27 de diciembre de 2010

EN AXXÓN

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         Les cuento que en el número 213 de la revista AXXÓN salió publicado un relato mío llamado "Desde la culpa", con una ilustración de Pedro Belushi. Los invito a leer el cuento y a pegarle un vistazo a la revista, que está muy buena.

         Les paso el link: http://axxon.com.ar/rev/?p=2750

         Saludos.

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9 de diciembre de 2010

CUERNOS, de Joe Hill

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«Si vas a vivir en un infierno entonces ser uno de los diablos puede suponer una ventaja.»
Joe Hill, Cuernos.



         Después de una noche de alcohol y blasfemias, Ig se despierta por la mañana y nota que le crecieron dos cuernos en la frente. Pero ese no es el único cambió que se desarrolló en su persona. Junto con los cuernos, apareció en él una nueva naturaleza que no se limita a las dos protuberancias óseas. Las personas, en cuanto lo ven, ven en realidad al demonio que cada uno lleva en su interior (o al Demonio en sí mismo, que de alguna manera es lo mismo) y se sienten impelidas a contar sus más cuidados secretos y a confesar sus más aberrantes anhelos. Así, Ig descubre muchas cosas de sus seres queridos, como que la mayoría de ellos lo cree culpable de la violación y del asesinato de Merrin, su novia de toda la vida, de cuyo crimen, un año atrás, quedó exonerado por falta de pruebas. Ante su presencia, nadie seguirá siendo como venía siendo, nadie podrá mantener la máscara con la que se pretende engañar a los otros y a uno mismo. Y tampoco Ig será como antes, ahora que, mitad humano y mitad diablo, tiene en sus manos la posibilidad de averiguar qué le pasó a su novia y a él mismo en aquella noche en que su vida se arruinó por completo.

         Más cerca de lo maravilloso que de lo fantástico, Cuernos (Horns) es una historia que intenta poner en discusión las ideas tradicionales del bien y del mal. Según plantea la novela, todos esconderíamos el mal en nuestro interior, y mientras que algunos pueden vivir con él controlándolo de modo que no se exteriorice en obras, otros se dejan arrebatar por sus deseos y cometen atrocidades. Pero en definitiva, esencialmente hablando, no hay buenos ni malos, sino gente que hace lo que desea y la que no se anima a hacerlo. Junto con esta visión de la conducta humana, se pone también en tela de juicio las entidades de Dios y del Diablo, llegándose a argumentar a favor de la bondad de éste y en contra de la maldad de aquél. Además, la discusión llega a personificarse en el mismo Ig, que sin dejar de ser uno de los personajes «más buenos» de la historia, se convierte en un diablo.

          Otra idea que subyace al argumento y que puede ser más aterradora que la imagen del diablo y del infierno, es el hecho de que no importa cuántos sueños tengamos, cuántos planes hayamos hecho, nuestra vida se dirige irremediablemente hacia la muerte, a veces muy pronto, a veces injustamente, siempre de manera trágica.

         La novela está buena, es entretenida y ofrece un formato con idas y vueltas que no estaba presente en la historia, más lineal, de El traje del muerto. A pesar de algunas deficiencias en la prosa (tal vez atribuibles a la traducción), la historia logra volverse amena y atrapante. De cualquier manera, es una buena segunda novela, lo suficientemente diferente de la primera como para hacernos sentir que no hay una búsqueda segura del éxito. El compromiso de Hill con lo que escribe es evidente, y como no quiso hacer uso de su apellido para facilitarse el camino, podemos pensar que tampoco está dispuesto a utilizar fórmulas exitosas para mantenerse en donde quiera que esté.

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Sobre el autor: Joe Hill nació en 1972 como Joseph Hillstrom King. Es el segundo hijo de Stephen y Tabitha King. Hill decidió utilizar su nombre abreviado con el fin de no recibir ningún tipo de ventaja por ser el hijo de Stephen King y labrarse así su propio camino. Después de lograr un grado de éxito independiente, en 2007 reveló públicamente su identidad. Joe Hill es el último destinatario de las becas de la Comunidad Ray Bradbury. También ha recibido los premios William L. Crawford al mejor nuevo escritor de fantasía en 2006, A. E. Coppard Long Fiction Prize en 1999 por "Mejor que el hogar" (“Better Than Home”) y el 2006 World Fantasy Award por Mejor Novela por Compromiso Voluntario (Voluntary Committal). El primer libro de Hill, la edición limitada Colección fantasmas del siglo 20 (20th Century Ghosts), publicado en 2005, ganó el premio Bram Stoker Award para la Mejor Colección de Ficción (Best Fiction Collection), junto con el Premio Británico de Fantasía (British Fantasy Award) por la Mejor Colección (Best Collection) y por Mejor Historia Corta (Best Short Story) por "Lo Mejor del Nuevo Horror" (“Best New Horror”). Además, el 23 de septiembre de 2007, en la 31a. Conveción Fantasycon, la Sociedad Británica de Fantasía (British Fantasy Society) adjudicó a Hill el primer premio Sydney J. Bounds Best Newcomer Award.

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- Hill, Joe. Cuernos. Buenos Aires, Suma de Letras, 2010.


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  • Más sobre Joe Hill en el Lugar de lo fantástico:

    - «El traje del muerto, de Joe Hill» (aquí)


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4 de diciembre de 2010

SOBRE EL ABORTO

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         La lucha por la legalización del aborto está llegando a su fin. Estamos viviendo en Argentina momentos definitorios, en donde muchas cuestiones que no estaban resueltas se resolvieron. Me refiero al matrimonio de personas del mismo sexo y a la despenalización del consumo de drogas. Por esto mismo, y haciendo una proyección, podemos pensar que la cuestión del aborto va a ser definida en cualquier momento y que su práctica va a ser legal, higiénica y segura. Al menos para las madres.

         He hablado con varias personas que defienden el derecho a abortar y, a decir verdad, no lograron convencerme. No hay forma que me hagan pensar que algo que atenta directamente sobre la vida de un ser humano pueda ser positivo o civilizado. Por el contrario, lo único que pude ver fue egoísmo; egoísmo de un grupo de personas que valoran su estilo de vida por sobre las vidas concretas de los demás. Y lo más aberrante es que esos «demás» son sus propios hijos.

          Uno de los argumentos que esgrimían estas personas era el del «derecho a elegir sobre el propio cuerpo». En un primer momento no lo entendí y, a fuerza de ser honesto, sigo sin entenderlo. En primer lugar, no considero que la decisión de abortar sea una decisión que recaiga exclusivamente (o incluso principalmente) sobre el propio cuerpo, sino todo lo contrario. Es una decisión que se está tomando sobre otra persona, sobre el niño que, a partir de la decisión de su madre, no vivirá. Es el cuerpo del niño, en plena formación, el que va a ser atacado, destruido y descartado, no el de su madre. Lo que resulta curioso es que el derecho que están reclamando estos hombres y estas mujeres (el de poder decidir sobre el propio cuerpo) es el mismo derecho que le están negando al niño, que no puede decir: «por favor no destruyan mi cuerpo».

         Otra cosa. Leí en Internet un comentario de una mujer que daba a entender que las personas que se oponían al aborto legal eran mujeres «“bien”» (y uso doble comillas) que en realidad «sabían» a qué lugar recurrir y podían pagar una operación segura e higiénica. La maledicencia de este comentario es casi tan grande como su simplismo. Pretende hacernos creer que todas las personas están a favor de la muerte y que las diferencias y oposiciones sólo se limitan a una postura demagógica frente a las apariencias. No señora. Hay personas que se oponen a la muerte sin recurrir a ella.

         Sé también que una de las razones por la que se busca la legalización del aborto es por aquellas mujeres que fueron violadas y, en ese acto de suprema brutalidad, quedaron embarazadas. Creo que éste es un caso aparte y que se debería discutir aparte. De cualquier forma, mi postura es la misma: el niño no tiene por qué pagar con su vida por los errores (o crímenes) que cometieron sus padres. Estoy seguro de que estas personas que justifican el aborto en estos casos rechazarían, por injusta, la idea bíblica de que «los hijos pagarán por el pecado de sus padres». En este caso, la mujer víctima de la violación debería tener un apoyo psicológico constante y pormenorizado hasta y después del momento del parto, y el bebé tendría (en el caso de que la madre no esté dispuesta o preparada para cuidarlo) que ser entregado a una familia adoptiva. Conozco varias familias que quieren adoptar y no pueden hacerlo por lo complicado y burocrático del trámite.

         Y no nos engañemos, los casos de abortos por violación no representan la mayoría. Yo mismo conozco y conocí a al menos cinco mujeres que se practicaron abortos (una de ellas llegó a hacerse tres) y ninguna había sido violada. Todas habían tenido relaciones con sus novios y en un momento de estúpida calentura habían llegado a pensar que el placer de un polvo justificaba el riesgo de no cuidarse. El novio de una de estas mujeres llegó a decir que «todavía era joven y que le quedaba mucho por vivir». Lo que da lástima, y asco, es pensar que para que uno pueda vivir otro (inocente) tenga que morir. En estos casos, al egoísmo del que ya hablé se suma la irresponsabilidad: ninguna de estas personas se hizo cargo de lo que había hecho. Piensen que por el egoísmo y la irresponsabilidad de estas personas hoy en día hay al menos siete seres humanos que no existen, seres humanos que tenían el derecho a vivir, un derecho que no se puede negar sin convertirse en un asesino o una asesina.

