24 de diciembre de 2021

EL NENE DE LA PELOTA

 

Hola, amigos. ¿Cómo están? Hoy les quiero contar una historia. Breve, sencilla, que seguro muchos de ustedes reconocerán. Quiero contarles la historia de un chico que suele ir a la plaza de su barrio a jugar al fútbol con sus amigos y vecinos. Este chico, que se llama Alberto, pero que podría llamarse Mauricio (incluso es posible que algún día se llame Mauricio), es el dueño de la única pelota (hermosa, de cuero y con gajos) del barrio. Los otros chicos, al verlo llegar a la plaza, sienten una mezcla de sensaciones: alegría por un lado (van a poder jugar al fútbol con una pelota de verdad) y tristeza (saben cómo es Alberto).

Tiran la moneda para determinar qué lado ocupará cada equipo. Ya desde ese momento, Alberto se hace escuchar.

            —Quiero el otro lado —dice, con la pelota bajo su brazo.

            —Pero te tocó ese —le dice el chico que tiró la moneda, señalando el lugar asignado al equipo de Alberto.

            —Pero quiero el otro, que no tiene el sol de frente —argumenta Alberto.

            —No es justo —replica el chico.

            —Ok, me llevo la pelota.

            Alberto se da media vuelta y se empieza a alejar de la plaza y de la improvisada canchita. Otro chico se acerca al de la moneda y le da un codazo. Este, entonces, dice:

            —Está bien. Quedate en ese lado.

            Alberto se detiene, se da media vuelta y regresa, con una expresión de suficiencia en la cara que algunos ven como una mueca y otros, como una sonrisa.

            El partido comienza. El equipo de Alberto se pone inmediatamente a la cabeza, con dos goles de un chico que, a diferencia de todos los demás, juega para un equipo grande, en la liga infantil de San Lorenzo (o al menos eso dice él) y que Alberto había elegido explícitamente para su bando. Todo transcurre bien. Los jóvenes juegan y se divierten. Ríen, bromean y comparten un agradable momento de camaradería futbolística. No obstante, la armonía no dura mucho. El equipo del chico de la moneda no tarda en igualar al equipo de Alberto y, a partir de ese momento, la tensión, producto de la competencia, se hace sentir.

            Una falta cometida por Alberto enciende la chispa.

            —¡Faul! —grita el chico afectado.

            —¡Nada que ver! —le responde Alberto.

            —¡Me pegaste una patada!

            —¡Fui a la pelota!

            —¡Me pegaste a mí! ¡Fue faul!

            Otros tres chicos se acercan. Dos, incluso, pertenecen al equipo de Alberto.

            —Es verdad —interviene uno—. Fue faul, Alberto.

            —Bueno —dice este—. Si cobran faul me llevo la pelota.

            Al decir esto, Alberto agarra la pelota y, de la misma manera que hizo antes, empieza a alejarse de la plaza.

            Los chicos, que más que ganar quieren seguir jugando, se miran y asienten con la cabeza.

            El que habla es el mismo que recibió la patada:

            —Está bien, no fue faul.

            Alberto vuelve y el partido se reanuda.

            Después es un gol dudoso, que pasa por encima de la piedra que simboliza el poste del arco. Alberto dice que sí, los otros chicos que no. Alberto levanta la pelota y empieza a irse. Se decide que sí. Más tarde son otras faltas y otros goles. Los que se rebelan, cansados de tanto sinsentido, tienen que retirarse, incluso por presión del resto de los jugadores, que se dicen a sí mismos (y algunos entre sí, aunque en susurros para que no los oigan) que lo importante es jugar, y mientras hagan todo lo que dice Alberto, podrán seguir jugando.

            Al fin y al cabo, Alberto (y algún día Mauricio o cualquier otro) es el dueño de la pelota, y quien quiera jugar necesita la pelota, aunque pierda todo lo demás.



20 de diciembre de 2021

BILLY SUMMERS, de Stephen King


 




ALERTA SPOILER: LA SIGUIENTE RESEÑA CONTIENE AFIRMACIONES QUE REVELAN PARTE IMPORTANTE DE LA TRAMA.

 

            A veces pienso que nuestra relación con la literatura no es distinta de nuestra relación con las personas: hay gente que nos cae bien sólo porque queremos que nos caiga bien (y al revés también). De la misma manera, hay libros que nos gustan sólo porque queremos que nos gusten. Lo difícil es darse cuenta. Y con Stephen King esto me pasa mucho, tal vez más que con cualquier otro escritor. Sin embargo, no me pasó con Billy Summers, su última novela publicada en Argentina. 

            El problema de Billy Summers es su trama. Da la sensación de que King fue escribiendo sin saber muy bien hacia dónde iba (algo habitual en él, según sus propias palabras), pero a diferencia de otras novelas en esta nunca encontró el camino. Ojo, no digo que no vaya a gustar. De hecho, ya pude ver en varias publicaciones y reseñas que está gustando, y mucho. La prosa de King siempre nos envuelve y nos sumerge en la historia de tal forma que, aunque no pase nada, nos atrapa. Además, el talento para conmover por medio de personajes entrañables también está presente. La cuestión es que estas virtudes no están puestas al servicio del argumento, algo que el mismo King (en libros como Mientras escribo) se encargó de criticar. 

