de los primeros de terror de la historia del cine. Su director fue Friedrich Wilhelm Murnau (1888-1931), conocido también por otros clásicos como El último (llamada también La última carcajada, 1924) y Fausto (1926). Murnau quizo llevar a la pantalla la novela Drácula de Bram Stoker, pero tras no conseguir los derechos ante la viuda del escritor tuvo que cambiar los nombres y los escenarios de la historia. Así, Drácula pasó a llamarse Nosferatu, y el Conde Drácula el Conde Orlok; en lo demás, el argumento se mantuvo bastante fiel al original. Por esto la viuda de Stoker inició acciones legales y Murnau, tras perder el juicio, se vio en la obligación de destruir todas las copias de Nosferatu. No obstante, algunas copias, que ya habían sido distribuidas, pudieron salvarse y sobrevivir, ocultas en manos de particulares hasta la muerte de la viuda de Stoker (y, por consiguiente, la expiración de los derechos de autor).

         La película se destaca por estar rodada en escenarios naturales (algo inusual en el cine expresionista) y por la caracterización del Conde Orlok, magistralmente encarnado por el actor Max Schreck. De hecho, tan bien representado estuvo que se formó una leyenda en torno a Schreck, llegándose a afirmar que el actor realmente era un vampiro y que Murnau lo había contratado con la promesa de entregarle a Greta Schröder, la protagonista del film. Además, la leyenda cuenta que después de rodada Nosferatu, Schreck desapareció para siempre, lo que no es cierto, ya que se le conocen otras películas posteriores como Die Strasse (1923) de Karl Grune y se sabe que murió en 1936 como producto de un ataque al corazón.

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- NOSFERATU, EL VAMPIRO (1979), de Werner Herzog

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         Esta versión de Nosferatu, dirigida por Werner Herzog y protagonizada por Klaus Kinski, es claramente un homenaje a la película de 1922. Libres de las restricciones legales con las que tuvo que lidiar Murnau, la versión de Herzog pudo hacer uso de los nombres originales del libro de Stoker, aunque se llamó a la protagonista femenina Lucy Harker en vez de Mina Harker, mezclando los nombres de los dos personajes femeninos de Drácula. La historia es, en sí, la misma en las dos películas, aunque la estética se ve renovada por la posibilidad de utilizar colores y sonidos. Además, Herzog complejiza la personalidad del Conde al dotarlo de sentimientos y frustraciones, a la vez que consigue un final sorpresivo recurriendo al personaje de Jonathan Harker.

         Estamos, sin lugar a dudas, ante una remake cuya existencia está completamente justificada (algo inusual en las remakes). Sin dejar de ser un homenaje y una actualización, Nosferatu (1979) tiene valor por sí misma, logrando un alto nivel estético y un despliegue de recursos impensado en la década del ’20 (como la utilización de once mil ratas para la filmación de varias escenas).
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- LA SOMBRA DEL VAMPIRO, de Edmund Elias Merhige

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         La sombre del vampiro (2000) retoma la leyenda de Schreck y hace una película con ella, mostrándonos los entretelones de la filmación de Nosferatu (1922). En el film podemos ver a un Murnau (interpretado por John Malkovich) obsesionado por realizar lo que considera será la mejor película de la historia, y para eso contrata para el papel del Conde a un misterioso hombre llamado Max Schreck (Willem Dafoe), que en realidad es un vampiro que recibirá como paga a la misma protagonista. Murnau engaña así al resto de su equipo, diciéndoles que Schreck es un desconocido actor de teatro, hasta que la sed del vampiro comienza a desatarse y sus consecuencias aparecen a la vista de todos.

         La película es interesante y las actuaciones destacables (Willem Dafoe fue candidato al Oscar como mejor actor secundario). A los que les gusta la Nosferatu original, podrán ver recreadas varias escenas y tematizados muchos de los conflictos por los que tuvo que pasar Murnau para llevar a cabo su film.

