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31 de diciembre de 2009

SUJETO A LEYES (¡Por favor no leer!)

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         Escribo estas líneas porque tengo la necesidad de contar lo que estoy a punto de contar. Pido disculpas por anticipado si este escrito no cumple con un mínimo de calidad, pero la verdad es que la escritura no es lo mío. Soy pintor. Me encantaría poder comunicar esto con una pintura, pero es imposible, al menos para mí. Necesito que me entiendan, y para que me entiendan tengo que contar. No sé muy bien cómo hacerlo, pero supongo que lo iré descubriendo a medida que vaya escribiendo.

          Por lo pronto, mi nombre no viene al caso. Lo único que importa es el descubrimiento que hice y que ahora voy a compartir. Antes de pasar a explicar en qué consistió este descubrimiento, quiero dejar en claro que ya lo comprobé. De no haberlo hecho, me hubiese convencido de que todo fue producto de mi (alterada) imaginación y hubiera, de seguro, buscado ayuda profesional. No niego que necesite esa ayuda, pero no por mi descubrimiento, al menos. Como dije, mi descubrimiento ya está comprobado, y aunque les ponga los pelos de punta, aunque les cueste creerlo, tienen que saber que es verdad.

         En fin, primero diré en qué consiste y después explicaré cómo me topé con él. Mi descubrimiento es fácil de exponer: el mundo está regido por leyes. Hasta aquí, cualquiera podría decirme «¡Chocolate por la noticia!», pero la verdad es que estas leyes que menciono son bastante más numerosas y diversas de lo que se puede llegar a creer. No soy un conocedor del tema, pero sí sabía que el hombre ya había descubierto algunas leyes. Está la ley de gravedad, la ley de la termodinámica, la ley de atracción y unas cuantas leyes más que, por no saber mucho al respecto, se me pasan por alto. Ahora bien, todas estas leyes, como bien supieron definir los científicos, son universales; pero, a diferencia de lo que se suele creer, no son eternas. Es decir, rigen el mundo ahora, hoy por hoy, pero no lo han hecho siempre y tal vez no lo hagan por mucho tiempo más. De seguro un día, cuando menos lo esperemos, dejaremos caer una manzana y ésta se estrellará de lleno contra el techo. Sí, puede ser. Sólo hace falta que una nueva ley irrumpa en el mundo y anule la ley de gravedad, eso es todo. Y eso puede pasar en cualquier momento. Tal vez esté pasando ahora.

         La cuestión es que las leyes no existen desde siempre. Nacen como consecuencia de la aparición de un nuevo objeto en el mundo (cualquiera, desde la construcción de una bicicleta a la fabricación de un tornillo, desde la edificación de una casa a la generación de un nuevo vacío dejado por la tala de un árbol). Así nacen, nacieron y nacerán todas las leyes que gobiernan, gobernaron y gobernarán el mundo. Se podría preguntar entonces: dado que en el mundo constantemente se están produciendo nuevos objetos, ¿entonces eso significa que constantemente se están generando nuevas leyes? La respuesta es sí, sólo que la mayoría de esas leyes, si bien universales (es decir que si se cumple con sus premisas funcionarán en cualquier parte), son demasiado específicas como para que el ser humano las descubra, salvo en el caso de una casualidad, como fue mi caso y como es el caso de la mayoría de los descubrimientos. Así, la humanidad desconoce el 99,9% de las leyes universales, y supongo que está bien que así sea. De lo contrario, las consecuencias (dada la maldad de la gente) serían devastadoras. Es una suerte que haya sido yo el que descubrió esta forma de funcionar del mundo. Digo suerte como antes dije casualidad, a falta de otras palabras. Ambas, en rigor, son igualmente falsas.

         Antes de contar cómo fue que descubrí esto, quisiera compartir con ustedes algunas de las leyes que aprendí y que el resto de las personas desconocen. Por ejemplo, si se introduce un cuchillo de mango de madera con una cruz de metal en él en un tomacorriente una noche sin luna, no pasa nada; si se le corta una pata a un gato gris de ojos verdes una tarde de otoño de un día par de un mes impar de un año terminado en 8, al gato le volverá a crecer la pata; si alguien se deja caer de la terraza de un edificio de siete pisos, donde abajo haya un taxi estacionado esperando a un pasajero de sexo femenino al que le duela la muela, esa persona podrá planear hasta descender sana y salva sobre el pavimento; o si alguien que tiene cáncer de hígado introduce su mano derecha en medio de llamas por cinco segundos una tarde en que se casan por iglesia dos jóvenes infieles (ambos infieles), ese alguien se quemará, pero se habrá curado de su enfermedad. Éstas son algunas de las leyes que conocí a partir de mi descubrimiento, y llegó el momento de contar cómo fue que sucedió.

         Antes hablé de suerte y casualidad porque no sabía cómo explicarlo. En realidad, todo se debió a que sufro de lo que comúnmente se denomina TOC: Trastorno Obsesivo Compulsivo. Nunca fui a un doctor para que me lo diagnosticara, pero no necesito hacerlo para saber que lo padezco. Hago cosas que se corresponden con esa patología, como salir de mi casa, cerrar la puerta, irme y después volver (una, dos, hasta tres veces) para ver si la puerta está cerrada. Una de estas obsesiones-compulsiones fue la que me llevó a conocer a los (y uso esta palabra a falta de otra) duendes, que me dijeron cómo funcionaba el mundo.

         Recuerdo que me acosté temprano, a eso de las once de la noche, porque al otro día tenía que trabajar. A los pocos segundos me levanté de la cama y me dirigí a la cocina para ver si había dejado alguna hornalla encendida. Al ver que no, volví a la cama. A los pocos segundos volví a levantarme para ver si había dejado el gas abierto (no fuera que hubiera una fuga). Al ver que la llave de gas estaba cerrada volví a la cama. Dos veces más me levanté para ir a la cocina, la primera para corroborar que el termotanque no se hubiese apagado (me había pasado una vez) y la otra para cerciorarme de que la puerta de la heladera estuviese cerrada (nunca se sabe). Fue en esta cuarta visita en que vi a los duendes. Mi primera reacción fue sobresaltarme, pensando en que habían entrado ladrones a mi casa, pero enseguida noté que esos dos sujetos (para llamarlos de alguna manera) no eran humanos. Eran muy pequeños para serlo, con las manos y los pies muy grandes, y además eran muy peludos y vestían de una forma muy irregular, con una especie de malla enteriza que dejaba a la vista partes poco convencionales del cuerpo.

         «No te asustes», me dijo uno. También me dijeron sus nombres, pero a fuerza de ser honesto no los entendí bien; eran sonidos raros que no podría recordar y mucho menos escribir. Ellos me dijeron que yo, sin saberlo, había cumplido la ley para verlos (que no sólo se limitaba a un ir y venir de la habitación a la cocina, sino que también se debía cumplir con una serie de actos que yo había llevado a cabo sin darme cuenta y que no develaré aquí para no poner en peligro la existencia del mundo). Sin saberlo, había cumplido la ley que me permitiría conocer las leyes que mueven y mantienen al mundo. Estos duendes me dijeron que su raza convive en paz con la nuestra, aunque no podamos verlos. Fueron ellos los que me mostraron todas las leyes que expuse más arriba, y muchas más, que no pondré aquí por ser fiel a la convicción que vengo repitiendo. ¿Qué pasaría si alguien que no tiene buenas intenciones se enterara de que haciendo esto o aquello podría hacer que el mundo simplemente explote? Chernobil fue la consecuencia de que en una parte del mundo, alguien, sin saberlo, hizo lo que no tendría que haber hecho.

        Los duendes, entonces, me dijeron lo que aquí acabo de contar. Cada nuevo objeto produce leyes que pueden o no estar relacionadas con ese objeto[*]. Me pregunto qué ley o leyes producirá este escrito. Por un lado me da cierta emoción, pero por otro me da bastante miedo. Tal vez vaya al encuentro de los duendes y les pregunte.

         Y esto era lo que quería contarles. Se trata de algo tan curioso e impresionante que no podía guardármelo para mí. Elegí la escritura porque era lo único que me permitía, al mismo tiempo, contar, explicar y ordenar las ideas. Resta únicamente decirles cómo fue que comprobé lo que me dijeron los duendes. Básicamente, probé con una de las tantas leyes que me compartieron. En ella se decía que si un hombre sumergía la cabeza en una bañadera con agua fría, sosteniendo en su mano derecha un crucifijo de madera con la imagen de metal de Cristo crucificado y en su mano izquierda un par de anteojos de sol, entonces ese hombre iba a poder respirar por su boca durante tres aspiraciones debajo del agua. Aunque nadie lo crea, yo hice todo eso y pude respirar esas tres veces. Fue una sensación rara; absorbía agua por la boca e inmediatamente podía sentir cómo salía por mi nariz, aunque mis pulmones se llenaban de aire. Por supuesto que sólo pude dar esas tres aspiraciones, ya que quise seguir y casi me ahogo. Me atraganté y estuve un buen rato tosiendo. Pero esto no es lo importante. Lo importante es que hice lo que los duendes me dijeron que haga y pude respirar tres veces abajo del agua. No tengo dudas de que el resto de las leyes son tan verdaderas como la que yo mismo pude corroborar.

