(Un análisis del artículo «“Estoy arrepentida de ser madre”: aman a sus
hijos pero hay razones por las que volverían el tiempo atrás» en https://www.infobae.com/historias/2022/06/16/estoy-arrepentida-de-ser-madre-aman-a-sus-hijos-pero-hay-razones-por-las-que-volverian-el-tiempo-atras/).
La tendenciosidad de
los medios de comunicación, en este caso Infobae,
volvió a la carga con un nuevo (aunque no tan nuevo) paradigma: «el
arrepentimiento de ser madre». Según la encuesta manejada por el informativo,
los resultados son sorprendentes: «7 de cada 10 madres contestaron que se arrepienten
en alguna medida de serlo». Paso seguido, expone tres testimonios de tres
mujeres que «se animaron a romper con el tabú y le contaron a Infobae las razones por las que
volverían el tiempo atrás».
Analicemos un poco la cuestión. Que Infobae
hable de «romper con el tabú» da a entender que todas las madres se arrepienten de serlo y no lo dicen porque es un
tabú decirlo. Esto arroja dudas sobre la misma encuesta que ellos publicaron, ya
que podemos pensar (y esto es justamente lo que se espera que se piense) que
ese «25% (que) no se arrepiente de nada» es, en realidad, falso, porque estaría
reprimiéndose por culpa de ese tabú. Romper definitivamente con el tabú
representaría, final y verdaderamente, un 100% de madres que se arrepienten de
ser madres y ya no temen decirlo. En otras palabras, no habría vida más
indeseable que aquella que ofrece la maternidad.
Veamos, ahora, el primero de los testimonios que destaca Infobae[1]. En este, tenemos a Natalia, una
pobre mujer víctima de los mandatos y de los deseos impuestos en su mente desde
la más tierna infancia: recibirse, casarse, tener hijos, etc. Por supuesto, esa
mujer no tardó en darse cuenta de lo que todos, más tarde o más temprano, nos
damos cuenta: la vida no es lo que nos habíamos imaginado que sería.
Al mandato de su abuela, se le sumó el deseo de salvarle la vida a su
pareja, destrozada por la muerte de su madre. «“Si yo le doy un hijo le daría
una razón para vivir”. Quedé embarazada ese mismo mes». Apenas momentos
después, ya «Sentía que me había arruinado la vida». Las razones son muy
simples: «recién empezaba a trabajar de lo que había estudiado, sentía que me
faltaban vivir un montón de cosas, crecer en el trabajo, viajar con amigas,
recorrer el mundo». En definitiva, el hijo como una traba para vivir. La
conclusión es más que predecible: «Yo amo a mi hijo, sí, pero si pudiera volver
el tiempo atrás no lo habría tenido, habría tratado de evitar quedar embarazada
o me habría hecho un aborto». En otras palabras, si pudiera volver el tiempo atrás,
mataría a su hijo cuando eso no representara un crimen. En consecuencia,
podríamos pensar que lo único que la detiene ahora es una figura legal y el
hecho de ir a la cárcel. Lo que sigue es igual de ejemplificador: «A mí me
encanta acompañarlo en sus actividades, lo llevo a jugar al fútbol y me quedo
con él, pero también me gusta tener
tiempo para mí. Había empezado una maestría y tuve que dejarla porque fue imposible encontrar tiempo para estudiar.
Me arrepiento porque el precio de ser
madre es seguir postergándome» (el subrayado es mío). Natalia no ve que es madre, sino que ve que ser madre no
la deja ser lo que es. El egoísmo,
una vez más, como la principal razón para el
rechazo de la maternidad/paternidad.
El testimonio sigue con la exposición de la falta de responsabilidad del
padre, que Natalia muestra como algo general: «Es increíble como toda la
responsabilidad del cuidado se deposita en la madre “porque es la madre”». Los
padres que sí se hacen cargo, que van a las adaptaciones del jardín de
infantes, que llevan a sus hijos de acá para allá y que viven teniéndolos como
prioridad quedan relegados como una excepción frente a los padres que no mueven
ni un dedo, algo de lo que, a partir de mi experiencia como padre y como
docente desde hace más de una década, me permito negar.
Finalmente, Natalia concluye: «Me arrepiento cuando quiero salir y no
puedo, cada vez que tuve que salir corriendo porque el padre no lo había ido a
buscar al jardín o llamar a mi mamá y después aguantar que me reprochara las
veces que me ayuda con el nene». Pobre hijo, que todo su mal se reduce a otras personas (abuela que pasa factura, madre que quiere salir y
no puede, y padre que no aparece) y no a él. ¡Qué mochila pesada tendrá que
cargar si lo cosa sigue así! ¿De qué lo culparán después? ¿De la inflación,
acaso, o del aumento de las tarifas?
La nota sigue con otros dos testimonios que no abordaré, porque son más de
lo mismo: madres que se arrepienten de serlo porque reconocen que su pareja no
era la ideal o porque (oh, calamidad) no pueden estudiar, dormir o salir con
amigas. De cualquier manera, sí quiero destacar un comentario de Luna, la
segunda mujer consultada: «No me siento arrepentida regularmente, aunque hay
ocasiones en las que sí, no te lo voy a negar». Y acá es donde me quiero
detener un poco.
«No me siento arrepentida regularmente, aunque hay ocasiones en las que sí,
no te lo voy a negar». Esto, si me permiten, no es arrepentirse de ser madre.
Todos tenemos momentos en que imaginamos y fantaseamos con una vida distinta de
la que tenemos. Yo también, más de una vez, me he imaginado lo que hubiera sido
mi vida si no hubiese tenido los dos hijos que tengo y si no me hubiese casado.
¿La conclusión? Que tendría mucho más tiempo para leer y para escribir, que la
plata me alcanzaría mucho más (el sólo pagar los colegios nos desangra) y que
sería mucho más independiente. ¿Me arrepiento de ser padre, entonces? Para
nada. También imagino cómo hubiera sido mi vida de haber elegido una profesión
más rentable (como prácticamente toda mi familia), pero no por eso me
arrepiento de ser escritor ni profesor. Confundir imaginación y fantasía de lo
que hubiera sido con arrepentimiento de lo que es no es más que una estrategia
maliciosa de Gisele Sousa Dias, autora del artículo. Todos fantaseamos, no
todos nos arrepentimos. Quien se arrepiente cambiaría su vida si pudiera (como
Natalia); quien fantasea se regodea en su historia contrafáctica para volver a
su vida como puede, pero sin querer deshacerla.
En conclusión, el mensaje es claro: les dicen a todas las mujeres que
quieren ser madres o que se acaban de enterar de que están embarazadas: «Ojo,
que ser madre no es lo que imaginás ni lo que te dijeron que sería. Te
aseguraron que si abortás te vas a arrepentir, pero si sos madre también te vas a arrepentir, así que mejor no seas madre o abortá, que al menos vas a ser libre y no una esclava de por vida, y vas a
tener tiempo de estudiar y de salir con tus amigas».
Hoy se suma un nuevo capítulo al ataque contra la maternidad (y, por
extensión, contra la familia), en una seguidilla que ya señalé en más de una
ocasión y que, sin lugar a dudas, continuará.
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[1] Aclaro
que no trato de juzgar las opiniones ni la vida de nadie, sino de analizar el
mensaje de un discurso que se expone con un atributo de ejemplaridad.