(- Más de E. E. Merhige en El lugar de lo fantástico: Beggoten: la imagen como construcción significativa)
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4 de noviembre de 2010

EL JUEGO DEL MIEDO VII: un balance

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         En un post anterior (EL JUEGO DEL MIEDO VI: terror con contenido) defendí la calidad y la complejidad de esta saga. Lo que dije entonces se puede aplicar a El juego del miedo VII (Saw VII), por lo que no voy a incurrir en repeticiones tediosas e innecesarias. Lo que me gustaría hacer es un balance, con el fin de reflexionar sobre lo bueno y lo malo de esta nueva entrega que, curiosamente, se estrenó en formato 3D y es presentada como el «capítulo final» de la historia.

         Lo bueno: La calidad del argumento se mantiene. Todavía seguimos enterándonos de cosas que ocurrieron en El juego del miedo I. El símbolo de Jigsaw, el rompecabezas, se deja ver en la forma intrincada en que se presentan los acontecimientos. Nuestra mente es apelada una y otra vez y nuestra memoria puesta a prueba. El final continúa cumpliendo con las expectativas de los seguidores, reservando nuevas sorpresas. Además, los juegos siguen estremeciendo y la sangre (para los que gustan del género gore) llega hasta las butacas.

         Es indudable que estamos frente a un caso raro en la historia de Hollywood. El juego del miedo es una película (y referirme a las siete películas como si fueran una sola no es casual) que incomoda e, incluso, puede llegar a fastidiar. No basta con ir y sentarse en el cine, mirar la pantalla, gritar un poco y volver a casa. Hace falta un esfuerzo extra para reconstruir la historia y reconocer las alusiones. Incluso, recomendaría ver las seis películas anteriores antes de ver esta última. Por esto mismo, muchas personas me dijeron que no iban a ir a verla, aduciendo que le habían «perdido el rastro». Algunos se rindieron en la quinta, otros en la cuarta y otros ni siquiera llegaron a la tercera. No es fácil seguir la saga, y en un mercado saturado por lo sencillo y lo predecible, destaco y valoro que se apueste por lo intrincado, aun a costa de cierto rédito.

         Mi humilde opinión es que estamos frente a la mejor saga de la historia del cine. ¿No será mucho? Puede ser, pero que alguien me diga de una saga que lleva siete películas y que todavía tiene cosas que decir sobre su propia historia.

         Lo malo: La filosofía de Jigsaw ya no ocupa un lugar protagónico, como sí lo hizo en las primeras películas. Desde la muerte de Kramer, los juegos se fueron convirtiendo más en un instrumento de castigo que de concientización, y la venganza (completamente ausente antes) va ganando terreno. Claro, ninguno de los sucesores de Kramer le llega a los talones, por lo que esta variación en las intenciones no tiene por qué ser vista de manera negativa. De cualquier forma, se extraña la justificación pseudofilosófica que le da a la sangre un estatuto de verdad.

         La película se estrenó en formato 3D, lo que fue un gran error. Primero, se hace un uso bastante elemental de la tercera dimensión (apenas hay un puñado de escenas que la justifican, e incluso éstas no son del todo «impresionantes», que es lo que se espera), y segundo, genera expectativas innecesarias. Recuerdo que al lado mío había una pareja de jóvenes, y cuando la película terminó se fueron quejándose por las pocas escenas espectaculares. Hay dos cosas buenas en las películas de El juego del miedo: una son los juegos y la otra (y yo diría principalmente) el argumento. Cumpliendo con estos dos puntos (y todas las películas los cumplen), no hay necesidad de una tercera dimensión. En este caso, resta, no suma.