         Por último, se me podría decir que la realidad es una (lo quiera ver o no) y que hay muchas mujeres que se someten a riesgosas operaciones en lugares insalubres. Entonces, en vez de educar a esas mujeres (y a los hombres que las acompañan) a que utilicen anticonceptivos o a que aprendan a hacerse responsables por sus acciones, se pretende darles un espacio «seguro» para que puedan eliminar lo que les molesta. Francamente no lo entiendo, y me duele ver a personas de los medios y de la cultura (que se supone que son educados e inteligentes) apoyar y sostener estas conductas.

         Cuando mi madre quedó embarazada de mí tenía un bebé de un año, ningún lugar donde vivir y acababan, junto a mi padre, de enfrentar la muerte de mi abuelo, que era un sostén para ellos, un sostén tanto psicológico como económico. Sin embargo, siguieron adelante, sin plantearse en ningún momento deshacerse de mí. Ahora, tengo una hija de casi un año y medio. Si mis padres hubiesen decidido que tenerme no era conveniente (y, considerado fríamente, no lo era), ¿sólo mi vida se hubiera perdido?

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20 de noviembre de 2010

NOSFERATU: una especie de trilogía imperdible

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         Desde excelentes producciones como Drácula de Francis Ford Coppola, pasando por films de buena calidad como Entrevista con el vampiro o Criatura de la noche, hasta llegar a otros realmente malos como Blade o Van Helsing, las películas de vampiros han dado para todo. El mito del vampiro fue maltratado, tergiversado y banalizado hasta límites insoportables. Podríamos decir que por cada película buena de vampiros hay diez malas, que sólo buscan el entretenimiento insustancial. Aunque, por fortuna, no todo es ni fue así. A continuación me gustaría comentar brevemente tres películas que retoman el mito del vampiro fijado de manera perenne por Bram Stoker y que, a su vez, funcionarían como una especie de trilogía: Nosferatu, una sinfonía del horror (1922) de F. W. Murnau, Nosferatu, vampiro de la noche (1979) de Werner Herzog y La sombra del vampiro (2000) de E. E. Merhige.
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- NOSFERATU (1922), de F. W. Murnau

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         Representante del Kammerspielfilm (el expresionismo alemán posterior al «caligarismo»), Nosferatu (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, 1922) es considerado el primer film de vampiros y uno de los primeros de terror de la historia del cine. Su director fue Friedrich Wilhelm Murnau (1888-1931), conocido también por otros clásicos como El último (llamada también La última carcajada, 1924) y Fausto (1926). Murnau quizo llevar a la pantalla la novela Drácula de Bram Stoker, pero tras no conseguir los derechos ante la viuda del escritor tuvo que cambiar los nombres y los escenarios de la historia. Así, Drácula pasó a llamarse Nosferatu, y el Conde Drácula el Conde Orlok; en lo demás, el argumento se mantuvo bastante fiel al original. Por esto la viuda de Stoker inició acciones legales y Murnau, tras perder el juicio, se vio en la obligación de destruir todas las copias de Nosferatu. No obstante, algunas copias, que ya habían sido distribuidas, pudieron salvarse y sobrevivir, ocultas en manos de particulares hasta la muerte de la viuda de Stoker (y, por consiguiente, la expiración de los derechos de autor).

         La película se destaca por estar rodada en escenarios naturales (algo inusual en el cine expresionista) y por la caracterización del Conde Orlok, magistralmente encarnado por el actor Max Schreck. De hecho, tan bien representado estuvo que se formó una leyenda en torno a Schreck, llegándose a afirmar que el actor realmente era un vampiro y que Murnau lo había contratado con la promesa de entregarle a Greta Schröder, la protagonista del film. Además, la leyenda cuenta que después de rodada Nosferatu, Schreck desapareció para siempre, lo que no es cierto, ya que se le conocen otras películas posteriores como Die Strasse (1923) de Karl Grune y se sabe que murió en 1936 como producto de un ataque al corazón.

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- NOSFERATU, EL VAMPIRO (1979), de Werner Herzog

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         Esta versión de Nosferatu, dirigida por Werner Herzog y protagonizada por Klaus Kinski, es claramente un homenaje a la película de 1922. Libres de las restricciones legales con las que tuvo que lidiar Murnau, la versión de Herzog pudo hacer uso de los nombres originales del libro de Stoker, aunque se llamó a la protagonista femenina Lucy Harker en vez de Mina Harker, mezclando los nombres de los dos personajes femeninos de Drácula. La historia es, en sí, la misma en las dos películas, aunque la estética se ve renovada por la posibilidad de utilizar colores y sonidos. Además, Herzog complejiza la personalidad del Conde al dotarlo de sentimientos y frustraciones, a la vez que consigue un final sorpresivo recurriendo al personaje de Jonathan Harker.

         Estamos, sin lugar a dudas, ante una remake cuya existencia está completamente justificada (algo inusual en las remakes). Sin dejar de ser un homenaje y una actualización, Nosferatu (1979) tiene valor por sí misma, logrando un alto nivel estético y un despliegue de recursos impensado en la década del ’20 (como la utilización de once mil ratas para la filmación de varias escenas).
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- LA SOMBRA DEL VAMPIRO, de Edmund Elias Merhige

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         La sombre del vampiro (2000) retoma la leyenda de Schreck y hace una película con ella, mostrándonos los entretelones de la filmación de Nosferatu (1922). En el film podemos ver a un Murnau (interpretado por John Malkovich) obsesionado por realizar lo que considera será la mejor película de la historia, y para eso contrata para el papel del Conde a un misterioso hombre llamado Max Schreck (Willem Dafoe), que en realidad es un vampiro que recibirá como paga a la misma protagonista. Murnau engaña así al resto de su equipo, diciéndoles que Schreck es un desconocido actor de teatro, hasta que la sed del vampiro comienza a desatarse y sus consecuencias aparecen a la vista de todos.

         La película es interesante y las actuaciones destacables (Willem Dafoe fue candidato al Oscar como mejor actor secundario). A los que les gusta la Nosferatu original, podrán ver recreadas varias escenas y tematizados muchos de los conflictos por los que tuvo que pasar Murnau para llevar a cabo su film.

(- Más de E. E. Merhige en El lugar de lo fantástico: Beggoten: la imagen como construcción significativa)
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4 de noviembre de 2010

EL JUEGO DEL MIEDO VII: un balance

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         En un post anterior (EL JUEGO DEL MIEDO VI: terror con contenido) defendí la calidad y la complejidad de esta saga. Lo que dije entonces se puede aplicar a El juego del miedo VII (Saw VII), por lo que no voy a incurrir en repeticiones tediosas e innecesarias. Lo que me gustaría hacer es un balance, con el fin de reflexionar sobre lo bueno y lo malo de esta nueva entrega que, curiosamente, se estrenó en formato 3D y es presentada como el «capítulo final» de la historia.

         Lo bueno: La calidad del argumento se mantiene. Todavía seguimos enterándonos de cosas que ocurrieron en El juego del miedo I. El símbolo de Jigsaw, el rompecabezas, se deja ver en la forma intrincada en que se presentan los acontecimientos. Nuestra mente es apelada una y otra vez y nuestra memoria puesta a prueba. El final continúa cumpliendo con las expectativas de los seguidores, reservando nuevas sorpresas. Además, los juegos siguen estremeciendo y la sangre (para los que gustan del género gore) llega hasta las butacas.

         Es indudable que estamos frente a un caso raro en la historia de Hollywood. El juego del miedo es una película (y referirme a las siete películas como si fueran una sola no es casual) que incomoda e, incluso, puede llegar a fastidiar. No basta con ir y sentarse en el cine, mirar la pantalla, gritar un poco y volver a casa. Hace falta un esfuerzo extra para reconstruir la historia y reconocer las alusiones. Incluso, recomendaría ver las seis películas anteriores antes de ver esta última. Por esto mismo, muchas personas me dijeron que no iban a ir a verla, aduciendo que le habían «perdido el rastro». Algunos se rindieron en la quinta, otros en la cuarta y otros ni siquiera llegaron a la tercera. No es fácil seguir la saga, y en un mercado saturado por lo sencillo y lo predecible, destaco y valoro que se apueste por lo intrincado, aun a costa de cierto rédito.

         Mi humilde opinión es que estamos frente a la mejor saga de la historia del cine. ¿No será mucho? Puede ser, pero que alguien me diga de una saga que lleva siete películas y que todavía tiene cosas que decir sobre su propia historia.

         Lo malo: La filosofía de Jigsaw ya no ocupa un lugar protagónico, como sí lo hizo en las primeras películas. Desde la muerte de Kramer, los juegos se fueron convirtiendo más en un instrumento de castigo que de concientización, y la venganza (completamente ausente antes) va ganando terreno. Claro, ninguno de los sucesores de Kramer le llega a los talones, por lo que esta variación en las intenciones no tiene por qué ser vista de manera negativa. De cualquier forma, se extraña la justificación pseudofilosófica que le da a la sangre un estatuto de verdad.

