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7 de octubre de 2009

MUY BREVE INTRODUCCIÓN A LA LITERATURA FANTÁSTICA

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(Lo que sigue es el prólogo que escribí para la antología de cuentos fantásticos y de horror Mundos en tinieblas 2008, editada por Ediciones Galmort.)


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PRÓLOGO

          Tenemos ante nosotros una nueva selección de cuentos fantásticos y de terror, presentada por Ediciones Galmort. Antes de adentrarnos en los cuentos que conforman esta antología, es pertinente hablar un poco sobre el género en cuestión.



¿QUÉ ES LO FANTÁSTICO?

          Si bien la literatura fantástica nace como género a fines del siglo XVIII (con El castillo de Otranto de Horace Walpole y la novela gótica subsiguiente) y se consolida en el transcurso del siglo XIX al XX, podemos decir que siempre hubo historias que, de una u otra forma, se relacionaron con el género. Esto se debe a que el fantástico pone en escena aquellas cuestiones que socavan una de las emociones más primitivas (si no la más primitiva) del ser humano: el miedo. En efecto, si bien no toda la literatura fantástica es de terror (ni toda la literatura de terror es fantástica), muchas veces ambas confluyen en el relato. Historias de fantasmas, de demonios o incluso aquellas leyendas de seres sobrenaturales como “el chupacabras” o “la luz mala” pueden verse como antecesoras al género.

         Ahora bien, podríamos definir a la literatura fantástica como aquella que pone en escena y problematiza la relación de lo natural con lo que no lo es. Para decirlo brevemente: lo fantástico sería la inclusión de un elemento sobrenatural en un mundo regido por leyes naturales. De esta manera, en un mundo cotidiano, nuestro, gobernado por leyes conocidas que se consideran inmutables, irrumpe algo (un suceso, un objeto, un ser) que pone en jaque a dichas leyes y a su imperturbabilidad. Por esto mismo, las obras que pertenecen a este género (sean cuentos, novelas o, incluso, películas) generan en el lector una conmoción, una sensación de indefensión y de incomodidad que, según el caso, puede llegar a experimentarse como perturbación o como miedo. Por esto mismo, muchos autores que reflexionaron sobre el tema han privilegiado el “efecto” construido en los textos como aquello que define a lo fantástico, ya se trate del simple miedo ante lo desconocido (H. P. Lovecraft[1]) o de la vacilación entre darle a lo sobrenatural una explicación racional o dejar que permanezca en lo racionalmente inexplicable (Tzvetan Todorov[2]). Sea que consideremos o no al “efecto” como el elemento definitorio de lo fantástico, una cosa es segura: las mejores historias fantásticas son aquellas que lo provocan.



LA IMPORTANCIA DE LO FANTÁSTICO

         Distintos autores han vaticinado la muerte del género fantástico. El ya mencionado Tzvetan Todorov aseguraba que el género había muerto en el siglo XIX con Mauppassant, y que lo que se vio después, desde Kafka en adelante, no es sino un nuevo género fantástico. Por su parte, Lois Vax afirmaba (allá por los sesenta) que lo fantástico se encontraba en un momento crucial: debía cambiar para no perecer y ser reemplazado por otro género que iba cobrando fuerza, el de la ciencia ficción[3]. Como podemos corroborar desde el siglo XXI, ninguna de estas oscuras proyecciones se han cumplido: las historias fantásticas y de terror continúan con la misma fuerza y el mismo ímpetu que hace cincuenta, cien o doscientos años. Por más que la ciencia avance, que los espacios de lo desconocido se vayan restringiendo paulatina e inexorablemente, o que la irreligiosidad haga que las personas piensen cada vez menos en lo sobrenatural, siempre van a quedar lagunas por cubrir, espacios en blanco (o en negro) por explicar y elementos extraños por temer. Además, como si todo esto fuera poco, nos quedará la muerte, esa seguridad de que tarde o temprano moriremos (nosotros o nuestros seres queridos), esa imposibilidad de saber a ciencia cierta qué hay del otro lado. De esta manera, podemos decir que mientras exista la muerte, existirá el género fantástico, que es una forma de abordarla y de hacer más llevadera nuestra existencia. Como escribió alguna vez Stephen King: “Y el gran atractivo de la ficción de horror, a través de los tiempos, consiste en que sirve de ensayo para nuestras propias muertes”.[4]

         El género fantástico, entonces, no va a morir, y el desarrollo que ha tenido en el cine da pruebas de ello. La supervivencia del género no sólo está garantizada por la eterna presencia de elementos desconocidos y temibles, sino también por la función que cumple o puede cumplir entre nosotros. A su modo, y muchas veces en contra de la propia voluntad de los autores, el género fantástico ha permitido que vieran la luz cuestiones que de otra forma, por tratarse de temas tabú, no hubiesen podido publicarse. Así, podemos nombrar como ejemplo el mito del erotismo que encarna el tema del vampirismo, que nace en la Inglaterra victoriana y es consecuencia de la fuerte represión que se vivía en aquel entonces.

