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30 de septiembre de 2010

EL ÚLTIMO EXORCISMO: el poder de la ficción

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         Sigue en cartelera El último exorcismo (The Last Exorcism), una nueva historia sobre posesiones demoníacas y pruebas de fe. Producida por Eli Roth (director y guionista de clásicos actuales como Cabin Fever y Hostel) y dirigida por Daniel Stamm, la película repite algunas fórmulas del género nacido con El exorcista de William Peter Blatty (como la adolescente poseída) y reformula otras (no es un cura católico quien hace el exorcismo, sino Cotton Marcus, un reverendo protestante que ni siquiera cree en los demonios). Además, y en consonancia con la moda actual que busca la cercanía con lo real, el film simula ser un documental, siguiendo la línea de películas como The Blair Witch Project y The Fourth Kind.

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- La película

         El reverendo Cotton Marcus es un hombre religioso de poca o ninguna fe. Para él, la religión es un negocio y un espectáculo, con los que espera ganarse la vida. No es el típico predicador embustero que acostumbramos a ver en las películas, sino un buen hombre, un padre de familia responsable. Simplemente no cree en lo que creen sus fieles, a los que ayuda con un mensaje de fe y esperanza que en última instancia no lastima a nadie. Hasta que oye la noticia de la muerte de una nena, asfixiada durante una sesión de exorcismo. Entonces descubre que el mensaje que él mismo da, en algunos casos, puede llegar a lastimar. Por eso decide hacer un exorcismo, pero filmándolo en su totalidad, para probar lo que muchos no están dispuestos a decir: que nada de eso es real y que todo se debe a una sugestión psicológica del supuesto poseído, que lo es sólo porque cree serlo. Así conoce a Nell Sweetzer, la chica que es acosada por un espíritu maligno. La película es la filmación del exorcismo de Nell, con todas las dificultades que tendrá que atravesar el reverendo en el intento de probar su teoría.

         La película está buena. Bastante buena si se tienen en cuenta las últimas producciones sobre exorcismos. La incertidumbre se mantiene hasta el final y la eterna pelea entre la explicación racional y la creencia religiosa está bien construida en el personaje mismo del reverendo. Por otra parte, el personaje de Nell es escalofriante sin la necesidad de recurrir a lo escatológico ni a las mutilaciones sanguinolentas. Entre la sobriedad y la alusión (la filmación «casera» deja muchos espacios en blanco), la película alcanza una atmósfera macabra.

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- La «cercanía con lo real»
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         Me gustaría hablar un poco sobre esa «cercanía con lo real» que mencioné en un principio y que es tan cara a la corriente hollywoodense del momento. En mi opinión, esta idea de que «sólo lo real asusta» me tiene un poco cansado. Espero sinceramente que esta moda se termine de una vez. No creo que, para asustar, el arte tenga que engañar diciendo que su contenido es real. Por supuesto que es real. Es real porque el arte lo es, y no necesita de su confirmación en los acontecimientos para generar una respuesta en los espectadores. Es un hecho que las películas que afirmaron basarse en hechos reales, como El exorcismo de Emily Rose, fueron decepcionantes, mientras que otras, como la mítica El exorcista, siguen aterrando desde la ficción. Puede haber excepciones, y siempre las hay, pero el principal problema es el abuso. Una película basada en hechos reales es un caso interesante, dos es monótono, tres fastidioso y veinte una tomadura de pelo. Bueno, hace varios años que nos vienen tomando el pelo.

         Por fortuna, en El último exorcismo no se habla de hechos reales. El formato documental sirve para darle a la historia un dinamismo y a los personajes una intimidad que de otra forma hubiese sido más difícil de conseguir. Esto es para destacar: no es el afán de convencer al espectador el que lleva a utilizar este formato, sino que el mismo es exigido por la historia. Por eso no molesta, y por eso sirve.

         Lo que no sirve y, creo, tiene que ver con este afán por la «cercanía con lo real» es la promoción del film. A diferencia de otras películas similares, El último exorcismo hizo uso de un recurso que hasta el momento no fue inteligentemente explotado: Internet y las redes sociales. La campaña publicitaria de El último exorcismo incluyó chats sorpresa (en donde las personas, en teoría, fueron engañadas y asustadas), un perfil en Facebook y una historia en la que se cuenta que un joven argentino (supongo que cada país tendrá su víctima) está internado en el Hospital Italiano por haber visto un video publicado por Nell (que también está en la web). En parte, todo esto es gracioso, pero también permite ver hasta qué punto se banaliza la cuestión del arte (en este caso la película) y la fe religiosa. No dudo de que esta campaña dio el resultado esperado (que las personas vean la película), pero me parece que, de alguna manera, repercute negativamente. Basta ver el perfil de Nell en Facebook, en donde recibe el insulto y las bromas de otros usuarios, para que todo ese respeto que inspira la combinación de la religión y el arte (que alguna vez fueron lo mismo y que todavía se reclaman a escondidas) se pierda.