         La película se estrenó en formato 3D, lo que fue un gran error. Primero, se hace un uso bastante elemental de la tercera dimensión (apenas hay un puñado de escenas que la justifican, e incluso éstas no son del todo «impresionantes», que es lo que se espera), y segundo, genera expectativas innecesarias. Recuerdo que al lado mío había una pareja de jóvenes, y cuando la película terminó se fueron quejándose por las pocas escenas espectaculares. Hay dos cosas buenas en las películas de El juego del miedo: una son los juegos y la otra (y yo diría principalmente) el argumento. Cumpliendo con estos dos puntos (y todas las películas los cumplen), no hay necesidad de una tercera dimensión. En este caso, resta, no suma.

         Hay otra cosa que impugnaría: cierta forma desleal de buscar la sorpresa. Muchos de los datos que se nos dan en las últimas películas deberían haber sido expuestos en las primeras. No voy a decir exactamente cuáles, ya que no quiero arruinarle la sorpresa a nadie, pero digamos que si el príncipe azul es también el malvado ogro, y este ogro se muestra a cara descubierta ante el resto de los personajes, entonces el espectador tiene todo el derecho de ver también ese rostro. Lo que no es secreto para los personajes principales no debería ser secreto para los espectadores. Entiendo que es una saga larga y que muchos datos fueron concebidos a medida que las películas se fueron sucediendo, pero me quedo con la mente tranquila al haber hecho mi pequeña objeción (que por otra parte no afecta mi valoración de la saga).

         Balance: Si no vieron las seis anteriores véanlas y vayan a ver la VII. De lo contrario, se perderán de algo que, hoy por hoy, es tan raro como un buzón en una esquina: una película que busca originalidad y complejidad al mismo tiempo. Y si no quieren gastar mucha plata, véanla en formato común, que la tercera dimensión, al menos en este caso, no es más que un triste recurso para ganar unos pesos extra.

        Y ante la pregunta de si realmente será «el capítulo final»… Honestamente espero que sí, aunque a decir verdad no lo creo.


Ficha técnica:
Título original: Saw 3D: The Final Chapter (Saw VII)
Año: 2010
Duración: 90 min.
País: Estados Unidos
Director: Kevin Greutert
Guión: Marcus Dunstan, Patrick Melton
Reparto: Tobin Bell, Costas Mandylor, Betsy Russell, Sean Patrick Flanery, Cary Elwes
Productora: Lionsgate Films / Twisted Pictures


30 de septiembre de 2010

EL ÚLTIMO EXORCISMO: el poder de la ficción

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         Sigue en cartelera El último exorcismo (The Last Exorcism), una nueva historia sobre posesiones demoníacas y pruebas de fe. Producida por Eli Roth (director y guionista de clásicos actuales como Cabin Fever y Hostel) y dirigida por Daniel Stamm, la película repite algunas fórmulas del género nacido con El exorcista de William Peter Blatty (como la adolescente poseída) y reformula otras (no es un cura católico quien hace el exorcismo, sino Cotton Marcus, un reverendo protestante que ni siquiera cree en los demonios). Además, y en consonancia con la moda actual que busca la cercanía con lo real, el film simula ser un documental, siguiendo la línea de películas como The Blair Witch Project y The Fourth Kind.

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- La película

         El reverendo Cotton Marcus es un hombre religioso de poca o ninguna fe. Para él, la religión es un negocio y un espectáculo, con los que espera ganarse la vida. No es el típico predicador embustero que acostumbramos a ver en las películas, sino un buen hombre, un padre de familia responsable. Simplemente no cree en lo que creen sus fieles, a los que ayuda con un mensaje de fe y esperanza que en última instancia no lastima a nadie. Hasta que oye la noticia de la muerte de una nena, asfixiada durante una sesión de exorcismo. Entonces descubre que el mensaje que él mismo da, en algunos casos, puede llegar a lastimar. Por eso decide hacer un exorcismo, pero filmándolo en su totalidad, para probar lo que muchos no están dispuestos a decir: que nada de eso es real y que todo se debe a una sugestión psicológica del supuesto poseído, que lo es sólo porque cree serlo. Así conoce a Nell Sweetzer, la chica que es acosada por un espíritu maligno. La película es la filmación del exorcismo de Nell, con todas las dificultades que tendrá que atravesar el reverendo en el intento de probar su teoría.

         La película está buena. Bastante buena si se tienen en cuenta las últimas producciones sobre exorcismos. La incertidumbre se mantiene hasta el final y la eterna pelea entre la explicación racional y la creencia religiosa está bien construida en el personaje mismo del reverendo. Por otra parte, el personaje de Nell es escalofriante sin la necesidad de recurrir a lo escatológico ni a las mutilaciones sanguinolentas. Entre la sobriedad y la alusión (la filmación «casera» deja muchos espacios en blanco), la película alcanza una atmósfera macabra.

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- La «cercanía con lo real»
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         Me gustaría hablar un poco sobre esa «cercanía con lo real» que mencioné en un principio y que es tan cara a la corriente hollywoodense del momento. En mi opinión, esta idea de que «sólo lo real asusta» me tiene un poco cansado. Espero sinceramente que esta moda se termine de una vez. No creo que, para asustar, el arte tenga que engañar diciendo que su contenido es real. Por supuesto que es real. Es real porque el arte lo es, y no necesita de su confirmación en los acontecimientos para generar una respuesta en los espectadores. Es un hecho que las películas que afirmaron basarse en hechos reales, como El exorcismo de Emily Rose, fueron decepcionantes, mientras que otras, como la mítica El exorcista, siguen aterrando desde la ficción. Puede haber excepciones, y siempre las hay, pero el principal problema es el abuso. Una película basada en hechos reales es un caso interesante, dos es monótono, tres fastidioso y veinte una tomadura de pelo. Bueno, hace varios años que nos vienen tomando el pelo.

         Por fortuna, en El último exorcismo no se habla de hechos reales. El formato documental sirve para darle a la historia un dinamismo y a los personajes una intimidad que de otra forma hubiese sido más difícil de conseguir. Esto es para destacar: no es el afán de convencer al espectador el que lleva a utilizar este formato, sino que el mismo es exigido por la historia. Por eso no molesta, y por eso sirve.

         Lo que no sirve y, creo, tiene que ver con este afán por la «cercanía con lo real» es la promoción del film. A diferencia de otras películas similares, El último exorcismo hizo uso de un recurso que hasta el momento no fue inteligentemente explotado: Internet y las redes sociales. La campaña publicitaria de El último exorcismo incluyó chats sorpresa (en donde las personas, en teoría, fueron engañadas y asustadas), un perfil en Facebook y una historia en la que se cuenta que un joven argentino (supongo que cada país tendrá su víctima) está internado en el Hospital Italiano por haber visto un video publicado por Nell (que también está en la web). En parte, todo esto es gracioso, pero también permite ver hasta qué punto se banaliza la cuestión del arte (en este caso la película) y la fe religiosa. No dudo de que esta campaña dio el resultado esperado (que las personas vean la película), pero me parece que, de alguna manera, repercute negativamente. Basta ver el perfil de Nell en Facebook, en donde recibe el insulto y las bromas de otros usuarios, para que todo ese respeto que inspira la combinación de la religión y el arte (que alguna vez fueron lo mismo y que todavía se reclaman a escondidas) se pierda.

         Para que sepan de qué estoy hablando, les dejo los videos del chat:

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        Y la dirección del perfil de Facebook (el oficial, según aparece en la página de la película):

http://www.facebook.com/home.php?#!/profile.php?id=100001504623577

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Ficha técnica:
Título original: The Last Exorcism
Año: 2010
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Director: Daniel Stamm
Guión: Huck Botko y Andrew Gurland
Reparto: Patrick Fabian, Ashley Bell, Iris Bahr, Louis Herthum, Tony Bentley
Productora: Louisiana Media Productions / Strike Entertainment / StudioCanal; Productor: Eli Roth


1 de septiembre de 2010

SOBRE AUTORIDAD, LÍMITES Y DOCENCIA

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         Permítanme distanciarme por un rato del género fantástico y usar la sección de Aguafuertes para contarles sobre una discusión que se armó ayer en una clase de Didáctica general en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Básicamente, el eje de la clase era la figura del docente y su relación con los alumnos. Entre otros autores, hablábamos de Paulo Freire. A partir de la acotación de algunos compañeros (que hablaban de la idea de Freire de reconocer al otro/alumno como sujeto y de la relación dialógica en la que el docente y el alumno aprenden y enseñan por igual), pensé que sería oportuno hacer una salvedad. De esta manera, dije: «Hay que tener cuidado de no confundir la relación dialógica que plantea Freire con una igualdad entre el docente y el alumno. Uno y otro no ocupan el mismo lugar, por más que, de alguna manera, ambos aprendan y ambos enseñen. En todo caso, el alumno es libre porque el docente le da y le permite esa libertad. Olvidar esto puede llevar a perder los parámetros necesarios para que el clima de la clase sea favorable para la enseñanza y pone en jaque la autoridad del docente, que es importante para procurar el orden». La discusión no se hizo esperar, y varios compañeros salieron a discutirme. No voy a decir que yo tenía la razón en todo, porque en realidad no lo creo. Lo que me pareció aberrante fue la concepción que algunos tenían sobre el papel del docente en la clase (recordemos que todos ahí aspiran a ser docentes y algunos, de hecho, ya lo son). Un muchacho me dijo que el orden no es algo que se tiene que imponer, y que si el alumno es reconocido como sujeto (como decía Freire), entonces no es el docente el que le da la libertad, sino que el chico ya la tiene como un atributo del sujeto. Bajo esa circunstancia (y uso un ejemplo que se dio en la clase), el docente no es quien para imponerle al alumno que haga silencio ni que deje el celular. No es quien, porque el alumno es un sujeto y, como sujeto, es libre…

