La repatriación de los restos de Jorge Luis Borges
La diputada por el Frente para la Victoria, María Beatriz Lenz, presentará a fines de febrero un proyecto de ley para repatriar los restos de Jorge Luis Borges, los cuales descansan en Suiza desde 1986, año en que el escritor falleció a los 86 años víctima de un cáncer hepático. De prosperar en el Parlamento, el proyecto se convertirá en un asunto de Estado que procurará que la repatriación se concrete el 24 de agosto de 2009, día en que se cumplirán los 110 años del nacimiento del escritor.
Ahora bien, al leer esta noticia tengo que admitir que me llené de una profunda (y perturbadora) inquietud. Una vez más, me vengo a enterar de que llevo toda una vida engañado. ¿Acaso Borges no había deseado (y así lo había manifestado) descansar en paz en Ginebra, lugar en donde había vivido parte de su juventud rodeado de su familia? En teoría, sí; y de hecho esto siempre fue remarcado por los detractaros de Borges. Más de una vez me he cruzado con gente que «odiaba» a Borges y que justificaba ese odio en el «rechazo» del escritor hacia nuestro país. Cuando yo les preguntaba sobre ese rechazo (que en verdad no conocía y sigo sin conocer), ellos se encogían de hombros y me decían: «era extranjerizante». De nada servía explicarles el interés que sentía Borges por este país y sus letras; la importancia que había tenido para el desarrollo de nuestra cultura; el hecho de que su primer libro se llamó Fervor de Buenos Aires; de nada servía marcarles que sí, que había decidido morir afuera, pero que también había tomado la resolución de vivir adentro; de nada servía: no querían a Borges y jamás lo querrían. Pero en el siglo XXI, la historia parece ser otra.
Al parecer, según cuenta el presidente de la Sociedad Argentina de Escritores y biógrafo de Borges, Alejandro Vaccaro, el autor de «El Aleph» «en su juventud y madurez expresó su voluntad de que sus restos descansaran en la bóveda familiar», ubicada en el Cementerio de La Recoleta. Para sostener su afirmación, Vaccaro se remite a la Antología personal, publicada en 1961, en donde Borges afirma: «No paso ante La Recoleta sin recordar que están sepultados ahí mi padre, mis abuelos y tatarabuelos, como yo lo estaré». Además, esta semana la Agencia de Noticias de la República Argentina (TELAM) publicó una nota en donde se llama la atención sobre una entrevista a Borges que, en 1969 y para la televisión pública francesa, le realizaron José María Berzosa y André Camp. En ella, el autor argentino expresa su voluntad de ser enterrado en el panteón de su familia. Hasta aquí todo se ve muy claro: Borges quería descansar aquí, en Buenos Aires. Pero no, ya que su esposa/viuda y albacea (y quién sabe cuántas cosas más), María Kodama, afirma que, antes de morir, su esposo le dijo que quería descansar en Ginebra. ¿Y entonces?
Tengo que admitir que me siento confundido. Si Borges quería permanecer en Buenos Aires, ¿qué ganaba o gana Kodama con retenerlo en Suiza? En fin, probablemente nunca lo sabremos, como no sabremos si realmente Borges tomó la decisión de ser enterrado del otro lado del gran charco. Lo único que queda es marcar la fabulosa ironía de que está siendo víctima uno de los mayores hacedores de ironías que tuvo la cultura universal: si es verdad que quería que lo enterraran aquí, ¿cómo se tomaría el hecho de que es una diputada del Frente para la Victoria (la principal fuerza política que representa al peronismo) la que está moviendo los hilos para traerlo? ¡Ay Maestro, desde acá puedo oír cómo repican sus huesos al temblar frenéticamente debajo del verde césped de Suiza!
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La diputada por el Frente para la Victoria, María Beatriz Lenz, presentará a fines de febrero un proyecto de ley para repatriar los restos de Jorge Luis Borges, los cuales descansan en Suiza desde 1986, año en que el escritor falleció a los 86 años víctima de un cáncer hepático. De prosperar en el Parlamento, el proyecto se convertirá en un asunto de Estado que procurará que la repatriación se concrete el 24 de agosto de 2009, día en que se cumplirán los 110 años del nacimiento del escritor.
Ahora bien, al leer esta noticia tengo que admitir que me llené de una profunda (y perturbadora) inquietud. Una vez más, me vengo a enterar de que llevo toda una vida engañado. ¿Acaso Borges no había deseado (y así lo había manifestado) descansar en paz en Ginebra, lugar en donde había vivido parte de su juventud rodeado de su familia? En teoría, sí; y de hecho esto siempre fue remarcado por los detractaros de Borges. Más de una vez me he cruzado con gente que «odiaba» a Borges y que justificaba ese odio en el «rechazo» del escritor hacia nuestro país. Cuando yo les preguntaba sobre ese rechazo (que en verdad no conocía y sigo sin conocer), ellos se encogían de hombros y me decían: «era extranjerizante». De nada servía explicarles el interés que sentía Borges por este país y sus letras; la importancia que había tenido para el desarrollo de nuestra cultura; el hecho de que su primer libro se llamó Fervor de Buenos Aires; de nada servía marcarles que sí, que había decidido morir afuera, pero que también había tomado la resolución de vivir adentro; de nada servía: no querían a Borges y jamás lo querrían. Pero en el siglo XXI, la historia parece ser otra.
Al parecer, según cuenta el presidente de la Sociedad Argentina de Escritores y biógrafo de Borges, Alejandro Vaccaro, el autor de «El Aleph» «en su juventud y madurez expresó su voluntad de que sus restos descansaran en la bóveda familiar», ubicada en el Cementerio de La Recoleta. Para sostener su afirmación, Vaccaro se remite a la Antología personal, publicada en 1961, en donde Borges afirma: «No paso ante La Recoleta sin recordar que están sepultados ahí mi padre, mis abuelos y tatarabuelos, como yo lo estaré». Además, esta semana la Agencia de Noticias de la República Argentina (TELAM) publicó una nota en donde se llama la atención sobre una entrevista a Borges que, en 1969 y para la televisión pública francesa, le realizaron José María Berzosa y André Camp. En ella, el autor argentino expresa su voluntad de ser enterrado en el panteón de su familia. Hasta aquí todo se ve muy claro: Borges quería descansar aquí, en Buenos Aires. Pero no, ya que su esposa/viuda y albacea (y quién sabe cuántas cosas más), María Kodama, afirma que, antes de morir, su esposo le dijo que quería descansar en Ginebra. ¿Y entonces?
Tengo que admitir que me siento confundido. Si Borges quería permanecer en Buenos Aires, ¿qué ganaba o gana Kodama con retenerlo en Suiza? En fin, probablemente nunca lo sabremos, como no sabremos si realmente Borges tomó la decisión de ser enterrado del otro lado del gran charco. Lo único que queda es marcar la fabulosa ironía de que está siendo víctima uno de los mayores hacedores de ironías que tuvo la cultura universal: si es verdad que quería que lo enterraran aquí, ¿cómo se tomaría el hecho de que es una diputada del Frente para la Victoria (la principal fuerza política que representa al peronismo) la que está moviendo los hilos para traerlo? ¡Ay Maestro, desde acá puedo oír cómo repican sus huesos al temblar frenéticamente debajo del verde césped de Suiza!
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