«De hecho,
el camino más seguro hacia el infierno es el gradual: la suave ladera, blanda
bajo el pie, sin giros bruscos, sin mojones, sin señalizaciones.»
C. S.
Lewis, Cartas del diablo a su sobrino.
Cartas del diablo a su sobrino[1] es
una novela epistolar en la que un demonio llamado Escrutopo le escribe a su sobrino
Orugario, un demonio menor y principiante, con el fin de aconsejarle para
pervertir y perder el alma de un hombre. Escrita por el autor inglés Clive
Staples Lewis (más conocido como C. S. Lewis y mundialmente famoso por su saga Las crónicas de Narnia), la novela fue
publicada en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial.
C.
S. Lewis fue un intelectual multifacético, de una complejidad y una profundidad
innegables. Escritor, ensayista, profesor, crítico literario, medievalista y
pensador cristiano, desplegó en estas cartas todo su saber teológico para desentrañar
no sólo los «secretos» de la naturaleza de Dios y de los demonios, sino también
las complejidades de la naturaleza humana y de la Salvación. En efecto, en las
recomendaciones de Escrutopo conocemos en qué se centran los demonios a la hora
de tentar a los hombres y, así, nos asomamos a las debilidades humanas y a la
naturaleza de lo que generalmente entendemos por «pecado», que muchas veces no se
corresponde con lo que los demonios (y Dios mismo) entienden por eso. Además,
todo está escrito en un registro simple, que vuelve amena la lectura y golpea
con la contundencia de lo que combina lo profundo con lo entendible.
Usando
la sátira como instrumento, Lewis muestra un infierno propio del siglo XX: una
«oficina» en la que se hace un trabajo eficiente. De esta manera, los demonios trabajan en obtener su objetivo: la fagocitación
de las almas humanas, cuando no de los mismos demonios. Orugario se propondrá
la perdición del alma del «paciente» que le ha sido asignado. Si lo consigue,
dicha alma será absorbida por los demonios en un acto de apropiación y
anulación; si no lo consigue y el hombre se salva, él mismo será absorbido por
su tío. De eso se trata la naturaleza infernal, de negar la esencia de los
demás por medio de la anulación del más débil por el más fuerte. Por esto mismo,
a diferencia de Dios que deja ser a toda su creación, el señor de los demonios
es aquel que lo quiere todo para sí.
Son
varios los temas que se desarrollan en Cartas
del diablo a su sobrino: la virtud, el amor, la modestia, el tiempo, las
penas, los placeres, la risa, la oración, la propiedad, el libre albedrío, la
muerte, el odio y una larga lista de etcéteras. Abordados con inteligencia y
profundidad, estos temas muchas veces sorprenden por develar una realidad
diferente de la que estamos acostumbrados a ver. A veces, lo que creemos malo no lo es tanto y lo que
consideramos bueno no es más que un
engaño del demonio para confundirnos y perdernos.
Dadas
las características de este artículo, sería imposible desarrollar una mínima
parte de estos aspectos mencionados. Por eso, me conformo con señalar al menos
uno: el de la propiedad. Según Cartas del diablo a su sobrino, el
humano no es dueño de nada, y que se crea dueño de algo es un engaño del
demonio. Principalmente, este engaño se centra en dos aspectos que forman parte
de las convicciones indiscutibles de la humanidad: la propiedad sobre el tiempo
y sobre el propio cuerpo.
1. Es
absurdo que el hombre se crea dueño de su tiempo: «El hombre no puede ni
hacer ni retener un instante de tiempo; todo el tiempo es un puro regalo; con
el mismo motivo podría considerar el sol y la luna enseres suyos».[2]
2. Es
absurdo que el hombre se sienta dueño de su cuerpo: «Los humanos siempre
están reclamando propiedades que resultan igualmente ridículas en el Cielo y en
el Infierno, y debemos conseguir que lo sigan haciendo. Gran parte de la
resistencia moderna a la castidad procede de la creencia de que los hombres son
“propietarios” de sus cuerpos; ¡esos vastos y peligrosos terrenos, que laten
con la energía que hizo el Universo en los que se encuentran sin haber dado su
consentimiento y de los que son expulsados cuando le parece a Otro!» (pág. 109)
3. Conclusión:
«Y durante todo este tiempo, lo divertido es que la palabra “mío”, en su
sentido plenamente posesivo, no puede pronunciarla un ser humano a propósito de
nada. A la larga, o Nuestro Padre o el Enemigo[3]
dirán “mío” de todo lo que existe, y en especial de todos los hombres. Ya
descubrirán al final, no temas, a quién pertenecen realmente su tiempo, sus
almas y sus cuerpos; desde luego, no a ellos,
pase lo que pase. En la actualidad, el Enemigo dice “mío” acerca de todo, con
la pedante excusa legalista de que Él lo hizo. Nuestro Padre espera decir “mío”
de todo al final, con la base más realista y dinámica de haberlo conquistado.»
(pág. 110)
Con
estas tres citas se puede ver cómo Lewis aborda uno de los tantos temas que Cartas del diablo a su sobrino
desarrolla y profundiza.
Sin
lugar a dudas, estamos ante un libro revelador en muchos sentidos, que vale la
pena leer y releer sin descanso, una y otra vez.
[1]
En inglés The Screwtape letters (Las cartas de Escrutopo).
[2]
Levis, Clive Staples, Cartas del diablo a
su sobrino, Buenos Aires, Andrés
Bello, 2007, pág. 108. A continuación, las citas se harán según esta edición.
[3]
Tener en cuenta que, como el que habla es un demonio, «Nuestro Padre» se
refiere al diablo y «el Enemigo» a Dios.
***
Sobre el autor: Clive Staples Lewis
(1898-1963) combatió en la Primera Guerra Mundial, formando parte del ejército
inglés, y estudió lengua y literatura griega y latina en la Universidad de
Oxford. En esta misma universidad fue profesor de inglés durante los años 1925
y 1955. Más tarde impartió clases de literatura medieval y renacentista en
Cambridge. En Oxford entabló amistad con J. R. R. Tolkien, con quien creó el
grupo Inklings (conjunto de escritores y profesores que, reunidos en el pub
The Bird and Baby, charlaban sobre
asuntos literarios, históricos, mitológicos, sociales y religiosos) y a quien
le dedicó el libro
Cartas del diablo a su
sobrino. La religión fue un asunto clave en la vida y obra de C. S. Lewis.
En sus años mozos renegó del cristianismo y se manifestó ateo buscando
respuestas en asuntos esotéricos. Con el paso de los años y en su madurez,
influenciado, entre otros, por George MacDonald, Chesterton y el propio Tolkien
(aunque el autor de
El señor de los anillos era católico y Lewis anglicano),
recuperó su fe y se convirtió en uno de los principales apologistas cristianos
de la época. Sus familiares y amigos le llamaban Jack, nombre que adoptó
después de que su perro Jacksie falleciese atropellado cuando Lewis todavía era
un niño.