         La ficción fantástica permite que vean la luz aquellas cuestiones que de forma explícita no podrían tratarse. Por esto, podemos ver lo fantástico como un género subversivo[5], que mina lo real y nos permite pensar en otra/s realidad/es, que nos da la oportunidad de dudar de la rigurosidad científica y de sus postulados, que nos enseña que nada es tan frágil como lo que se considera inmutable. Lo fantástico, pues, nos permitiría pensar diferente, aunque ese pensamiento se limite al espacio del texto y de la lectura y muy rara vez tenga un correlato efectivo en la vida fuera de ellos.



UNA ANTOLOGÍA DE CUENTOS

         Como dijimos, el género fantástico es un género de efecto. Ya sea que afirmemos que dicho efecto sea la vacilación, el horror o simplemente la sorpresa, la cuestión es que el texto fantástico debe producir algo incómodo, siniestro, en el lector. Por esto mismo, el formato que mejor se adapta a las exigencias del género es el cuento. El cuento, debido a la economía de recursos y a la dirección de la acción hacia un fin inminente, está organizado justamente para producir una conmoción en el lector de la que éste no puede protegerse. La novela, por otra parte, al tener que desarrollar una historia más o menos extensa (con momentos álgidos y tibios), le da al lector las herramientas necesarias para que pueda ir asimilando lo sobrenatural con el único fin de avanzar en la historia. Así, para explicarlo de forma gráfica, el lector de cuentos se vería bruscamente arrebatado de su concepción cotidiana de las cosas, como si alguien (el autor) lo metiera en una gran bolsa, lo golpeara hasta dejarlo dolorido y después lo devolviera al mundo real. Por el contrario, ante una novela, el lector va asimilando los datos de a poco, contando con el tiempo y los altibajos que el autor mismo está obligado a otorgarle.

         El cuento, entonces, es el formato perfecto para lo fantástico. Por esto mismo, los grandes exponentes del género fueron, ante todo, grandes cuentistas: Ernest Theodor Amadeus Hoffmann, Edgard Allan Poe, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, etc. También por esto, las antologías son amigas del género, aunque por lo general respetan una única tendencia: la de incluir a las grandes glorias del pasado. Basta abrir cualquier antología para ver, aparte de los recién nombrados, a escritores canónicos como Ambrose Bierce, Guy de Maupassant, Robert Louis Stevenson, Bram Stoker o Howard Phillips Lovecraft. La producción actual parecería estar enterrada más profundamente que los muertos que reviven en las historias de los autores mencionados. Y teniendo en cuenta que los miedos y las formas de representarlos cambian con el correr de las generaciones, es una lástima que no dispongamos de antologías que nos muestren nuestras propias pesadillas.

         Pero por suerte, de vez en cuando aparece una editorial que se interesa al respecto y saca a la luz una antología de autores contemporáneos. Y este es el caso de la selección que estamos presentando, que nació del certamen Mundos en tinieblas 2008 y que ahora ve la luz en forma de libro. No queda más que agradecerle a Ediciones Galmort por la posibilidad de experimentar nuevas pesadillas, todas ellas actuales, todas ellas nuestras.

         Y ahora, sin más preámbulos, a leer los cuentos.


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Lucas I. Berruezo
Buenos Aires
Febrero de 2009


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[1] “Los genuinos cuentos fantásticos incluyen algo más que un misterioso asesinato, unos huesos ensangrentados o unos espectros agitando sus cadenas según las viejas normas. Debe respirarse en ellos una definida atmósfera de ansiedad e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá” (Lovecraft, Howard Phillips, El horror sobrenatural en la literatura, Buenos Aires: Leviatán, 1998).

[2] “Dimos, en primer lugar, una definición del género: lo fantástico se basa esencialmente en una vacilación del lector –de un lector que se identifica con el personaje principal– referida a la naturaleza de un acontecimiento extraño. Esta vacilación puede resolverse ya sea admitiendo que el acontecimiento pertenece a la realidad, ya sea decidiendo que éste es producto de la imaginación o el resultado de una ilusión; en otras palabras, se puede decidir que el acontecimiento es o no es” (Todorov, Tzvetan, Introducción a la literatura fantástica, México D. F.: Ediciones Coyoacán, 2003). No obstante, para Todorov, el género fantástico puro será aquél que no resuelve la vacilación, sino que la mantiene hasta el final de la historia (su ejemplo de fantástico puro es Otra vuelta de tuerca de Henry James).

[3]“En nuestros días parece retroceder, sobre todo en los países anglosajones, ante la literatura de imaginación científica: es posible ver en la ciencia ficción la muerte o la resurrección del cuento fantástico” (Vax, Louis, Arte y literatura fantásticas, Buenos Aires: Eudeba, 1965).

[4] King, Stephen, “Introducción”, en El umbral de la noche, Barcelona: Plaza & Janés, 1985.

[5] Esta idea fue tomada de Rosemary Jackson: “El fantástico moderno, la forma que adopta el fantasy literario dentro de la cultura secular producida por el capitalismo, es una literatura subversiva”. (Jackson, Rosemary, Fantasy: literatura y subversión, Buenos Aires: Catálogos, 1986).



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- AA.VV. Mundos en tinieblas. Buenos Aires, Ediciones Galmort, 2009, pp. 5-8.

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