Ayer, 26 de abril de 2025, se cumplieron 125 años del nacimiento de Roberto
Arlt (Buenos Aires, 1900-1942). Es interesante pensar en cómo, hasta hace
veinte o treinta años, Arlt era considerado uno de los escritores más
importantes de la historia de la literatura argentina y su novela Los siete locos era señalada por los
críticos como una de las mejores. Ahora, pocos hablan de él y casi nadie lo
lee. Habría que preguntarse por qué.
La influencia de Arlt en mi vida fue considerable. Cuando era más joven,
apenas un estudiante de Letras, me había hecho una tarjetita plastificada (que
todavía conservo) con el comienzo de la aguafuerte "La sonrisa del
político", publicada en el diario El
Mundo el 20 de junio de 1930. En ella, a modo de apertura, Arlt le responde
a un joven que le había escrito. Le dice: "Estudiante —Estudie y tenga esperanza que todo llegará a su debido
tiempo. Cada vida está sometida a pruebas tan extrañas que sólo con voluntad y
seguridad en sí mismo se puede sobrellevar el presente para llegar al futuro.
No tenga miedo. El futuro es de los fuertes, nada más. Los que son débiles se
hunden ¿entiende? Para triunfar se necesita saber soportar. A veces, toda genialidad
no estriba nada más que en haber sabido esperar. Trabaje imponiéndose alegría.
Cierre los ojos y dígase; debo trabajar; así sólo podré merecer todo lo que
quiero y deseo".
Años después, cuando fundé junto a unos compañeros una revista, la llamé Sudor de tinta, en honor a una expresión
del prólogo de Los lanzallamas.
A diferencia de otros escritores argentinos (tal vez más recordados), como Borges,
Bioy o Cortázar, Arlt fue un hombre con una vida cultural y económica bastante
adversa. De padres inmigrantes, creció en el barrio porteño de Flores, donde,
ya de chico, tuvo que trabajar para ayudar a la familia. Fue expulsado de la
escuela primaria y recién pudo concluirla a los 14 años. Su padre lo echó de su
casa a los 16. Tuvo que seguir trabajando en tareas penosas para subsistir, al
tiempo que vivía en conventillos. Leía todo lo que podía, y visitaba asiduamente
librerías y bibliotecas. Prácticamente, todo parece haberlo hecho solo. Con el
tiempo, y ya más grande, empezó a frecuentar tertulias literarias, en bares y
en cafés. Finalmente, se le abrió el camino como periodista, llegando a trabajar
para diarios importantes como Crítica
y El Mundo. Al mismo tiempo, escribía
sus cuentos y novelas. Siempre con la tenacidad y la prepotencia que le daban
un pasado duro y un carácter férreo.
En su época, y más adelante también, fue muy criticado y resistido. Tal vez
porque él nunca dio palmaditas al hombro de aquellos que debían juzgarlo. Tuvo
contacto con los dos grupos literarios más importantes de la época, Florida y
Boedo, pero no perteneció, en rigor, a ninguno. Era demasiado crítico como para
formar parte de camarillas.
Murió joven, a los 42 años, de un paro cardíaco, cuando su figura como
periodista había trascendido las fronteras del anonimato y su interés se
centraba principalmente en el teatro.
El olvido en el que hoy está sumido es absolutamente injusto.
Hay que volver a Arlt.