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Permítanme distanciarme por un rato del género fantástico y usar la sección de Aguafuertes para contarles sobre una discusión que se armó ayer en una clase de Didáctica general en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Básicamente, el eje de la clase era la figura del docente y su relación con los alumnos. Entre otros autores, hablábamos de Paulo Freire. A partir de la acotación de algunos compañeros (que hablaban de la idea de Freire de reconocer al otro/alumno como sujeto y de la relación dialógica en la que el docente y el alumno aprenden y enseñan por igual), pensé que sería oportuno hacer una salvedad. De esta manera, dije: «Hay que tener cuidado de no confundir la relación dialógica que plantea Freire con una igualdad entre el docente y el alumno. Uno y otro no ocupan el mismo lugar, por más que, de alguna manera, ambos aprendan y ambos enseñen. En todo caso, el alumno es libre porque el docente le da y le permite esa libertad. Olvidar esto puede llevar a perder los parámetros necesarios para que el clima de la clase sea favorable para la enseñanza y pone en jaque la autoridad del docente, que es importante para procurar el orden». La discusión no se hizo esperar, y varios compañeros salieron a discutirme. No voy a decir que yo tenía la razón en todo, porque en realidad no lo creo. Lo que me pareció aberrante fue la concepción que algunos tenían sobre el papel del docente en la clase (recordemos que todos ahí aspiran a ser docentes y algunos, de hecho, ya lo son). Un muchacho me dijo que el orden no es algo que se tiene que imponer, y que si el alumno es reconocido como sujeto (como decía Freire), entonces no es el docente el que le da la libertad, sino que el chico ya la tiene como un atributo del sujeto. Bajo esa circunstancia (y uso un ejemplo que se dio en la clase), el docente no es quien para imponerle al alumno que haga silencio ni que deje el celular. No es quien, porque el alumno es un sujeto y, como sujeto, es libre…
Para serles honesto, me da cosa ver hacia donde va todo. La crisis de autoridad que sufrimos en la actualidad (de la que la falta de legitimidad del docente no es más que un ejemplo) es producto de la concepción misma que tenemos de la palabra «autoridad». Y cuando digo tenemos me refiero a los adultos. Los pibes no respetan porque, de alguna manera, les enseñamos que no tienen que respetar. Como dije antes, yo no creo tener la verdad, pero sí creo que Freire no quiso decir lo que decían algunos de mis compañeros. Que el otro sea un sujeto (libre) no significa que no tengamos que ponerle límites (si es lo que nos corresponde) o que pueda hacer lo que quiera. Por lo que pude ver en la clase, cuando uno dice autoridad, hay gente que se imaginan a un dictador con una regla en las manos buscando chicos para pegarles, y cuando uno dice límites se imaginan a un chico atado a una silla al mejor estilo La naranja mecánica. A ver si somos claros: no toda autoridad es autoritarismo y no todo límite es negación de libertades individuales. Es esto lo que nos está llevando a no poder controlar (control, otra palabra a la que se le tiene mucho miedo) a los chicos, y después, claro, nos quejamos. Es como crear al monstruo y después quejarse porque rompió algunas ventanas.
Autoridad, límites, control y, por supuesto, orden. Palabras que fueron utilizadas por personas y regímenes para coartar las libertades de la población y dominar cada resquicio de ella. Esto es verdad, pero eso no cambia el hecho de que todas esas palabras, y lo que representan, son necesarias en su justa medida. Nuestra historia nos llevó a odiar estas palabras, pero el camino que estamos recorriendo no nos está conduciendo a un lugar deseable. Parece como si siempre interpretamos mal: Dios no da la libertad y el hombre se cree Dios. No sabemos discernir entre lo que nos gustaría y lo que podemos manejar. El autoritarismo es repudiable en todas sus manifestaciones, pero la autoridad es tan necesaria como la libertad. ¿Si no qué nos queda? Padres que no pueden con sus hijos, docentes que no pueden con sus alumnos, pibes que no respetan a nada ni a nadie. En fin, una forma de ver que si no asumimos lo que a cada uno nos corresponde (y al docente le corresponde enseñar, con todo lo que eso implica), entonces nos vamos al carajo.
Quiero terminar con una frase de El grito manso de Paulo Freire, a la que algunos de mis compañeros no le prestaron atención: «Sin límites no hay libertad, como tampoco hay autoridad» (Siglo XXI, pág. 39).
Escucho opiniones.
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1 de septiembre de 2010
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Hola Lucas,
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Sin estar muy metido en el tema supongo que la mayoría de los docentes se inclina/inclinara (quiera o no) por el método que supone el desaparecimiento de la autoridad, el limite, el control y el orden.
Ademas creo que estas palabras (sobre todo en la Argentina de hoy) están prohibidas, anda a proclamarte a favor de que no corten una calle (ruralistas o piqueteros) y vas a ver como automáticamente pasas a ser un facho...
Un abrazo!!
juanca
Estoy muy de acuerdo con vos Lucas, yo creo que el docente debe tener al menos la imagen de autoridad, y darle la enseñanza al niño, como parte de su experiencia, ya sea por el estudio como asi tambien por lo que le enseño la vida. que sea una transmision de conocimientos. sino va a ser como vos expresaste "NOS VAMOS AL CARAJO".
ResponderEliminarFelicitaciones.
Totalmente de acuerdo,asociemos el limite con el cuidado.Es muy importante tambien trabajar sobre la realidad de que todo acto tiene una consecuencia,no pueden hacer cualquier cosa y no pasa nada
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