Una vez más, la discusión sobre la
legalización del aborto vuelve a adquirir una visibilidad protagónica. A
continuación, reflexionaré sobre la cuestión, tratando de argumentar por qué el
aborto no debería ser legal. No voy a exponer
números o estadísticas ni a revelar los intereses económicos de poderosos organismos
internacionales que se esconden detrás del “negocio” del aborto. Personas como
Guadalupe Batallán o Agustín Laje ya lo han hecho de una manera que yo no
podría emular. A los que les interesen estas cuestiones, los remito a
las cuentas y a los libros de ellos[1].
Lo mío, en todo caso, es una reflexión (si se quiere) filosófica, sin olvidar
que la ética forma parte de la filosofía y que la ciencia puede contribuir (y
debe acompañar) a dichas meditaciones.
¿POR QUÉ EN CONTRA DE LA LEY?
Para empezar, es bueno hacer una
distinción entre el aborto como práctica y la Ley de Interrupción Voluntaria
del Embarazo como legalización y regulación de esa práctica. Más de una vez me
han dicho que “no se está a favor del aborto”, sino de “una ley para que las
mujeres pobres no mueran por abortos clandestinos”. Bien, este argumento es
negado por las mismas consignas utilizadas en marchas por la legalización, como
se puede ver en la IMAGEN 1: “La
mujer puede y DEBE abortar”. De
cualquier manera, no es el punto al que deseo llegar. ¿Por qué los que estamos
en contra del aborto no queremos su legalización, si ésta no obliga a nadie a abortar?
Fácil, porque la ley tiene la facultad de volver, a los ojos de los ciudadanos
que se rigen por ella, buenas las prácticas que permite y malas las que
prohíbe. Por eso, cuando alguien rompe una ley interviene la justicia. La identificación entre lo
legal y lo justo no es nueva, sino que podemos encontrarla en Aristóteles
(considerado el creador de la ética como disciplina filosófica)[2].
Los que nos oponemos a la Ley de
Interrupción Voluntaria del Embarazo (gran eufemismo) nos oponemos a que la
sociedad en la que vivimos vea como justo
terminar con la vida de un ser humano. Pero…
¿ES UN SER HUMANO?
En este punto, creo que hay poco
para discutir. Incluso, me animaría a decir que no hay nada para discutir. El
debate sobre si lo que es en el
vientre materno es o no un ser humano es una discusión absurda, sólo sostenida
por aquellos que se ven en la necesidad de negar la humanidad del niño por nacer para así
no enfrentar la realidad de un genocidio sin precedentes. Si se mira la
cuestión desde la genética, no hay dudas. Desde el momento mismo de la
concepción, esa “cosa” tiene ya un ADN propio y único, distinto al de la madre
y al del padre. Tanto el óvulo como el espermatozoide poseen la carga genética
de la mujer o del hombre, según el caso, al que pertenecen, pero el cigoto
(fruto de la unión de ambos) tiene una carga genética propia, diferenciada de
la de sus progenitores. Es decir, no sólo es un ser de la especie humana,
sino que es un individuo.
No es llamativo, entonces, que la Academia Nacional de Medicina se haya
pronunciado en relación con esto. En su declaración del 22 de marzo de 2018
afirma que “el niño por nacer, científica y biológicamente, es un ser humano
cuya existencia comienza al momento mismo de su concepción” (ver IMAGEN 2)[3].
Lo dice la Academia Nacional de Medicina, no la Iglesia Católica medieval.
Escoger una “parte” del feto para establecer
su humanidad es tan cínico como absurdo. Da igual que se hable del sistema
nervioso central, del corazón, de los riñones, del hígado o de las uñas, todo
eso está atravesado por la misma carga genética, que dice que ese sistema
nervioso, ese corazón, etc. es de ese individuo y no de otro. Elegir una parte
de un ser para definirlo como ser es tan tonto (aunque igualmente caprichoso)
como decir que un niño no es un ser humano hasta tanto no tenga dientes (en ese
caso no lo sería hasta los cinco meses, aproximadamente), vello púbico (no lo
sería entonces hasta la pubertad) o canas (haría falta esperar hasta la vejez).