        Y una vez más, esto era lo que quería contarles. Aunque sé que no puedo esperar que todos me crean (yo mismo no sé si lo haría), les agradezco que al menos me hayan dedicado unos minutos.

        Gracias.
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        Me siento muy mal. No sé con qué palabras decir esto. Voy a tratar de ser lo más claro y breve posible.

        Anoche, después de escribir el texto anterior y de colgarlo en la web, volví a ver a los duendes. Allí estaban, en la cocina, igual que la otra vez. Quería preguntarles, por curiosidad, qué ley había generado el texto que había escrito. Ellos me dijeron que había sido muy prudente en buscarlos después de haber creado un objeto nuevo, porque por él se generó una ley que lo afecta directamente. No sé cómo decir esto. La ley que mi escrito produjo indica que yo, el autor, debo dar ocho vueltas a la manzana de mi casa (la casa en donde se escribió el texto) todo los días. Si no lo hago, ¡por Dios!, si no lo hago todo aquel que haya leído el texto se quedará ciego. Se le atrofiarán los nervios ópticos, así nomás, sin importar edad, raza o sexo. Te prometo, lector, que voy a hacer todo lo posible para que no te pase nada. Incluso quise borrar el escrito antes de que muchas personas lo lean, pero los duendes me dijeron que su eliminación iba a ir a la par con la eliminación del autor, y yo no quiero morir.

         Perdón.
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        El texto está circulando, a pesar de mis esfuerzos para que no suceda. Un muchacho lo subió a su blog de Internet y ahora está afuera de mi alcance. Hace ya dos meses que doy las ocho vueltas manzanas, sin importar el frío o la lluvia. Por mi parte, yo sigo y seguiré esforzándome para que a nadie le pase nada. Sólo espero que las personas hayan seguido mi consejo, o mejor dicho mi súplica, del título (única cosa que, según los duendes, podía hacer para disuadir a la gente). Sólo espero que no hayan leído el texto. Aunque, si llegaste hasta acá, no es entonces tu caso.

        Perdón.



[*] Me gustaría hacer una especificación. Como dije, la aparición de un nuevo objeto genera una nueva ley. Por supuesto, esto pertenece a su vez a una ley (que dice que todo objeto nuevo genera una ley nueva), por lo que no sabemos si va a estar vigente por siempre. Tal vez salga una nueva ley que la anule, y todo lo que escribí acá pierda vigencia y carezca de sentido.
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© Lucas Berruezo
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28 de diciembre de 2009

2ª ANTOLOGÍA «MUNDOS EN TINIEBLAS»

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Ya salió la antología Mundos en tinieblas 2009, con un nuevo prólogo de mi autoría. Para consultar los puntos de venta, podés visitar la página de Ediciones Galmort.


Portada:




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Sobre el libro: “Más de una vez me han dicho: ‘Para las personas que escriben terror, vivir en la Argentina es el lugar ideal, basta con ver la televisión o leer el diario para inspirarse’. (…) Por mi parte, creo todo lo contrario. Vivir en un país donde se respira el miedo en cada momento del día no representa una ventaja, sino una prueba. No es fácil asustar en la Argentina. Para hacerlo, hay que recurrir a historias que sean más terribles que la realidad, y la realidad que nos toca es bastante terrible por sí sola. Por eso, me parece destacable que en este país todavía haya gente que se proponga asustar a otra. No es una tarea fácil, pero es posible. Habrá que esforzarse, pero el resultado siempre es reconfortante”. (Del prólogo de Lucas Berruezo).

Mundos en Tinieblas surge para brindarles a lectores y escritores la posibilidad de experimentar nuevas pesadillas, todas ellas actuales, todas ellas nuestras. Para demostrar que la literatura fantástica y de horror es un género todavía vivo, todavía en movimiento.

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Sobre los autores: los relatos contenidos en este libro son los siguientes: “Arnoldo, el fantástico”, por Sofía Ferro // “Cónicas de un país ciego”, por Luis Emilio Roldan // “De par en par”, por Mónica Alejandra López // “Doña Encarnación”, por Mariano Alberto Córdoba // “El abismo circular”, por Agustina del Vigo // “El bajo”, por Juan Manuel Vila Pérez // “El barrio de los zapallos”, por María Rita Gil // “El castillo Winterhorn”, por Liliana Weisbek // “El cazador y la presa”, por Míriam Wagner // “El hombre que creía ver rostro en los filamentos…”, por Mario Bolla // “El origen”, por Daniel M. Forte // “El pasillo”, por Myriam Claudia Pedarotto // “El sobre”, por Agustina Carranza // “El sobreviviente”, por Agustín María // “El vaticinio”, por Jorge Almirón // “Escaleras abajo”, por Claudio Sylwan // “Hombre de palabra”, por Gustavo Fernando Reyes // “Huésped”, por Mabel Nélida Loureiro // “La gárgola”, por Rosa Esquivel // “La danza de Recoleta”, por Lisandro Ciampagna // “La despedida”, por Victoria Beguet Day // “La memoria de Duval”, por María Eugenia Duró // “La saña”, por Maximiliano Luis Rizzi // “La vastedad de los espejos”, por Juan Manuel Valitutti // “La verdad tras la mirada”, por Ernesto Parrilla // “Limo negro”, por Jorge Benito // “Lobo”, por María Rosa Llinares // “Moscas”, por José María Marcos // “Nada más que un cuerpo”, por Daniel Andrés Campano // “Nieve roja”, por José Héctor Rodríguez // “Reencarnación”, por Leandro A. Kreitz // “Tierra movediza”, por Silvia G. Franco // “Traslados”, por Federico Coutaz // “Una estadía en el Grand Hotel Salpétriére”, por Pablo M. Burkett // “Una voz en el camino”, por Guillermo Gustavo Klimt.

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27 de diciembre de 2009

EL NIÑO ROBADO, de Keith Donohue

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         El niño robado fue, para mí, un verdadero hallazgo. Después de pasarme más de una hora en Yenny buscando un libro que perteneciera al género fantástico (y siendo interrumpido constantemente por lo ávidos vendedores), encontré la novela de Donohue en el último estante, al ras del suelo. Nunca había oído hablar del autor ni del libro, por lo que mi compra fue completamente a ciegas. Por fortuna, el libro me gustó y la compra no fue en vano (cosas que no siempre ocurren).

         El niño robado cuenta dos historias, que en realidad es una sola: la historia de Henry Day, o también de Aniday y de Gustav Ungerland, que es lo mismo. La historia es más o menos así: en los bosques viven los trasgos, que permanecen ocultos y sólo van a los pueblos o ciudades en busca de víveres o elementos que le permitan vivir en la naturaleza, como ropa o algunos cubiertos. Estos trasgos son, según se llaman ellos mismos, suplantadores, que aguardan el momento indicado para robar un niño y reemplazarlo en todo los aspectos de su vida. Así, los trasgos pueden volver a ser humanos y reinsertarse en la vida real. El niño robado, por su parte, se convierte en trasgo y tendrá que aguardar durante décadas, a veces siglos, su turno para robar un niño y tener otra oportunidad de vivir una nueva vida, con una familia nueva y una nueva identidad. Así, vemos como Henry Day es robado por los suplantadores y, mientras que un trasgo se convierte en él y ocupa su vida, él se convierte en trasgo y pasa a ser Aniday. Luego, veremos cómo las vidas del falso Henry Day (que, en última instancia, termina convirtiéndose en el único) y del verdadero (que, ya como Aniday, no lo es más) avanzan en forma paralela aunque independiente, no sin recurrentes contactos, recelos y conjeturas erróneas.

         La novela, por un lado, nos sumerge en un mundo maravilloso, aunque por otro nos permite pensar en la vida misma y en la dificultad de crecer y de dejar de ser niños. O mejor dicho, no sólo en la dificultad de crecer, sino en la imposibilidad de no hacerlo. Mientras que los humanos envejecen inevitablemente, los trasgos son siempre niños, aunque únicamente en un sentido físico. Tanto Henry Day como Aniday envejecen, el primero física y mentalmente, y el otro sólo mentalmente. Por eso, a medida que avanza la historia, vemos que aunque Aniday no se hace más grande, su forma de pensar cambia, llegando incluso a una percepción erótica de la mujer que en un comienzo era impensable, como puede verse cuando observa a su amiga Mota: «En circunstancias normales, yo habría saltado al riachuelo y me habría puesto a chapotear con ella, pero en aquel momento fui incapaz de moverme, impresionado por la elegancia de su cuello y sus miembros, y los contornos de su cara»[1], o incluso más explícitamente, «las tensiones físicas resultantes de ser un hombre adulto en el cuerpo de un niño» (p. 321). Como se ve, es imposible no crecer, aunque nuestro aspecto físico no se corresponda con la maduración que vamos adquiriendo. Peter Pan, en este caso, terminaría siendo tan viejo y gruñón como el capitán Garfio.

