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4 de julio de 2009

SOBRE LA (IM)POSIBILIDAD DE ESCRIBIR

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         El otro día estaba leyendo un blog amigo y me encontré con la siguiente idea: para poder escribir hace falta estar mal. Esta idea, a su vez, se veía reforzada por los comentarios de los lectores. Por mi parte, me sentí un tanto incómodo, ya que por un lado creía compartir la opinión general, aunque por otro me hacía mucho ruido. ¿Qué me quedaba entonces? Pensar un poco al respecto, nada más.

         Como dije, yo también creía sostener esa idea. Se trata de algo que uno está dispuesto a afirmar. La escritura como catarsis. La creación artística como bálsamo para el alma. La inspiración como respuesta a la tortura anímica. Mentiras. Resabios románticos que, porque suenan bien y nos hacen sentir especiales, seguimos sosteniendo sin someterlos a la menor reflexión crítica. A continuación, quiero echar por tierra esta centenaria ilusión.

        Las personas que afirman que sólo pueden escribir cuando se sienten mal (o, lo que es lo mismo, que si están bien, si son felices, la escritura no les sale) tienden a decir también que escribir les hace bien, que, de hecho, al hacerlo se sienten un poco más felices. ¡Gran incoherencia! Si al momento de sentarse a escribir ellos se sienten mejor, si en ese momento algo parecido a la felicidad los envuelve, entonces la escritura surge de ese estado de felicidad, y no del de tristeza previa. La escritura es así una generadora de, y una respuesta a, la felicidad, y no una consecuencia de la tristeza. De lo contrario tendríamos que decir que al momento de comenzar a escribir la tristeza se vuelve más profunda y aberrante, pero nadie diría eso.

         Los que afirman tales cosas se niegan a aceptar que la escritura, como otras tantas cosas, es un pasatiempo, o, más aún (¡mala palabra!), un oficio. Si la escritura sólo nace de la tristeza y la desesperanza, entonces los escritores profesionales deberían ser unos individuos oscuros y melancólicos, y, salvo unas pocas excepciones[1], no lo son. Yo mismo creí en la idea del artista torturado, y lo creí por mucho tiempo, hasta que conocí personalmente a algunos escritores que publican hoy en día. Entonces me di cuenta de que no era tan así. Son hombres y mujeres que tienen sus familias (antes creía que un escritor debía ser un individuo solitario) y sus rutinas bien marcadas. Se toman vacaciones, van al cine, pasean con sus hijos y hacen las compras para abastecer su heladera. Ah, y no se olvidan de pagar los impuestos, por supuesto (otra idea estúpida, creer que los escritores viven más allá de las necesidades materiales y que, por eso, no están al tanto de ellas).

         Con esto no quiero negar la idea de que la escritura pueda servir de catarsis. Por supuesto que puede hacerlo, como también la lectura de un libro, una caminata mañanera o un rompecabezas. En ese sentido, la escritura no se diferencia de otros pasatiempos, que sirven para relajarnos y distraernos un poco.

         La cuestión está en la convicción de cada uno. Si uno cree que sólo estando mal podrá escribir, entonces sólo va a poder escribir estando mal. Si uno cree que podrá escribir en cualquier momento (y el que piense vivir de la escritura ojalá lo crea), entonces va a poder escribir en cualquier momento. Lo que pasa es que se confunden las ganas de escribir con la posibilidad de hacerlo. Ahí está la cuestión. Si uno se siente feliz porque se enamoró, de seguro va a querer pasar más tiempo con su enamorado y no encerrado escribiendo (o armando un rompecabezas). Pero eso no significa que no pueda hacerlo. Querer es poder. Esa persona no quiere, eso es todo.

         En fin, dejémonos de joder con cuestiones poéticas. Si alguien quiere escribir (o pintar, o componer, o armar un rompecabezas), que se siente y escriba. Esa es la única manera de hacerlo, independientemente del estado de ánimo que tenga. Que lo que escriba va a estar afectado de alguna manera por cómo se siente, por supuesto. Nadie lo niega. Eso es lo que hace interesante a las prácticas artísticas.

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[1] Hay muchas historias de escritores torturados y oscuros (podemos nombrar, sin alejarnos del género fantástico, a Poe, a Lovecraft y a Stoker), pero esto no tiene por qué decirnos algo de la figura del escritor. Además, las biografías de estos autores, muchas veces, se encuentran teñidas por leyendas y datos poco fiables. Personalmente, conozco a más de tres peluqueros oscuros, y no por eso vamos a decir que para poder cortar el pelo hace falta estar oscuramente deprimido.

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