29 de marzo de 2010

MALA NOCHE

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         Le echó una mirada fugaz al reloj despertador y vio que los números rojos marcaban 03:07. Las tres de la madrugada. En tres horas más tendrían que levantarse para ir a trabajar, y apenas habían conseguido dormir algo. Dos horas, como mucho, y ni siquiera las habían dormido de corrido. A su lado, Iván se retorcía entre las colchas. Él también estaba inquieto, y no era para menos, él trabajaba dos horas más que ella. No sabía cómo iban a hacer para mantenerse lúcidos, teniendo en cuenta la mala noche que estaban pasando. En la otra habitación estaba Estrella, su hija de ocho meses. En poco más de una semana cumpliría los nueve meses, y para entonces suponía que ya tendría al aire una parte de sus dientes delanteros, eso dientes que ahora estaban pugnando por salir y la tenían a Estrella en un constante y aturdidor llanto. Ya a la noche no había querido su cena, y a eso de las doce o doce y media había comenzado a llorar. Varias veces se habían despertado para consolarla, primero ella y después Iván, pero todo había sido en vano. Al rato que se dormía se volvía a despertar, y su llanto parecía ser cada vez más fuerte. Intentaron encerrarse en su habitación, pero el sonido se colaba por debajo de la puerta. La encerraron a ella también, pero parecía que dos puertas no eran suficientes para detener su llanto estridente. Ya no sabía qué hacer, quería dormir, pero no se le ocurría cómo lograr que Estrella se calmara. Y encima, al otro día tendría que enfrentarse a su jefa en la reunión mensual de personal, que organizaba su empresa para definir cómo se encontraba el ambiente laboral y qué se podía hacer para mejorarlo (lo que dejaba en claro que, para las autoridades, nunca se encontraría lo suficientemente bien). ¿Cómo iba a hacer para hablar ante sus compañeros y sus superiores si no dormía lo suficiente? Años atrás, cuando se sentía joven y en algún punto lo era, no habría tenido problemas: más de una vez había ido a la facultad sin dormir (por haber estudiado o por haber salido con sus amigas, primero, o con Iván, después) y nunca le había ido mal. Sus apuntes siempre eran excelentes. Pero ahora no se sentía igual, y mirándolo bien, física y mentalmente tampoco estaba igual. Se sentía más cansada que nunca, y lo primero que pensaba siempre que sonaba el despertador era que tenía que haber un error, que el aparato tenía que estar roto y que en realidad tendrían que quedarle unas horas más de sueño. Pero el aparato no estaba roto y nunca disponía de más horas para dormir. Era como si nunca se hubiese podido reponer al nacimiento de Estrella. Los primeros meses después del parto ni siquiera dormía. Estrella se despertaba cada tres horas y tenía que darle la teta. Si podía dormir cuatro horas seguidas, en el momento del día que fuera, se sentía realizada. Igual, no tenía muchos problemas con su tiempo, ya que, si bien andaba cansada todo el día, no trabajaba y no tenía que preocuparse más que por alimentar a su hija. Pero ahora trabajaba, su licencia se había acabado hacía meses, y parecía sentirse tan cansada como entonces. ¿Cómo hacer?, ¿cómo hacer para que Estrella se calmara? Probaron dándole hielo para que mordiera, pero no había dado resultado. Estrella hacía muecas de asco (seguramente por el frío) y ellos tenían miedo de que se les escapara el hielo y la ahogaran. También le dieron unas gotitas de Ibuprofeno, pero eso tampoco la alivió. Seguía llorando, incluso hasta ese momento seguía llorando. Miró de vuelta el reloj y vio que eran las 03:12. El tiempo apenas transcurría y no podía pensar en otra cosa que no fuera la reunión que le esperaba a las pocas horas. Iván, por su parte, seguía dando vueltas. Eso también la incomodaba a ella, pero no quería decirle nada, bastante nervioso se lo veía. Y Estrella seguía llorando, y lloraba, y lloraba, y lloraba… Trató de cubrirse los oídos con su misma almohada, pero no dio resultado. Por supuesto que no, si dos puertas no podían detener el sonido, cómo lo haría una almohada de goma espuma. Presionó la almohada a la altura de sus oídos, esperando que sus manos contribuyeran a bloquear el llanto, pero apenas logró volverlo más sordo y gutural. Nunca pensó que un bebé pudiera llorar tanto. Cualquier adulto se habría quedado sin aire al menos una hora antes, pero Estrella parecía no tener fin. Intentó rezar, pedirle a ese Dios de la infancia (del que rara vez se acordaba) que callara a su hija, para que pudiera dormir aunque sea un poco. Pero su mente no podía aferrarse a ningún pensamiento continuo, y ya se encontraba pensando en el llanto de su hija incluso antes de haber efectuado el pedido. Y encima era lunes. Encima. No quería pensar en eso, ya que aumentaba todavía más su desesperación, pero no podía negárselo por siempre: era lunes, y si no dormía algo esa noche, no sólo estaría agotada al otro día, sino que estaría exhausta toda la semana. Tenía que hacer algo, algo, lo que sea, cualquier cosa, ¿pero qué?

         –Tengo que hacer algo, esto no da para más –dijo Iván, a su lado, y se levantó y salió de la habitación.