Sueno tonto, ¿no? Claro, porque lo es, tan tonto como discutir cuándo algo que
ya es pasa a convertirse en ser.
En resumen, no hay dudas con
respecto a esto: desde el momento de la concepción hablamos de un ser que tiene
una carga genética humana y única. Es un ser humano. Es un individuo. Acabar con esa vida, en
cualquier momento después de la concepción, es acabar con una vida humana, distinta de la vida de la mujer
que la lleva en el vientre. Incluso admitiendo
que el feto es en potencia un ser
humano, hay que admitir también que nada puede ser en potencia algo que no vaya a estar presente, de alguna manera, en
su ser en acto. El lema “Es mi
cuerpo, es mi decisión” es absolutamente incorrecto (sería irrisorio, si no
implicara la muerte de un ser humano indefenso, ajeno a las decisiones que se
toman sobre él). ¿Cómo podría ser el cuerpo de la madre si, desde el vamos, no
comparte con él el ADN ni, en algunos casos, el mismo grupo sanguíneo o,
todavía más, el mismo sexo? El principio de contradicción se lamenta de una
humanidad que ha llegado al punto de negar lo obvio… y creerse revolucionaria
por eso.
Pero, ¿qué pasa cuando no se quiere
ser madre? Porque…
LA MATERNIDAD SERÁ DESEADA O NO
SERÁ
Este lema demuestra la mediocridad
en la que estamos inmersos al creer (y exigir) que las cosas tienen que ser como las deseamos. Hasta este punto llegamos, en el que creemos que el valor
de una vida humana (o, peor aún, su propia esencia) es una consecuencia del
deseo de otra persona. No hace falta decir que en la vida muchas
veces nos pasan cosas que no deseamos y muchas veces (la mayoría, diría yo) las
cosas no salen como deseamos. ¿Qué hacemos entonces? ¿Lloramos? ¿Pataleamos?
¿Nos deshacemos de lo que no nos gusta? ¿Lo matamos?
No hay daño más grande que el de
hacerle creer a alguien que las cosas tienen que ser como él o ella desea. ¿Qué
va a pasar cuando en su carrera, por ejemplo, aparezcan materias que no le
gusten? ¿Qué va a pasar cuando en su trabajo haya tareas que no desee? ¿Qué va
a pasar cuando la vida le ponga enfrente situaciones indeseables: enfermedades, pérdidas, personas insufribles? ¿Qué va
a pasar?, porque no siempre va a poder deshacerse de lo que no desea de manera legal, segura y gratuita.
Asimismo, este
lema implica una trampa que las mismas mujeres se tienden entre sí y que algunas,
imagino, deben creer de buena fe. La maternidad no sólo es un deseo. Tampoco es exclusivamente una decisión. La
maternidad, como la paternidad, es un contrato que se firma de por vida. "La maternidad será deseada”,
¿pero hasta cuándo es válido ese deseo? ¿Qué le decimos a la madre que deseó y decidió
la maternidad estando embarazada de 9 semanas, pero que cambió de opinión a los
cinco años, cuando las cosas se empezaron a complicar? ¿Debe seguir siendo madre, aunque ya no lo desee? ¿Y si una mujer se
da cuenta de que no desea ser madre
de una adolescente, porque eso la obliga a enfrentar una serie de situaciones
para la que no se siente preparada? Dicen que “la maternidad debe ser deseada”,
pero ignoran el hecho de que muchas veces los deseos no duran toda la vida y que lo que se desea hoy, quizás no se desee mañana. La
maternidad (y la paternidad, insisto) es una responsabilidad, que dura mucho más que 14 semanas o 9 meses.
Además, instalar el deseo como la causa de la maternidad es
tan poco serio como sostener que basta desear ser madre para serlo. La
situación inversa nos muestra que el deseo poco tiene que ver con esto.
¿Cuántas mujeres desean quedar
embarazadas y, así y todo, no logran hacerlo? La vida no se guía por nuestros
deseos. Y si no basta con desear ser madre para serlo, tampoco basta con no
desear ser madre para borrar el hecho de que, en efecto, ya se es. Lo que
viene, en todo caso, es una decisión sobre esa maternidad: terminarla (eliminando
al hijo) o continuarla hasta el momento del parto (que abrirá la posibilidad de
una nueva decisión, ya sea para quedarse con el niño o darlo en adopción). Para
dejar de ser madre durante el embarazo hay que eliminar aquello que constituye
en madre a una mujer: el hijo. No se puede dejar de ser madre sin matar al
hijo. El deseo como condición necesaria para la maternidad en el embarazo instaura
el filicidio como medio de mantener un proyecto de vida que no salió como se esperaba.
