Supo lo que era el amor cuando la
vio sonreírle. Al otro, no a él. Supo, además, que el amor correspondido era
siempre incierto, engañoso. ¿Cómo saber si realmente se amaba cuando
constantemente se era interrumpido por la presencia de quien decía amarnos? No,
sólo el abandonado sabía que amaba, porque amar era dejar ir a la persona amada
aunque se llevara nuestro corazón con ella. Amar era quedarse sin corazón. Amar era
convertirse en mártir.
Así, sin corazón, pero con la
certeza de saber que amaba, tomó el camino opuesto, volviendo la cabeza cada
tanto, mirándola a ella, mirándolo a él (al otro), tan alegres y tan
equivocados. Ninguno de los dos podría saber nunca lo que era el amor.