Cada vez son más las personas que me dicen que, cuando un libro se les vuelve tedioso, lo abandonan. Como defensa no dudan en citar a Borges y a su rechazo del imperativo en relación con la lectura. Por mi parte, me pregunto qué pasa y qué va a pasar con esas joyas de la literatura que no nos ahorran sus momentos de tedio. ¿Qué va a pasar con los extensos parlamentos del Quijote, con los planteamientos históricos de las novelas de Eco, con las descripciones interminables del realismo decimonónico o con las extensas oraciones de Mujica Lainez? ¿Cómo atravesar, con Gabo, tantos años de soledad o cómo jugar, con Julio, a la rayuela en páginas desordenadas? ¿Alguien conocerá, en los tiempos vertiginosos que vienen, el triste destino de Sabato, que terminó convertido en murciélago? ¿Alguien culminará el viaje de Dante o, en cambio, lo abandonarán junto a Virgilio en el Infierno, sin permitirle acceder a su amada Beatriz, que lo seguirá esperando inútilmente en el Paraíso?
¿Es, en definitiva, esa velocidad ansiosa que caracteriza a nuestro siglo la que va a terminar por confinar a gran parte de la literatura?
Imagen: "Vanitas" de Hans Holbein (el Joven), 1543.
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