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23 de febrero de 2009

LA AGONÍA DE LA POESÍA

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No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.

Gustavo A. Bécquer




        A menudo me pregunto qué está pasando con la poesía. Como estudiante de Letras conozco muy poco de ella y mis conocimientos se restringen a una época pasada, dorada si se quiere. Al momento de nombrar poetas, suelo pensar en los clásicos como Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Gustavo A. Bécquer (de quien es la cita que abre este post), Sor Juana Inés de la Cruz, Charles Baudelaire, Lord Byron, Arthur Rimbaud, Walt Whitman, Pablo Neruda, Alfonsina Storni, etc., etc., etc. Es decir, nadie vivo, nadie contemporáneo. Por un momento creí que se trataba de un problema o una limitación mía (probablemente así sea), por lo que comencé a preguntarles a otros... No había caso, prácticamente nadie leía poesía y los que lo hacían nombraban los mismos y viejos poetas que solía nombrar yo. Hubo algunos, muy pocos, que demostraron un cabal conocimiento de la producción poética actual, pero en todos los casos ellos mismos formaban parte (o al menos eso deseaban) de dicha producción. Entonces tuve una sensación: la poesía se está convirtiendo cada vez más en una práctica sectaria que no sólo acepta la indiferencia del mundo, sino que la hace suya.

        Decir que la poesía ha muerto es ser, por un lado, extremista y, por otro, ignorante. La poesía no murió, aunque esté agonizando. De haber muerto no verían la luz nuevas generaciones de poetas, y basta con ir a una librería para ver nombres de autores cuyos libros pertenecen al siglo XXI: María Isabel Calo, Germáns Arens, Inés Aráoz, Giselle León, Silvio Mattoni son algunos ejemplos de los nuevos poetas argentinos, muchos de los cuales deben costear sus propias ediciones ante la indiferencia de las grandes editoriales. Pero, en última instancia, ¿quién conoce a estos autores? En la Universidad no se trabajan, en los pasillos no se oyen, en las calles no existen... A diferencia de lo que ocurre con algunos escritores de narrativa (que todavía pueden aspirar a cierta popularidad y relevancia), los poetas parecen estar restringidos al recorrido sectario de la poesía argentina contemporánea: bares de luces bajas, noches de invierno, ponencias presenciadas sólo por familiares y amigos, ediciones de autor, etc. Y no creo que esto se deba al poco talento de los poetas, sino a la indiferencia por parte de la sociedad en su conjunto.

        En la actualidad se lee poco. Cuando la modelo Karina Jelinek dijo que no pertenecía a la generación que leía libros, todo el mundo salió a mofarse de ella. Sin embargo, lo mismo se lo he oído decir a muchas personas antes y, al menos en mi opinión, no me parece que se haya equivocado tanto. Si bien en cantidad de lectores esta generación es muy superior a sus precedentes, también es verdad que la relación «cantidad de lectores-personas alfabetizadas» demuestra que estamos bastante mal. Antes había menos personas que leían, pero también menos que sabían leer, mientras que ahora muchos saben leer (aunque más no sea en su nivel más básico) pero pocos son los que leen. Es que vivimos en un momento de gran velocidad, en donde todo tiene que hacerse de forma rápida (desde calentar la comida hasta ver transcurrir las escenas de una película). La lectura implica un estarse quieto, un detenerse al que ya no estamos acostumbrados. Si el cine clásico resulta en muchos casos lento y aburrido, cuánto más la literatura, sea ésta en prosa o en verso. Por esto mismo, las personas que son tenidas como «ídolos» o como modelos a seguir no incluyen, salvadas unas cuantas excepciones, a los escritores. Hoy se sigue admirando a deportistas, a actores de cine y a músicos (como lo ha sido siempre, desde los orígenes de cada uno de ellos), pero ya no a los escritores. Hace cien años, en la Argentina, había personas como Leopoldo Lugones o José Ingenieros, hombres de pluma (poeta el primero) que con sus palabras y sus escritos influían en las personas, pero eso quedó muy atrás.

