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Cuando se habla de milagros o de eventos paranormales se suele pensar en grandes manifestaciones sobrenaturales, en posesiones espirituales, en escenas como la de Moisés abriendo el Mar Rojo o como la de Jesús resucitando a Lázaro. Pero a veces los portentos son menos portentosos de lo que uno cree y están disimulados por una red de casualidades que sólo apelando a la mística se podrían explicar de alguna manera. Es lo que ocurrió, según mi parecer, con el caso del chico asesinado en Balvanera el fin de semana pasado. Repasemos la noticia.
El chico se llamaba Jano Fernández y el sábado había ido a bailar con sus amigos a un boliche llamado «Fantástico Bailable», con el fin de festejar su cumpleaños número 20. Cuando salieron del boliche, ya en la madrugada del domingo, Jano y sus amigos caminaron hacia la parada del colectivo. Jano caminó más rápido y por eso se alejó de su grupo. Entonces un auto (según los diarios un Siena) frenó a pocos metros del muchacho y sus ocupantes (tres jóvenes) comenzaron a insultarlo. Al parecer, Jano respondió y entonces uno de los ocupantes del auto se bajó con un bat de baseball y le dio un golpazo en la cabeza. Jano cayó de inmediato. Los otros se bajaron y también lo golpearon, después se subieron al auto y se fueron. Jano murió ahí, en el suelo, antes de que llegara la ambulancia.
Por donde se lo mire, el suceso es terrible. El salvajismo de unos contra otro y el nulo respeto por la vida ponen la piel de gallina. Los jóvenes que iban en el auto ya están a disposición de la justicia (dos fueron apresados y uno se entregó). No son pibes chorros ni marginales sociales, sino personas que tenían sus trabajos, sus casas y sus familias (uno de ellos, de hecho, tiene a su esposa embarazada de pocos meses). Simplemente salieron una noche y mataron. Sin más premeditación que la de ver a un chico caminando por la calle y decidir romperle la cabeza de un «batazo».
Pero entre toda esta miseria humana, hubo algo que llamó la atención y que permite pensar que detrás de los destinos hay fuerzas difíciles o imposibles de explicar. La cuestión es que los agresores de Jano tiraron el bat de baseball en un baldío de Don Torcuato, en Tigre. Lo encontró un perro de familia, de raza Boxer, que, mientras paseaba con su dueña, apareció con el bat en la boca. Hasta acá nada impresionante. Lo que impresiona es el nombre del perro: Jano. Sí, el perro que encontró el bat homicida (y que todavía estaba manchado con sangre) se llama igual que la víctima. Jano uno y Jano el otro. Jano ambos.
¿Casualidad?
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