         Junto con la idea de la imposibilidad de no crecer, la novela nos presenta otra igualmente interesante: la imposibilidad de negar quién es uno en realidad. El Henry Day adulto fue una vez un trasgo que vivió en el bosque, pero antes que eso fue un niño de ascendencia alemana llamado Gustav Ungerland, que tocaba el piano. Así, el nuevo Henry Day también toca el piano, como confirmando la esencia del antiguo Gustav, y no sólo eso, sino que cuando tiene un hijo, éste se parece a los Ungerland y no a los Day. De esta manera, Henry termina aceptando ser (como) Henry, pero no se convierte en él, ya que nunca deja de ser Gustav, y su descendencia no hará más que recordárselo.

         La novela está buena y es recomendable. De ninguna manera se trata de una novela para niños, por lo que la temática no tiene que engañarnos. Es una novela para adultos, que por momentos nos sumerge en un mundo de niños, pero presentado con una complejidad y una crudeza tal que el público lector se ve claramente definido. No obstante, creo que en este sentido la novela estimula el debate. Lo que sí es seguro, es que vale la pena leerla.


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[1] Donohue, Keith. El niño robado. Buenos Aires, Grijalbo, 2008, p. 319. A continuación, las citas se harán según esta edición.


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Sobre el autor:
Keith Donohue vive en Maryland, cerca de Washington. Es director de comunicaciones de la Comisión Nacional de Publicaciones Históricas. También es colaborador habitual de The New York Times, The Washington Post y The Atlanta Journal-Constitution. Es doctor en lengua y literatura inglesa por The Catholic University of America. El niño robado representa su debut en el panorama literario. Una obra seleccionada y recomendada por la Asociación de Libreros Independientes de Estados Unidos y que, además, es la primera cuyos derechos cinematográficos han sido adquiridos por Amazon.com.
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- Donohue, Keith. El niño robado. Buenos Aires, Grijalbo, 2008.
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24 de diciembre de 2009

EDEN LAKE: más de lo mismo

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         Hay películas que no hacen más que repetir los mismos esquemas de otras miles de películas. Eden Lake es una de ellas. La historia la vimos un millón de veces: una parejita (en todo sentido) perfecta decide tomarse un fin de semana de relajación en un lago apartado de la ciudad. La ocasión, además, esconde una motivación de un alto nivel emotivo: el (perfecto) muchacho pretende pedirle matrimonio a la (perfecta) muchacha. Pero las cosas se complican, aparece un grupo de adolescentes malos (con un cabecilla muy malo) que transforman el fin de semana idílico en una temporada en el infierno. Después vendrán, por supuesto, las persecuciones, las torturas, las muertes y la sensación de un final inalcanzable. Como dije antes, algo que vimos, con alguna que otra variación, un millón de veces.

          Eden Lake nos muestra la versión inglesa de la violencia adolescente (unos pibes chorros ingleses, para decirlo de alguna manera). Por eso, muchos que viven aterrados ante la idea de cruzarse con uno de estos jóvenes infernales se asustarán con esta película. Por mi parte, y para ser honesto, no la recomiendo. No porque sea mala, ya que estrictamente hablando, no lo es tanto, sino porque me molesta la falta de ideas. La historia de Eden Lake puede ser escrita en una sola tarde, con una siesta de por medio.


Ficha técnica:
Título original: Eden Lake
Año: 2008
Duración: 91 min.
País: Reino Unido
Director: James Watkins
Guión: James Watkins
Reparto: Kelly Reilly, Michael Fassbender, Thomas Turgoose, Bronson Webb
Productora: Rollercoaster Films
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22 de diciembre de 2009

ACTIVIDAD PARANORMAL: la búsqueda de lo real

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         En la línea de El proyecto Blair Witch, Actividad paranormal (Paranormal Activity) está filmada en su totalidad con una cámara portátil. Su intención es lograr lo que Barthes llamaría el «efecto de lo real», que ya antes habían intentado, de manera diferente, películas como El exorcismo de Emily Rose, Los extraños, Invocando espíritus y la ya mencionada bruja de Blair. Parecería que la ficción, de por sí, no es suficiente para dar miedo, y entonces se tiene que recurrir a artimañas que permitan pensar en hechos reales. Podría pensarse que el escepticismo en estos días es tan fuerte que los escritores y directores se ven obligados a hacer cosas como éstas. Sin embargo, los resultados no siempre son tan previsibles. El exorcista de William Peter Blatty asusta más que El exorcismo de Emily Rose, y pocas películas asustan más que el film de Alejandro Amenábar Los otros, aunque en ningún momento se alude a una historia real. La moda de apelar a hechos reales no es más que eso, una moda, que ha dado algunos productos buenos y otros malos. Actividad paranormal, voy a decirlo, es uno de los buenos.

         Actividad paranormal es presentada como una de las películas más aterradoras de todos los tiempos; no creo que sea cierto, pero sí es verdad que por momentos asusta y mantiene al espectador en vilo. La historia es simple y el presupuesto escaso, pero la película cumple. Se nos muestra a una joven pareja, Micah y Katie, que, tras experimentar ciertas sensaciones que ellos atribuyen a una actividad paranormal, deciden comprar una cámara y registrarlo todo. O, mejor dicho, Micah es quien compra la cámara y Katie la que lo sigue. Toda la película estará marcada por esta dualidad entre ambos personajes: Micah es el escéptico hombre de acción, que comienza por no creer y cuando lo hace se cree con la facultad de enfrentar y derrotar al espectro, mientras que Katie es la víctima, que no duda en ningún momento del peligro que corre. Ambos no harán más que tomar malas decisiones, hasta que su camino se vuelva irreversible y su destino irrevocable.

          La película cuenta con varios finales, el del cine no es más que uno de ellos. Hasta donde sé, hay tres distintos. Esto, por supuesto, hecha por tierra toda pretensión de realidad y hace que el espectador (al menos yo como espectador) se fastidie. No me gustan las películas con muchos finales, es como si el escritor (o el director o quien fuera) no se hubiese jugado por ninguno de ellos. Lo más importante de una historia es el final, y es un riesgo que el escritor tiene que correr. Cuando no lo hace, me molesta. Si se deja de lado esto, la película es recomendable.


Ficha técnica:
Título original: Paranormal Activity
Año: 2007
Duración: 99 min.
País: Estados Unidos
Director: Oren Peli
Guión: Oren Peli
Reparto: Katie Featherston, Micah Sloat, Amber Armstrong, Mark Fredrichs
Productora: Paramount Pictures / DreamWorks
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14 de diciembre de 2009

EL SENTIDO DE LA VIDA

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        La vida se me presenta absurda. ¿Para qué tanto esfuerzo si somos tan fugaces? Como el sabio del Eclesiastés, no puedo evitar mirar hacia el pasado y ver la gran vanidad de las cosas. ¿Por qué el ser humano se preguntó, a lo largo de la historia, sobre el sentido de la vida si éste es tan evidente? ¿No es acaso (o al menos debería ser) la felicidad el sentido de toda existencia humana? El resto no es más que ilusión. El problema es que el hombre, en general, no se resigna a lo intrascendente, y la felicidad es intrascendente. No le importa a nadie más que al hombre en cuestión. Cuando alguien pregunta por el sentido de la vida busca algo grande, de repercusiones gigantescas, y por eso se engaña. El único sentido de la vida es la felicidad, aunque con ella caigamos en el olvido. Y el hombre no se convence de eso. Siempre se busca la gloria, el dinero, la fama, y lo único que se consigue es una muerte que no se asume ni se espera. Es el gran dilema de Aquiles: la felicidad (y la vida) o la gloria (y la muerte). Al menos él sabía lo que elegía. Nosotros elegimos una cosa creyendo que elegimos otra, y cuando nos llega la muerte todavía nos preguntamos por el sentido de la vida, con un gusto amargo en la boca ante la sospecha de que no hemos elegido bien.

         ¿Cuál es el camino de la felicidad y cómo se llega a ella? Es algo en lo que todavía sigo pensando…

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8 de diciembre de 2009

CRIATURA DE LA NOCHE: ¿quién es el vampiro?

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         Cuando se estrenó la película Crepúsculo, dije que se trataba de una historia de vampiros diferente. Específicamente me refería a la centralidad de la relación amorosa en la trama y al hecho de enfocar algunos temas vampíricos de una forma singular o nueva (por ejemplo, que los vampiros vivan en una casa rodeada de ventanas). Ahora, al ver Criatura de la noche (Låt den rätte komma in, o en su título en inglés Let the Right One In) me doy cuenta de lo que es una película de vampiros verdaderamente diferente. Criatura de la noche cuenta la historia de Oskar, un joven de 12 años que vive en un suburbio de Suecia. Oskar es un muchacho introvertido, que suele ser objeto de burlas y golpizas por parte de sus compañeros de escuela y que pasa el tiempo coleccionando artículos periodísticos sobre asesinatos al tiempo que fantasea con cometer uno. De forma casi desapercibida, una niña de su edad se muda, junto a un hombre mayor, a un departamento vecino al suyo, y de inmediato la amistad entre ambos comienza a prosperar. La niña se llama Eli y es un vampiro: se alimenta de sangre, sale por las noches, no siente frío y lleva siendo niña mucho tiempo.

