El Tano tuvo una
infancia complicada, y no sólo por haber crecido en Florida, partido de Vicente
López, en ese microuniverso a metros de la Panamericana en su unión con la
General Paz; en esa Triple Frontera donde todo es oscuridad a base de luz
eléctrica, polución, silencio de motores a gran velocidad, accidentes y, por
supuesto, muertes; en ese rincón de Buenos Aires en el que la gente anda un poco
desorientada y sus habitantes tartamudean; en ese espacio donde los santuarios
en la vía pública reemplazan los cementerios y las ratas a las mascotas, cuando
no a los hijos… El Tano, entonces, tuvo una infancia complicada no sólo por
haber crecido ahí, sino también por sus viajes a la casa de su abuela, en Villa
Rosa, bien lejos, donde termina el tren Belgrano y donde, en medio de un campo
que es la nada misma, habitan alimañas peligrosas, espíritus recelosos y
personas enigmáticas, entre ellas su misma abuela, una curabichera con todas
las letras.
Después de perder
al último miembro de su familia, el Tano, que vive en Recoleta y tiene algo así
como una consolidada carrera de escritor, decide volver al barrio, a su casa, a
los contactos de la infancia. Su regreso no pasa desapercibido para los que
nunca se fueron, que, poco a poco y uno a uno, empiezan a aparecer, con
recuerdos del pasado y propuestas para el futuro. Lo que los personajes intuyen
y el lector va descubriendo es que la llegada del Tano al barrio cambia las
cosas, y no es sino hasta el final que se descubre la verdadera dimensión de
ese cambio.
Estamos ante una
novela compleja en su temporalidad y perturbadora en su contenido. La
convivencia de lo costumbrista con lo fantástico, junto a una construcción un
tanto inquietante de los espacios, hace de Curabichera
una experiencia tan particular como demoledora. Si bien se puede tardar un poco
en agarrarle la vuelta a la trama, cuando finalmente se logra, cuando las
piezas comienzan a encajar, ya no hay vuelta atrás. Curabichera se convierte en un viaje hipnótico, sometiendo al
lector sin ninguna piedad, empujándolo hacia un final que es caída y, además,
redención.
Por otra parte, es
interesante analizar cómo Mey utiliza la elipsis como recurso para hacer
avanzar los acontecimientos. Sin decirlo todo, dice lo suficiente, logrando ponerle
al lector la piel de gallina. Incluso, es justamente en ese no decir, en esos
huecos hechos de interrogantes, donde se encuentra gran parte del atractivo de
la historia.
No duden en leer Curabichera, editada por La Crujía. Anímense,
viajen a ese rincón de Buenos Aires, a esa Triple Frontera que une Florida,
Saavedra y Villa Martelli. Ahí, bajo la sombra de la Panamericana, los esperan
el Tano y los muchachos… Y también ellas
que, mientras tanto, se alimentan.
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Sobre el autor: Luis Mey nació en Buenos Aires en 1979. Es librero de profesión y autor de más de cuarenta novelas, entre las que se destacan aquellas que conforman la Trilogía Desgarrada editada por Factotum ediciones: Las garras del niño inútil, En verdad quiero verte, pero llevará mucho tiempo y Los abandonados. También publicó Diario de un librero (interZona), El pasado del cielo (Seix Barral), Tiene que ver con la furia (Emecé, en coautoría con Andrea Stefanoni), la novela de terror Macumba (Notanpuán), Los pájaros de la tristeza (Seix Barral) y Curabichera (La Crujía), entre otras. Es colaborador en diferentes medios gráficos y dicta talleres literarios individuales y grupales.