            Veamos un poco de qué trata: 

            Billy Summers es un asesino a sueldo que, por la exorbitante suma de dos millones de dólares, es contratado para matar a un hombre. Ante semejante propuesta, Billy acepta y considera que este será su último trabajo. Claro, como dice el refrán, «cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía», y Billy, que no es ningún tonto (aunque se muestre como tal), verá que la trama es mucho más compleja y retorcida de lo que en un principio parece, y que si no se cuida lo suficiente él mismo podría terminar con un tiro en la nunca o, en su defecto, escapando y buscando venganza… 

            La novela es llevadera y en algunos momentos hasta hipnótica, no por lo interesante de la trama, sino por lo envolvente del estilo. En suma, la historia de Billy Summers es pobre, inmediata y carece de un buen hilo conductor. En las primeras 250 páginas no pasa mucho (por no decir que no pasa nada) y ya para la página 300 la historia no da para más. Literalmente no da para más, tanto que King se ve en la obligación de introducir, cual deus ex machina, a la coprotagonista. Sí, la coprotagonista, Alice, aparece en la historia de la nada recién en la página 309 y lo hace de una manera tan burda que el mismo Billy ve el giro que presentan los hechos como una «pura casualidad» (p. 340). De esta forma, la novela debe apelar a la casualidad (o a su contraparte, el destino) para salir del atolladero en el que se había metido. 

Ahora bien, ¿es esto grave? ¿Acaso no se suele apelar a la casualidad en otras obras de ficción? Sí, por supuesto, aunque hay que hacer una salvedad. No es infrecuente que la ficción se valga de acontecimientos fortuitos. De hecho, en algún punto son necesarios. Por ejemplo, en Volver al futuro, el personaje de Marty, ni bien llega a 1955, va a la cafetería y se encuentra ahí con George, su padre. ¡Qué casualidad! Sin embargo, también es cierto que el joven George frecuentaba ese lugar (hay un por qué), y que ese hecho casual es el punto de partida de la trama de Marty en el pasado, no una escena a la que se llega porque la historia da con un callejón sin salida. En Billy Summers, la casualidad sólo sirve para sumar un personaje a una trama que ya estaba planteada y que no se ve por eso modificada. Es una digresión que, en realidad, no suma, salvo para dilatar el plan del protagonista y ponerlo a interactuar con otro personaje, ya que por sí solo perdía atractivo página tras página. 

No obstante, si lo analizado en los párrafos anteriores fuese algo aislado, tal vez se podría pasar por alto, pero no lo es. La apelación al deus ex machina se repite en varias ocasiones, convirtiéndose así en un recurso reiterado de salida rápida. Otro ejemplo: el personaje señalado como el «verdadero protagonista» (p. 534) recién es mencionado por primera vez en la página 524, poco antes de que termine la novela. Esto podría hacernos pensar en un policial, cuando al final se revela la identidad del criminal, pero de más está decir que Billy Summers no es un relato de este tipo. En los policiales, los criminales están presentes en su ausencia, ya sea en su figura de sospechosos o en la misma pesquisa del detective. En la novela de King no hay sospechosos ni investigación, hay traidores y venganza. Se llega al malo no por la deducción del que busca, sino por la confesión de uno de los buscados. Por esto mismo, cuando se revela el nombre del «malo», este nombre no nos dice nada. Es solamente un nombre, tanto para los lectores como para Billy. 

            Y esto no termina acá. El recurso del deus ex machina vuelve a aparecer al final. Cuando todo parece concluido, de la nada emerge Marge (un personaje marginal hasta ese momento), en una escena que marca el destino del protagonista. ¿Cómo aparece Marge? ¿Cómo sabía que Billy y Alice iban a estar donde estaban? La novela no lo dice y, como antes apeló a la casualidad, ahora apela a la suposición: «Debió de adivinar adónde vendría. O quizá Nick le habló de Klerke, pero no lo creo. Me parece que simplemente sabía aguzar el oído mientras servía la comida y la cena» (p. 602). Como se ve, son todas suposiciones, y lo más triste de todo es que son suposiciones infundadas. Pensar que una mujer pudo adivinar todo un plan de venganza hasta el punto de calcular a la perfección el lugar y el momento en que Billy lo iba a llevar a cabo solamente con parar la oreja cuando servía la cena en momentos en que Billy todavía no tenía motivos para vengarse es suponer demasiado.       

             En fin, queda claro que, para mí, Billy Summers no es una buena novela. Gustará y tendrá sus críticas laudatorias, pero está muy por debajo de lo que King puede hacer. El nivel de sus últimos libros fue bueno. El Instituto me gustó mucho, lo mismo que Después. La sangre manda tiene relatos muy interesantes, como «La rata». Es una lástima ver que Billy Summers cortó esa buena racha. 

La verdad es que no solemos medir a todos los escritores con la misma vara, y King estableció una vara muy alta. Como dije en otra oportunidad con respecto a El visitante (otra novela bastante floja): él gana contra todos los demás, pero pierde contra sí mismo. 

Finalmente, no quiero terminar sin señalar un hecho interesante: leí a muchos lectores constantes entusiasmados por la alusión que se hace en Billy Summers a otro clásico de King. En esos comentarios se resaltaba esa intertextualidad como si fuera el centro de la historia (algunos sólo mencionaban este hecho), cuando en realidad es una simple referencia sin consecuencias relevantes en la trama. Me pregunto si esto no será un símbolo de Billy Summers. ¿Acaso lo mejor de esta novela es otra novela?

 

 

- King, Stephen. Billy Summers. Buenos Aires, Plaza & Janés, 2021.