
La historia transcurre en Inglaterra, a principios del siglo XX. Un joven emprendedor llamado Arthur Kipps, que trabaja en un estudio de abogados en Londres, tiene que viajar al pequeño pueblo de Crythin Gifford para hacerse cargo de los papeles de una clienta que acaba de morir. Cuando llega, se entera de que la anciana mujer vivía retirada en una casona rodeada por marismas, que crecen por la noche y dejan a la vivienda aislada del resto del mundo. A un costado de la casa, un cementerio abandonado y unas ruinas medievales contribuyen a crear un ambiente siniestro. No obstante, como bien se entera Arthur al llegar al pueblo, las marismas y las ruinas no son lo único que rodean a la casa y a la persona que vivía en ella, sino que también hay ciertas historias que los lugareños aluden pero que no se animan a decir. Historias de muerte y de aparecidos, historias de maldiciones y de una mujer vestida de negro. Ajeno a las habladurías de pueblerinos ignorantes, Arthur (hombre de ciudad) no tendrá problemas en instalarse en la casa para llevar a cabo su trabajo. Una vez ahí, se dará cuenta de que las supersticiones, muchas veces, tienen un anclaje innegable en la realidad…
La novela no defrauda. De lectura sencilla y rápida, nos sumerge en una atmósfera que no suele estar presente en las novelas y películas actuales, en las que lo gótico se ha transformado en un recurso para malas películas de entretenimiento (al estilo Van Helsing) o en buenos productos, pero para chicos (El cadáver de la novia de Tim Burton). Susan Hill hace un trabajo interesante, intentando recrear lo gótico en la escenificación y los temas, pero reservándose su cuota de modernidad en el ritmo de la escritura y en la forma de generar suspenso. Una buena combinación que nos deja en las manos un libro ideal para leer en una noche de tormenta.
***