         Hay otra cosa que impugnaría: cierta forma desleal de buscar la sorpresa. Muchos de los datos que se nos dan en las últimas películas deberían haber sido expuestos en las primeras. No voy a decir exactamente cuáles, ya que no quiero arruinarle la sorpresa a nadie, pero digamos que si el príncipe azul es también el malvado ogro, y este ogro se muestra a cara descubierta ante el resto de los personajes, entonces el espectador tiene todo el derecho de ver también ese rostro. Lo que no es secreto para los personajes principales no debería ser secreto para los espectadores. Entiendo que es una saga larga y que muchos datos fueron concebidos a medida que las películas se fueron sucediendo, pero me quedo con la mente tranquila al haber hecho mi pequeña objeción (que por otra parte no afecta mi valoración de la saga).

         Balance: Si no vieron las seis anteriores véanlas y vayan a ver la VII. De lo contrario, se perderán de algo que, hoy por hoy, es tan raro como un buzón en una esquina: una película que busca originalidad y complejidad al mismo tiempo. Y si no quieren gastar mucha plata, véanla en formato común, que la tercera dimensión, al menos en este caso, no es más que un triste recurso para ganar unos pesos extra.

        Y ante la pregunta de si realmente será «el capítulo final»… Honestamente espero que sí, aunque a decir verdad no lo creo.


Ficha técnica:
Título original: Saw 3D: The Final Chapter (Saw VII)
Año: 2010
Duración: 90 min.
País: Estados Unidos
Director: Kevin Greutert
Guión: Marcus Dunstan, Patrick Melton
Reparto: Tobin Bell, Costas Mandylor, Betsy Russell, Sean Patrick Flanery, Cary Elwes
Productora: Lionsgate Films / Twisted Pictures


30 de septiembre de 2010

EL ÚLTIMO EXORCISMO: el poder de la ficción

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         Sigue en cartelera El último exorcismo (The Last Exorcism), una nueva historia sobre posesiones demoníacas y pruebas de fe. Producida por Eli Roth (director y guionista de clásicos actuales como Cabin Fever y Hostel) y dirigida por Daniel Stamm, la película repite algunas fórmulas del género nacido con El exorcista de William Peter Blatty (como la adolescente poseída) y reformula otras (no es un cura católico quien hace el exorcismo, sino Cotton Marcus, un reverendo protestante que ni siquiera cree en los demonios). Además, y en consonancia con la moda actual que busca la cercanía con lo real, el film simula ser un documental, siguiendo la línea de películas como The Blair Witch Project y The Fourth Kind.

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- La película

         El reverendo Cotton Marcus es un hombre religioso de poca o ninguna fe. Para él, la religión es un negocio y un espectáculo, con los que espera ganarse la vida. No es el típico predicador embustero que acostumbramos a ver en las películas, sino un buen hombre, un padre de familia responsable. Simplemente no cree en lo que creen sus fieles, a los que ayuda con un mensaje de fe y esperanza que en última instancia no lastima a nadie. Hasta que oye la noticia de la muerte de una nena, asfixiada durante una sesión de exorcismo. Entonces descubre que el mensaje que él mismo da, en algunos casos, puede llegar a lastimar. Por eso decide hacer un exorcismo, pero filmándolo en su totalidad, para probar lo que muchos no están dispuestos a decir: que nada de eso es real y que todo se debe a una sugestión psicológica del supuesto poseído, que lo es sólo porque cree serlo. Así conoce a Nell Sweetzer, la chica que es acosada por un espíritu maligno. La película es la filmación del exorcismo de Nell, con todas las dificultades que tendrá que atravesar el reverendo en el intento de probar su teoría.

         La película está buena. Bastante buena si se tienen en cuenta las últimas producciones sobre exorcismos. La incertidumbre se mantiene hasta el final y la eterna pelea entre la explicación racional y la creencia religiosa está bien construida en el personaje mismo del reverendo. Por otra parte, el personaje de Nell es escalofriante sin la necesidad de recurrir a lo escatológico ni a las mutilaciones sanguinolentas. Entre la sobriedad y la alusión (la filmación «casera» deja muchos espacios en blanco), la película alcanza una atmósfera macabra.

