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4 de marzo de 2019

CRÓNICA DE UNA EXPERIENCIA PARANORMAL: "El ángel de la guarda"




“Ángel de la guarda” de Bartolomé Esteban Murillo (1665-1666)


La maestra abrazó a Benjamín, mi hijo, le dio un sonoro beso en la mejilla y le entregó un enorme globo amarillo. Benja, ya deseoso de irse, salió corriendo de la sala de 5 años del Jardín Municipal Nº 12 con una sonrisa enorme y el globo entre sus manos. Después, la rutina de todos los días: revisar que todo estuviera en condiciones (el cuaderno en la mochila naranja, la campera en el perchero) y salir a la calle para volver a casa.

Ya en la vereda, me encontré con una mamá del jardín, con la que empecé a hablar sobre cuestiones que ya hoy no recuerdo, pero que con toda seguridad versaban sobre el día a día de los chicos. Fue entonces cuando Benja empezó a lanzar el globo hacia arriba y a perseguirlo según lo llevara el viento. Sin perderlo de vista, yo me debatía entre la educación de hacer callar a la mamá y la desesperación de ver que Benja se alejaba más y más por la vereda. Cuando ya estuvo lo suficientemente lejos, dejé de lado mis tapujos y, levantando una mano, interrumpí a la mujer, al tiempo que le gritaba con todas mis fuerzas a mi hijo para que volviera. Por supuesto que no lo hizo, sino que siguió en pos de su juguete. Seguí gritando, hasta que pude ver cómo el globo cambiaba de trayectoria y se acercaba peligrosamente hacia la calle. Benjamín, pendiente sólo de él, bajó el cordón y se perdió entre dos autos estacionados.

            Grité, desesperado y en vano, y empecé a correr hacia donde estaba mi hijo, sabiendo que si él seguía caminando no había nada que yo pudiera hacer. Sólo lograba ver el globo amarillo, flotando por encima de los autos, en dirección a la calle…

            No voy a mentirles, en ese momento no pensé en nada más que en mi hijo y en el peligro que corría. Sólo después se me vendría a la mente la semejanza de la escena que estaba viviendo con la de Cementerio de animales de Stephen King. Cuando dicha escena se me presentó, el peligro ya había pasado, aunque las piernas todavía me temblaban y el corazón no había disminuido el ritmo de sus latidos.

            En fin, me había quedado en el momento en que el globo se acercaba peligrosamente a la calle. No podía ver a mi hijo, ya que estaba entre dos autos estacionados, pero no dudaba de que su atención estaba centrada exclusivamente en el puto globo y que lo iba a seguir a dondequiera que fuera. Y entonces, lo imposible. Cuando el globo ya había sobrepasado los autos y estaba sobre la calle, cambió de dirección de manera abrupta y volvió hacia la vereda. Detrás de él, corriendo, apareció mi hijo, saliendo de entre los autos. Cuando llegué, él ya tenía el globo entre las manos y estaba tan seguro como se podía estar en una vereda de la localidad de Morón.

            Volvimos finalmente hasta donde estaba la mamá del jardín, quien, ante mi sorpresa, estaba más pálida que yo.

            –¿Qué pasa? –le pregunté.

            Ella me miró, confundida.

            –¿No lo viste? –me preguntó a su vez.

            –¿Qué cosa?

            En un primer instante, pensé que se refería a alguna persona que, oculta a mi mirada por los autos, le había dado un manotazo al globo para que regresara a la vereda, ya que su cambio de trayectoria había sido abrupto y (al menos en ese momento me lo pareció) físicamente imposible. Sólo la intervención directa de una fuerza hubiera podido hacerlo cambiar de dirección de esa manera. Pero no, la mamá del jardín no se refería a eso.

            –El camión –dijo–. Venía un camión. Si Benja seguía, lo agarraba.
           
            –¿Y la persona? –le pregunté.

            –¿Qué persona?

            –La que le pegó al globo. Si Benja hubiese seguido, ella lo habría agarrado.

