Día a día, mucho más en Facebook

23 de junio de 2010

TERMINÓ LOST

.


.
         Lost, una de las series de televisión que más dio que hablar en los últimos tiempos, llegó a su fin y produjo la aceptación y el rechazo de millones de seguidores en todo el mundo. Los artículos y los comentarios coparon los medios gráficos, televisivos e informáticos con polémicas sobre si el final estuvo o no a la altura de lo que la serie fue planteando a lo largo de sus seis temporadas. Se dijo mucho, se interpretó mucho y, fundamentalmente, se divagó mucho. Por mi parte, no voy a aventurar ninguna interpretación sesuda sobre el final (eso ya se ha hecho bastante) ni tampoco voy a revelarlo (por si alguno no lo vio todavía y quiere matar el tiempo leyendo este post), sólo voy a dar mi percepción general de la serie.

         Soy de los que opinan que hay mucha basura en la televisión y que, la mayor parte del tiempo, es más productivo hacer cualquier cosa antes que sentarse delante de la «caja boba». Ignoro cómo es en otras partes del mundo (supongo que igual), pero en Argentina la televisión está cada vez peor. Y cuando llega a un punto en donde parece que ya no puede empeorar, empeora un poco más. Y de repente, del Norte nos viene una serie que no sólo nos entretiene, sino que además nos hace pensar. Y nos hace pensar en serio, sin sentidos figurados o metáforas. Lost hizo pensar a personas que no se creían capaces de hacerlo.

         Lost no es la primera serie buena del siglo XXI ni mucho menos. He visto varias que me han gustado y que tuvieron una buena producción que las respaldó (podría nombrar a Nip-Tuck, Six Feet Under o The Sopranos, para dar algunos ejemplos), pero Lost ha sido la primera que me ha «enganchado» hasta tal punto de sacrificar horas de sueño (muchas horas de sueño) para ver «un capítulo más». Y esto no fue obra del azar ni una cuestión estrictamente personal (conocí a varias personas mucho más enganchadas que yo que, incluso, dejaron de dormir del todo por una dosis más de ficción isleña). No. Esto se debió a que el suspenso estuvo bien manejado y las historias de los personajes fueron atractivas y atrayentes. Lost nos mostró que detrás de toda persona (ya sea cirujano, rockero o delincuente) hay escondida una considerable cantidad de miseria, una parte en blanco que busca un sentido para seguir viviendo. Y es que los personajes estaban perdidos desde mucho antes de llegar a la isla, y seguirían estándolo mucho tiempo después. Además, con el hábil recurso de revelarnos primero el hecho y después la información que lo explica, nos obligaron a permanecer horas y horas delante de la pantalla del televisor y horas y horas lejos de ella simplemente esperando por los nuevos episodios.

         Con respecto al final, lo único que puedo decir es que a mí me gustó y me dejó satisfecho. Soy de las personas a las que les gusta que algunas historias cierren (al menos las que deliberadamente se abrieron en el transcurso de la trama), pero también entiendo que en una serie de seis años tampoco se puede cerrarlo todo. Hay puntos que quedaron en blanco (por nombrar dos podría señalar la importancia de Walter, que queda al final en la nada, o la verdadera historia de Libby en el psiquiátrico, a la que nunca se vuelve), pero es compresible en una serie de seis temporadas que debió durar más de lo que en un comienzo se tenía pensado. De hecho, esa intención de ser más larga se notó en varias oportunidades. Pero en conjunto, esto no le resta calidad al producto terminado. Lost es una serie muy buena, y esto es algo que sus peores detractores no pueden negar. Y el hecho de que no haya cerrado todas las historias creo que habla bien de ella. Teniendo en cuenta la naturaleza misma de la serie, me hubiese decepcionado que todo terminara de forma hermética, si se me permite el concepto. Al fin y al cabo, uno nunca llega a entenderlo todo... ni en la vida ni en el arte.
.

9 de junio de 2010

PÁJAROS EN LA BOCA, de Samanta Schweblin

.
  • Este artículo se publicó originalmente en la revista Sudor de tinta (N° 2).

..
EL EXTRAORDINARIO MUNDO
DE SAMANTA



.
1. La autora y su obra

Pájaros en la boca: la confirmación del talento


         El primer libro de Samanta Schweblin, El núcleo del disturbio (2002), puso en escena un talento innegable. Una joven de 24 años, egresada de la carrera de Imagen y Sonido de la UBA, sorprendía a todos con su libro de cuentos, el mismo que un año antes había ganado el Primer Premio en Antología de Cuentos del Fondo Nacional de las Artes y el premio nacional Haroldo Conti. Premios completamente merecidos, ya que El núcleo del disturbio pertenece a esa clase de libros que uno siempre quiere volver a leer. Ahora, más de seis años después, el talento de Samanta Schweblin se ve confirmado con su nuevo libro, Pájaros en la boca (2009). En esta compilación, quince nuevos cuentos nos permiten meternos de lleno en el universo fantástico con una frescura y una actualidad invalorables. Y una vez más, un premio, en este caso internacional, viene a confirmar el talento de esta joven narradora: Pájaros en la boca fue galardonado con el premio Casa de las Américas 2008.