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- La «cercanía con lo real»
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         Me gustaría hablar un poco sobre esa «cercanía con lo real» que mencioné en un principio y que es tan cara a la corriente hollywoodense del momento. En mi opinión, esta idea de que «sólo lo real asusta» me tiene un poco cansado. Espero sinceramente que esta moda se termine de una vez. No creo que, para asustar, el arte tenga que engañar diciendo que su contenido es real. Por supuesto que es real. Es real porque el arte lo es, y no necesita de su confirmación en los acontecimientos para generar una respuesta en los espectadores. Es un hecho que las películas que afirmaron basarse en hechos reales, como El exorcismo de Emily Rose, fueron decepcionantes, mientras que otras, como la mítica El exorcista, siguen aterrando desde la ficción. Puede haber excepciones, y siempre las hay, pero el principal problema es el abuso. Una película basada en hechos reales es un caso interesante, dos es monótono, tres fastidioso y veinte una tomadura de pelo. Bueno, hace varios años que nos vienen tomando el pelo.

         Por fortuna, en El último exorcismo no se habla de hechos reales. El formato documental sirve para darle a la historia un dinamismo y a los personajes una intimidad que de otra forma hubiese sido más difícil de conseguir. Esto es para destacar: no es el afán de convencer al espectador el que lleva a utilizar este formato, sino que el mismo es exigido por la historia. Por eso no molesta, y por eso sirve.

         Lo que no sirve y, creo, tiene que ver con este afán por la «cercanía con lo real» es la promoción del film. A diferencia de otras películas similares, El último exorcismo hizo uso de un recurso que hasta el momento no fue inteligentemente explotado: Internet y las redes sociales. La campaña publicitaria de El último exorcismo incluyó chats sorpresa (en donde las personas, en teoría, fueron engañadas y asustadas), un perfil en Facebook y una historia en la que se cuenta que un joven argentino (supongo que cada país tendrá su víctima) está internado en el Hospital Italiano por haber visto un video publicado por Nell (que también está en la web). En parte, todo esto es gracioso, pero también permite ver hasta qué punto se banaliza la cuestión del arte (en este caso la película) y la fe religiosa. No dudo de que esta campaña dio el resultado esperado (que las personas vean la película), pero me parece que, de alguna manera, repercute negativamente. Basta ver el perfil de Nell en Facebook, en donde recibe el insulto y las bromas de otros usuarios, para que todo ese respeto que inspira la combinación de la religión y el arte (que alguna vez fueron lo mismo y que todavía se reclaman a escondidas) se pierda.

         Para que sepan de qué estoy hablando, les dejo los videos del chat:

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        Y la dirección del perfil de Facebook (el oficial, según aparece en la página de la película):

http://www.facebook.com/home.php?#!/profile.php?id=100001504623577

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Ficha técnica:
Título original: The Last Exorcism
Año: 2010
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Director: Daniel Stamm
Guión: Huck Botko y Andrew Gurland
Reparto: Patrick Fabian, Ashley Bell, Iris Bahr, Louis Herthum, Tony Bentley
Productora: Louisiana Media Productions / Strike Entertainment / StudioCanal; Productor: Eli Roth