            –Lucas –dijo la mujer, sin recuperar todavía el color–. Yo bajé a la calle para mirar y, a parte del camión que venía, ahí no había nadie.

            El golpe emocional que recibí fue inmediato y contundente. Las piernas me temblaron todavía más y la sensación de estar flotando se incrementó. Si ahí no había nadie, ¿cómo el globo había cambiado de dirección de esa manera imposible?

            Traté de disimular mi confusión. Saludé a la mujer y me fui con mi hijo a la parada del colectivo, para volver a casa. Estaba tan consternado que en vez de agradecer el «milagro» del globo, agradecí a Dios no haber visto el camión.


***


Pensé en esta sección para contar historias verdaderas de personas verdaderas a las que les hubiese pasado algo que se pudiera considerar (o que ellas mismas consideraran) paranormal. Hasta el momento, tengo recopiladas varias experiencias de gente cercana a mí, aunque todavía no me senté a darles forma. Ahora, sin embargo, quiero escribir sobre mí o, mejor dicho, sobre mi hijo (que siempre es una forma de escribir sobre mí). Lo que precedió y lo que sigue a continuación es una interpretación subjetiva de una serie de hechos que me sorprendieron muchísimo. Tal vez el lector interprete todo de una manera distinta y crea que yo, por fin, me resbalé de la cornisa hacia el lado de la locura. Si eso es cierto, espero no arrastrar a nadie en mi caída.


***


            Todo comenzó cuando mi esposa quedó embarazada de nuestro segundo hijo, Benjamín. Ella siempre se encargó de los nombres, por lo que el del pequeño por venir ya estaba decidido. Sin embargo, poco antes del parto, tuve un sueño muy extraño. Soñé que un ángel rodeado de luz se me aparecía mientras yo todavía estaba en la cama y me decía: «Si quieren llamar al chico “Benjamín” está bien, pero sepan que su nombre es “Mateo”». Después, el ángel se fue y yo supongo que desperté (en realidad no lo recuerdo), porque tengo la sensación de que no me olvidé ningún detalle de lo soñado. Desde ese momento, mi hijo pasó a llamarse «Benjamín Mateo».

            Benja fue creciendo y, a diferencia de su hermana mayor, tardó más de lo normal en hablar. Cuando por fin lo hizo, sus dificultades se hicieron evidentes. No pronunciaba correctamente y, para un oído no acostumbrado a su dicción, era poco menos que incomprensible. Por eso, cuando nos contó que tenía un amigo imaginario llamado «A», cuyo nombre recogía el sonido más simple de todos los sonidos, creímos que no era más que una consecuencia esperable en alguien que todavía no podía modular correctamente. Y la vida continuó, con los sobresaltos de todos los días, destinados a convertirse, en su mayoría, en olvido y, en su minoría, en relatos. Benja siguió creciendo (sigue creciendo), luchando, tratamientos fonoaudiológicos de por medio, contra su dificultad para hablar. «A» continuó presente durante un buen tiempo, y ahora sólo es mencionado al pasar, muy de vez en cuando.


***


            Hace poco, mi esposa estaba leyendo sobre los ángeles de la guarda y sobre qué ángel le corresponde a cada persona según su fecha de nacimiento. Honestamente, no creo mucho en esas cosas, pero cuando llegó al ángel de la guarda de Benjamín quedamos más que sorprendidos. Teniendo en cuenta su natalicio, el ángel de la guarda de mi hijo es un querubín y se llama «Hahaiah». Me pregunto como puede escuchar y reproducir el nombre «Hahaiah» un nene que apenas puede hablar, con una «h» que bien puede ser muda y una «i» que se pierde entre la abundancia de la primera de las vocales. Y sí, si me preguntan a mí, un nene de esas características bien puede reproducir ese nombre con una simple «A».

            Yo solamente me pregunto: ¿Fue «A» quien empujó ese puto globo amarillo, devolviéndolo, de una forma imposible, a la vereda?

Si fue así, gracias, «A». Benja sigue bien.



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