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15 de agosto de 2012

EL VAMPIRO DE ROPRAZ, de Jacques Chessex




El pueblo de los vampiros

         Podríamos decir que todo empieza en 1903 con la muerte de la joven Rosa Gilliéron, de veinte años, ocasionada por un cuadro de meningitis. O podríamos afirmar que, en realidad, todo empieza cuando, cuatro días más tarde, encuentran su tumba profanada, con sus restos violados, mutilados, masticados y sucios de esperma y saliva. Podríamos afirmar todo esto, pero nos estaríamos equivocando. En realidad, todo comienza mucho antes, en una época oscura y supersticiosa, de la que la comunidad de Ropraz de principios del siglo XX es heredera.

          La historia de El vampiro de Ropraz es, en sí, sencilla. La tumba de Rosa es profanada y su cuerpo vejado. Ni siquiera su cabeza pudo conservar su lugar en la disposición del cuerpo. La gente se horroriza y busca al culpable, al que han llamado «el vampiro de Ropraz». Las sospechas, el miedo y la paranoia asolarán al pueblo, y las personas querrán cazar al monstruo para matarlo o, en su defecto, encarcelarlo para siempre. Dos nuevos hallazgos, semejantes al primero (de Nadine, una joven que muere por culpa de la tuberculosis, y Justine, otra víctima de la tisis), radicalizan todavía más el enrarecido ambiente, impulsando la investigación a través de varios sospechosos hasta dar con Charles-Augustin Favez, el supuesto vampiro de Ropraz. No obstante, ninguno de los personajes mencionados es el protagonista. Ni siquiera Favez, de quien la novela se ocupa en al menos la mitad de su extensión, mostrándonos su niñez, sus traumas y sus perversiones. No, el verdadero protagonista es Ropraz. Desde el primer capítulo, el narrador nos da una pintura pormenorizada del pueblo, en la que se puede ver el atraso, la superstición, el miedo, la pobreza y la locura:

«Las ideas no circulan, la tradición pesa, se desconoce la higiene moderna. Avaricia, crueldad, superstición, no estamos lejos de la frontera de Friburgo, donde abunda la brujería.» (pág. 11)


«En estos páramos, el síntoma del vampiro durará mientras esta sociedad sea víctima de la miseria primitiva: suciedad de los cuerpos, promiscuidad, aislamiento, alcohol, incesto y supersticiones que infestan estas campiñas y crearán otros focos de sevicias sexuales y horror inmisericorde.» (pág. 60)

          El miedo y la locura imperan en Ropraz, convirtiendo al pueblo en el verdadero vampiro. En él sólo hay víctimas y victimarios; víctimas que se vuelven victimarios para, de alguna manera, restablecerse. Por un lado, se es víctima del clima, de la rudeza de la naturaleza, de las enfermedades. Por el otro, se es víctima de las personas, que antes han sido víctimas ellos mismos. Golpizas, violaciones, alcoholismo (sin contar la zoofilia y la necrofilia), todo es parte de Ropraz, de la misma manera que Ropraz es parte de todos.

         «El vampiro de Ropraz» sería, entonces, «el vampiro-Ropraz». Por esto mismo Favez, el principal sospechoso de las profanaciones, no es más que el chivo expiatorio, aquel sobre el que se cargan las responsabilidades y las culpas para que el resto de las personas puedan desembarazarse de ellas. Favez no es alguien ajeno a la comunidad, sino su representante más cabal. De ahí que el narrador lo llame doble y hermano: «¡Ritual invertido, que espesa la historia de Favez en el extraño trastorno al mismo tiempo que te hace nuestro, vampiro de Ropraz, mi doble, mi hermano!» (pág. 81). Y por esto mismo también, la duda estructura el relato, evitándose en todo momento la confirmación de la identidad del profanador de tumbas. ¿De qué sirve señalar a un vampiro si, en rigor, todos lo son?

          El estilo de Chessex, breve, con oraciones cortas, muchas de ellas unimembres, es contundente, tan frío incluso como el clima invernal de Suiza. De alguna manera, esta parquedad estaría funcionando como una cristalización estilística de la idiosincrasia de los habitantes de Ropraz, y convierte a la novela en algo difícil de digerir. Las aberraciones son doblemente aberrantes cuando se narran con la misma indiferencia con la que se podría narrar una anécdota inofensiva. Lo escalofriante, en este caso, es el qué y el cómo.

          Definitivamente, El vampiro de Ropraz es una novela que vale la pena leer. Con apenas noventa páginas, se puede terminar en una sola tarde. Lo único malo es comprobar que, de la veintena de novelas de Chessex, ésta es la única que se consigue en librerías argentinas.

***
Sobre el autor: Jacques Chessex nació en Vaud, Suiza, en 1934 y murió de un infarto en la ciudad de Yverdon-Les-Bains en 2009, mientras daba una conferencia. Fue autor de una extensa obra, que abarcó tanto la novela como el ensayo y la poesía. Entre sus logros se destaca el ser el único autor suizo en ganar el Premio Goncourt con la novela El ogro en 1973.

- Chessex, Jacques. El vampiro de Ropraz. Barcelona, Anagrama, 2008.


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