.
2. Los cuentos

• Un breve recorrido


         A mí entender, no hay en Pájaros en la boca un cuento mejor que otro. Por supuesto que algunos me gustaron más y otros menos, pero esa diferencia está dada sólo por el gusto y no por la calidad de los relatos: todos son perlas en un mar de perlas. Hecha esta aclaración, me gustaría hacer un breve recorrido por algunos de los cuentos que más me gustaron, para terminar con un trabajo en conjunto de dos relatos, con el fin de permitirme a mí mismo un poco más de desarrollo.

         “Irman”: Una historia oscura, que nos permite pensar que siempre, pase lo que pase, la vida debe continuar. Dos hombres viajan en auto por la ruta y deciden detenerse en un bar para saciar su sed. El bar está vacío y a atenderlos se acerca el dueño, un hombre de escasa estatura, casi un enano, aunque sin serlo en rigor. El dueño se ve preocupado, y efectivamente lo está: en el suelo de la cocina yace su esposa muerta, la única que lo ayudaba con el bar y llegaba a la puerta de las alacenas superiores. La desesperación del hombre se vuelve evidente: poco importa que su esposa esté muerta en el piso, lo que importa es que en esas circunstancias no puede atender a la clientela. Entonces les ofrece trabajo a los dos viajantes…

         “Mariposas”: Un cuento simbólico, que deja bien en claro que en muchas ocasiones las obsesiones de los padres pueden ser la ruina de sus hijos.

         “Conservas”: Tal vez el mejor (insisto, por una cuestión de gustos, nada más) cuento de la compilación. Una pareja de jóvenes se resiste a la idea de ser padre y madre, al menos todavía. Entonces, ante la realidad inobjetable de un embarazo temporalmente no deseado, se someten al tratamiento de un extraño doctor que les asegura la posibilidad de retrasarlo hasta el momento que ellos consideren oportuno.

         “Papa Noel duerme en casa”: Un estupendo relato sobre la ruina de una familia vista desde los ojos mágicamente engañados de un niño.

         “Pájaros en la boca”: Digno de dar el nombre a la compilación, este cuento es sencillamente una obra de arte. Nos muestra cómo un padre puede hacer lo que fuera por el bienestar (físico y psicológico) de su hija, incluso cuando eso signifique avalar una conducta siniestra, salvaje y antinatural.

         “La furia de las pestes”: Un censor llega a un pueblo tranquilo, donde nota que todos, hombres y animales, están sumidos en la más absoluta apatía. El peligro se presenta cuando advierte, ya demasiado tarde, que la modorra se debe a la costumbre de vivir sin comer, necesidad olvidada por los pueblerinos pero recordada cuando el censor les muestra un puñado de azúcar. Entonces, la necesidad se vuelve presente con su reconocimiento, y para saciarla vale absolutamente todo, incluso la furia y la violencia.

         “Cabezas contra el asfalto”: Cuento que podría verse como la continuación no consecutiva de “La pesada valija de Benavides”, el último relato de El núcleo del disturbio. Tanto en uno como en otro se puede ver la violencia como sustento del arte y como la medida de su reconocimiento. Un hombre que tiene el impulso de sujetar a algunas personas por el pelo (generalmente orientales) y romperles la cabeza a golpes contra el suelo, vende sus cuadros (retratos de esa conducta criminal) por millones.

         Valgan estos siete ejemplos para introducirlos un poco en ese mundo extraordinario de Samanta Schweblin. El resto de los cuentos son tan buenos como los que comenté, y no dudo que aquellos que se animen a leerlos saldrán sumamente satisfechos.


.
3. Dos cuentos

• Las percepciones del tiempo: “Última vuelta” y “La medida de las cosas”


         El género fantástico nos permite jugar con las convenciones y reírnos de las leyes inmutables. El tiempo, el espacio, la gravedad, etc., todo, absolutamente todo, es pasible de ser trastocado. En estos dos cuentos de Samanta Schweblin, “Última vuelta” y “La medida de las cosas”, podemos apreciar cómo el tiempo y la linealidad de la vida se ven alterados ante la realidad de los acontecimientos. En “Última vuelta”, una niña y su hermana se divierten en una calesita montando dos caballos y fantaseando con que son indias hermosas que van a vivir en un gran castillo, hasta que la calesita se detiene y ellas se ven obligadas a abandonar sus sueños y con ellos la niñez, fuente de toda fantasía. La cuestión es que fuera de la niñez espera la vejez y la decrepitud, la soledad y la muerte próxima. En “La medida de las cosas”, Enrique Duvel, un soltero rico que vive con su madre, se acerca a la juguetería de su barrio pidiéndole a su dueño la posibilidad de quedarse allí, alegando que su madre le ha quitado el auto, lo a echado de su casa y lo ha dejado en la calle. El dueño de la juguetería (y narrador de la historia) se apiada de quien es su mejor cliente y lo deja quedarse. Entonces, Enrique comienza a hacer cambios en el local, acomodando los juguetes en nuevas y novedosas formas, llamando la atención de los clientes y multiplicando los ingresos del lugar. Por fin, el narrador nota que su ex cliente y actual empleado tiene comportamientos extraños: hay productos que no expone a la venta; habla poco y, cuando lo hace, su tono es incómodamente servicial; come sólo lo que le gusta y si no no come; cada vez se encierra más en su propio mundo, como un autista en progreso. Con el tiempo, son cada vez más los juguetes que esconde de la vista de los clientes y las ventas vuelven a bajar. Cuando el comportamiento de Enrique llega al límite de su excentricidad (se acomoda en cuclillas y pide que por favor nadie le vuelva a pegar), llega su madre autoritaria, una madre digna de Norman Bates, en su búsqueda, dando paso a una resolución inesperada y perturbadora.