         Se le ocurrió decirle que tuviese cuidado, que pensara que Estrella estaba sufriendo, pero no pudo articular palabra. En realidad no quiso. Lo único que quería era dormir. Se oyó un golpe seco, como si Iván se hubiese caído en la habitación de al lado, y Estrella no lloró más. El silencio inundó la casa tan de repente que por un momento ella siguió escuchando el grito de su hija en su cabeza. Pero no era real, sino una especie de eco que se mantenía después de haberlo oído tanto. Iván volvió a entrar en la habitación y se acostó a su lado. Pensó en preguntarle qué había hecho, cómo había conseguido que Estrella se callara, incluso si se había tropezado con algo en la oscuridad, pero no lo hizo. Tenía sueño, mucho sueño, y lo único que quería era dormir un poco; de lo contrario, mañana, no podría hablar en su empresa. Además, tenía que aprovechar, ya que la casa estaba más tranquila que nunca.

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© Lucas Berruezo
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15 de marzo de 2010

DESPUÉS DEL ANOCHECER, de Stephen King

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         Después del anochecer (Just After Sunset) es el último libro de Stephen King publicado en español. A su vez, es su último libro de cuentos. Vale la pena leerlo, ya que en él se puede encontrar a un Stephen King un tanto diferente: más breve, más condensado y, en algún punto, más transparente. Su anterior libro de cuentos fue Six Stories, una compilación de cuatro relatos breves y dos novelas cortas (entre los que se destacan «Lunch at the Gotham Café» y «The Man in the Black Suite») que salió en una edición limitada en 1997 (sólo 1100 ejemplares) de la mano de Philtrum Press, su propia editorial, y que todavía no se consigue en español. Antes de Six Stories, publicó en 1993 Pesadillas y alucinaciones, recientemente reeditado por Debolsillo. Ahora, más de diez años después, tenemos la oportunidad de disfrutar de nuevos relatos cortos del escritor de terror más importante de los últimos cincuenta años (por lo menos).
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- Stephen King: un escritor de Best Sellers… diferente

         Muchos esgrimen el hecho de que King es un autor de Best Sellers para desautorizarlo y menospreciarlo. Sin embargo, basta ver su bibliografía para notar que no es un Best Seller común y corriente. La complejidad de sus historias, la creación de personajes con una importante carga psicológica y la conciencia literaria de su oficio (recordemos que escribió dos ensayos, uno sobre el género fantástico –Danse Macabre– y otro sobre el oficio del escritor y la utilización del lenguaje –Mientras escribo–, además de una infinidad de artículos y prólogos) serían aspectos suficientes para separarlo de otros escritores de grandes ventas. Pero hay un aspecto que vale la pena destacar y que interesa particularmente en este post: King es uno de los pocos escritores de Best Sellers que escriben cuentos. Él mismo lo dice, en la «Introducción» a Después del anochecer:


Muchos de los autores de best sellers de Estados Unidos no escriben relatos. Dudo que sea a causa del dinero; los escritores que han obtenido grandes beneficios económicos con sus libros no necesitan pensar en eso. Podría ser que cuando el mundo de un novelista a jornada completa se limita por debajo de, digamos, las veintisiete mil palabras, una especie de claustrofobia creativa se apodera de él. O quizá es solo que el don de la miniaturización se pierde en el camino. En la vida hay muchas cosas que son como montar en bicicleta, pero escribir relatos no es una de ellas. Uno puede olvidar cómo se hace. (p. 15)

         La conciencia sobre la dificultad de escribir relatos cortos y los deseos de superarla hacen de King un escritor que, a casi cuarenta años de la publicación de su primera novela, Carrie (1974), sigue esforzándose por superarse.
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- Los cuentos

         Después del anochecer reúne trece cuentos para todos los gustos. Hay algunos con un tinte realista («La chica del pan de jengibre» y «Un lugar muy estrecho», para mencionar dos ejemplos, aunque hay más) y otros con su inigualable toque sobrenatural («Ayana» y «N.»). En todos, King se esfuerza por conmocionar al lector, presentando en algunos relatos escenas violentas, en otros aproximaciones a la muerte, y en casi todos eso que él hace tan bien: asustar subrepticiamente con lo real y lo cotidiano de las enfermedades, en especial del cáncer. Prácticamente no hay ningún cuento en que no se mencione algún tipo de esta fatal enfermedad. De cualquier manera, y sea cual fuere los recursos que utiliza, King nos presenta trece buenas historias, que a más de uno dejará pensando en esos minutos eternos en que la luz ya se apagó y el sueño todavía no llegó para envolvernos.

         Además, el libro no termina con los cuentos, sino con unas «Notas del anochecer» en las que King dice algunas palabras sobre los cuentos en cuestión (cómo se le ocurrió la idea, en qué se basó, qué estaba haciendo en el momento de recibir la inspiración, etc.). Quien siga a Stephen King y disfrute de sus prólogos y epílogos tanto como de sus ficciones (y yo soy uno de ellos), no dejará de saborear y agradecer estas notas.


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Sobre el autor: Stephen King nació en Maine (EE.UU.) en 1947. Estudió en la universidad de este Estado y después trabajó como profesor de literatura inglesa. Su primer éxito literario fue Carrie (1974), que, como muchas de sus novelas posteriores, fue adaptada al cine. Lleva escritas más de cuarenta novelas (entre las que se destacan Cementerio de animales, It, The Green Mile, Un saco de huesos y la saga La torre oscura, entre muchas otras) y doscientos relatos. En 2003 fue galardonado con el premio literario estadounidense de mayor prestigio, la medalla de The National Book Foundation for Distinguished Contribution to American Letters.
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- King, Stephen. Después del anochecer. Buenos Aires, Plaza & Janés, 2009.
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  • Más sobre Stephen King en El lugar de lo fantástico:
- «La cúpula, de Stephen King» (aquí)
- «Trailer de La cúpula» (aquí)
- «Duma Key, de Stephen King» (aquí)
- «Trailer de Duma Key» (aquí)
- «La nueva novela de Stephen King: Under the Dome» (aquí)

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