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20 de agosto de 2012

EL CUERVO: ¿Con qué necesidad?





          ¿Con qué necesidad hacen una película en la que el protagonista es Edgar Allan Poe? Si al menos la trama se relacionara mínimamente con lo que se sabe de la biografía del autor de «El corazón delator»… Pero no, nada que ver. La verdad, ya no entiendo a Hollywood. No entiendo para qué ni por qué hacen las cosas que hacen. ¿Había necesidad de hacer una película así? No, no la había, y sin embargo la hicieron.

          El cuervo (The Raven), dirigida por James McTeigue, cuenta los últimos días de Edgar Allan Poe. En ellos, Poe debe seguir la pista de un asesino serial que usa los argumentos de sus cuentos para cometer crímenes. La búsqueda se volverá más apremiante cuando el asesino secuestre a Emily, la amante de Poe. No hay mucho más que decir. Es una película de aventuras, con una mezcla de policial que la vuelve ridícula.



-          Poniendo límites

          De la misma manera que existe un ente regulador que protege los monumentos históricos, tendría que haber un organismo que regule la producción de este tipo de películas. No estoy hablando de censura, para nada, sino de límites. No se puede distorsionar la imagen de uno de los escritores más importantes de la literatura universal, como no se puede demoler un edificio con valor histórico. Ambas acciones van en contra de nuestro patrimonio cultural, y no sé cuál de las dos ocasiona más daño.

         Soy profesor de literatura en un secundario, y en mi programa de 2° año suelo dar algunos cuentos de Poe. Ahora, inevitablemente, voy a tener que explicarles a mis alumnos que el autor que están leyendo no fue en realidad ese detective amateur que sigue los rastros de un asesino para rescatar, heroicamente por supuesto, a su bella amada, sino un escritor torturado que además de sus inconvenientes económicos tenía que padecer una adicción al alcohol que en más de una ocasión puso en peligro su vida y su trabajo. Es aberrante. Como saben, los últimos días de Poe representan uno de los mayores misterios de la literatura. Nadie sabe con certeza qué es lo que le produjo la muerte, sólo se sabe que fue encontrado (algunos dicen en la calle, otros en un bar) moribundo y delirante, y que antes de morir dijo estas palabras: «Que Dios ayude a mi pobre alma». El resto, son especulaciones, que tratan de reconstruir los últimos días de este genial escritor.

          Seguramente muchos van a decir que exagero. A lo mejor me lo tomo tan a pecho porque Poe es un autor que me gusta, o porque la película no me gustó para nada. Si hubiese sido una película más seria y de mejor calidad como Anónimo (que reconstruye la versión de que el verdadero autor de las obras de Shakespeare no fue él sino el conde de Oxford Edward de Vere) a lo mejor no me hubiera parecido tan ofensiva. No sé. Lo que sí sé es que me hubiese gustado ver una película sobre la vida de Edgar Allan Poe. Poe es uno de los pocos escritores cuya vida toleraría una biografía cinematográfica. Sin embargo, tenemos que conformarnos con esto, una invención paupérrima de lo que Poe hubiese podido hacer si la vida fuese un guión barato. Pero supongo que tendremos que acostumbrarnos. Vivimos en un mundo donde Sherlock Holmes es hábil para la pelea cuerpo a cuerpo y usa un peinado al estilo siglo XXI y en donde Van Helsing es un héroe carilindo que pelea contra hombres lobo. ¿Qué queda? ¿Un presidente que cace vampiros? Ah no, eso ya lo hicieron…


Ficha técnica:
Título original: The Raven
Año: 2012
Duración: 110 min.
País: Estados Unidos
Director: James McTeigue
Guión: Ben Livingston y Hannah Shakespeare
Reparto: John Cusack, Alice Eve, Luke Evans, Brendan Gleeson, Kevin McNally
Productora: Coproducción USA-Hungría-España; Intrepid Pictures / FilmNation Entertainment / Galavis Film / Pioneer Pictures


15 de agosto de 2012

EL VAMPIRO DE ROPRAZ, de Jacques Chessex




El pueblo de los vampiros

         Podríamos decir que todo empieza en 1903 con la muerte de la joven Rosa Gilliéron, de veinte años, ocasionada por un cuadro de meningitis. O podríamos afirmar que, en realidad, todo empieza cuando, cuatro días más tarde, encuentran su tumba profanada, con sus restos violados, mutilados, masticados y sucios de esperma y saliva. Podríamos afirmar todo esto, pero nos estaríamos equivocando. En realidad, todo comienza mucho antes, en una época oscura y supersticiosa, de la que la comunidad de Ropraz de principios del siglo XX es heredera.

