Virus y vacunas
El año pasado, cuando la pandemia ya era una realidad
innegable para todos, se recordó que el escritor norteamericano Dean Koontz
había “predicho” el nuevo virus y no sólo eso, sino también el lugar de su
origen: la ciudad china de Wuhan. En efecto, en la novela Los ojos de la oscuridad (The
Eyes of Darkness), publicada originalmente en 1981, Koontz cuenta que el
gobierno chino creó un virus letal llamado “Wuhan-400”, con el fin de
utilizarlo como arma biológica. Acá quiero hacer un paréntesis. La mención de
Wuhan no fue más que una casualidad dada por las circunstancias. En realidad,
Koontz había elegido como los hacedores de este virus a los rusos y ubicado el
laboratorio en Gorki (de hecho, el virus se llamó en un principio “Gorki-400”),
pero como estaban en pleno contexto de la guerra fría, sus editores le
recomendaron cambiarlo. Entonces apareció China y Wuhan. Hoy, tanto Koontz como
sus editores deben de estar bailando sobre una de sus piernas y reconsiderando su
concepción de la idea del destino y de la diosa Fortuna. Y no es para menos,
las ventas de Los ojos de la oscuridad se
dispararon, ya se habla de reediciones y el nombre de Koontz, siempre
secundario en relación con su némesis, Stephen King, vuelve a ocupar un buen
espacio en los titulares de todo el mundo.
Ahora bien, me pregunto cuánto van a tardar en decir que
en la novela Visiones (By the Light of the Moon), de 2002,
nuestro autor de Pensilvania habla de un científico loco que desarrolla una
tecnología diminuta (a la que llama “nanobots”), capaz de ser inoculada en los
seres humanos por medio de una inyección para así lograr una evolución forzada del cerebro humano. En medio de una historia
de suspenso, repleta de persecuciones y de fenómenos paranormales, Koontz
explica cómo los famosos “chips” pueden formar parte de una vacuna. Teóricos de
la conspiración, atentos.
Nuevamente, vemos cómo Dean Koontz
nos habló, en el pasado, de cosas que iban a desvelar a muchos en el futuro, en
un registro que tendemos a relacionar más con escritores como Robin Cook o
Michael Crichton que con él. ¿Quién dice? A lo mejor, quien ahora suele ser
mencionado como el que nunca pudo estar a la altura de Stephen King se termine
convirtiendo, para un futuro no muy lejano, en un digno sucesor de Julio Verne.
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