         La película es sencillamente genial. Nos permite ver una versión singular de los vampiros: aquí, no son ellos los que se adueñan del destino de los hombres, o, mejor dicho, sí lo son, sólo que no lo hacen por la fuerza, sino bajo el consentimiento de los hombres mismos; por eso primero tienen que ser aceptados y por eso también necesitan de la ayuda de los humanos para conseguir comida (aspecto que se deja entrever en el título original y que se perdió por completo en la burda traducción al castellano). Además, los vampiros se alimentan de los hombres, pero también los necesitan y se encariñan con ellos. Dicho de otra forma, el vampiro no es aquí malo, mata para comer, como unos lobos podrían matar a un cordero, sin ser por esto malos. Y es aquí donde la película se destaca, al obligarnos a formular las siguientes preguntas: ¿quién es el verdadero vampiro?, ¿es Eli, que necesita de la sangre para vivir, o son los humanos, que la ayudan y que tienen también deseos de sangre, un deseo incluso más morboso, ya que no implica ninguna necesidad vital?

         Criatura de la noche se estrenó en Suecia en 2008 y está basada en la novela Déjame entrar de John Ajvide Lindqvist, quién a su vez estuvo a cargo del guión. Como siempre ocurre con cualquier película extranjera de calidad, ya se está preparando la versión norteamericana, que se estrenará en 2010. Por mi parte, recomiendo que vean estar versión, antes de que sea demasiado tarde.


Ficha técnica
Título original: Låt den rätte komma in (Let the Right One In)
Año: 2008
Duración: 110 min.
País: Suecia
Director: Tomas Alfredson
Guión: John Ajvide Lindqvist
Reparto: Kåre Hedebrant, Lina Leandersson, Per Ragnar, Henrik Dahl
Productora: EFTI


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4 de diciembre de 2009

EL JUEGO DEL MIEDO VI: terror con contenido

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         Recuerdo que, ni bien se estrenó El juego del miedo VI (Saw VI), Catalina Dugli dijo algo así como que la película estaba orientada a los fans del género (bien cierto), ya que lo que se veía en ella era un montón de violencia sin contenido (terrible falsedad). Lo curioso es que también lo oí de otros críticos. O una de dos: o no pasaron de la primera escena, o no entendieron nada. Dada la posición preeminente en los medios de algunos de ellos (y los sueldos que ganan), cualquiera de las dos opciones es inaceptable.

         Recomiendo de forma categórica El juego del miedo VI, como recomiendo cualquiera de las anteriores. Creo que es la primera vez en la historia del cine que se hace una saga continuada de tantas películas sin que decaiga la calidad. Por supuesto que no todas son igualmente buenas, hay algunas mejores que otras, pero hay que admitir que ninguna es mala. Acostumbrados a la fórmula «hago una película buena y después me repito», como vimos con la saga de Scream, El efecto mariposa o Destino final, nos sorprendemos al ver que en todas las películas de El juego del miedo hay un final inesperado y una que otra vuelta de tuerca en la historia. Esto habla de un trabajo serio y de un talento inusual por parte de los escritores. Incluso en esta última entrega seguimos conociendo a los personajes y nos seguimos sorprendiendo. Se ha logrado plantear un gran rompecabezas, donde las piezas son dadas con discreción e inteligencia.

          Con respecto a eso de que sólo se trata de violencia sin contenido, ¿qué puedo decir? «A palabras necias, oídos sordos». El pensamiento de John Kramer es implacable y espeluznante, incluso podemos decir (o no) que es enteramente reprobable, pero lo que nunca podríamos afirmar es que no tiene contenido. De hecho, es coherente con sus propias premisas, y le podemos atorgar el hecho de que por momentos se vuelve convincente. En esta última entrega, podemos ver cómo Kramer discute la política de las aseguradoras de la salud, que decide quién, o quien no, tiene posibilidades de vivir. Si hay algo que deja en claro la película, es que nunca se puede afirmar que una persona va a vivir mucho o poco. Esto, que es algo harto evidente, se pierde de vista en la sociedad moderna en que vivimos, en la que nos quieren convencer de que si tomamos tal marca de yogurt, usamos tal pasta dental y nos hacemos un chequeo por año, vamos a vivir mucho y bien.

         No voy a decir más de la trama. Las personas que vieron las anteriores no necesitan que lo haga, y las que no las vieron no tendrán ningún provecho. Sólo recomiendo, una vez más y sin descanso, que vean esta saga. Sólo muy de vez en cuando sale una buena película de terror, y que esa película sea en realidad una historia de seis films consecutivos, creo que es algo demasiado singular y maravilloso como para dejarlo pasar.

          Me pregunto si va a haber un Juego del miedo VII. Por un lado, me gustaría que esta saga no se terminase nunca, pero por otro me da miedo que la echen a perder. Supongo que sólo resta esperar.


Ficha técnica
Título original: Saw VI
Año: 2009
Duración: 90 min.
País: Estados Unidos
Director: Kevin Greutert
Guión: Marcus Dunstan y Patrick Melton
Reparto: Tobin Bell, Costas Mandylor, Betsy Russell, Mark Rolston
Productora: Coproducción EEUU-Canadá-Australia-Reino Unido; Lionsgate Films / Twisted Pictures


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12 de noviembre de 2009

Ya salió el primer número de SUDOR DE TINTA

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www.sudordetinta.com.ar


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Ya salió el primer número de la revista de literatura argentina contemporánea SUDOR DE TINTA.

Podrán leer artículos sobre las últimas novelas de los escritores que se encuentran actualmente publicando.

Además de una entrevista imperdible a Elsa Drucaroff , autora de El infierno prometido, una excelente e impactante novela que funde lo histórico con lo literario, lo perverso con lo aceptable, lo mórbido con lo deseable.

Y otras tantas cosas más.
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11 de noviembre de 2009

PINTURA DE HORROR: José Manuel Schmill

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José Manuel Schmill Ordóñez nació el 21 de abril de 1934, en México. Si bien muchos lo conocen por su trabajo con los paisajes y retratos, sus cuadros de monstruos van cobrando cada vez más notoriedad. Y no es para menos. La pintura de Schmill es sórdida, oscura y perturbadora. Se dice que comenzó a imaginar monstruos a la tierna edad de 10 años, inspirado por el cine de Hollywood, y que, careciendo de los recursos para adquirir pinturas, los pintaba con pasta de dientes. En sus propias palabras: “Me gusta mucho que esté bien pintado el cuadro porque ahora hay muchos improvisados que se llaman artistas y no saben ni dibujar. A mí me gusta mucho que esté bien hecho, bien dibujado y bien logrado aunque el tema sea monstruoso, aunque sea disonante. Pero puedo pintar las dos cosas; en realismo absoluto puedo pintar una mujer bellísima y también un monstruo de lo más horrendo”.

Creo que sobran palabras. Mejor veamos algunos de los cuadros de este grandioso pintor:
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10 de noviembre de 2009

LAS RUINAS, de Scott Smith

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«Todo iba mal, espantosamente mal, y no había forma de detenerlo, no había forma de escapar.»
Scott Smitt, Las ruinas
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         Hay libros que producen sensaciones físicas. Algunos marean, otros exasperan y otros dan placer. No hablo en sentido figurado, sino de reacciones físicas concretas. Me ha pasado de leer libros muy aburridos que me generaron un estado de nerviosismo (cercano a la ira) muy concreto. Bueno, Las ruinas (The Ruins), de Scott Smith, me produjo, también, una sensación específica: asfixia. A medida que avanzaba en la lectura, sentía que me ahogaba, que incluso llegaba a desesperarme. El miedo, a veces, produce cosas como ésas. Es algo que no me suele pasar mucho con las historias, así que le agradezco a Smith por lo que hizo.

         Las ruinas cuenta la historia de Jeff, Amy, Eric y Stacy, un grupo de amigos norteamericanos que van de vacaciones a México, en donde conocen a Mathias (un joven alemán que había viajado con su hermano) y a un grupo de griegos que se hacen llamar Pablo, Juan y Don Quijote. Luego de que Mathias relata cómo su hermano lo abandonó en pleno Cancún para ir detrás de una mujer arqueóloga de la que se había enamorado, Jeff le ofrece ir en su búsqueda. Amy, Stacy y Eric aceptan a regañadientes y Pablo, dado que no habla ni una palabra en inglés, se les une sin saber muy bien para qué. El terror comienza una vez que los jóvenes encuentran el campamento de los arqueólogos, instalado en una colina cubierta por una extraña planta de flores rojas. El problema es que la planta no es una planta común, sino una especie sin igual, asesina, inteligente e implacable, que es custodiada por un pequeño pueblo de descendientes mayas. Hay una pequeña línea que divide la planta del resto del mundo, y una vez que se pasa del otro lado, los mayas se encargan de que no haya vuelta atrás. De un lado, los mayas con sus armas, del otro, la planta con su apetito voraz. Y allí, los jóvenes, haciendo lo posible por sobrevivir.

