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16 de febrero de 2019

LAS HORAS OSCURAS, de Juan Francisco Ferrándiz





«Es la luz de la sabiduría o la oscuridad de la ignorancia lo que está en lid ahora.»
Juan Francisco Ferrándiz, Las horas oscuras.


En el año 996, el monje benedictino Brian de Liébana llega a las remotas tierras del condado de Clare, en Irlanda, con el fin de restaurar el monasterio de San Columbano, destruido por los vikingos décadas atrás en una incursión que no sólo le quitó la vida al lugar, sino también a sus moradores, entre ellos el abad (y hermano del monarca) Patrick O’Brien. En la zona no quedan más que restos abandonados, a los que arriba Brian, portando como único equipaje un viejo arcón, del que no se separa en ningún momento. El misterio reviste al monje y a su misión en tierras tan aisladas. Pronto, las intenciones de Brian comienzan a conocerse: está allí para cumplir con el cometido del «Espíritu de Casiodoro», una hermandad (que no sólo incluye a monjes) que se propuso conseguir, conservar y resguardar a toda costa el saber adquirido por la humanidad hasta ese momento. Por esto mismo, no es de extrañar que, en la reconstrucción de San Columbano, la biblioteca y la parte del scriptorium sean las protagonistas.

            Cuando Dana (una mujer rescatada por Brian) y otros monjes del «Espíritu» se unan en la reconstrucción del monasterio, las fuerzas del mal también se pondrán en movimiento para impedir que los hermanos logren su cometido. Vlad, perteneciente a la Scholomancia, una orden compuesta por strigois (seres espectrales no del todo humanos, no del todo demonios), dejará las tierras de Valaquia y hará todo lo que esté a su alcance para conseguir el códice de San Columcille, el tesoro más preciado de los monjes, un manuscrito iluminado capaz de purificar a quien lo contemple, incluso a un strigoi.

Con un pasado que guarda sus propios misterios, y ayudados por los druidas del bosque que perviven en Irlanda, Brian y sus amigos se enfrentarán a duras pruebas con el fin de develar los secretos que se esconden detrás de los muros del monasterio de San Columbano y de resguardar tanto el códice de San Columcille como el resto de los libros que forman parte de la biblioteca.

Arrancar el 2019 con Las horas oscuras de Juan Francisco Ferrándiz es, sin lugar a dudas, un buen augurio literario. Se trata de una novela que reúne todo lo que a mí me puede llegar a gustar: una historia cargada de suspenso y magistralmente escrita (en la que lo más importante son los libros), una ambientación medieval y una inusual representación de los monjes benedictinos, en este caso preparados para la lucha  y defensores del saber (de todo saber, no sólo el cristiano). ¿Qué más se puede pedir?

Más de una vez he discutido con personas que aseguraban (y todavía aseguran, supongo, ya que no hay ilusión más grande que la de creer que se puede convencer a alguien) que la Iglesia Católica retrasó el saber durante toda la Edad Media. Las horas oscuras permite ver una idea distinta: la de que los monasterios fueron aquellos lugares en los que el saber estuvo a salvo, no sólo del fanatismo religioso (que pedía eliminar todo aquello que no coincidiera con la doctrina), sino también de las manos desinteresadas de aquellos que, inclinados a otras cuestiones, no veían en los códices más que objetos inútiles y de poco valor.

            Lean esta novela. Cada vez son menos los libros que uno puede recomendar con absoluta confianza. Éste es uno de ellos.


- Juan Francisco Ferrándiz, Las horas oscuras, Buenos Aires, Grijalbo, 2012.



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Sobre el autor: Juan Francisco Ferrándiz Pascual nació en Cocentaina (Alicante) en 1971. Es Licenciado en Derecho y actualmente ejerce como abogado. Ha publicado Secretum Templi (2003), escrita en valenciano, Las horas oscuras (2012), La llama de la sabiduría (2015), que consolidó su prestigio dentro del género de la novela histórica, y La tierra maldita (2018).




10 de febrero de 2019

ATERRADOS: terror convincente y efectivo





            Voces que salen de una tubería, una presencia tan inquietante como inexplicable, muertos que no terminan de morir, la locura acechante en cada rincón… Todo esto y mucho más se puede ver en la película Aterrados, del argentino Demián Rugna.

            Desde un punto de vista personal, podría decir que, salvo algunas pocas excepciones, el cine de Hollywood me viene desilusionando cada vez más en lo que se refiere a su oferta de películas de terror. Por esto, y gracias a plataformas como Netflix o a la gran oferta de internet, puedo recurrir, cada vez con mayor frecuencia, a películas de otros países como Corea, Tailandia, Francia o México. La jugada no siempre sale bien (la decepción no respeta fronteras), pero al menos soy internacionalmente decepcionado. Sin embargo, no todo está perdido, y cada tanto aparece un título que me devuelve un poco la emoción perdida. Y acá es donde aparece Aterrados.

            Hace tiempo que venía escuchando hablar de esta película (premios, nominaciones, festivales y reseñas por doquier). Con sorpresa (y, por qué no decirlo, con alegría), la encontré en Netflix. La vi enseguida, no pude esperar. Es raro que una película guste cuando previamente se depositó en ella grandes expectativas, y las expectativas que había puesto sobre Aterrados eran excesivas… Y me gustó. Mucho.

            Todo comienza cuando Clara escucha voces extrañas que salen de la tubería de la cocina, diciéndole que la van a matar. Aunque esto no es del todo exacto, ya que la película no carece de saltos en el tiempo que nos muestran que el origen no está nunca donde uno supone que lo va a encontrar. Así, conocemos a Walter Carabajal, vecino de Clara, un muchacho que ya viene conviviendo con estas extrañas manifestaciones desde hace meses y que apenas lo dejan dormir. Finalmente, después de la muerte de un nene que se niega a morir del todo, la indagación de los sucesos la llevarán a cabo los investigadores de eventos paranormales Jano (en realidad un forense policial ya retirado), la doctora Albreck y Rosentock, acompañados por un desbordado comisario Funes. Los resultados de las pesquisas, además de poner la piel de gallina, funcionarán como la punta de un ovillo que desenredará (aunque nunca del todo) la trama oculta de la misma realidad, nunca exenta de grietas.

            La dirección de Demián Rugna, los efectos de sonidos, la estética propuesta y las excelentes interpretaciones de todos y cada uno de los actores hacen de Aterrados un film de terror convincente y efectivo. Los saltos en el asiento son constantes, lo mismo que la rigidez propia del verdadero suspenso. Háganme caso y, en cuanto puedan, vean Aterrados. Harán del nombre de la película un estado de su propia persona.


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Título original: Aterrados
Año: 2018
Duración: 87 min.
País: Argentina
Dirección: Demián Rugna
Guion: Demián Rugna
Fotografía: Mariano Suárez
Reparto: Maxi Ghione,  Norberto Amadeo Gonzalo,  Elvira Onetto,  George Lewis, Agustín Rittano
Productora: Machaco Films / INCAA