          La historia de El vampiro de Ropraz es, en sí, sencilla. La tumba de Rosa es profanada y su cuerpo vejado. Ni siquiera su cabeza pudo conservar su lugar en la disposición del cuerpo. La gente se horroriza y busca al culpable, al que han llamado «el vampiro de Ropraz». Las sospechas, el miedo y la paranoia asolarán al pueblo, y las personas querrán cazar al monstruo para matarlo o, en su defecto, encarcelarlo para siempre. Dos nuevos hallazgos, semejantes al primero (de Nadine, una joven que muere por culpa de la tuberculosis, y Justine, otra víctima de la tisis), radicalizan todavía más el enrarecido ambiente, impulsando la investigación a través de varios sospechosos hasta dar con Charles-Augustin Favez, el supuesto vampiro de Ropraz. No obstante, ninguno de los personajes mencionados es el protagonista. Ni siquiera Favez, de quien la novela se ocupa en al menos la mitad de su extensión, mostrándonos su niñez, sus traumas y sus perversiones. No, el verdadero protagonista es Ropraz. Desde el primer capítulo, el narrador nos da una pintura pormenorizada del pueblo, en la que se puede ver el atraso, la superstición, el miedo, la pobreza y la locura:

«Las ideas no circulan, la tradición pesa, se desconoce la higiene moderna. Avaricia, crueldad, superstición, no estamos lejos de la frontera de Friburgo, donde abunda la brujería.» (pág. 11)


«En estos páramos, el síntoma del vampiro durará mientras esta sociedad sea víctima de la miseria primitiva: suciedad de los cuerpos, promiscuidad, aislamiento, alcohol, incesto y supersticiones que infestan estas campiñas y crearán otros focos de sevicias sexuales y horror inmisericorde.» (pág. 60)

          El miedo y la locura imperan en Ropraz, convirtiendo al pueblo en el verdadero vampiro. En él sólo hay víctimas y victimarios; víctimas que se vuelven victimarios para, de alguna manera, restablecerse. Por un lado, se es víctima del clima, de la rudeza de la naturaleza, de las enfermedades. Por el otro, se es víctima de las personas, que antes han sido víctimas ellos mismos. Golpizas, violaciones, alcoholismo (sin contar la zoofilia y la necrofilia), todo es parte de Ropraz, de la misma manera que Ropraz es parte de todos.

         «El vampiro de Ropraz» sería, entonces, «el vampiro-Ropraz». Por esto mismo Favez, el principal sospechoso de las profanaciones, no es más que el chivo expiatorio, aquel sobre el que se cargan las responsabilidades y las culpas para que el resto de las personas puedan desembarazarse de ellas. Favez no es alguien ajeno a la comunidad, sino su representante más cabal. De ahí que el narrador lo llame doble y hermano: «¡Ritual invertido, que espesa la historia de Favez en el extraño trastorno al mismo tiempo que te hace nuestro, vampiro de Ropraz, mi doble, mi hermano!» (pág. 81). Y por esto mismo también, la duda estructura el relato, evitándose en todo momento la confirmación de la identidad del profanador de tumbas. ¿De qué sirve señalar a un vampiro si, en rigor, todos lo son?

          El estilo de Chessex, breve, con oraciones cortas, muchas de ellas unimembres, es contundente, tan frío incluso como el clima invernal de Suiza. De alguna manera, esta parquedad estaría funcionando como una cristalización estilística de la idiosincrasia de los habitantes de Ropraz, y convierte a la novela en algo difícil de digerir. Las aberraciones son doblemente aberrantes cuando se narran con la misma indiferencia con la que se podría narrar una anécdota inofensiva. Lo escalofriante, en este caso, es el qué y el cómo.

          Definitivamente, El vampiro de Ropraz es una novela que vale la pena leer. Con apenas noventa páginas, se puede terminar en una sola tarde. Lo único malo es comprobar que, de la veintena de novelas de Chessex, ésta es la única que se consigue en librerías argentinas.

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Sobre el autor: Jacques Chessex nació en Vaud, Suiza, en 1934 y murió de un infarto en la ciudad de Yverdon-Les-Bains en 2009, mientras daba una conferencia. Fue autor de una extensa obra, que abarcó tanto la novela como el ensayo y la poesía. Entre sus logros se destaca el ser el único autor suizo en ganar el Premio Goncourt con la novela El ogro en 1973.

- Chessex, Jacques. El vampiro de Ropraz. Barcelona, Anagrama, 2008.