         La novela está muy buena. El hecho de que no esté dividida en capítulos (sólo está separada por espacios en blanco que más que dividir la historia permite continuar la misma según la visión de los distintos personajes americanos) contribuye a esa sensación de asfixia. No hay respiro. La historia sigue y sigue sin descanso, en una carrera que no tiene ninguna vuelta atrás. De no haber tenido otras obligaciones, hubiese leído las cuatrocientas páginas de un tirón (aunque, bueno, las leí en dos tirones). Es realmente interesante lo que consiguió este autor con un grupo de personajes y un solo escenario. La desesperación de los jóvenes es contagiosa y nos obliga a preguntarnos qué haríamos nosotros en una situación similar. Por primera vez en mi vida, tuve la sensación de que sería capaz de suicidarme. De estar en el lugar de esos muchachos, creo que sería lo único que podría hacer. Supongo que es otra cosa que debería agradecerle a Smith.

         Por último, después de leer el libro me senté a ver la película. No suelo hacer eso, pero como la adaptación y el guión estuvieron a cargo de Scott Smith decidí hacer la prueba. Sin lugar a dudas cometí un error. La película simplifica la historia hasta el extremo: se reduce la presencia de un personaje y lo que en la novela hacen unos, en la película lo hacen otros. El final, por supuesto, es distinto (más acorde con lo que se espera de una película de Hollywood) y la asfixia que antes mencioné desaparece por completo.


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Sobre el autor:
Scott Smith nació en Summit, New Jersey, en 1965. Estudió en el Dartmouth College y en la Universidad de Columbia y llegó a graduarse de las dos Universidades. En 1993 escribió su primera novela, Un plan sencillo (A Simple Plan), que años después fue adaptada al cine bajo la dirección de Sam Raimi. Las ruinas (The Ruins), su segunda novela, fue publicada en 2006 y recibió buenas críticas. Actualmente vive en la ciudad de Nueva York.


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- Smith, Scott. Las ruinas. Buenos Aires, Ediciones B, 2007.

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7 de octubre de 2009

MUY BREVE INTRODUCCIÓN A LA LITERATURA FANTÁSTICA

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(Lo que sigue es el prólogo que escribí para la antología de cuentos fantásticos y de horror Mundos en tinieblas 2008, editada por Ediciones Galmort.)


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PRÓLOGO

          Tenemos ante nosotros una nueva selección de cuentos fantásticos y de terror, presentada por Ediciones Galmort. Antes de adentrarnos en los cuentos que conforman esta antología, es pertinente hablar un poco sobre el género en cuestión.



¿QUÉ ES LO FANTÁSTICO?

          Si bien la literatura fantástica nace como género a fines del siglo XVIII (con El castillo de Otranto de Horace Walpole y la novela gótica subsiguiente) y se consolida en el transcurso del siglo XIX al XX, podemos decir que siempre hubo historias que, de una u otra forma, se relacionaron con el género. Esto se debe a que el fantástico pone en escena aquellas cuestiones que socavan una de las emociones más primitivas (si no la más primitiva) del ser humano: el miedo. En efecto, si bien no toda la literatura fantástica es de terror (ni toda la literatura de terror es fantástica), muchas veces ambas confluyen en el relato. Historias de fantasmas, de demonios o incluso aquellas leyendas de seres sobrenaturales como “el chupacabras” o “la luz mala” pueden verse como antecesoras al género.

         Ahora bien, podríamos definir a la literatura fantástica como aquella que pone en escena y problematiza la relación de lo natural con lo que no lo es. Para decirlo brevemente: lo fantástico sería la inclusión de un elemento sobrenatural en un mundo regido por leyes naturales. De esta manera, en un mundo cotidiano, nuestro, gobernado por leyes conocidas que se consideran inmutables, irrumpe algo (un suceso, un objeto, un ser) que pone en jaque a dichas leyes y a su imperturbabilidad. Por esto mismo, las obras que pertenecen a este género (sean cuentos, novelas o, incluso, películas) generan en el lector una conmoción, una sensación de indefensión y de incomodidad que, según el caso, puede llegar a experimentarse como perturbación o como miedo. Por esto mismo, muchos autores que reflexionaron sobre el tema han privilegiado el “efecto” construido en los textos como aquello que define a lo fantástico, ya se trate del simple miedo ante lo desconocido (H. P. Lovecraft[1]) o de la vacilación entre darle a lo sobrenatural una explicación racional o dejar que permanezca en lo racionalmente inexplicable (Tzvetan Todorov[2]). Sea que consideremos o no al “efecto” como el elemento definitorio de lo fantástico, una cosa es segura: las mejores historias fantásticas son aquellas que lo provocan.



LA IMPORTANCIA DE LO FANTÁSTICO

         Distintos autores han vaticinado la muerte del género fantástico. El ya mencionado Tzvetan Todorov aseguraba que el género había muerto en el siglo XIX con Mauppassant, y que lo que se vio después, desde Kafka en adelante, no es sino un nuevo género fantástico. Por su parte, Lois Vax afirmaba (allá por los sesenta) que lo fantástico se encontraba en un momento crucial: debía cambiar para no perecer y ser reemplazado por otro género que iba cobrando fuerza, el de la ciencia ficción[3]. Como podemos corroborar desde el siglo XXI, ninguna de estas oscuras proyecciones se han cumplido: las historias fantásticas y de terror continúan con la misma fuerza y el mismo ímpetu que hace cincuenta, cien o doscientos años. Por más que la ciencia avance, que los espacios de lo desconocido se vayan restringiendo paulatina e inexorablemente, o que la irreligiosidad haga que las personas piensen cada vez menos en lo sobrenatural, siempre van a quedar lagunas por cubrir, espacios en blanco (o en negro) por explicar y elementos extraños por temer. Además, como si todo esto fuera poco, nos quedará la muerte, esa seguridad de que tarde o temprano moriremos (nosotros o nuestros seres queridos), esa imposibilidad de saber a ciencia cierta qué hay del otro lado. De esta manera, podemos decir que mientras exista la muerte, existirá el género fantástico, que es una forma de abordarla y de hacer más llevadera nuestra existencia. Como escribió alguna vez Stephen King: “Y el gran atractivo de la ficción de horror, a través de los tiempos, consiste en que sirve de ensayo para nuestras propias muertes”.[4]

         El género fantástico, entonces, no va a morir, y el desarrollo que ha tenido en el cine da pruebas de ello. La supervivencia del género no sólo está garantizada por la eterna presencia de elementos desconocidos y temibles, sino también por la función que cumple o puede cumplir entre nosotros. A su modo, y muchas veces en contra de la propia voluntad de los autores, el género fantástico ha permitido que vieran la luz cuestiones que de otra forma, por tratarse de temas tabú, no hubiesen podido publicarse. Así, podemos nombrar como ejemplo el mito del erotismo que encarna el tema del vampirismo, que nace en la Inglaterra victoriana y es consecuencia de la fuerte represión que se vivía en aquel entonces.

         La ficción fantástica permite que vean la luz aquellas cuestiones que de forma explícita no podrían tratarse. Por esto, podemos ver lo fantástico como un género subversivo[5], que mina lo real y nos permite pensar en otra/s realidad/es, que nos da la oportunidad de dudar de la rigurosidad científica y de sus postulados, que nos enseña que nada es tan frágil como lo que se considera inmutable. Lo fantástico, pues, nos permitiría pensar diferente, aunque ese pensamiento se limite al espacio del texto y de la lectura y muy rara vez tenga un correlato efectivo en la vida fuera de ellos.



UNA ANTOLOGÍA DE CUENTOS

         Como dijimos, el género fantástico es un género de efecto. Ya sea que afirmemos que dicho efecto sea la vacilación, el horror o simplemente la sorpresa, la cuestión es que el texto fantástico debe producir algo incómodo, siniestro, en el lector. Por esto mismo, el formato que mejor se adapta a las exigencias del género es el cuento. El cuento, debido a la economía de recursos y a la dirección de la acción hacia un fin inminente, está organizado justamente para producir una conmoción en el lector de la que éste no puede protegerse. La novela, por otra parte, al tener que desarrollar una historia más o menos extensa (con momentos álgidos y tibios), le da al lector las herramientas necesarias para que pueda ir asimilando lo sobrenatural con el único fin de avanzar en la historia. Así, para explicarlo de forma gráfica, el lector de cuentos se vería bruscamente arrebatado de su concepción cotidiana de las cosas, como si alguien (el autor) lo metiera en una gran bolsa, lo golpeara hasta dejarlo dolorido y después lo devolviera al mundo real. Por el contrario, ante una novela, el lector va asimilando los datos de a poco, contando con el tiempo y los altibajos que el autor mismo está obligado a otorgarle.