         Lo que ambos cuentos plantean es la ruptura de la linealidad del tiempo en relación con los procesos orgánicos individuales y cómo eso afecta a la edad biológica de las personas. Dicho más brevemente: según lo que nos ocurra, nuestra edad cronológica puede verse alterada. Así, puede haber personas que envejezcan de golpe y prematuramente (“Última vuelta”), mientras que otras, ya adultas, pueden verse arrastradas a sus años infantiles (“La medida de las cosas”), en un viaje propio de un enfermo de Alzheimer. Sólo que en estos cuentos las regresiones o las proyecciones no son sólo mentales, sino también físicas, y esto es algo que deja pensando. Se me viene a la memoria una frase de algún libro de autoayuda: cada uno tiene la edad que cree (o quiere) tener. A partir de estos cuentos, se podría decir que cada uno tiene la edad que puede tener, según lo que le pase. La carencia de fantasías y de lazos familiares nos provocaría un envejecimiento abrupto, mientras que la permanencia en un lugar infantil y la amenaza de una madre despótica nos llevarían a un retroceso biológico que nos impediría salir de la niñez. Sería interesante echar un vistazo a nuestro alrededor y ver hasta qué punto esto puede cumplirse en la vida real (fuera del mundo extraordinario de Samanta). Y así, cuando veamos a una persona de cincuenta años que parece de treinta o a una persona de treinta que parece de cincuenta, podemos interrogarnos sobre ese “parece” y empezar a pensar si a lo mejor esas personas de cincuenta o de treinta realmente no tienen treinta o cincuenta, respectivamente.


.
- Schweblin, Samanta, Pájaros en la boca, Buenos Aires, Emecé, 2009.

.
***
.
Samanta Schweblin
(Buenos Aires, 1978) es egresada de la carrera de Imagen y Sonido de la UBA, donde se especializó en el área de guión cinematográfico. Su primer libro de cuentos, El núcleo del disturbio, obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Artes 2001 y el premio nacional Haroldo Conti. Muchos de sus cuentos fueron editados en revistas y antologías latinoamericanas y extranjeras, y ya han sido traducidos al inglés, al francés, al alemán, al sueco y al serbio. Pájaros en la boca, su segundo libro, obtuvo el premio Casa de las Américas.


.
  • Más sobre Samanta Schweblin en El lugar de lo fantástico:
.
- «El núcleo del disturbio, de Samanta Schweblin» (aquí)
..

26 de abril de 2010

¡ESTÁ VIVO!: otra remake lamentable

.



.

        Se acaba de estrenar en la Argentina la remake homónima del clásico de 1974 ¡Está vivo! (It’s Alive!). Si se considera de forma independiente, el nuevo film es malo, y si se lo compara con la versión original, es pésimo. Sigo preguntándome con qué necesidad se hacen remakes de buenas películas si no se mejora nada de ellas, y, aún peor, se echa a perder lo bueno que tienen. Dudo que Hollywood carezca de buenos guionistas o personas capaces de escribir historias originales. Lo que creo es que se apuesta a lo que ya antes ha tenido éxito para ahorrar dinero e ir a lo seguro. Se busca la fórmula del éxito arriesgando poco y ganando mucho, sin que importe la calidad de lo que se presente. ¡Está vivo! no es más que una prueba rotunda de ello.