         Para serles honesto, me da cosa ver hacia donde va todo. La crisis de autoridad que sufrimos en la actualidad (de la que la falta de legitimidad del docente no es más que un ejemplo) es producto de la concepción misma que tenemos de la palabra «autoridad». Y cuando digo tenemos me refiero a los adultos. Los pibes no respetan porque, de alguna manera, les enseñamos que no tienen que respetar. Como dije antes, yo no creo tener la verdad, pero sí creo que Freire no quiso decir lo que decían algunos de mis compañeros. Que el otro sea un sujeto (libre) no significa que no tengamos que ponerle límites (si es lo que nos corresponde) o que pueda hacer lo que quiera. Por lo que pude ver en la clase, cuando uno dice autoridad, hay gente que se imaginan a un dictador con una regla en las manos buscando chicos para pegarles, y cuando uno dice límites se imaginan a un chico atado a una silla al mejor estilo La naranja mecánica. A ver si somos claros: no toda autoridad es autoritarismo y no todo límite es negación de libertades individuales. Es esto lo que nos está llevando a no poder controlar (control, otra palabra a la que se le tiene mucho miedo) a los chicos, y después, claro, nos quejamos. Es como crear al monstruo y después quejarse porque rompió algunas ventanas.

         Autoridad, límites, control y, por supuesto, orden. Palabras que fueron utilizadas por personas y regímenes para coartar las libertades de la población y dominar cada resquicio de ella. Esto es verdad, pero eso no cambia el hecho de que todas esas palabras, y lo que representan, son necesarias en su justa medida. Nuestra historia nos llevó a odiar estas palabras, pero el camino que estamos recorriendo no nos está conduciendo a un lugar deseable. Parece como si siempre interpretamos mal: Dios no da la libertad y el hombre se cree Dios. No sabemos discernir entre lo que nos gustaría y lo que podemos manejar. El autoritarismo es repudiable en todas sus manifestaciones, pero la autoridad es tan necesaria como la libertad. ¿Si no qué nos queda? Padres que no pueden con sus hijos, docentes que no pueden con sus alumnos, pibes que no respetan a nada ni a nadie. En fin, una forma de ver que si no asumimos lo que a cada uno nos corresponde (y al docente le corresponde enseñar, con todo lo que eso implica), entonces nos vamos al carajo.

         Quiero terminar con una frase de El grito manso de Paulo Freire, a la que algunos de mis compañeros no le prestaron atención: «Sin límites no hay libertad, como tampoco hay autoridad» (Siglo XXI, pág. 39).

         Escucho opiniones.

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31 de julio de 2010

LA CÚPULA, de Stephen King

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         Hay artistas, la mayoría, que alcanzan su mejor momento a una determinada edad y luego, si tienen la oportunidad de envejecer, comienzan a decaer. Como ejemplos podríamos mencionar a Borges (cuyas mejores obras son Ficciones y El Aleph, ambas de la década del ‘40), Cortázar (muchos dicen que su mejor libro de cuentos es Bestiario, su primer libro de cuentos), Michael Jackson (que nunca volvió a lograr un éxito como Thriller) y John Lennon (que jamás alcanzó la calidad que demostró en los Beatles), entre muchos otros. Son pocos los artistas que siguieron progresando en una ascensión constante hasta la vejez y la muerte. Muchos murieron jóvenes, y eso fue lo mejor que le pudo haber pasado a sus carreras. El caso de Stephen King es el de los pocos que lograron mejorar más allá de los años de juventud, superándose ininterrumpidamente. Tres de las mejores novelas de King son sus últimas tres novelas: La historia de Lisey, Duma Key y La cúpula. Muchos preguntarán: ¿Y qué pasa con Apocalipsis, Misery, It, Cementerio de animales o Insomnia? Yo respondería: Todas ellas son muy buenas (al menos a mí me gustaron mucho), incluso algunas fueron más exitosas que las últimas tres, pero de ninguna manera son mejores. Tal vez no sean peores, pero de seguro no son mejores. Esto significa que King no ha bajado la calidad y, en algunos casos, la ha elevado. De hecho, él mismo cuenta que intentó escribir La cúpula en 1976, pero la magnitud del proyecto lo superó y abandonó la novela con sólo setenta y cinco páginas escritas, las cuales se perdieron para siempre. Ahora, más de treinta años después, volvió a intentarlo y el resultado es más que satisfactorio, lo que prueba que estas décadas no pasaron en vano.

          La cúpula (Under the Dome) es una novela de mil ciento treinta páginas que se lee como si tuviera trescientas. La historia, a primera vista, no resalta por su complejidad: un día de otoño que nada tiene de especial, una cúpula cae sobre el pueblo de Chester’s Mill. De momento, el origen de la cúpula es desconocido y ni siquiera el gobierno de los Estados Unidos parece entender lo que está pasando. Entonces, en el pueblo (que es lo mismo que decir dentro o bajo la cúpula) los personajes intentan seguir adelante a medida que la energía (alimentada por un suministro limitado de propano) comienza a escasear, el aire a enrarecerse y las esperanzas de salir a desaparecer. La complejidad, entonces, se evidencia, y King sorprende con su capacidad, ya conocida por sus seguidores, de plantear y representar las relaciones humanas. Dentro de la cúpula, los personajes tienen que enfrentarse a un peligro más letal que la cúpula misma, y ese peligro es el otro, el prójimo. Con una calidad y una perspicacia innegable, King nos presenta a Dale Barbara, Big Jim, Julia Shumway, Rusty Everett y a más de cincuenta personajes, que a medida que avanzan las páginas se convierten en personas, que amamos, odiamos y seguimos sin descanso.

         Mirándola de cerca, la idea de la cúpula es pasible de ser vista como una alegoría. De alguna manera, todos vivimos dentro o bajo una misma cúpula, que es nuestro planeta o, si se quiere, la atmosfera. En relación al universo vivimos encerrados, y nuestro comportamiento determina la calidad de la vida en el mundo. La contaminación, los incendios intencionales y la arbitrariedad al momento de utilizar los recursos naturales dañan nuestro planeta y pueden llevarnos a un futuro sin futuro. En este sentido, podemos ver La cúpula como un experimento de King en relación con el comportamiento de las personas en una escala reducida que puede proyectarse a una escala mayor. Pero esto es sólo para los que les gusta las claves y las metáforas; para los que no, la historia es suficientemente buena como para no pensar en nada más.

         Me gustaría hablar un poco de los personajes. Hay muchos, tantos que antes de comenzar la novela hay una lista con algunos nombres y algún dato que nos permita recordar qué hacen o de qué trabajan. En un principio, la lista es útil, pero pronto comenzamos a conocerlos de tal manera que podemos recordar treinta o cuarenta nombres sin necesidad de parar la lectura para preguntarnos quiénes son o qué hacen. Y es que, como dije antes, una de las mayores habilidades de King es la de plantear relaciones humanas y la de crear personajes. En La cúpula, esta habilidad está más que aprovechada. Los personajes se ven en una situación extraordinaria que no saben cómo manejar, por lo que algunos recurren a la religión, otros al poder (si es que lo tienen) y otros a la enajenación. Y las contradicciones son constantes. Así, podemos ver a personas con buenas intenciones que entregan el pueblo a la destrucción, personas religiosas que son capaces de asesinar y después rezar por las almas de los difuntos, o incluso «buenas» personas con conductas criminales y «malas» personas con actitudes honrosas. Las vidas debajo de la cúpula son tan complejas e indefinidas como las que podemos encontrar a nuestro alrededor (o en nosotros mismos). Algunas máscaras se caen, por supuesto, lo que no hace más que contribuir a la complejidad y al deleite de los lectores.

         A pesar de una traducción apresurada y a las claras descuidada, La cúpula es un buen ejemplo de lo mejor que puede hacer Stephen King. Lo único que lamento es que, por su extensión y su elevado precio (149 pesos), muchas personas no van a arriesgarse a transitar sus páginas. Es una lástima, ya que, a pesar de ser una novela muy larga, no le sobra nada.

         Mi consejo es que lean esta novela. Si son seguidores de Stephen King (sus «Lectores Constantes» diría él) háganlo a sabiendas de que no saldrán defraudados, y si nunca leyeron nada de él, entonces háganlo con la seguridad de que descubrirán un mundo literario que los arrastrará, con placer, a más de otras cuarenta novelas que los estarán esperando. La cúpula es una excelente opción para seguir con Stephen King o, también, para comenzar con él.