         El cuento, entonces, es el formato perfecto para lo fantástico. Por esto mismo, los grandes exponentes del género fueron, ante todo, grandes cuentistas: Ernest Theodor Amadeus Hoffmann, Edgard Allan Poe, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, etc. También por esto, las antologías son amigas del género, aunque por lo general respetan una única tendencia: la de incluir a las grandes glorias del pasado. Basta abrir cualquier antología para ver, aparte de los recién nombrados, a escritores canónicos como Ambrose Bierce, Guy de Maupassant, Robert Louis Stevenson, Bram Stoker o Howard Phillips Lovecraft. La producción actual parecería estar enterrada más profundamente que los muertos que reviven en las historias de los autores mencionados. Y teniendo en cuenta que los miedos y las formas de representarlos cambian con el correr de las generaciones, es una lástima que no dispongamos de antologías que nos muestren nuestras propias pesadillas.

         Pero por suerte, de vez en cuando aparece una editorial que se interesa al respecto y saca a la luz una antología de autores contemporáneos. Y este es el caso de la selección que estamos presentando, que nació del certamen Mundos en tinieblas 2008 y que ahora ve la luz en forma de libro. No queda más que agradecerle a Ediciones Galmort por la posibilidad de experimentar nuevas pesadillas, todas ellas actuales, todas ellas nuestras.

         Y ahora, sin más preámbulos, a leer los cuentos.


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Lucas I. Berruezo
Buenos Aires
Febrero de 2009


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[1] “Los genuinos cuentos fantásticos incluyen algo más que un misterioso asesinato, unos huesos ensangrentados o unos espectros agitando sus cadenas según las viejas normas. Debe respirarse en ellos una definida atmósfera de ansiedad e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá” (Lovecraft, Howard Phillips, El horror sobrenatural en la literatura, Buenos Aires: Leviatán, 1998).

[2] “Dimos, en primer lugar, una definición del género: lo fantástico se basa esencialmente en una vacilación del lector –de un lector que se identifica con el personaje principal– referida a la naturaleza de un acontecimiento extraño. Esta vacilación puede resolverse ya sea admitiendo que el acontecimiento pertenece a la realidad, ya sea decidiendo que éste es producto de la imaginación o el resultado de una ilusión; en otras palabras, se puede decidir que el acontecimiento es o no es” (Todorov, Tzvetan, Introducción a la literatura fantástica, México D. F.: Ediciones Coyoacán, 2003). No obstante, para Todorov, el género fantástico puro será aquél que no resuelve la vacilación, sino que la mantiene hasta el final de la historia (su ejemplo de fantástico puro es Otra vuelta de tuerca de Henry James).

[3]“En nuestros días parece retroceder, sobre todo en los países anglosajones, ante la literatura de imaginación científica: es posible ver en la ciencia ficción la muerte o la resurrección del cuento fantástico” (Vax, Louis, Arte y literatura fantásticas, Buenos Aires: Eudeba, 1965).

[4] King, Stephen, “Introducción”, en El umbral de la noche, Barcelona: Plaza & Janés, 1985.

[5] Esta idea fue tomada de Rosemary Jackson: “El fantástico moderno, la forma que adopta el fantasy literario dentro de la cultura secular producida por el capitalismo, es una literatura subversiva”. (Jackson, Rosemary, Fantasy: literatura y subversión, Buenos Aires: Catálogos, 1986).



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- AA.VV. Mundos en tinieblas. Buenos Aires, Ediciones Galmort, 2009, pp. 5-8.

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29 de septiembre de 2009

EL ALMACÉN, de Bentley Little

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«Era deprimente que la inauguración de un almacén de descuento afectara más a la vida de las personas que cualquier acontecimiento mundial importante.»
Bentley Little, El Almacén.


         Escrita hace más de diez años, la novela El Almacén (The Store) acaba de llegar a nosotros de la mano de Ediciones B. Es la única novela disponible en español de Bentley Little, un autor de gran talento y con una noción abrumadora de lo macabro y lo siniestro. La primera vez que oí (o, mejor dicho, leí) hablar de Bentley Little fue gracias a Stephen King, quien incluye la novela The Ignored en su lista de libros recomendados en Mientras escribo.

         El Almacén es una novela que vale la pena leer. Con una prosa simple, de párrafos breves y oraciones contundentes, Little nos cuenta cómo una cadena de supermercados llamada «El Almacén» se instala en Juniper, un pequeño pueblo de Arizona. A simple vista, la inversión de la empresa no tiene mucho sentido: Juniper es un pueblo de escasos recursos y con una población acostumbrada a los comercios locales, en donde cliente y dueño se conocen personalmente y son, muchas veces, amigos. Sin embargo, El Almacén se instala en Juniper y rápidamente seduce a los pueblerinos. Con una velocidad inaudita, y gracias a la complicidad de los organismos oficiales, El Almacén comienza a dañar, en todo sentido, al resto de los comerciantes y a hacerse con el monopolio comercial de la ciudad. Luego, una vez que el poder económico es suyo, va por el poder político hasta apoderarse de Juniper en su totalidad. En medio de esta carrera por el dominio del pueblo, Bill Davis es uno de los pocos que duda de los beneficios que El Almacén puede traerle a su comunidad. Hay algo malo en ese lugar: ocurren accidentes, enloquecen personas y los animales del bosque van a morir a su playa de estacionamiento. Además, la moral misma de la empresa es dudosa: los empleados son maleducados, los productos que venden parecen tener como objetivo pervertir a los clientes y los rumores que giran alrededor del lugar hablan de asesinatos, hombres extraños que deambulan por las noches y perversos ritos de iniciación. Desde su lugar, Bill y sus amigos intentarán oponerse al Almacén como un grupo de hormigas podría oponerse a un tanque militar. Y, para colmo de males, existe un pequeño detalle: las hijas de Bill trabajan en El Almacén.

         Como dije antes, se trata de una novela que vale la pena leer. Es entretenida, se lee con rapidez y el manejo de lo macabro y lo morboso es impecable. Y además, la novela no deja de ser una alegoría sobre el poder de las empresas multinacionales y el influjo que tienen sobre las vidas de las personas. Lo que ocurre en El Almacén no es ni más ni menos que lo que viene ocurriendo, a escala reducida, en nuestros barrios desde la década del ’90: los comercios locales fueron y van desapareciendo, dándole lugar a las grandes cadenas. Hoy por hoy, sólo unos pocos negocios pequeños sobreviven al lado de los grandes supermercados y de las famosas franquicias.
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Sobre el autor: Bentley Little nació en Arizona en 1960. Es autor de numerosas novelas de terror, entre las que se destaca The Revelation (1990), con la que ganó el Bram Stoker Award en la categoría de «Mejor Primera Novela». También fue nominado al Bram Stoker Award en dos ocasiones más, como «Mejor Novela» en 1993 por The Summonig y como «Mejor Colección de Ficción» en 2002 por The Collection. Entre sus seguidores se encuentra Stephen King, quien se declaró admirador de su obra.


Little, Bentley. El Almacén. Barcelona, Ediciones B, 2009.

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27 de septiembre de 2009

EL DESTINO FINAL: sólo para ver en 3D

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         No hay mucho que pueda decir sobre El destino final (The Final Destination). Es que la película no dice absolutamente nada que no hayan dicho antes sus predecesoras. De la misma manera que en las otras tres, hay un joven que (pre)ve un accidente de grandes dimensiones (en este caso en un autódromo) y gracias a eso consigue salvarse y salvar a un reducido grupo de personas, las cuales comienzan a morir de forma espectacular y según un orden específico. Nada más. Si ya vieron cualquiera de las otras Destino final, entonces no vale la pena que vean ésta. A no ser que sólo busquen una nueva gama de sangrientas muertes o la vean en 3D. En este último caso, la película no se vuelve más interesante, pero al menos uno se puede entretener mirando un papelito volando o una piedra que sale disparada de la pantalla y amenaza con darnos en medio de la frente.


Ficha técnica
Título original: The Final Destination (Final Destination: Death Trip 3D) (Final Destination 4)
Año: 2009
Duración: 82 min.
País: Estados Unidos
Director: David R. Ellis
Guión: Eric Bress
Reparto: Bobby Campo, Shantel VanSanten, Nick Zano, Haley Webb, Mykelti Williamson
Productora: New Line Cinema / LivePlanet


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3 de septiembre de 2009

LA REALIDAD DEL PECADO

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         A menudo me he preguntado qué significan estas palabras del apóstol San Juan: «Sabemos que el que ha nacido de Dios no peca, pues lo protege lo que en él ha nacido de Dios, y el Maligno no puede tocarlo» (1 Jn 5, 18). ¿Cómo puede Juan afirmar que el que ha nacido de Dios no peca, cuando a diario se ven en los creyentes pecados de todo tipo? ¿O será que en los primeros años de la cristiandad la fe era más fuerte y el pecado más débil? No lo creo. De seguro que, al estar la vida religiosa en un primer plano, la relación con el pecado era otra, pero no creo que se pecara mucho menos entonces. Lo que Juan plantea no es la realidad de la conducta humana (que de hecho es plural y, según los momentos históricos, puede diferir), sino la realidad misma del pecado.

