15 de diciembre de 2012

DEMONIO DE LIBRO, de Clive Barker



          Demonio de libro comienza con una apelación directa al lector: «Quema este libro» (p. 7). A lo largo de las casi doscientas cincuenta páginas, el narrador insistirá en esto una y otra vez: que se queme el libro. Implorará, amenazará y sobornará. Hará todo lo que esté a su alcance para que el lector le haga caso y reduzca a cenizas el ejemplar que, según el mismo narrador dice en una contradicción inherente con sus propósitos, contiene un secreto de máxima importancia para la humanidad, «un secreto que el mundo va a necesitar algún día» (p. 215). El narrador en cuestión es Jakabok Botch (Señor B. para los amigos), un demonio del Noveno Círculo que es pescado (literalmente) por un grupo de humanos y elevado a la superficie de la Tierra en plena época medieval. Desde entonces, este demonio atravesará una serie de contingencias que irá narrando al mismo tiempo que insistirá en la necesidad de que se destruya su narración.

          La novela no convence. Lo digo así, sin más dilaciones. El exceso de demandas (quema este libro, quema este libro, ¡quema este libro!) y de advertencias (morirás, morirás, ¡morirás!) aburren y no logran generar un clima de verdadera tensión. De hecho, las amenazas de Jakabok son más graciosas que temibles. Mientras más macabro y cruel intenta ser, más risible se vuelve. El verdadero problema es que Barker no logra entablar el pacto con el lector, tan necesario en este tipo de relatos en los que se invita a aceptar una realidad que, sabemos, no es tal (un ejemplo podría ser que el infierno, o los infiernos, se encuentran literalmente bajo tierra). Jakabok Botch no es creíble; no es creíble su forma de actuar ni, mucho menos, su forma de hablar (“Vamos, no me obligues a explicártelo con detalle, amigo”, p. 112).

          Con respecto a la atmosfera macabra antes mencionada, vemos cómo los intentos del narrador Botch (y del autor Barker) por repugnar al lector se ven constantemente frustrados. Hay una oscilación permanente entre lo macabro y lo grotesco, que inclina la balanza hacia un macabro forzado y artificial. Como ejemplo podríamos mencionar el extracto del siguiente diálogo entre Jakabok y su compañero Quitoon: después de que Jakabok se robó treinta y un bebés para hacerse un baño de sangre, se sorprende de que los padres de esos nenes lo hayan encontrado.


                        “–¿Cómo han averiguado dónde estamos?

”–Había un agujero en uno de tus sacos. Has dejado un reguero de niños llorando desde la ciudad hasta el bosque.” (p. 129)


          Como se ve, una escena ridícula y para nada creíble.

          Por último, quisiera detenerme en otro aspecto de la novela que me decepcionó. Dado que se trata de una narración en primera persona que apela de manera directa al lector, por necesidad tiene que hacer una construcción de éste. Y la construcción que hace peca de las mismas faltas ya mencionadas en relación con la historia: artificialidad e inverosimilitud. La figura del lector que se construye es muy específica y, por eso, el verdadero lector va a encontrar múltiples razones para no identificarse con la imagen que le devuelve el texto.

          En fin, esperaba más de un autor que en el pasado había logrado seducirme. Aunque, después de todo, hay que reconocer que a medida que se avanza con la lectura uno se va convenciendo de la conveniencia de hacerle caso al demonio y quemar el libro, reduciendo su contenido a cenizas. Si, a pesar de ese deseo vehemente, el lector decide continuar, el final le reserva una nueva desilusión que, para no develar datos significativos de la historia, prefiero callar.

***
Sobre el autor: Clive Barker (Liverpool, Inglaterra, 1952) es escritor, director de cine y artista visual. Estudió Inglés y Filosofía en la Universidad de Liverpool. Famoso por Los libros de sangre (antologías de cuentos publicadas en los años 80), se lo considera como uno de los renovadores del género de horror. A partir de sus cuentos se han realizado varias adaptaciones cinematográficas, algunas de ellas incluso dirigidas por él mismo, como Hellraiser (1987) o Razas de noche (1990). Barker también colabora en proyectos dedicados al cómic, con varias novelas gráficas basadas en el mundo de Hellraiser, y en el ámbito de los videojuegos, donde ha prestado su nombre y realizado guiones.



- Barker, Clive, Demonio de libro, Madrid, La factoría de ideas, 2011.

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