        El problema está en la poesía. El desarrollo de la música, en especial del rock and roll, con sus letras elaboradas, su velocidad y rapidez afines a los tiempos en que vivimos y su identificación con la sociedad, ha hecho que las personas no tuvieran que dirigirse a los libros para disfrutar de la palabra poética y su sonoridad. Además, a esto hay que sumarle el culto al ídolo del rock, que siempre se presenta como uno más del común de las personas, a diferencia de la posición de élite (siempre alejados de la masa común del pueblo) que rodeó a los poetas más célebres[*]. La música, por otra parte, absorbió el caudal de artistas que, de no existir la música como hoy existe, habrían terminado siendo poetas. Así, la música hirió a la poesía, la hirió de tal forma que no parece que vaya a recuperarse.

        «Música vs. Poesía». No es correcto plantear esta disputa porque en realidad no es tal. No hay competencia ni lucha entre una y otra. Tal vez la hubo en algún momento, pero ya no. Pocos eligen a la poesía, todos eligen a la música. A decir verdad, es bastante lógico que así ocurra. Como dije antes, estamos atravesando un momento donde las personas prefieren lo fácil y lo rápido a lo lento y lo complejo. No digo con esto que la música sea sencilla (al menos no para los que la producen), pero sí que requiere menos esfuerzo para disfrutarla por parte del oyente que la poesía por parte del lector. La prueba la da el hecho de que se puede disfrutar de la música sin saber de ella o de sus letras (conozco a fanáticos de los Beatles que no saben inglés y desconocen el sentido de sus letras). La música carece de ese impulso de develación significativa que sí tiene la poesía: por más que leamos poesía surrealista, siempre vamos a intentar descifrar (consciente o inconscientemente) lo que está diciendo, lo que refiere. Por otra parte, se puede disfrutar de la música mientras se hace otra cosa (mientras se maneja, se corta el césped o se tiene sexo), en cambio la poesía (como todo acto de lectura) obliga a detenerse, a hacer un stop y a concentrar todos los sentidos en el espacio del poema. El esfuerzo que hay que hacer para disfrutar de una o de otra es, entonces, significativamente diferente[**].

        Pero sigue habiendo poetas y yo conozco personalmente a algunos de ellos, aunque ignoro mucho de su trabajo. La razón de esto es que no participo de sus reuniones en donde la poesía se mezcla con el simbolismo erótico y el vino tinto. Supongo que por no ser poeta no me intereso al respecto, pero me gustaría que esto cambie. Creo que le debemos eso a la poesía. Los poetas existen, pero son irrelevantes (parece imposible que vuelva a haber un Lugones entre nosotros), y la poesía está allí, pero es casi invisible. Me arriesgaría a reelaborar la máxima becqueriana y afirmar: podrá haber poetas, pero no le queda mucho a la poesía.

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[*] Por supuesto que hay excepciones. Acá no incluyo a los «poetas sociales» como Nicolás Olivari, Raúl González Tuñón o Álvaro Yunque, que se han identificado con los sectores populares y denunciado, desde su poesía, los problemas de que eran víctimas (la pobreza, la exclusión, las enfermedades y el hambre).
[**] La siguiente prueba demuestra la facilidad inherente en el disfrute de la música: comparen cuanto tardan en memorizar una letra de una canción al escucharla y cuánto tardan en memorizar un poema. Verán que es mucho más fácil memorizar una canción (sin importar su extensión) que un poema. Asimismo, repasen cuántos poemas recuerdan de memoria (en el caso de que sean lectores de poesía, por supuesto) y cuántas canciones, y verán que la diferencia es abismal.


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1 comentario:

  1. Lucas, concuerdo con tu punto de vista.
    Quiza la poesia muto con el tiempo en cancion! Quiza los musicos compositores tienen algo de poetas.
    Obviamente que esto no se puede dar en todos los casos, como la musica instrumental por ejemplo, pero es una linda manera de ver como una forma de expresion cultural puede adaptarse y mutar de alguna manera a lo largo del tiempo.
    Particularmente disfruto mucho de la musica mientras viajo o mientras hago otras tareas.
    Ademas, la musica le puede dar un distintos tonos a la poesia, tiene mas dimensiones por asi decirlo.
    Por ejemplo una lirica cualquiera puede ser condimentada con una musica acorde que profundice lo que el autor quiere transmitir.

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