         La cita anterior se puede entender mejor si se la relaciona con esta otra cita de la misma carta: «El que peca demuestra ser un rebelde; todo pecado es rebeldía» (1 Jn 3, 4). Y aquí llegamos a la realidad del pecado. Juan puede afirmar que el nacido de Dios no peca porque no hay rebeldía en su «pecado». Antes, en los tiempos del Antiguo Testamento, la Ley estaba tan presente y era tan específica y minuciosa que cualquier pecado era una transgresión. Y toda transgresión es, en alguna medida, una rebeldía. Pero en los tiempos del Nuevo Testamento (que, aunque no lo parezca, llegan hasta nuestros días) esto cambió. La Ley, a partir de la Nueva Alianza, es amor, ya que emana de Dios mismo, y «Dios es amor» (1 Jn 4, 7). Pecar ya no es llevar a cabo una acción mala, pecar es no amar o, en su defecto, odiar: «Y el amor consiste en vivir de acuerdo a sus mandamientos» (2 Jn, 4), afirma el apóstol en su segunda carta. De esta manera, podríamos cambiar una palabra de la primera cita y decir que el que ha nacido de Dios no odia, y por eso no peca. A partir de Jesús, el pecado dejó de ser, para el nacido de Dios, transgresión, para pasar a convertirse en debilidad. El cristiano (el verdadero, en todo caso[*]) «peca» por débil, no por rebelde.

         Por esto mismo, el apóstol San Pablo puede afirmar: «Ahora, pues, son válidas la fe, la esperanza y el amor; las tres, pero la mayor de estas tres es el amor» (1 Cor 13, 13).


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[*] Insisto en esto, ya que no faltará quien diga: «Los cristianos son los peores» o «Yo veo que los cristianos pecan igual que todo el mundo», etc. En primer lugar, no todo aquel que se dice cristiano es, efectivamente, cristiano. De hecho, no todo aquel que se cree cristiano es cristiano. Hay que tener en cuenta su realidad espiritual y su relación con la Divinidad. Muchos se dicen o se creen creyentes, pero no saben muy bien en lo que creen y no tienen mucho interés en averiguarlo. De cualquier manera, las acciones de los creyentes y los no creyentes pueden no diferenciarse a simple vista, pero la diferencia radicaría en la motivación que lleva a la acción y en la respuesta a la mala acción consumada. Es decir, la diferencia se hallaría en el interior del individuo y no en su comportamiento exterior.

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30 de agosto de 2009

ARRÁSTRAME AL INFIERNO: impecable

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         Los seguidores del cine de terror de seguro recordarán (y valorarán) a Sam Raimi más por la trilogía The Evil Dead (Diabólico, Noche alucinante y El ejército de las tinieblas) que por películas como Spiderman (cualquiera de ellas). Es que, sin negar el talento de Raimi en todo lo que hace, hay que admitir que a él le va bien el género de terror. Y, en este momento, tenemos la posibilidad de disfrutar de la película Arrástrame al infierno (Drag me to Hell), en la que se desempeña como director y guionista (el guión es suyo y de Ivan Raimi). El film cuenta la historia de Christine Brown, una joven que desea progresar en su trabajo. Hija de una mujer alcohólica, Christine busca ganarse el respeto y la valoración que por muchos lados se le ve negada. Dado que trabaja en un banco, su posibilidad de ascenso está relacionada con su capacidad de tomar «decisiones difíciles», que no siempre van de la mano con la moral y las buenas costumbres. Christine, que no es una mala chica (eso queda claro), toma una decisión mala: le niega a la anciana Ganush una prórroga en el pago de su hipoteca, haciéndole perder la casa. El problema es que la anciana es una gitana que termina por enviarle una maldición: a los tres días un demonio vendrá por ella para arrastrarla al Infierno. Desde ese momento, Christine, con la ayuda de su novio (en un comienzo escéptico) y de un joven vidente, intentará revertir la maldición y salvarse de una eternidad rodeada de fuego.

         La película nos muestra cómo la vida puede descarrilarse en cualquier momento. Aunque tengamos un buen trabajo, una pareja comprensible y atenta, aunque estemos enamorados y seamos completamente sanos, todo puede, de un segundo para otro, irse al infierno. Pero no gratuitamente, por supuesto. El tinte moral viene dado por el hecho de que son nuestras propias decisiones y acciones las que determinan que todo se derrumbe. Así, Christine podrá admitir que se equivocó, pero no podrá decir que ella no es la responsable de lo que le está pasando.

         El talento de Raimi se ve confirmado. La película es divertida, repugnante y estremecedora, y posee además una gran calidad visual. En resumen, lo tiene todo y no le falta nada. Es una prueba contundente de que el cine bizarro es un género y no una condición forzada por las circunstancias, que puede existir aún allí donde hay dinero y recursos.


Ficha técnica:
Título original: Drag Me To Hell
Año: 2009
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Director: Sam Raimi
Guión: Sam Raimi y Ivan Raimi
Reparto: Alison Lohman, Justin Long, Lorna Raver, David Paymer
Productora: Universal Pictures / Ghost House Pictures / Mandate Pictures


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23 de agosto de 2009

INVOCANDO ESPÍRITUS: terror basado en hechos reales

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         Sin ser genial (hay pocas genialidades hoy en día), Invocando espíritus (The Haunting in Connecticut) es una película que se puede recomendar. La historia es más o menos la siguiente: Matt Campbell es un adolescente que tiene cáncer. Debido a su enfermedad, su familia debe mudarse a una casa cercana al hospital en el que le están haciendo el tratamiento. La casa, digna de una historia de Lovecraft, está rodeada por amplios jardines, con recovecos y cuartos misteriosos y un sótano perverso. Y una historia propia, claro, también perversa. Una vez allí, toda la familia (con excepción del padre, que va y viene, urgido por el trabajo y las deudas) se va a ver envuelta en una intriga en que no faltarán apariciones, fantasmas, viajes al pasado y una interesante cuota de información sobre invocaciones y necromancia. Incluso la emotividad está presente, en la figura de la madre que tiene que enfrentarse con la enfermedad y la agonía de su hijo. El hecho de ser promocionada y encarada como una historia real (antes de los créditos aparecen los típicos cuadritos con los datos de la vida de los personajes después del momento en que el film concluye) le da una atmósfera de credibilidad que la vuelve más inquietante.

         La única objeción que yo le haría es el abuso de las «apariciones sorpresivas», que llevan, como todo con lo que se abusa, a no sorprender. Un vicio que comparte con el 99% de las películas de aparecidos de estos días (con la excepción, tal vez única, de Los otros). De todas maneras, creo que la película cumple con todo lo que se puede esperar de ella: hay una historia interesante, unas idas y venidas que atrapan y sorprenden, y un final que conforma y deja satisfecho al espectador.

        Sin más que agregar, la recomiendo.


Ficha técnica:
Título original: The Haunting in Connecticut
Año: 2009
Duración: 92 min.
País: Estados Unidos
Director: Peter Cornwell
Guión: Tim Metcalfe y Adam Simon
Reparto: Virginia Madsen, Martin Donovan, Elias Koteas, Kyle Gallner, Amanda Crew
Productora: Lionsgate Films / Gold Circle Films


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22 de agosto de 2009

LA SOCIEDAD DE LOS MIEDOS, de Pacho O’Donnell

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«… el miedo es el mecanismo de disciplinamiento que el sistema económico y político necesita para su conservación y expansión».
Pacho O’Donnell, La sociedad de los miedos.


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         A mí, particularmente, me interesa el tema del miedo. De hecho, ya en este blog he reflexionado al respecto («La esencia del miedo»). Supongo que es un interés que comparto con todos aquellos que trabajan o disfrutan con el género fantástico. Por esto mismo, me parece pertinente incluir La sociedad de los miedos de Pacho O’Donnell (que no se centra ni en la literatura ni en lo fantástico) en la lista de comentarios de libros de este espacio.