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Sobre el autor: Stephen King nació en Maine (EE.UU.) en 1947. Estudió en la universidad de este Estado y después trabajó como profesor de literatura inglesa. Su primer éxito literario fue Carrie (1974), que, como muchas de sus novelas posteriores, fue adaptada al cine. Lleva escritas más de cuarenta novelas (entre las que se destacan Cementerio de animales, It, The Green Mile, Un saco de huesos y la saga La torre oscura, entre muchas otras) y doscientos relatos. En 2003 fue galardonado con el premio literario estadounidense de mayor prestigio, la medalla de The National Book Foundation for Distinguished Contribution to American Letters.
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- King, Stephen. La cúpula. Buenos Aires, Plaza & Janés, 2010.
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  • Más sobre Stephen King en El lugar de lo fantástico:



- «Trailer de La cúpula» (aquí)
- «Despues del anochecer, de Stephen King» (aquí)
- «Duma Key, de Stephen King» (aquí)
- «Trailer de Duma Key» (aquí)
- «La nueva novela de Stephen King: Under the Dome» (aquí)
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30 de julio de 2010

PORTADORES: una epidemia que da miedo

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         Dos hermanos, Danny y Brian, junto a dos muchachas, Bobby (la novia de Brian) y Kate (de quien no sabemos mucho), van por la ruta en un Mercedes robado, tomando cerveza y haciendo bromas como si no tuvieran problemas, como si el mundo fuera normal. Pero no lo es, y nos enteramos casi de inmediato. Una enfermedad (que no se especifica pero que hace pensar en una gripe mortal) asola al mundo y diezma la población. Pueblos enteros sucumben bajo esta enfermedad y el gobierno tiene que levantar los cuerpos de las calles como los basureros levantan la basura. En este mundo, Danny y Brian tienen un único objetivo: llegar a una playa en la que solían pasar sus vacaciones familiares y aislarse ahí, surfear hasta cansarse y vivir lejos de la enfermedad. Pero para lograrlo deben viajar, y en el viaje se encontrarán con muchas personas, algunas de ellas enfermas y otras desesperadas, que harían cualquier cosa para salvarse. De esto trata la película, del viaje de dos hermanos y dos muchachas hacia la seguridad que sólo puede proporcionarles una playa alejada, y de los obstáculos que encuentran en el camino.

         Con una estructura y un planteo similar al de las películas de zombies, Portadores (Carriers) logra su objetivo: mantiene en vilo al espectador y le cuenta una historia entretenida. La tensión se mantiene de principio a fin, los momentos emotivos no faltan y resulta interesante ver hasta dónde llega la voluntad de sobrevivir en el ser humano, aunque para lograrlo tuviera que realizar actos repudiables y, muchas veces, criminales. ¿Pero se puede hablar de crimen cuando sólo se trata de sobrevivir? ¿Puede haber amor cuando la persona a la que amamos trae la muerte en su organismo? Éstas y otras preguntas plantea la película, y las respuestas dependerán de quien las dé.

         El atractivo de Portadores puede deberse a que la actitud paranoica de algunos personajes ante la enfermedad es muy similar a la que muchos de nosotros adoptamos el año pasado ante la gripe A. En un mundo en donde, justificadamente o no, vimos de cerca la posibilidad de una epidemia de una gripe «nueva» que no entendíamos del todo bien, una película como ésta es algo así como una ventana que nos muestra qué podría haber pasado si las cosas se hubiesen dado de forma diferente, o, incluso, que podría pasar en el futuro si el virus de la gripe (o de cualquier otra enfermedad) muta para mal.

        No hay mucho más que decir, salvo que Portadores es una buena opción a la hora de ir al cine.


Ficha técnica:
Título original: Carriers
Año: 2009
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Director: Àlex Pastor y David Pastor
Guión: Àlex Pastor y David Pastor
Reparto: Chris Pine, Piper Perabo, Lou Taylor Pucci, Emily VanCamp
Productora: Ivy Boy Productions / This Is That Productions / Paramount Vantage / Likely Story
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20 de julio de 2010

TRAILER DE LA CÚPULA

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La semana pasada llegó a las librerías de Argentina la última novela de Stephen King, La cúpula (Under the Dome). Dado que tiene más de 1100 páginas y que cuesta la bochornosa suma de 149 pesos, supongo que tendremos que esperar un poco antes de emitir algún juicio sobre ella. Mientras tanto, y para mitigar un poco la ansiedad, les dejo el trailer del libro.
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  • Más sobre Stephen King en El lugar de lo fantástico:

- «La cúpula, de Stephen King» (aquí)
- «Después del anochecer, de Stephen King» (aquí)
- «Duma Key, de Stephen King» (

aquí)
- «Trailer de Duma Key» (
aquí)
- «La nueva novela de Stephen King: Under the Dome» (aquí)

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23 de junio de 2010

TERMINÓ LOST

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         Lost, una de las series de televisión que más dio que hablar en los últimos tiempos, llegó a su fin y produjo la aceptación y el rechazo de millones de seguidores en todo el mundo. Los artículos y los comentarios coparon los medios gráficos, televisivos e informáticos con polémicas sobre si el final estuvo o no a la altura de lo que la serie fue planteando a lo largo de sus seis temporadas. Se dijo mucho, se interpretó mucho y, fundamentalmente, se divagó mucho. Por mi parte, no voy a aventurar ninguna interpretación sesuda sobre el final (eso ya se ha hecho bastante) ni tampoco voy a revelarlo (por si alguno no lo vio todavía y quiere matar el tiempo leyendo este post), sólo voy a dar mi percepción general de la serie.

         Soy de los que opinan que hay mucha basura en la televisión y que, la mayor parte del tiempo, es más productivo hacer cualquier cosa antes que sentarse delante de la «caja boba». Ignoro cómo es en otras partes del mundo (supongo que igual), pero en Argentina la televisión está cada vez peor. Y cuando llega a un punto en donde parece que ya no puede empeorar, empeora un poco más. Y de repente, del Norte nos viene una serie que no sólo nos entretiene, sino que además nos hace pensar. Y nos hace pensar en serio, sin sentidos figurados o metáforas. Lost hizo pensar a personas que no se creían capaces de hacerlo.

         Lost no es la primera serie buena del siglo XXI ni mucho menos. He visto varias que me han gustado y que tuvieron una buena producción que las respaldó (podría nombrar a Nip-Tuck, Six Feet Under o The Sopranos, para dar algunos ejemplos), pero Lost ha sido la primera que me ha «enganchado» hasta tal punto de sacrificar horas de sueño (muchas horas de sueño) para ver «un capítulo más». Y esto no fue obra del azar ni una cuestión estrictamente personal (conocí a varias personas mucho más enganchadas que yo que, incluso, dejaron de dormir del todo por una dosis más de ficción isleña). No. Esto se debió a que el suspenso estuvo bien manejado y las historias de los personajes fueron atractivas y atrayentes. Lost nos mostró que detrás de toda persona (ya sea cirujano, rockero o delincuente) hay escondida una considerable cantidad de miseria, una parte en blanco que busca un sentido para seguir viviendo. Y es que los personajes estaban perdidos desde mucho antes de llegar a la isla, y seguirían estándolo mucho tiempo después. Además, con el hábil recurso de revelarnos primero el hecho y después la información que lo explica, nos obligaron a permanecer horas y horas delante de la pantalla del televisor y horas y horas lejos de ella simplemente esperando por los nuevos episodios.

         Con respecto al final, lo único que puedo decir es que a mí me gustó y me dejó satisfecho. Soy de las personas a las que les gusta que algunas historias cierren (al menos las que deliberadamente se abrieron en el transcurso de la trama), pero también entiendo que en una serie de seis años tampoco se puede cerrarlo todo. Hay puntos que quedaron en blanco (por nombrar dos podría señalar la importancia de Walter, que queda al final en la nada, o la verdadera historia de Libby en el psiquiátrico, a la que nunca se vuelve), pero es compresible en una serie de seis temporadas que debió durar más de lo que en un comienzo se tenía pensado. De hecho, esa intención de ser más larga se notó en varias oportunidades. Pero en conjunto, esto no le resta calidad al producto terminado. Lost es una serie muy buena, y esto es algo que sus peores detractores no pueden negar. Y el hecho de que no haya cerrado todas las historias creo que habla bien de ella. Teniendo en cuenta la naturaleza misma de la serie, me hubiese decepcionado que todo terminara de forma hermética, si se me permite el concepto. Al fin y al cabo, uno nunca llega a entenderlo todo... ni en la vida ni en el arte.
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9 de junio de 2010

PÁJAROS EN LA BOCA, de Samanta Schweblin

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  • Este artículo se publicó originalmente en la revista Sudor de tinta (N° 2).

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EL EXTRAORDINARIO MUNDO
DE SAMANTA



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1. La autora y su obra

Pájaros en la boca: la confirmación del talento


         El primer libro de Samanta Schweblin, El núcleo del disturbio (2002), puso en escena un talento innegable. Una joven de 24 años, egresada de la carrera de Imagen y Sonido de la UBA, sorprendía a todos con su libro de cuentos, el mismo que un año antes había ganado el Primer Premio en Antología de Cuentos del Fondo Nacional de las Artes y el premio nacional Haroldo Conti. Premios completamente merecidos, ya que El núcleo del disturbio pertenece a esa clase de libros que uno siempre quiere volver a leer. Ahora, más de seis años después, el talento de Samanta Schweblin se ve confirmado con su nuevo libro, Pájaros en la boca (2009). En esta compilación, quince nuevos cuentos nos permiten meternos de lleno en el universo fantástico con una frescura y una actualidad invalorables. Y una vez más, un premio, en este caso internacional, viene a confirmar el talento de esta joven narradora: Pájaros en la boca fue galardonado con el premio Casa de las Américas 2008.


