Se dice, al menos así me dijeron,
que la fotografía es el invento que más deploró y deplora Dios. Antes, bastaban
tres generaciones (a veces incluso dos) y un poco de distancia para que los
humanos cayeran en el olvido. Crear hombres era una tarea sencilla, repetitiva.
Ahora, por el contrario, siempre quedan registros. Crear pasó a ser una
imposición de originalidad, una tortura de rostros nuevos y distintos. A Dios,
eso se dice, se le están acabando las ideas, y poco falta para que los nuevos
vuelvan a ser los de antes.
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