         La historia nos muestra a una pareja de jóvenes que decide llevar a buen término un embarazo no esperado. Para ello, Lenore, la joven protagonista, deja sus estudios universitarios y se muda a la casa de Frank, su novio. Por un momento, todo parece marchar bien, pero al poco tiempo las cosas se complican: el bebé, con apenas seis meses de gestación, ha crecido mucho y demasiado rápido, y está listo para nacer. Una cesárea de urgencia permite que el niño y la madre salgan bien de la sala de parto, aunque son los únicos en hacerlo: alguien o algo ha asesinado de forma salvaje a todos los doctores y enfermeras que participaron de la intervención. Con el crimen irresuelto y sin tener a quien culpar, la policía deja que la madre y su pequeño vuelvan a su casa. Hasta aquí, del niño sólo se dice que es grande y fuerte para su edad, pero no se menciona nada que lleve a pensar en una anormalidad monstruosa. De hecho, Frank admite, frente a la cuna, que no entiende cómo algo tan bello pudo haber salido de ellos. Palabras que se ven contradichas más adelante, cuando se hace un primer plano del pequeño y se ve que es un verdadero monstruo. La causa de su mutación se remonta más allá del comienzo de la historia, cuando Lenore intentó interrumpir el embarazo incluso antes de informarle a Frank del mismo. En aquel entonces, Lenore compró por internet unas pastillas que, en teoría, deberían haberle producido un aborto, pero que no lo hacen y le dan una nueva oportunidad de tener a su hijo. Luego, por supuesto, la historia avanza, los asesinatos se multiplican y la sangre inunda la pantalla constantemente, ante la confusión de todos menos de Lenore, que desde el comienzo descubre la naturaleza de su hijo y hace todo lo posible para ocultarla.

         La película es bastante aburrida, predecible y por momentos tan inverosímil que llega a lo ridículo. Que un niño sufra mutaciones que lo lleven a poseer una fuerza inusitada y un hambre voraz es, dentro del mundo de la ficción, verosímil. Lo que no es verosímil, bajo ningún punto de vista, es que un niño de dos semanas sepa cortar la electricidad de una casa y trabar una puerta. No hay ninguna mutación que pueda justificar eso. Además, la falta de suspenso se convierte en tedio y las muertes son, una tras otra, tan predecibles como intrascendentes.

        La versión original de 1974 fue escrita, producida y dirigida por Larry Cohen, quien, incomprensiblemente, participó en la puesta en escena de esta lamentable versión dirigida por Josef Rusnak. Todo lo bueno que poseía (y aún posee, por fortuna) la primera ¡Está vivo!, la remake lo ha perdido. En primer lugar, en la versión de 1974 no hay contradicción entre lo que se dice en un momento y se muestra en otro: el niño, desde que nace, es un monstruo, y no hay secreto en eso. Asimismo, sólo la primera película tematiza la humanidad del pequeño, muy al estilo Frankenstein. Si bien es deforme y asesino, ¿es o no una persona? Este dilema se traslada al título, que utiliza el «It’s», con el que se designa a las cosas y a los animales, y no el «He’s», que denotaría a un ser humano. Como dije, estas cuestiones desaparecen en la remake, como también desaparece el trabajo con los sentimientos del padre (verdadero protagonista en la versión original y apenas un títere en la remake) y con la posición inescrupulosa de los laboratorios.

        No tengo mucho más que agregar, salvo que ya estoy cansado de las remakes. Espero que en lo sucesivo empiecen a haber nuevas y originales películas. De lo contrario, dejaré de visitar los cines y me quedaré en casa viendo los clásicos de siempre, que en algún punto, y hoy más que nunca, son los únicos que vale la pena ver.


Ficha técnica
Título original: It's Alive
Año: 2008
Duración: 80 min.
País: Estados Unidos
Director: Josef Rusnak
Guión: Larry Cohen, Paul Sopocy y James Portolese (Remake: Larry Cohen)
Reparto: Bijou Phillips, James Murray, Raphaël Coleman, Owen Teale, Ty Glaser
Productora: Alive Productions / Amicus Entertainment / Foresight Unlimited / Millennium Films
.

2 de abril de 2010

REFLEXIÓN EN SEMANA SANTA

.


.
«Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?». Lc 18, 8.
.
         Recuerdo que de niño mis festividades favoritas eran la Navidad y la Pascua. La primera por los regalos y la segunda por ese algo especial que sentía a mi alrededor: las películas Jesús de Nazareth, Rey de reyes y Los diez mandamientos; las misas y el Vía Crucis; el pescado en la mesa (en casa nunca comíamos pescado, por lo que el suceso no pasaba inadvertido). Por supuesto, también estaban los días libres y los huevos de chocolate, pero no era por ellos que me gustaba la Semana Santa. Lo que más me atraía era la sensación de vivir por unos días en un mundo distinto, más renovado, puro y místico. A medida que fui creciendo, el misticismo fue perdiendo fuerza y presencia en un momento histórico en el que, cada vez más, se relega lo religioso en pos de otros intereses.

         No pretendo hacer un post religioso ni juzgar a aquellos que, como no cristianos, tienen todo el derecho del mundo a pasar sus horas como se les dé la gana. ¿Por qué, si una persona no cree en Dios, tiene que guardar el viernes o tolerar toda una programación televisiva religiosa? Recuerdo que mis padres me contaron que, cuando ellos eran niños, las radios en Semana Santa sólo pasaban música sacra. ¿Por qué una persona con creencias diferentes debe tolerar eso? Bueno, hoy por hoy no tiene que hacerlo: la televisión ofrece muchas otras opciones y las radios transmiten como en cualquier momento del año. En la calle, prácticamente nada hace pensar en una conmemoración santa: algunos negocios cerrados, chocolate por todas partes y los centros turísticos repletos son los únicos indicios de la muerte y resurrección de Jesucristo.