1 de septiembre de 2010

SOBRE AUTORIDAD, LÍMITES Y DOCENCIA

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         Permítanme distanciarme por un rato del género fantástico y usar la sección de Aguafuertes para contarles sobre una discusión que se armó ayer en una clase de Didáctica general en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Básicamente, el eje de la clase era la figura del docente y su relación con los alumnos. Entre otros autores, hablábamos de Paulo Freire. A partir de la acotación de algunos compañeros (que hablaban de la idea de Freire de reconocer al otro/alumno como sujeto y de la relación dialógica en la que el docente y el alumno aprenden y enseñan por igual), pensé que sería oportuno hacer una salvedad. De esta manera, dije: «Hay que tener cuidado de no confundir la relación dialógica que plantea Freire con una igualdad entre el docente y el alumno. Uno y otro no ocupan el mismo lugar, por más que, de alguna manera, ambos aprendan y ambos enseñen. En todo caso, el alumno es libre porque el docente le da y le permite esa libertad. Olvidar esto puede llevar a perder los parámetros necesarios para que el clima de la clase sea favorable para la enseñanza y pone en jaque la autoridad del docente, que es importante para procurar el orden». La discusión no se hizo esperar, y varios compañeros salieron a discutirme. No voy a decir que yo tenía la razón en todo, porque en realidad no lo creo. Lo que me pareció aberrante fue la concepción que algunos tenían sobre el papel del docente en la clase (recordemos que todos ahí aspiran a ser docentes y algunos, de hecho, ya lo son). Un muchacho me dijo que el orden no es algo que se tiene que imponer, y que si el alumno es reconocido como sujeto (como decía Freire), entonces no es el docente el que le da la libertad, sino que el chico ya la tiene como un atributo del sujeto. Bajo esa circunstancia (y uso un ejemplo que se dio en la clase), el docente no es quien para imponerle al alumno que haga silencio ni que deje el celular. No es quien, porque el alumno es un sujeto y, como sujeto, es libre…

         Para serles honesto, me da cosa ver hacia donde va todo. La crisis de autoridad que sufrimos en la actualidad (de la que la falta de legitimidad del docente no es más que un ejemplo) es producto de la concepción misma que tenemos de la palabra «autoridad». Y cuando digo tenemos me refiero a los adultos. Los pibes no respetan porque, de alguna manera, les enseñamos que no tienen que respetar. Como dije antes, yo no creo tener la verdad, pero sí creo que Freire no quiso decir lo que decían algunos de mis compañeros. Que el otro sea un sujeto (libre) no significa que no tengamos que ponerle límites (si es lo que nos corresponde) o que pueda hacer lo que quiera. Por lo que pude ver en la clase, cuando uno dice autoridad, hay gente que se imaginan a un dictador con una regla en las manos buscando chicos para pegarles, y cuando uno dice límites se imaginan a un chico atado a una silla al mejor estilo La naranja mecánica. A ver si somos claros: no toda autoridad es autoritarismo y no todo límite es negación de libertades individuales. Es esto lo que nos está llevando a no poder controlar (control, otra palabra a la que se le tiene mucho miedo) a los chicos, y después, claro, nos quejamos. Es como crear al monstruo y después quejarse porque rompió algunas ventanas.

         Autoridad, límites, control y, por supuesto, orden. Palabras que fueron utilizadas por personas y regímenes para coartar las libertades de la población y dominar cada resquicio de ella. Esto es verdad, pero eso no cambia el hecho de que todas esas palabras, y lo que representan, son necesarias en su justa medida. Nuestra historia nos llevó a odiar estas palabras, pero el camino que estamos recorriendo no nos está conduciendo a un lugar deseable. Parece como si siempre interpretamos mal: Dios no da la libertad y el hombre se cree Dios. No sabemos discernir entre lo que nos gustaría y lo que podemos manejar. El autoritarismo es repudiable en todas sus manifestaciones, pero la autoridad es tan necesaria como la libertad. ¿Si no qué nos queda? Padres que no pueden con sus hijos, docentes que no pueden con sus alumnos, pibes que no respetan a nada ni a nadie. En fin, una forma de ver que si no asumimos lo que a cada uno nos corresponde (y al docente le corresponde enseñar, con todo lo que eso implica), entonces nos vamos al carajo.

         Quiero terminar con una frase de El grito manso de Paulo Freire, a la que algunos de mis compañeros no le prestaron atención: «Sin límites no hay libertad, como tampoco hay autoridad» (Siglo XXI, pág. 39).

         Escucho opiniones.

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