         Más que una disertación teórica sobre el concepto de «miedo», el libro es una reflexión práctica sobre la realidad concreta de los miedos (así, en plural). Es que si bien, como afirma O’Donnell, el miedo a la muerte es la base de todos los miedos, en la sociedad consumista en que vivimos este miedo puede (y de hecho lo hace) asumir diferentes caras, todas ellas fomentadas y sostenidas por la misma sociedad que, en apariencia, intenta combatirlas. Así, a lo largo del libro, se puede leer sobre el miedo a ser distinto (capítulo 1), el miedo a la muerte (capítulo 2), a perder lo que se tiene (capítulo 3), al futuro (capítulo 4), a no ser amado (capítulo 5), al fracaso (capítulo 6), al sufrimiento (capítulo 7), a la locura (capítulo 8), a la inseguridad urbana (capítulo 9), a la vejez (capítulo 10) y a la soledad (capítulo 11). Además, O’Donnell se vale de las reflexiones de grandes pensadores, artistas y filósofos (Foucault, Kant, Heidegger, Nietzsche, entre otros) para cimentar sus reflexiones, y concluye cada capítulo con la trascripción de un diálogo con alguna figura del mundo cultural contemporáneo, tanto nacional como internacional (Alejandro Dolina, Fernando Savater, Alfredo Bryce Echenique, Eduardo Galeano, entre otros).

         No hay que esperar encontrar en el libro grandes hipótesis ni elaboradas conclusiones, sino una mirada perspicaz de la realidad que nos rodea. Así, su lectura puede llegar a ser, por momentos, reveladora. ¿Hasta qué punto estamos enajenados en esta sociedad que utiliza el miedo como arma política y recurso comercial? ¿Hasta qué punto somos cómplices? ¿Nos convertimos en uno más, proclives a los gustos, los deseos y los anhelos impuestos? ¿O somos nosotros mismos, conscientes de nuestros propios y verdaderos deseos?

         El miedo es, entonces, una eficiente arma política y una rentable herramienta comercial. O’Donnell muestra cómo, detrás de todo miedo, hay un mercado que lo incentiva y se aprovecha de él. De esta manera, el miedo a la vejez despliega toda un gama de productos estéticos y cirugías rejuvenecedoras, el miedo a la inseguridad un mercado de alarmas, seguros y seguridad privada, el miedo al futuro una sarta de teorías adivinatorias (que van desde el horóscopo hasta el servicio metereológico), para nombrar sólo algunos ejemplos. Si bien por momentos la exposición puede llegar a ser discutible o confusa[*], el libro es interesante y de fácil lectura.

         Por último, en La sociedad de los miedos no vamos a encontrar grandes respuestas. No es un libro de autoayuda. O’Donnell nos da algunas pautas sobre lo que tendríamos que hacer, pero no profundiza mucho al respecto. Básicamente, para mitigar el miedo debemos aceptar el sufrimiento como parte esencial de la vida y volvernos auténticos, fieles a nuestros propios deseos y no a aquellos que nos quieren imponer desde el exterior (los medios de comunicación, la política, etc.). En sus propias palabras: «No se trata entonces de tomar un arma y rebelarse contra la sociedad (aunque muchos lo han hecho) sino de rescatar espacios de autoafirmación, de contacto con el propio deseo, de contradicción con lo que se supone que debemos pensar, hacer o decir» (p. 188), «Porque el éxito, el verdadero, pertenece al orden de lo espiritual, de la lealtad con los propios sonidos, sin dejarse ensordecer por el sutil pero imponente barullo de la alienación y el adoctrinamiento que nos propone la sociedad del miedo» (p. 144).
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[*] No queda claro, por ejemplo, si el miedo a la inseguridad es incentivado desde los medios de comunicación o, por el contrario, se trata de una cruel y peligrosa realidad. Se podría pensar que es un poco de cada cosa, pero si es una realidad, entonces los medios de comunicación no incentivan, informan. También se podría decir que hay una exageración o una saturación, pero en ese caso todo es cuestión del límite que uno le impondría a cada noticia. En fin, un tema que, por sí solo, daría para mucho.
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Sobre el autor: Mario Pacho O’Donnell nació en Buenos Aires en 1941. Médico, se especializó en psiquiatría y psicoanálisis, y escribió varios libros y numerosos artículos sobre el tema. Su producción historiográfica suele ser considerada neo-revisionista. Incursionó en el género histórico (El grito sagrado, El águila guerrera, Los héroes malditos, Caudillos federales, entre otros), en el biográfico (Juana Azurduy, la teniente coronela, Juan Manuel de Rosas, el maldito de la historia oficial, Che, la vida por un mundo mejor, etc.) y en el ficcional (El tigrecito de Mompracen, Las hormigas de Chaplin, Las patrias lejanas, etc.). En 2008 se editó Teatro, que reúne su producción como dramaturgo. Es director del Departamento de Historia Argentina de la UCES (Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales). Fue secretario de Cultura de Buenos Aires y de la Nación, y también senador Nacional y embajador de Panamá y en Bolivia.
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- O’Donnell, Pacho. La sociedad de los miedos. Buenos Aires, Sudamericana, 2009.
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4 de julio de 2009

SOBRE LA (IM)POSIBILIDAD DE ESCRIBIR

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         El otro día estaba leyendo un blog amigo y me encontré con la siguiente idea: para poder escribir hace falta estar mal. Esta idea, a su vez, se veía reforzada por los comentarios de los lectores. Por mi parte, me sentí un tanto incómodo, ya que por un lado creía compartir la opinión general, aunque por otro me hacía mucho ruido. ¿Qué me quedaba entonces? Pensar un poco al respecto, nada más.

         Como dije, yo también creía sostener esa idea. Se trata de algo que uno está dispuesto a afirmar. La escritura como catarsis. La creación artística como bálsamo para el alma. La inspiración como respuesta a la tortura anímica. Mentiras. Resabios románticos que, porque suenan bien y nos hacen sentir especiales, seguimos sosteniendo sin someterlos a la menor reflexión crítica. A continuación, quiero echar por tierra esta centenaria ilusión.

        Las personas que afirman que sólo pueden escribir cuando se sienten mal (o, lo que es lo mismo, que si están bien, si son felices, la escritura no les sale) tienden a decir también que escribir les hace bien, que, de hecho, al hacerlo se sienten un poco más felices. ¡Gran incoherencia! Si al momento de sentarse a escribir ellos se sienten mejor, si en ese momento algo parecido a la felicidad los envuelve, entonces la escritura surge de ese estado de felicidad, y no del de tristeza previa. La escritura es así una generadora de, y una respuesta a, la felicidad, y no una consecuencia de la tristeza. De lo contrario tendríamos que decir que al momento de comenzar a escribir la tristeza se vuelve más profunda y aberrante, pero nadie diría eso.

         Los que afirman tales cosas se niegan a aceptar que la escritura, como otras tantas cosas, es un pasatiempo, o, más aún (¡mala palabra!), un oficio. Si la escritura sólo nace de la tristeza y la desesperanza, entonces los escritores profesionales deberían ser unos individuos oscuros y melancólicos, y, salvo unas pocas excepciones[1], no lo son. Yo mismo creí en la idea del artista torturado, y lo creí por mucho tiempo, hasta que conocí personalmente a algunos escritores que publican hoy en día. Entonces me di cuenta de que no era tan así. Son hombres y mujeres que tienen sus familias (antes creía que un escritor debía ser un individuo solitario) y sus rutinas bien marcadas. Se toman vacaciones, van al cine, pasean con sus hijos y hacen las compras para abastecer su heladera. Ah, y no se olvidan de pagar los impuestos, por supuesto (otra idea estúpida, creer que los escritores viven más allá de las necesidades materiales y que, por eso, no están al tanto de ellas).

         Con esto no quiero negar la idea de que la escritura pueda servir de catarsis. Por supuesto que puede hacerlo, como también la lectura de un libro, una caminata mañanera o un rompecabezas. En ese sentido, la escritura no se diferencia de otros pasatiempos, que sirven para relajarnos y distraernos un poco.

         La cuestión está en la convicción de cada uno. Si uno cree que sólo estando mal podrá escribir, entonces sólo va a poder escribir estando mal. Si uno cree que podrá escribir en cualquier momento (y el que piense vivir de la escritura ojalá lo crea), entonces va a poder escribir en cualquier momento. Lo que pasa es que se confunden las ganas de escribir con la posibilidad de hacerlo. Ahí está la cuestión. Si uno se siente feliz porque se enamoró, de seguro va a querer pasar más tiempo con su enamorado y no encerrado escribiendo (o armando un rompecabezas). Pero eso no significa que no pueda hacerlo. Querer es poder. Esa persona no quiere, eso es todo.

         En fin, dejémonos de joder con cuestiones poéticas. Si alguien quiere escribir (o pintar, o componer, o armar un rompecabezas), que se siente y escriba. Esa es la única manera de hacerlo, independientemente del estado de ánimo que tenga. Que lo que escriba va a estar afectado de alguna manera por cómo se siente, por supuesto. Nadie lo niega. Eso es lo que hace interesante a las prácticas artísticas.

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[1] Hay muchas historias de escritores torturados y oscuros (podemos nombrar, sin alejarnos del género fantástico, a Poe, a Lovecraft y a Stoker), pero esto no tiene por qué decirnos algo de la figura del escritor. Además, las biografías de estos autores, muchas veces, se encuentran teñidas por leyendas y datos poco fiables. Personalmente, conozco a más de tres peluqueros oscuros, y no por eso vamos a decir que para poder cortar el pelo hace falta estar oscuramente deprimido.

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