         No voy a decir, porque en realidad no lo creo, que antes era mejor. Obligar a las personas a celebrar algo en lo que no creen no es el camino adecuado, aunque me gustaría que el mundo creyera más, como me gustaría creer más yo también. Soy cristiano, más exactamente católico, y vivo con pesadumbre la progresiva falta de fe. No me refiero al incumplimiento de los ritos, sino a la postura de completo desinterés hacia lo divino (a veces me imagino a Jesús en el Paraíso, mirando a la humanidad y pensando que conserva más cicatrices en su cuerpo que seguidores en la Tierra). Varias veces oí la expresión «católico (o creyente) no practicante». Bueno, en estas fechas es cuando queda en claro que dicha expresión es una falsedad, una mentira que las personas se dicen a sí mismas para no admitir que dejaron de creer. Creer significa, de algún modo, asumir, y, al asumir, nuestras prácticas se ven alteradas. La fe, es verdad, no necesita de la práctica, pero necesariamente ésta se ve transformada por aquélla. El creyente que vive como si no lo fuera no es creyente. La persona que cree tal vez no vaya a misa o no siga todos y cada uno de los preceptos de la Iglesia, pero de alguna manera practica su fe. En algún punto debe hacerlo.

         Tal vez el feriado deba ser sólo para los creyentes. Así dejaría de ser una razón para tomarse vacaciones o para salir a bailar desde el miércoles hasta el domingo. No es bueno obligar a las personas a celebrar algo en lo que no creen, pero tampoco es bueno que las personas que no creen se valgan de la celebración de los creyentes para tomarse días libres. Si vamos a lo justo, lo justo es justo.

         Muchos se quejan de que los valores se están perdiendo, de que la gente es cada vez más violenta y maleducada, de que estamos cada vez peor… No sé si es cierto; pero si lo es, me preguntó cuánto tendrá que ver el abandono sistemático de las creencias religiosas. En todo caso, me imagino que mucho.

         Por último, los invito a leer (o a releer) el post «Elí, Elí, lamá sabactani», que reflexiona sobre las últimas palabras de Cristo en la cruz y que tanto tiene que ver con estos días.
.

29 de marzo de 2010

MALA NOCHE

.


.
         Le echó una mirada fugaz al reloj despertador y vio que los números rojos marcaban 03:07. Las tres de la madrugada. En tres horas más tendrían que levantarse para ir a trabajar, y apenas habían conseguido dormir algo. Dos horas, como mucho, y ni siquiera las habían dormido de corrido. A su lado, Iván se retorcía entre las colchas. Él también estaba inquieto, y no era para menos, él trabajaba dos horas más que ella. No sabía cómo iban a hacer para mantenerse lúcidos, teniendo en cuenta la mala noche que estaban pasando. En la otra habitación estaba Estrella, su hija de ocho meses. En poco más de una semana cumpliría los nueve meses, y para entonces suponía que ya tendría al aire una parte de sus dientes delanteros, eso dientes que ahora estaban pugnando por salir y la tenían a Estrella en un constante y aturdidor llanto. Ya a la noche no había querido su cena, y a eso de las doce o doce y media había comenzado a llorar. Varias veces se habían despertado para consolarla, primero ella y después Iván, pero todo había sido en vano. Al rato que se dormía se volvía a despertar, y su llanto parecía ser cada vez más fuerte. Intentaron encerrarse en su habitación, pero el sonido se colaba por debajo de la puerta. La encerraron a ella también, pero parecía que dos puertas no eran suficientes para detener su llanto estridente. Ya no sabía qué hacer, quería dormir, pero no se le ocurría cómo lograr que Estrella se calmara. Y encima, al otro día tendría que enfrentarse a su jefa en la reunión mensual de personal, que organizaba su empresa para definir cómo se encontraba el ambiente laboral y qué se podía hacer para mejorarlo (lo que dejaba en claro que, para las autoridades, nunca se encontraría lo suficientemente bien). ¿Cómo iba a hacer para hablar ante sus compañeros y sus superiores si no dormía lo suficiente? Años atrás, cuando se sentía joven y en algún punto lo era, no habría tenido problemas: más de una vez había ido a la facultad sin dormir (por haber estudiado o por haber salido con sus amigas, primero, o con Iván, después) y nunca le había ido mal. Sus apuntes siempre eran excelentes. Pero ahora no se sentía igual, y mirándolo bien, física y mentalmente tampoco estaba igual. Se sentía más cansada que nunca, y lo primero que pensaba siempre que sonaba el despertador era que tenía que haber un error, que el aparato tenía que estar roto y que en realidad tendrían que quedarle unas horas más de sueño. Pero el aparato no estaba roto y nunca disponía de más horas para dormir. Era como si nunca se hubiese podido reponer al nacimiento de Estrella. Los primeros meses después del parto ni siquiera dormía. Estrella se despertaba cada tres horas y tenía que darle la teta. Si podía dormir cuatro horas seguidas, en el momento del día que fuera, se sentía realizada. Igual, no tenía muchos problemas con su tiempo, ya que, si bien andaba cansada todo el día, no trabajaba y no tenía que preocuparse más que por alimentar a su hija. Pero ahora trabajaba, su licencia se había acabado hacía meses, y parecía sentirse tan cansada como entonces. ¿Cómo hacer?, ¿cómo hacer para que Estrella se calmara? Probaron dándole hielo para que mordiera, pero no había dado resultado. Estrella hacía muecas de asco (seguramente por el frío) y ellos tenían miedo de que se les escapara el hielo y la ahogaran. También le dieron unas gotitas de Ibuprofeno, pero eso tampoco la alivió. Seguía llorando, incluso hasta ese momento seguía llorando. Miró de vuelta el reloj y vio que eran las 03:12. El tiempo apenas transcurría y no podía pensar en otra cosa que no fuera la reunión que le esperaba a las pocas horas. Iván, por su parte, seguía dando vueltas. Eso también la incomodaba a ella, pero no quería decirle nada, bastante nervioso se lo veía. Y Estrella seguía llorando, y lloraba, y lloraba, y lloraba… Trató de cubrirse los oídos con su misma almohada, pero no dio resultado. Por supuesto que no, si dos puertas no podían detener el sonido, cómo lo haría una almohada de goma espuma. Presionó la almohada a la altura de sus oídos, esperando que sus manos contribuyeran a bloquear el llanto, pero apenas logró volverlo más sordo y gutural. Nunca pensó que un bebé pudiera llorar tanto. Cualquier adulto se habría quedado sin aire al menos una hora antes, pero Estrella parecía no tener fin. Intentó rezar, pedirle a ese Dios de la infancia (del que rara vez se acordaba) que callara a su hija, para que pudiera dormir aunque sea un poco. Pero su mente no podía aferrarse a ningún pensamiento continuo, y ya se encontraba pensando en el llanto de su hija incluso antes de haber efectuado el pedido. Y encima era lunes. Encima. No quería pensar en eso, ya que aumentaba todavía más su desesperación, pero no podía negárselo por siempre: era lunes, y si no dormía algo esa noche, no sólo estaría agotada al otro día, sino que estaría exhausta toda la semana. Tenía que hacer algo, algo, lo que sea, cualquier cosa, ¿pero qué?