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2. Los cuentos

• Un breve recorrido


         A mí entender, no hay en Pájaros en la boca un cuento mejor que otro. Por supuesto que algunos me gustaron más y otros menos, pero esa diferencia está dada sólo por el gusto y no por la calidad de los relatos: todos son perlas en un mar de perlas. Hecha esta aclaración, me gustaría hacer un breve recorrido por algunos de los cuentos que más me gustaron, para terminar con un trabajo en conjunto de dos relatos, con el fin de permitirme a mí mismo un poco más de desarrollo.

         “Irman”: Una historia oscura, que nos permite pensar que siempre, pase lo que pase, la vida debe continuar. Dos hombres viajan en auto por la ruta y deciden detenerse en un bar para saciar su sed. El bar está vacío y a atenderlos se acerca el dueño, un hombre de escasa estatura, casi un enano, aunque sin serlo en rigor. El dueño se ve preocupado, y efectivamente lo está: en el suelo de la cocina yace su esposa muerta, la única que lo ayudaba con el bar y llegaba a la puerta de las alacenas superiores. La desesperación del hombre se vuelve evidente: poco importa que su esposa esté muerta en el piso, lo que importa es que en esas circunstancias no puede atender a la clientela. Entonces les ofrece trabajo a los dos viajantes…

         “Mariposas”: Un cuento simbólico, que deja bien en claro que en muchas ocasiones las obsesiones de los padres pueden ser la ruina de sus hijos.

         “Conservas”: Tal vez el mejor (insisto, por una cuestión de gustos, nada más) cuento de la compilación. Una pareja de jóvenes se resiste a la idea de ser padre y madre, al menos todavía. Entonces, ante la realidad inobjetable de un embarazo temporalmente no deseado, se someten al tratamiento de un extraño doctor que les asegura la posibilidad de retrasarlo hasta el momento que ellos consideren oportuno.

         “Papa Noel duerme en casa”: Un estupendo relato sobre la ruina de una familia vista desde los ojos mágicamente engañados de un niño.

         “Pájaros en la boca”: Digno de dar el nombre a la compilación, este cuento es sencillamente una obra de arte. Nos muestra cómo un padre puede hacer lo que fuera por el bienestar (físico y psicológico) de su hija, incluso cuando eso signifique avalar una conducta siniestra, salvaje y antinatural.

         “La furia de las pestes”: Un censor llega a un pueblo tranquilo, donde nota que todos, hombres y animales, están sumidos en la más absoluta apatía. El peligro se presenta cuando advierte, ya demasiado tarde, que la modorra se debe a la costumbre de vivir sin comer, necesidad olvidada por los pueblerinos pero recordada cuando el censor les muestra un puñado de azúcar. Entonces, la necesidad se vuelve presente con su reconocimiento, y para saciarla vale absolutamente todo, incluso la furia y la violencia.

         “Cabezas contra el asfalto”: Cuento que podría verse como la continuación no consecutiva de “La pesada valija de Benavides”, el último relato de El núcleo del disturbio. Tanto en uno como en otro se puede ver la violencia como sustento del arte y como la medida de su reconocimiento. Un hombre que tiene el impulso de sujetar a algunas personas por el pelo (generalmente orientales) y romperles la cabeza a golpes contra el suelo, vende sus cuadros (retratos de esa conducta criminal) por millones.

         Valgan estos siete ejemplos para introducirlos un poco en ese mundo extraordinario de Samanta Schweblin. El resto de los cuentos son tan buenos como los que comenté, y no dudo que aquellos que se animen a leerlos saldrán sumamente satisfechos.


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3. Dos cuentos

• Las percepciones del tiempo: “Última vuelta” y “La medida de las cosas”


         El género fantástico nos permite jugar con las convenciones y reírnos de las leyes inmutables. El tiempo, el espacio, la gravedad, etc., todo, absolutamente todo, es pasible de ser trastocado. En estos dos cuentos de Samanta Schweblin, “Última vuelta” y “La medida de las cosas”, podemos apreciar cómo el tiempo y la linealidad de la vida se ven alterados ante la realidad de los acontecimientos. En “Última vuelta”, una niña y su hermana se divierten en una calesita montando dos caballos y fantaseando con que son indias hermosas que van a vivir en un gran castillo, hasta que la calesita se detiene y ellas se ven obligadas a abandonar sus sueños y con ellos la niñez, fuente de toda fantasía. La cuestión es que fuera de la niñez espera la vejez y la decrepitud, la soledad y la muerte próxima. En “La medida de las cosas”, Enrique Duvel, un soltero rico que vive con su madre, se acerca a la juguetería de su barrio pidiéndole a su dueño la posibilidad de quedarse allí, alegando que su madre le ha quitado el auto, lo a echado de su casa y lo ha dejado en la calle. El dueño de la juguetería (y narrador de la historia) se apiada de quien es su mejor cliente y lo deja quedarse. Entonces, Enrique comienza a hacer cambios en el local, acomodando los juguetes en nuevas y novedosas formas, llamando la atención de los clientes y multiplicando los ingresos del lugar. Por fin, el narrador nota que su ex cliente y actual empleado tiene comportamientos extraños: hay productos que no expone a la venta; habla poco y, cuando lo hace, su tono es incómodamente servicial; come sólo lo que le gusta y si no no come; cada vez se encierra más en su propio mundo, como un autista en progreso. Con el tiempo, son cada vez más los juguetes que esconde de la vista de los clientes y las ventas vuelven a bajar. Cuando el comportamiento de Enrique llega al límite de su excentricidad (se acomoda en cuclillas y pide que por favor nadie le vuelva a pegar), llega su madre autoritaria, una madre digna de Norman Bates, en su búsqueda, dando paso a una resolución inesperada y perturbadora.

         Lo que ambos cuentos plantean es la ruptura de la linealidad del tiempo en relación con los procesos orgánicos individuales y cómo eso afecta a la edad biológica de las personas. Dicho más brevemente: según lo que nos ocurra, nuestra edad cronológica puede verse alterada. Así, puede haber personas que envejezcan de golpe y prematuramente (“Última vuelta”), mientras que otras, ya adultas, pueden verse arrastradas a sus años infantiles (“La medida de las cosas”), en un viaje propio de un enfermo de Alzheimer. Sólo que en estos cuentos las regresiones o las proyecciones no son sólo mentales, sino también físicas, y esto es algo que deja pensando. Se me viene a la memoria una frase de algún libro de autoayuda: cada uno tiene la edad que cree (o quiere) tener. A partir de estos cuentos, se podría decir que cada uno tiene la edad que puede tener, según lo que le pase. La carencia de fantasías y de lazos familiares nos provocaría un envejecimiento abrupto, mientras que la permanencia en un lugar infantil y la amenaza de una madre despótica nos llevarían a un retroceso biológico que nos impediría salir de la niñez. Sería interesante echar un vistazo a nuestro alrededor y ver hasta qué punto esto puede cumplirse en la vida real (fuera del mundo extraordinario de Samanta). Y así, cuando veamos a una persona de cincuenta años que parece de treinta o a una persona de treinta que parece de cincuenta, podemos interrogarnos sobre ese “parece” y empezar a pensar si a lo mejor esas personas de cincuenta o de treinta realmente no tienen treinta o cincuenta, respectivamente.


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- Schweblin, Samanta, Pájaros en la boca, Buenos Aires, Emecé, 2009.

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Samanta Schweblin
(Buenos Aires, 1978) es egresada de la carrera de Imagen y Sonido de la UBA, donde se especializó en el área de guión cinematográfico. Su primer libro de cuentos, El núcleo del disturbio, obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Artes 2001 y el premio nacional Haroldo Conti. Muchos de sus cuentos fueron editados en revistas y antologías latinoamericanas y extranjeras, y ya han sido traducidos al inglés, al francés, al alemán, al sueco y al serbio. Pájaros en la boca, su segundo libro, obtuvo el premio Casa de las Américas.


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  • Más sobre Samanta Schweblin en El lugar de lo fantástico:
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- «El núcleo del disturbio, de Samanta Schweblin» (aquí)
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26 de abril de 2010

¡ESTÁ VIVO!: otra remake lamentable

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        Se acaba de estrenar en la Argentina la remake homónima del clásico de 1974 ¡Está vivo! (It’s Alive!). Si se considera de forma independiente, el nuevo film es malo, y si se lo compara con la versión original, es pésimo. Sigo preguntándome con qué necesidad se hacen remakes de buenas películas si no se mejora nada de ellas, y, aún peor, se echa a perder lo bueno que tienen. Dudo que Hollywood carezca de buenos guionistas o personas capaces de escribir historias originales. Lo que creo es que se apuesta a lo que ya antes ha tenido éxito para ahorrar dinero e ir a lo seguro. Se busca la fórmula del éxito arriesgando poco y ganando mucho, sin que importe la calidad de lo que se presente. ¡Está vivo! no es más que una prueba rotunda de ello.

