22 de junio de 2022

REBELDES

(Sobre un discurso de Axel Kicillof)

 

En un acto escolar, Axel Kicillof dijo unas palabras frente a un grupo de alumnos de primaria y los instó a «no hacer caso» y a «hablar como quieran». En teoría, el gobernador de la provincia de Buenos Aires les estaba respondiendo a Horacio Rodríguez Larreta y a su ministra de Educación de la Ciudad, Soledad Acuña, después de su célebre «prohibición». Sin embargo, es interesante señalar que Kicillof no menciona en ningún momento a sus rivales políticos, como tampoco aclara cuál sería el objeto de la rebeldía (en este caso el lenguaje inclusivo), por lo que habría que creer que los chicos bonaerenses de aproximadamente 9 años (conocedores de las pugnas de la política nacional y enterados de lo que ocurre en materia educativa del otro lado de la General Paz) pudieron reponer aquellos referentes que el señor del escenario prefirió omitir. Algo que, sarcasmo aparte, me cuesta creer.

Lejos entonces de toda alusión concreta, el gobernador apeló a las concepciones axiológicas de cada chico: «hacer lo que uno piensa que está bueno para los demás significa muchas veces no hacer caso». Pero, uno podría preguntarse, ¿quién es «uno»?, ¿lo que está bueno para uno siempre está bueno para todos?, ¿y quién es el otro, «los demás»? No hace falta estar más de diez minutos dentro de un aula para notar que, para los chicos y adolescentes (para los adultos también, pero ese no es el tema de este artículo), lo que está bueno para un compañero no necesariamente tiene que ser lo correcto. Un chico puede considerar que no está bueno para su amigo que lo amonesten después de haber cometido una falta, o que le pongan un 1 por no haber estudiado o, incluso, que le quiten la hoja en un examen tras haber sido descubierto copiándose. En esos casos, ¿está justificada la rebeldía? ¿Se puede no hacer caso al docente? Según el mensaje de Kicillof, sí.

Veamos ahora otro fragmento del discurso. Después de reivindicar la idea de «rebelarse», Kicillof agrega que «acá, en la Provincia, también rebelarse es hablar como uno quiere, como una quiere». Para mitigar un poco semejante barbaridad, el gobernador aclara que no hay que decir «palabrotas» ni «guarangadas». De cualquier forma, para un profesor de Prácticas del lenguaje, la cuestión se vuelve compleja. ¿Con qué objetivo enseñamos Lengua?, ¿con qué autoridad señalamos los errores de ortografía?, ¿por qué podemos (y debemos) corregir *conbivencia, siguiendo la regla que registra que después de /n/ va /v/, pero no podemos corregir la interposición de una /x/ entre dos consonantes? Además, dado que Kicillof no aclaró que estaba hablando del lenguaje inclusivo, ¿qué decirle a un alumno que nos argumenta, en términos generales, que ellos pueden «hablar como quieran»?

En resumidas cuentas, un nuevo golpe a la educación y a la autoridad del docente. Cuando un alumno pregunte «¿de qué sirve hablar y escribir bien?», la triste y resignada respuesta de unos será, y con toda razón, «de nada», mientras que no faltarán otros que nieguen que exista tal cosa.

Por mi parte, me pregunto: ¿cuándo se dejará de enseñar, por obsoleta o estigmatizante, la materia que, aunque con diferentes nombres, todos conocemos como Lengua?

 


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