         –Tengo que hacer algo, esto no da para más –dijo Iván, a su lado, y se levantó y salió de la habitación.

         Se le ocurrió decirle que tuviese cuidado, que pensara que Estrella estaba sufriendo, pero no pudo articular palabra. En realidad no quiso. Lo único que quería era dormir. Se oyó un golpe seco, como si Iván se hubiese caído en la habitación de al lado, y Estrella no lloró más. El silencio inundó la casa tan de repente que por un momento ella siguió escuchando el grito de su hija en su cabeza. Pero no era real, sino una especie de eco que se mantenía después de haberlo oído tanto. Iván volvió a entrar en la habitación y se acostó a su lado. Pensó en preguntarle qué había hecho, cómo había conseguido que Estrella se callara, incluso si se había tropezado con algo en la oscuridad, pero no lo hizo. Tenía sueño, mucho sueño, y lo único que quería era dormir un poco; de lo contrario, mañana, no podría hablar en su empresa. Además, tenía que aprovechar, ya que la casa estaba más tranquila que nunca.

.
© Lucas Berruezo
.

15 de marzo de 2010

DESPUÉS DEL ANOCHECER, de Stephen King

.

         Después del anochecer (Just After Sunset) es el último libro de Stephen King publicado en español. A su vez, es su último libro de cuentos. Vale la pena leerlo, ya que en él se puede encontrar a un Stephen King un tanto diferente: más breve, más condensado y, en algún punto, más transparente. Su anterior libro de cuentos fue Six Stories, una compilación de cuatro relatos breves y dos novelas cortas (entre los que se destacan «Lunch at the Gotham Café» y «The Man in the Black Suite») que salió en una edición limitada en 1997 (sólo 1100 ejemplares) de la mano de Philtrum Press, su propia editorial, y que todavía no se consigue en español. Antes de Six Stories, publicó en 1993 Pesadillas y alucinaciones, recientemente reeditado por Debolsillo. Ahora, más de diez años después, tenemos la oportunidad de disfrutar de nuevos relatos cortos del escritor de terror más importante de los últimos cincuenta años (por lo menos).
.

