Hoy les traigo una verdadera joya: Los
demonios de Loudun, ensayo de 1952 del escritor británico Aldous Huxley (1894-1963),
más conocido por su novela distópica Un
mundo feliz (1932).
En este ensayo, Huxley expone y analiza el extraño caso de las posesiones
demoníacas sufridas por un grupo de monjas ursulinas en la ciudad francesa de
Loudun, en 1634, y que, por declaración de ellas mismas, tuvieron al cura Urbain
Grandier por instigador y responsable. A partir de la construcción de tres
biografías, la de Grandier, la de la hermana Jeanne des Anges (priora del
convento en que se dieron las posesiones y posesa ella misma) y la del sacerdote
jesuita Jean-Joseph Surin (que va a Loudun después de la ejecución de Grandier
y se convierte en el confesor y director espiritual de la hermana Jeanne), se
podrá acceder a los entretelones de este extraño suceso y, de esta manera, se alcanzará
una interpretación más humana (y, por esto mismo, menos supersticiosa) de lo
ocurrido. En su exposición de los hechos, y a través de una diversa
bibliografía como base, Huxley demuestra que, detrás de los cargos sobrenaturales
contra Grandier, pesaban rencores e intereses mucho más terrenales: el padre de
una joven embarazada y despreciada, religiosos antiguamente menospreciados y
personas tanto celosas como seducidas por los atributos de Grandier
confabularon para determinar su fin en las llamas. Huxley revela cómo, para
declarar culpable a Grandier, se ignoraron no sólo las leyes de la época, sino
también el conocimiento teológico y las voces más autorizadas en materia demonológica:
“Desgraciadamente para Grandier y para los que estaban de su parte, en esta
ocasión no se respetaron las reglas del juego” (p. 217).
Por otra parte, y acá tal vez se encuentre lo más interesante del ensayo, Los demonios de Loudun no es sólo la reconstrucción
de un caso específico de posesión demoníaca, es además un estudio del espíritu
de una época (el siglo XVII), en el que no se dejan afuera cuestiones como las
ejecuciones públicas, la medicina, las costumbres, la alimentación, etc. Y
tampoco es sólo un estudio del
espíritu de una época específica, es a su vez la exploración del alma humana
más allá de todo momento histórico, llegando hasta la indagación de nuestro presente
o, más exactamente, del presente de la escritura, el siglo XX. No faltarán las
comparaciones de las persecuciones religiosas con las persecuciones políticas
que tanto caracterizaron (y dañaron) el siglo del autor. Además, se verá cómo
el fanatismo religioso dio paso a un nuevo tipo de fanatismo, incluso más cruel
y violento, el fanatismo político, que ya no tiene a Dios en su mira, sino al
líder demagógico y al Partido. Debido a esto, no es inusual tener la sensación
de que Huxley se “distrae” constantemente del hilo de los acontecimientos,
aunque esa distracción sea realmente el camino.
De lo dicho en los párrafos anteriores, se desprende un aspecto interesante
de Los demonios de Loudun: la figura
del narrador. Dado que se trata de un ensayo, el narrador claramente se
identifica con la persona de Huxley, pero esto no es todo. En realidad, el
narrador pasa de la rigurosidad de las fuentes (“Desgraciadamente los
documentos no traen ninguna información al respecto”, p. 126) a relatar hechos
que nadie, salvo los protagonistas, pudieron conocer (como lo que le pasó por
la cabeza a Grandier momentos antes de su ejecución). Asimismo, pegará
constantes saltos espaciales y temporales, alumbrando los acontecimientos del
siglo XVII con la luz de los siglos posteriores (mencionando a personas como Hitler,
Mallarmé o el mismo Orwell y su novela 1984)
o con sistemas de pensamiento o creencias que los protagonistas ignoraron, como
el budismo Zen.
De esta manera, el verdadero propósito del autor es partir de un hecho
concreto del siglo XVII (las posesiones de Loudun) para indagar en torno a la
naturaleza humana (de alguna manera intemporal):
El
encanto de la historia y de sus enigmáticas lecciones estriba en el hecho de
que nada cambia de una época a la otra y sin embargo todo es completamente distinto.
(…) Mas por grandes que sean las diferencias, por importantes que sean en la
esfera del pensamiento y de las técnicas, en la organización social y en la
conducta, esas diferencias entre el antes y el ahora son siempre periféricas.
En el fondo persiste una identidad fundamental. En tanto que las criaturas
humanas son espíritus encarnados, seres sujetos a la decadencia física y a la
muerte, capaces de sentir dolor y placer, de alimentar anhelos vehementes y
repugnancias, en tanto oscilan entre el deseo de autoafirmación y el deseo de
autotrascendencia, se enfrentan en todos los tiempos y en todos los países con
los mismos problemas, hacen frente a las mismas tentaciones y el orden de las
cosas les permite realizar siempre la misma elección entre la luz y las tinieblas.
La estructura superficial podrá cambiar, mas la sustancia y su significancia
son invariables. (pp. 304 - 305)
Esta extensa cita nos permite ver
que el verdadero objeto de análisis es, entonces, el ser humano y su deseo de
autotrascendencia, deseo del que abusan y se aprovechan los grandes líderes
políticos del siglo XX. Esto explica la parte final del ensayo, el “Apéndice”,
verdadera obra de arte, donde Huxley en pocas páginas profundiza en ese deseo
de autotrascendencia del ser humano y en cómo, en el presente, y ya con la
religión dejada mayormente de lado, se recurre para alcanzarla a las drogas, el
alcohol, el sexo y, lo más peligroso de todo, la intoxicación que da la
inclusión en las masas.
Sin lugar a dudas, les recomiendo la
lectura de Los demonios de Loudun, un
excelente ensayo que nos permitirá no sólo conocer un evento interesante de la
historia, sino que también nos mostrará (nos guste o no) las claves para
entender el presente y nos revelará aquellas cuestiones existenciales e
intemporales que nos constituyen como seres humanos.
- Huxley, Aldous. Los
demonios de Loudun. Buenos Aires, Sudamericana, 1975.
(Todas las citas se realizaron según esta edición).
No hay comentarios:
Publicar un comentario