         La historia nos muestra a una pareja de jóvenes que decide llevar a buen término un embarazo no esperado. Para ello, Lenore, la joven protagonista, deja sus estudios universitarios y se muda a la casa de Frank, su novio. Por un momento, todo parece marchar bien, pero al poco tiempo las cosas se complican: el bebé, con apenas seis meses de gestación, ha crecido mucho y demasiado rápido, y está listo para nacer. Una cesárea de urgencia permite que el niño y la madre salgan bien de la sala de parto, aunque son los únicos en hacerlo: alguien o algo ha asesinado de forma salvaje a todos los doctores y enfermeras que participaron de la intervención. Con el crimen irresuelto y sin tener a quien culpar, la policía deja que la madre y su pequeño vuelvan a su casa. Hasta aquí, del niño sólo se dice que es grande y fuerte para su edad, pero no se menciona nada que lleve a pensar en una anormalidad monstruosa. De hecho, Frank admite, frente a la cuna, que no entiende cómo algo tan bello pudo haber salido de ellos. Palabras que se ven contradichas más adelante, cuando se hace un primer plano del pequeño y se ve que es un verdadero monstruo. La causa de su mutación se remonta más allá del comienzo de la historia, cuando Lenore intentó interrumpir el embarazo incluso antes de informarle a Frank del mismo. En aquel entonces, Lenore compró por internet unas pastillas que, en teoría, deberían haberle producido un aborto, pero que no lo hacen y le dan una nueva oportunidad de tener a su hijo. Luego, por supuesto, la historia avanza, los asesinatos se multiplican y la sangre inunda la pantalla constantemente, ante la confusión de todos menos de Lenore, que desde el comienzo descubre la naturaleza de su hijo y hace todo lo posible para ocultarla.

         La película es bastante aburrida, predecible y por momentos tan inverosímil que llega a lo ridículo. Que un niño sufra mutaciones que lo lleven a poseer una fuerza inusitada y un hambre voraz es, dentro del mundo de la ficción, verosímil. Lo que no es verosímil, bajo ningún punto de vista, es que un niño de dos semanas sepa cortar la electricidad de una casa y trabar una puerta. No hay ninguna mutación que pueda justificar eso. Además, la falta de suspenso se convierte en tedio y las muertes son, una tras otra, tan predecibles como intrascendentes.

        La versión original de 1974 fue escrita, producida y dirigida por Larry Cohen, quien, incomprensiblemente, participó en la puesta en escena de esta lamentable versión dirigida por Josef Rusnak. Todo lo bueno que poseía (y aún posee, por fortuna) la primera ¡Está vivo!, la remake lo ha perdido. En primer lugar, en la versión de 1974 no hay contradicción entre lo que se dice en un momento y se muestra en otro: el niño, desde que nace, es un monstruo, y no hay secreto en eso. Asimismo, sólo la primera película tematiza la humanidad del pequeño, muy al estilo Frankenstein. Si bien es deforme y asesino, ¿es o no una persona? Este dilema se traslada al título, que utiliza el «It’s», con el que se designa a las cosas y a los animales, y no el «He’s», que denotaría a un ser humano. Como dije, estas cuestiones desaparecen en la remake, como también desaparece el trabajo con los sentimientos del padre (verdadero protagonista en la versión original y apenas un títere en la remake) y con la posición inescrupulosa de los laboratorios.

        No tengo mucho más que agregar, salvo que ya estoy cansado de las remakes. Espero que en lo sucesivo empiecen a haber nuevas y originales películas. De lo contrario, dejaré de visitar los cines y me quedaré en casa viendo los clásicos de siempre, que en algún punto, y hoy más que nunca, son los únicos que vale la pena ver.


Ficha técnica
Título original: It's Alive
Año: 2008
Duración: 80 min.
País: Estados Unidos
Director: Josef Rusnak
Guión: Larry Cohen, Paul Sopocy y James Portolese (Remake: Larry Cohen)
Reparto: Bijou Phillips, James Murray, Raphaël Coleman, Owen Teale, Ty Glaser
Productora: Alive Productions / Amicus Entertainment / Foresight Unlimited / Millennium Films
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2 de abril de 2010

REFLEXIÓN EN SEMANA SANTA

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«Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?». Lc 18, 8.
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         Recuerdo que de niño mis festividades favoritas eran la Navidad y la Pascua. La primera por los regalos y la segunda por ese algo especial que sentía a mi alrededor: las películas Jesús de Nazareth, Rey de reyes y Los diez mandamientos; las misas y el Vía Crucis; el pescado en la mesa (en casa nunca comíamos pescado, por lo que el suceso no pasaba inadvertido). Por supuesto, también estaban los días libres y los huevos de chocolate, pero no era por ellos que me gustaba la Semana Santa. Lo que más me atraía era la sensación de vivir por unos días en un mundo distinto, más renovado, puro y místico. A medida que fui creciendo, el misticismo fue perdiendo fuerza y presencia en un momento histórico en el que, cada vez más, se relega lo religioso en pos de otros intereses.

         No pretendo hacer un post religioso ni juzgar a aquellos que, como no cristianos, tienen todo el derecho del mundo a pasar sus horas como se les dé la gana. ¿Por qué, si una persona no cree en Dios, tiene que guardar el viernes o tolerar toda una programación televisiva religiosa? Recuerdo que mis padres me contaron que, cuando ellos eran niños, las radios en Semana Santa sólo pasaban música sacra. ¿Por qué una persona con creencias diferentes debe tolerar eso? Bueno, hoy por hoy no tiene que hacerlo: la televisión ofrece muchas otras opciones y las radios transmiten como en cualquier momento del año. En la calle, prácticamente nada hace pensar en una conmemoración santa: algunos negocios cerrados, chocolate por todas partes y los centros turísticos repletos son los únicos indicios de la muerte y resurrección de Jesucristo.

         No voy a decir, porque en realidad no lo creo, que antes era mejor. Obligar a las personas a celebrar algo en lo que no creen no es el camino adecuado, aunque me gustaría que el mundo creyera más, como me gustaría creer más yo también. Soy cristiano, más exactamente católico, y vivo con pesadumbre la progresiva falta de fe. No me refiero al incumplimiento de los ritos, sino a la postura de completo desinterés hacia lo divino (a veces me imagino a Jesús en el Paraíso, mirando a la humanidad y pensando que conserva más cicatrices en su cuerpo que seguidores en la Tierra). Varias veces oí la expresión «católico (o creyente) no practicante». Bueno, en estas fechas es cuando queda en claro que dicha expresión es una falsedad, una mentira que las personas se dicen a sí mismas para no admitir que dejaron de creer. Creer significa, de algún modo, asumir, y, al asumir, nuestras prácticas se ven alteradas. La fe, es verdad, no necesita de la práctica, pero necesariamente ésta se ve transformada por aquélla. El creyente que vive como si no lo fuera no es creyente. La persona que cree tal vez no vaya a misa o no siga todos y cada uno de los preceptos de la Iglesia, pero de alguna manera practica su fe. En algún punto debe hacerlo.

         Tal vez el feriado deba ser sólo para los creyentes. Así dejaría de ser una razón para tomarse vacaciones o para salir a bailar desde el miércoles hasta el domingo. No es bueno obligar a las personas a celebrar algo en lo que no creen, pero tampoco es bueno que las personas que no creen se valgan de la celebración de los creyentes para tomarse días libres. Si vamos a lo justo, lo justo es justo.

         Muchos se quejan de que los valores se están perdiendo, de que la gente es cada vez más violenta y maleducada, de que estamos cada vez peor… No sé si es cierto; pero si lo es, me preguntó cuánto tendrá que ver el abandono sistemático de las creencias religiosas. En todo caso, me imagino que mucho.

         Por último, los invito a leer (o a releer) el post «Elí, Elí, lamá sabactani», que reflexiona sobre las últimas palabras de Cristo en la cruz y que tanto tiene que ver con estos días.
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29 de marzo de 2010