.
- Stephen King: un escritor de Best Sellers… diferente

         Muchos esgrimen el hecho de que King es un autor de Best Sellers para desautorizarlo y menospreciarlo. Sin embargo, basta ver su bibliografía para notar que no es un Best Seller común y corriente. La complejidad de sus historias, la creación de personajes con una importante carga psicológica y la conciencia literaria de su oficio (recordemos que escribió dos ensayos, uno sobre el género fantástico –Danse Macabre– y otro sobre el oficio del escritor y la utilización del lenguaje –Mientras escribo–, además de una infinidad de artículos y prólogos) serían aspectos suficientes para separarlo de otros escritores de grandes ventas. Pero hay un aspecto que vale la pena destacar y que interesa particularmente en este post: King es uno de los pocos escritores de Best Sellers que escriben cuentos. Él mismo lo dice, en la «Introducción» a Después del anochecer:


Muchos de los autores de best sellers de Estados Unidos no escriben relatos. Dudo que sea a causa del dinero; los escritores que han obtenido grandes beneficios económicos con sus libros no necesitan pensar en eso. Podría ser que cuando el mundo de un novelista a jornada completa se limita por debajo de, digamos, las veintisiete mil palabras, una especie de claustrofobia creativa se apodera de él. O quizá es solo que el don de la miniaturización se pierde en el camino. En la vida hay muchas cosas que son como montar en bicicleta, pero escribir relatos no es una de ellas. Uno puede olvidar cómo se hace. (p. 15)

         La conciencia sobre la dificultad de escribir relatos cortos y los deseos de superarla hacen de King un escritor que, a casi cuarenta años de la publicación de su primera novela, Carrie (1974), sigue esforzándose por superarse.
.

.
- Los cuentos

         Después del anochecer reúne trece cuentos para todos los gustos. Hay algunos con un tinte realista («La chica del pan de jengibre» y «Un lugar muy estrecho», para mencionar dos ejemplos, aunque hay más) y otros con su inigualable toque sobrenatural («Ayana» y «N.»). En todos, King se esfuerza por conmocionar al lector, presentando en algunos relatos escenas violentas, en otros aproximaciones a la muerte, y en casi todos eso que él hace tan bien: asustar subrepticiamente con lo real y lo cotidiano de las enfermedades, en especial del cáncer. Prácticamente no hay ningún cuento en que no se mencione algún tipo de esta fatal enfermedad. De cualquier manera, y sea cual fuere los recursos que utiliza, King nos presenta trece buenas historias, que a más de uno dejará pensando en esos minutos eternos en que la luz ya se apagó y el sueño todavía no llegó para envolvernos.

         Además, el libro no termina con los cuentos, sino con unas «Notas del anochecer» en las que King dice algunas palabras sobre los cuentos en cuestión (cómo se le ocurrió la idea, en qué se basó, qué estaba haciendo en el momento de recibir la inspiración, etc.). Quien siga a Stephen King y disfrute de sus prólogos y epílogos tanto como de sus ficciones (y yo soy uno de ellos), no dejará de saborear y agradecer estas notas.


.
***
. .
Sobre el autor: Stephen King nació en Maine (EE.UU.) en 1947. Estudió en la universidad de este Estado y después trabajó como profesor de literatura inglesa. Su primer éxito literario fue Carrie (1974), que, como muchas de sus novelas posteriores, fue adaptada al cine. Lleva escritas más de cuarenta novelas (entre las que se destacan Cementerio de animales, It, The Green Mile, Un saco de huesos y la saga La torre oscura, entre muchas otras) y doscientos relatos. En 2003 fue galardonado con el premio literario estadounidense de mayor prestigio, la medalla de The National Book Foundation for Distinguished Contribution to American Letters.
.

.

- King, Stephen. Después del anochecer. Buenos Aires, Plaza & Janés, 2009.
.


    .
  • Más sobre Stephen King en El lugar de lo fantástico:
- «La cúpula, de Stephen King» (aquí)
- «Trailer de La cúpula» (aquí)
- «Duma Key, de Stephen King» (aquí)
- «Trailer de Duma Key» (aquí)
- «La nueva novela de Stephen King: Under the Dome» (aquí)

.

22 de febrero de 2010

LOS PELIGROS DE FUMAR EN LA CAMA, de Mariana Enriquez

.

«Tenía que contener ese deseo, esas ganas de saciarme, de abrirlo, de jugar con sus órganos como trofeos escondidos.»
Mariana Enriquez, “Dónde estás corazón” en Los peligros de fumar en la cama.


         En Argentina se publica poco terror argentino, casi nada. Por fortuna, hoy tengo la posibilidad de festejar la aparición de un libro de terror en el más exacto de los sentidos. Los peligros de fumar en la cama, de Mariana Enriquez, reúne doce cuentos escalofriantes. Fantasmas, brujerías, obsesiones, canibalismo, necrofilia, posesiones, fobias… estos cuentos parecen tenerlo todo, y en rigor lo tienen. Buenas historias, escritas de manera impecable. Lo único lamentable es terminar el libro. Doce cuentos pueden ser muchos (de hecho, hay libros que se hacen con menos de la mitad), pero en este caso uno se queda con ganas de más. «Uno más y no jodemos más» le gritaríamos a la autora de tenerla cerca.