CUESTIÓN DE DECISIONES: ABORTO DE
TODAS FORMAS
No quiero terminar sin antes
mencionar una disyuntiva que siempre nos plantean a los que estamos en contra
del aborto, y que se puede resumir así: “La
discusión no es ‘aborto sí o aborto no’, sino ‘aborto seguro y legal o aborto
clandestino’”. Esto se llama
“falacia del falso dilema”, que implica la limitación de opciones únicamente a
dos cuando en realidad hay más. Es mentira que la discusión sea “aborto legal o
clandestino”, porque la mujer puede, de hecho, elegir continuar con el embarazo
y después dar al niño en adopción, lo que le permitiría a ella dejar de ser madre y
al niño vivir. Creer que la mujer no puede elegir otra cosa que abortar es despreciar y
subestimar a la mujer. Y, además, cuando este falso dilema se instala, es
engañarla.
Decir que la discusión es “aborto
legal o aborto clandestino” es como plantearle a un joven que la discusión no
es “drogas sí o drogas no”, sino “drogas de buena calidad o drogas de mala
calidad”, dando por hecho de que el joven en cuestión no podría jamás elegir
otra cosa que no sea drogarse y que, si ya tomó la decisión, no se puede hacer nada
para disuadirlo. Una falsedad más. De la misma manera que la discusión es,
efectivamente, “drogas sí o drogas no”, la discusión en torno al aborto debe
ser “aborto sí o aborto no”. Todo aquel que quiera desviar la discusión hacia
otros dilemas lo hace porque sabe que está destinado a perder el debate en los
términos en los que el debate verdaderamente se tiene que dar. “Pero abortos
van a seguir habiendo”, puedo escuchar que me dicen. Es verdad, nadie niega
eso, como nadie niega que los delitos seguirán formando parte de la sociedad
humana. La
existencia segura de un delito no es razón suficiente para legalizarlo.
Y con respecto a la convicción de que los abortos
seguirán existiendo, no está de más señalar que serán (siempre y cuando no sean
espontáneos o producto de algún accidente) el resultado de una decisión humana. No se trata de
tormentas o terremotos, que suceden independientemente de la voluntad del
hombre. No. Los abortos son productos de decisiones. Quien aborta lo hace
porque decidió abortar (si la mujer
que aborta no lo decidió, entonces alguien decidió por ella y la obligó). Se
trata, entonces, de darles a las personas las herramientas y los recursos para
que puedan elegir otro camino, uno en el que nadie muera. La reducción de la
discusión es el intento deliberado por negarle a la mujer todo un espectro de
la realidad en el que también puede
elegir. Porque siempre se elige, aunque no siempre se elija bien. Como afirmó Sartre: “…cualquiera que fuese
nuestro ser, es elección, y de nosotros depende elegirnos como ‘grandes’ y
‘nobles’ o ‘viles’ y ‘humillados’”[4].
EN FIN…
Nos encontramos en un momento histórico en el que, desde
ciertos sectores, se trata de instalar la idea de que un hijo te arruina la
vida, impide que te desarrolles como persona, que estudies, que progreses en tu
trabajo. Lejos quedó la creencia en que “todo hijo viene con un pan bajo el
brazo”. Cada vez son más los casos de padres que dejan solos a sus hijos
pequeños para ir a bailar o salir con amigos. En algunos casos, esa decisión
les ha costado la vida a los niños. La importancia desmedida dada a los propios deseos
(“egoísmo”, se llama en criollo) no se acaba con el aborto ni con el parto. Se
trata de un rasgo lamentable de nuestra época. De alguna manera, llegamos a
creer que nuestro deseo vale más que la seguridad de los demás.