MALA NOCHE

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         Le echó una mirada fugaz al reloj despertador y vio que los números rojos marcaban 03:07. Las tres de la madrugada. En tres horas más tendrían que levantarse para ir a trabajar, y apenas habían conseguido dormir algo. Dos horas, como mucho, y ni siquiera las habían dormido de corrido. A su lado, Iván se retorcía entre las colchas. Él también estaba inquieto, y no era para menos, él trabajaba dos horas más que ella. No sabía cómo iban a hacer para mantenerse lúcidos, teniendo en cuenta la mala noche que estaban pasando. En la otra habitación estaba Estrella, su hija de ocho meses. En poco más de una semana cumpliría los nueve meses, y para entonces suponía que ya tendría al aire una parte de sus dientes delanteros, eso dientes que ahora estaban pugnando por salir y la tenían a Estrella en un constante y aturdidor llanto. Ya a la noche no había querido su cena, y a eso de las doce o doce y media había comenzado a llorar. Varias veces se habían despertado para consolarla, primero ella y después Iván, pero todo había sido en vano. Al rato que se dormía se volvía a despertar, y su llanto parecía ser cada vez más fuerte. Intentaron encerrarse en su habitación, pero el sonido se colaba por debajo de la puerta. La encerraron a ella también, pero parecía que dos puertas no eran suficientes para detener su llanto estridente. Ya no sabía qué hacer, quería dormir, pero no se le ocurría cómo lograr que Estrella se calmara. Y encima, al otro día tendría que enfrentarse a su jefa en la reunión mensual de personal, que organizaba su empresa para definir cómo se encontraba el ambiente laboral y qué se podía hacer para mejorarlo (lo que dejaba en claro que, para las autoridades, nunca se encontraría lo suficientemente bien). ¿Cómo iba a hacer para hablar ante sus compañeros y sus superiores si no dormía lo suficiente? Años atrás, cuando se sentía joven y en algún punto lo era, no habría tenido problemas: más de una vez había ido a la facultad sin dormir (por haber estudiado o por haber salido con sus amigas, primero, o con Iván, después) y nunca le había ido mal. Sus apuntes siempre eran excelentes. Pero ahora no se sentía igual, y mirándolo bien, física y mentalmente tampoco estaba igual. Se sentía más cansada que nunca, y lo primero que pensaba siempre que sonaba el despertador era que tenía que haber un error, que el aparato tenía que estar roto y que en realidad tendrían que quedarle unas horas más de sueño. Pero el aparato no estaba roto y nunca disponía de más horas para dormir. Era como si nunca se hubiese podido reponer al nacimiento de Estrella. Los primeros meses después del parto ni siquiera dormía. Estrella se despertaba cada tres horas y tenía que darle la teta. Si podía dormir cuatro horas seguidas, en el momento del día que fuera, se sentía realizada. Igual, no tenía muchos problemas con su tiempo, ya que, si bien andaba cansada todo el día, no trabajaba y no tenía que preocuparse más que por alimentar a su hija. Pero ahora trabajaba, su licencia se había acabado hacía meses, y parecía sentirse tan cansada como entonces. ¿Cómo hacer?, ¿cómo hacer para que Estrella se calmara? Probaron dándole hielo para que mordiera, pero no había dado resultado. Estrella hacía muecas de asco (seguramente por el frío) y ellos tenían miedo de que se les escapara el hielo y la ahogaran. También le dieron unas gotitas de Ibuprofeno, pero eso tampoco la alivió. Seguía llorando, incluso hasta ese momento seguía llorando. Miró de vuelta el reloj y vio que eran las 03:12. El tiempo apenas transcurría y no podía pensar en otra cosa que no fuera la reunión que le esperaba a las pocas horas. Iván, por su parte, seguía dando vueltas. Eso también la incomodaba a ella, pero no quería decirle nada, bastante nervioso se lo veía. Y Estrella seguía llorando, y lloraba, y lloraba, y lloraba… Trató de cubrirse los oídos con su misma almohada, pero no dio resultado. Por supuesto que no, si dos puertas no podían detener el sonido, cómo lo haría una almohada de goma espuma. Presionó la almohada a la altura de sus oídos, esperando que sus manos contribuyeran a bloquear el llanto, pero apenas logró volverlo más sordo y gutural. Nunca pensó que un bebé pudiera llorar tanto. Cualquier adulto se habría quedado sin aire al menos una hora antes, pero Estrella parecía no tener fin. Intentó rezar, pedirle a ese Dios de la infancia (del que rara vez se acordaba) que callara a su hija, para que pudiera dormir aunque sea un poco. Pero su mente no podía aferrarse a ningún pensamiento continuo, y ya se encontraba pensando en el llanto de su hija incluso antes de haber efectuado el pedido. Y encima era lunes. Encima. No quería pensar en eso, ya que aumentaba todavía más su desesperación, pero no podía negárselo por siempre: era lunes, y si no dormía algo esa noche, no sólo estaría agotada al otro día, sino que estaría exhausta toda la semana. Tenía que hacer algo, algo, lo que sea, cualquier cosa, ¿pero qué?

         –Tengo que hacer algo, esto no da para más –dijo Iván, a su lado, y se levantó y salió de la habitación.

         Se le ocurrió decirle que tuviese cuidado, que pensara que Estrella estaba sufriendo, pero no pudo articular palabra. En realidad no quiso. Lo único que quería era dormir. Se oyó un golpe seco, como si Iván se hubiese caído en la habitación de al lado, y Estrella no lloró más. El silencio inundó la casa tan de repente que por un momento ella siguió escuchando el grito de su hija en su cabeza. Pero no era real, sino una especie de eco que se mantenía después de haberlo oído tanto. Iván volvió a entrar en la habitación y se acostó a su lado. Pensó en preguntarle qué había hecho, cómo había conseguido que Estrella se callara, incluso si se había tropezado con algo en la oscuridad, pero no lo hizo. Tenía sueño, mucho sueño, y lo único que quería era dormir un poco; de lo contrario, mañana, no podría hablar en su empresa. Además, tenía que aprovechar, ya que la casa estaba más tranquila que nunca.

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© Lucas Berruezo
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15 de marzo de 2010

DESPUÉS DEL ANOCHECER, de Stephen King

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         Después del anochecer (Just After Sunset) es el último libro de Stephen King publicado en español. A su vez, es su último libro de cuentos. Vale la pena leerlo, ya que en él se puede encontrar a un Stephen King un tanto diferente: más breve, más condensado y, en algún punto, más transparente. Su anterior libro de cuentos fue Six Stories, una compilación de cuatro relatos breves y dos novelas cortas (entre los que se destacan «Lunch at the Gotham Café» y «The Man in the Black Suite») que salió en una edición limitada en 1997 (sólo 1100 ejemplares) de la mano de Philtrum Press, su propia editorial, y que todavía no se consigue en español. Antes de Six Stories, publicó en 1993 Pesadillas y alucinaciones, recientemente reeditado por Debolsillo. Ahora, más de diez años después, tenemos la oportunidad de disfrutar de nuevos relatos cortos del escritor de terror más importante de los últimos cincuenta años (por lo menos).
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- Stephen King: un escritor de Best Sellers… diferente

         Muchos esgrimen el hecho de que King es un autor de Best Sellers para desautorizarlo y menospreciarlo. Sin embargo, basta ver su bibliografía para notar que no es un Best Seller común y corriente. La complejidad de sus historias, la creación de personajes con una importante carga psicológica y la conciencia literaria de su oficio (recordemos que escribió dos ensayos, uno sobre el género fantástico –Danse Macabre– y otro sobre el oficio del escritor y la utilización del lenguaje –Mientras escribo–, además de una infinidad de artículos y prólogos) serían aspectos suficientes para separarlo de otros escritores de grandes ventas. Pero hay un aspecto que vale la pena destacar y que interesa particularmente en este post: King es uno de los pocos escritores de Best Sellers que escriben cuentos. Él mismo lo dice, en la «Introducción» a Después del anochecer:


Muchos de los autores de best sellers de Estados Unidos no escriben relatos. Dudo que sea a causa del dinero; los escritores que han obtenido grandes beneficios económicos con sus libros no necesitan pensar en eso. Podría ser que cuando el mundo de un novelista a jornada completa se limita por debajo de, digamos, las veintisiete mil palabras, una especie de claustrofobia creativa se apodera de él. O quizá es solo que el don de la miniaturización se pierde en el camino. En la vida hay muchas cosas que son como montar en bicicleta, pero escribir relatos no es una de ellas. Uno puede olvidar cómo se hace. (p. 15)

         La conciencia sobre la dificultad de escribir relatos cortos y los deseos de superarla hacen de King un escritor que, a casi cuarenta años de la publicación de su primera novela, Carrie (1974), sigue esforzándose por superarse.
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- Los cuentos

         Después del anochecer reúne trece cuentos para todos los gustos. Hay algunos con un tinte realista («La chica del pan de jengibre» y «Un lugar muy estrecho», para mencionar dos ejemplos, aunque hay más) y otros con su inigualable toque sobrenatural («Ayana» y «N.»). En todos, King se esfuerza por conmocionar al lector, presentando en algunos relatos escenas violentas, en otros aproximaciones a la muerte, y en casi todos eso que él hace tan bien: asustar subrepticiamente con lo real y lo cotidiano de las enfermedades, en especial del cáncer. Prácticamente no hay ningún cuento en que no se mencione algún tipo de esta fatal enfermedad. De cualquier manera, y sea cual fuere los recursos que utiliza, King nos presenta trece buenas historias, que a más de uno dejará pensando en esos minutos eternos en que la luz ya se apagó y el sueño todavía no llegó para envolvernos.

         Además, el libro no termina con los cuentos, sino con unas «Notas del anochecer» en las que King dice algunas palabras sobre los cuentos en cuestión (cómo se le ocurrió la idea, en qué se basó, qué estaba haciendo en el momento de recibir la inspiración, etc.). Quien siga a Stephen King y disfrute de sus prólogos y epílogos tanto como de sus ficciones (y yo soy uno de ellos), no dejará de saborear y agradecer estas notas.


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Sobre el autor: Stephen King nació en Maine (EE.UU.) en 1947. Estudió en la universidad de este Estado y después trabajó como profesor de literatura inglesa. Su primer éxito literario fue Carrie (1974), que, como muchas de sus novelas posteriores, fue adaptada al cine. Lleva escritas más de cuarenta novelas (entre las que se destacan Cementerio de animales, It, The Green Mile, Un saco de huesos y la saga La torre oscura, entre muchas otras) y doscientos relatos. En 2003 fue galardonado con el premio literario estadounidense de mayor prestigio, la medalla de The National Book Foundation for Distinguished Contribution to American Letters.
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- King, Stephen. Después del anochecer. Buenos Aires, Plaza & Janés, 2009.
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  • Más sobre Stephen King en El lugar de lo fantástico:
- «La cúpula, de Stephen King» (aquí)
- «Trailer de La cúpula» (aquí)
- «Duma Key, de Stephen King» (aquí)
- «Trailer de Duma Key» (aquí)
- «La nueva novela de Stephen King: Under the Dome» (aquí)

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