.
- Obsesivos y paranoicos

         Los relatos de Los peligros de fumar en la cama nos muestran, de manera admirable, al individuo de ciudad, es decir a nosotros mismos, a nuestros contemporáneos: sujetos fóbicos, hedonistas hasta al punto de la flagelación, paranoicos, inclinados a los medicamentos (con los que se busca una placidez letárgica), depresivos. El elemento sobrenatural (que aparece en la mayoría de los cuentos, aunque no en todos) no desdibuja esta característica del libro: a un lado de los fantasmas están los hombres y las mujeres de hoy, haciendo lo que pueden por seguir adelante en un mundo que no ayuda. Éste es uno de los aspectos destacables del libro. Es muy común que en las historias de fantasmas los personajes vivos se vean desdibujados por la presencia de lo sobrenatural, a lo que se le da una mayor atención. Aquí ocurre todo lo contrario, la descripción de los personajes «vivos» son tan interesantes (y a veces más) que la de los «muertos». Cuentos como «Dónde estás corazón», «Ni cumpleaños ni bautismos», «Carne» o «Los peligros de fumar en la cama» (en los que el elemento sobrenatural está ausente o reducido al ámbito de la especulación) nos conmocionan de una forma especial, mostrándonos que el infierno puede estar en cualquier departamento o en cualquier casa, que los monstruos pueden ser nuestros vecinos o, en el peor de los casos, nosotros mismos.


.
- Y fantasmas

         Pero los fantasmas están, y ocupan un lugar destacable en la mayoría de los cuentos. Sin embargo, su forma de abordarlos es original y vale la pena dedicarle unas palabras.

         Cuando alguien se dispone a contar una historia de aparecidos creemos saber lo que vamos a oír: un ser sobrenatural (malo) que se hace presente en el mundo de los vivos y aterroriza a los hombres (generalmente buenos e indefensos). De no ser así, esas historias jamás producirían miedo, como no lo produce Casper. ¿Verdad? Mariana Enriquez no demuestra que no. Los aparecidos pueden producir miedo, aunque no representen una amenaza para los vivos. Tengo que admitir que el cuento que abre el libro, «El desentierro de la angelita», me generó una sensación que bien se podría definir como ominosa. La visión de la pequeña, sus extremidades putrefactas, su silencio de tumba y sus pequeñas alitas de cartón me obligaron a cerrar el libro en un intento por racionalizar la sensación que me había embargado. ¿Cómo podía afectarme, si la pequeña ni siquiera era mala? Pero era, y estaba en este mundo, y a diferencia de lo que nos suelen decir de los fantasmas, no se quería ir. ¿Qué más terrible que la eterna tortura de ser niñero o niñera de un espectro putrefacto que nos adopta como padres y no nos permite elegir? ¿Qué más terrible que eso?


.
- La maldad del ser humano

         Con los libros de cuentos es difícil, por no decir forzado, hacer una lectura general y totalizadora. Sin embargo, en Los peligros de fumar en la cama podemos ver algo interesante que se repite de una u otra forma en todos los relatos. En ellos, la maldad es privativa de los seres humanos. Los fantasmas no hacen el mal por maldad, sino por otras razones, como se puede ver en «El mirador», donde el fantasma de la mujer que vive en el hotel sólo quiere irse y para ello necesita un reemplazo; o en «Rambla Triste», donde una ciudad entera es prisionera de un grupo de fantasmas infantiles como castigo por el mal que les hicieron a ellos mientras vivían y eran niños. Pero éstos son sólo dos casos, en el resto de los cuentos los espectros ni siquiera hacen algo malo: los malos son siempre los vivos. En «La Virgen de la tosquera» es la maldad de los vivos la que produce una respuesta sobrenatural; en «El carrito» y «El aljibe» los seres humanos maldicen y traen la ruina a otros seres humanos; en «Dónde estás corazón» y «Carne» las obsesiones llegan a comportamientos criminales y morbosos. En sentido opuesto, vemos cómo en el ya mencionado «El desentierro de la angelita», así como también en «Chicos que faltan» o en «Cuando hablábamos con los muertos», los aparecidos no lastiman ni se enfrentan a los vivos; sólo están allí o, como se ve en el último de estos cuentos, intervienen de forma inofensiva.


.
- Entonces

         La conclusión, a esta altura, es evidente. Los peligros de fumar en la cama es un libro efectivo en todos los aspectos: asusta con lo sobrenatural y perturba con lo natural de la maldad humana.

         Lo recomiendo, sin ningún tipo de peros.


.
***
Sobre la autora: Mariana Enriquez nació en Buenos Aires en 1973. Es Licenciada en Periodismo y Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Plata y trabaja en Radar, el suplemento de arte y cultura de Página/12. Además, colabora con revistas como Rolling Stone, La Mano, Dulce Equis Negra y La Mujer de mi Vida. Publicó dos novelas, Bajar es lo peor (1995) y Cómo desaparecer completamente (2004), y participó en las antologías La joven guardia (2006), Una terraza propia (2006), En celo (2007) y Los días que vivimos en peligro (2009).


.- Enriquez, Mariana. Los peligros de fumar en la cama. Buenos Aires, Emecé, 2009.

.