Mucho más se podría decir sobre el aborto, mucho más se
podría decir sobre un momento histórico en el que un sector de las mujeres no
lucha por el derecho a tener a sus hijos, sino por el derecho a no tenerlos. Sí, mucho se podría decir,
y mucho se está diciendo. Por mi parte, quiero terminar respondiendo a otro de
los lemas que nos asignan a los que estamos en contra de esta ley. Dicen que
los que nos oponemos a la ley queremos obligar a los demás a vivir según nuestras propias convicciones. Si acaso eso es
cierto, creo con toda honestidad que es mejor que obligar a otros a morir según los propios deseos.
ANEXO 1:
EL HOMBRE
La cuestión del hombre, como ser humano de sexo
masculino, no es menor. Sin embargo, parece que nadie repara en ella, por eso
voy a tratarla brevemente en este anexo. Estamos ante un proyecto de ley que vuelve
invisible y ata de manos al hombre, impidiéndole formar parte de la decisión de
abortar o no al hijo que también es de él. Ante el lema “la maternidad será
deseada o no será”, la paternidad está exenta de todo deseo propio y será lo
que la mujer desee que sea. Así, si un hombre y una mujer tienen relaciones y
ésta queda embarazada, la paternidad no tendrá nada que ver con los deseos del
hombre. Si la mujer decide abortar, el hombre no será padre (aunque desee
serlo); en cambio, si la mujer decide seguir con el embarazo, el hombre será
padre de por vida (aunque no desee serlo) y tendrá que cumplir con lo que la
ley obliga (o enfrentar una batalla legal si no lo hace). Para que sea justo (sin
dejar de ser injusto), entonces si se afirma que la maternidad sólo puede ser deseada,
la paternidad también debe contar con esa imperativa, reservando al hombre el
derecho a negarse a ser padre en caso de no desear serlo y que no tenga ninguna
obligación al respecto.
Por otro lado, pocas cosas llaman tanto la atención como
la militancia de algunos hombres por la aprobación de una ley que los anula
completamente. Más llamativo es el hecho de que estos hombres son vistos como “aliados”
de las mujeres. Basta que un hombre ponga #QueSeaLey
en alguna red social para que los corazoncitos verdes y las palabras de cariño
de las mujeres pueblen los comentarios. No obstante, el trasfondo es otro. El ser humano suele estar de acuerdo con que
lo dejen afuera sólo cuando no quiere estar adentro. Los hombres que apoyan
esta ley son aquellos que, consciente o inconscientemente, dicen: “Es tu
cuerpo, es tu decisión, yo no tengo nada que ver. A mí no me jodan, decidí vos”.
Claro, lo disfrazan todo de empatía, comprensión y militancia revolucionaria.
No obstante, es la misma forma de pensar de aquellos que salieron corriendo
cuando la mujer con la que estuvieron llegó con una noticia inesperada e
indeseable. Ahora encontraron la manera de hacer pasar su falta de compromiso y
de responsabilidad como comprensión y feminismo. Ni hablar de que los padres de
un adolescente pueden hacer uso de esta ley para que su hijo, que dejó
embarazada a su novia, no se vea implicado en ninguna decisión ni tenga,
tampoco, ninguna responsabilidad: “que se hagan cargo —podrían decir— los
padres de la chica. Después de todo, es su cuerpo y es ella la que tiene que
tomar la decisión”. Lo irónico, insisto, es que las mujeres no ven nada de esto
y se sienten acompañadas por aquellos hombres que luchan por una ley que los deja
libre de toda responsabilidad. Y no está de más mencionar la hipocresía de los
que afirman que el hombre no tiene que opinar, dejando sola a la mujer hasta en
el discurso y negando el hecho de que eso, también, es opinar.
ANEXO 2:
IMAGEN 1
ANEXO 3:
IMAGEN 2
[1]Agustín Laje y Nicolás Márquez, El libro negro de la nueva izquierda.
Ideología de género o subversión cultural y Guadalupe Batallán, Hermana, date cuenta. No es revolución, es
negocio. Ambos disponibles en Amazon.
[2] Ver el “Libro V” de la Ética Nicomaquea.
[3] También pueden visitar los sitios
anm.edu.ar o acamedbai.org.ar.
[4] Ver el Capítulo I de la Cuarta
Parte de El ser y la nada.