«A veces los muertos son tan codiciosos como nosotros.»
Carlos Marcos y José María Marcos, Muerde muertos (quién alimenta a quién…)
Por lo general, los libros defraudan. Admitamos eso. Aproximadamente,
de diez libros que uno lee, siete decepcionan y se encaminan al olvido, dos
gustan y permanecen por algún tiempo en nuestra memoria (con un poco de suerte,
los años pasan sin despojarnos de sus títulos) y uno (o ninguno) hace sentir
que realmente valió la pena leerlo. Ése
se queda en un lugar preferencial de nuestra biblioteca, y no por su espacio
físico (que comparte indistintamente con otros), sino por la atracción que
ejerce a nuestra mirada, siempre atenta a su lomo, con la intención (y
esperanza) de volver a sus páginas en cuanto se disponga del tiempo suficiente.
Esos son los libros-excepciones que nos hacen recordar por qué elegimos
dedicarnos a la literatura. Muerde
muertos (quién alimenta a quién…), de Carlos y José María Marcos, es uno de
esos libros.
Muerde muertos es
una novela epistolar que pone en escena el intercambio de Blaise Orbañeja, un
bibliotecario retirado que vive en Buenos Aires, y Jesús Figueras Yrigoyen, un
periodista argentino que vive su retiro en Salamanca. Orbañeja contacta a
Figueras Yrigoyen con el fin de pedirle un favor: necesita que encuentre un
libro que, supuestamente, está en Salamanca. El favor no es gratuito, Orbañeja
promete revelarle a Figueras Yrigoyen dónde está el cuerpo de su hermano
Ignacio, muerto en circunstancias misteriosas. De esta manera, los dos aúnan
fuerzas (Orbañeja contribuye con sus recuerdos y Figueras Yrigoyen con la
investigación) para hallar el Tratado
teórico del oficio de muerde muertos, un libro publicado en 1649 por el
Conde de Orbañeja del Castillo (un antepasado del bibliotecario) y que contiene
todo lo referente a los muerde muertos. De ellos dice Orbañeja:
«Hasta
principios de 1800 los muerde muertos eran contratados por los allegados al occiso
para comprobar médicamente su muerte. A cambio de unas monedas el muerde
muertos hincaba su dentadura en el dedo gordo del pie del fallecido y
dictaminaba su suerte, alejando los temores de la epilepsia y la catalepsia muy
de moda en esas épocas. Se rumoreaba que algunos muerde muertos, de acuerdo con
el monto y las intenciones de los familiares, conseguían otros efectos. Ya
salvaban o condenaban las almas, ya mataban al sujeto para toda la eternidad,
ya fabricaban zombis esclavos, o devolvían la vida.» (p. 11)
Esto será lo primero que se sepa de los muerdes muertos, pero
no será lo único. A medida que la historia avance y las cartas se sucedan, la
búsqueda se irá complicando y la realidad misma, o al menos lo que nosotros entendemos
por «realidad», se verá afectada. No diré más para no arruinarle al lector la
posibilidad de disfrutar de este libro.
El hecho de que se trate de una novela epistolar no es
inocente. Por un lado remite a lo más clásico del género (Drácula), mientras que por otro plantea una inadecuación a los
tiempos que corren, devolviendo un poco de magia a una época en la que el uso
del papel es anacrónico y, por qué no, culposo. Aquí reside, en parte, lo
satisfactorio de esta novela: los amantes de los libros se introducirán en un
mundo en el que lo importante es, justamente, un libro, por el que las personas
darán su vida. Hasta la escritura de Orbañeja y Figueras Yrigoyen, plagada de
metáforas y de una precisión poética exquisita, da cuenta de ese desajuste respecto
de un mundo que se mide por caracteres.
En Muerde muertos,
entonces, lo importante es un libro. Y al momento de recomendar, lo importante
es Muerde muertos. Estamos frente a
una novela que le hacía falta a la literatura argentina, desbordada por un
realismo de carácter social y empalagada con un fantástico limpio de sangre que
apenas sobrevivió al siglo XX y subsiste en el XXI arrastrándose en la pluma de
algunos pocos escritores.
Muerde muertos es
una novela de terror sobrenatural que marca una excepción y, como tal, vale la
pena prestarle atención.
- Marcos, Carlos y
Marcos, José María, Muerde muertos (quién
alimenta a quién…), Buenos Aires, Muerde Muertos, 2012.
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