         Para que sepan de qué estoy hablando, les dejo los videos del chat:

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        Y la dirección del perfil de Facebook (el oficial, según aparece en la página de la película):

http://www.facebook.com/home.php?#!/profile.php?id=100001504623577

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Ficha técnica:
Título original: The Last Exorcism
Año: 2010
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Director: Daniel Stamm
Guión: Huck Botko y Andrew Gurland
Reparto: Patrick Fabian, Ashley Bell, Iris Bahr, Louis Herthum, Tony Bentley
Productora: Louisiana Media Productions / Strike Entertainment / StudioCanal; Productor: Eli Roth


1 de septiembre de 2010

SOBRE AUTORIDAD, LÍMITES Y DOCENCIA

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         Permítanme distanciarme por un rato del género fantástico y usar la sección de Aguafuertes para contarles sobre una discusión que se armó ayer en una clase de Didáctica general en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Básicamente, el eje de la clase era la figura del docente y su relación con los alumnos. Entre otros autores, hablábamos de Paulo Freire. A partir de la acotación de algunos compañeros (que hablaban de la idea de Freire de reconocer al otro/alumno como sujeto y de la relación dialógica en la que el docente y el alumno aprenden y enseñan por igual), pensé que sería oportuno hacer una salvedad. De esta manera, dije: «Hay que tener cuidado de no confundir la relación dialógica que plantea Freire con una igualdad entre el docente y el alumno. Uno y otro no ocupan el mismo lugar, por más que, de alguna manera, ambos aprendan y ambos enseñen. En todo caso, el alumno es libre porque el docente le da y le permite esa libertad. Olvidar esto puede llevar a perder los parámetros necesarios para que el clima de la clase sea favorable para la enseñanza y pone en jaque la autoridad del docente, que es importante para procurar el orden». La discusión no se hizo esperar, y varios compañeros salieron a discutirme. No voy a decir que yo tenía la razón en todo, porque en realidad no lo creo. Lo que me pareció aberrante fue la concepción que algunos tenían sobre el papel del docente en la clase (recordemos que todos ahí aspiran a ser docentes y algunos, de hecho, ya lo son). Un muchacho me dijo que el orden no es algo que se tiene que imponer, y que si el alumno es reconocido como sujeto (como decía Freire), entonces no es el docente el que le da la libertad, sino que el chico ya la tiene como un atributo del sujeto. Bajo esa circunstancia (y uso un ejemplo que se dio en la clase), el docente no es quien para imponerle al alumno que haga silencio ni que deje el celular. No es quien, porque el alumno es un sujeto y, como sujeto, es libre…

         Para serles honesto, me da cosa ver hacia donde va todo. La crisis de autoridad que sufrimos en la actualidad (de la que la falta de legitimidad del docente no es más que un ejemplo) es producto de la concepción misma que tenemos de la palabra «autoridad». Y cuando digo tenemos me refiero a los adultos. Los pibes no respetan porque, de alguna manera, les enseñamos que no tienen que respetar. Como dije antes, yo no creo tener la verdad, pero sí creo que Freire no quiso decir lo que decían algunos de mis compañeros. Que el otro sea un sujeto (libre) no significa que no tengamos que ponerle límites (si es lo que nos corresponde) o que pueda hacer lo que quiera. Por lo que pude ver en la clase, cuando uno dice autoridad, hay gente que se imaginan a un dictador con una regla en las manos buscando chicos para pegarles, y cuando uno dice límites se imaginan a un chico atado a una silla al mejor estilo La naranja mecánica. A ver si somos claros: no toda autoridad es autoritarismo y no todo límite es negación de libertades individuales. Es esto lo que nos está llevando a no poder controlar (control, otra palabra a la que se le tiene mucho miedo) a los chicos, y después, claro, nos quejamos. Es como crear al monstruo y después quejarse porque rompió algunas ventanas.

         Autoridad, límites, control y, por supuesto, orden. Palabras que fueron utilizadas por personas y regímenes para coartar las libertades de la población y dominar cada resquicio de ella. Esto es verdad, pero eso no cambia el hecho de que todas esas palabras, y lo que representan, son necesarias en su justa medida. Nuestra historia nos llevó a odiar estas palabras, pero el camino que estamos recorriendo no nos está conduciendo a un lugar deseable. Parece como si siempre interpretamos mal: Dios no da la libertad y el hombre se cree Dios. No sabemos discernir entre lo que nos gustaría y lo que podemos manejar. El autoritarismo es repudiable en todas sus manifestaciones, pero la autoridad es tan necesaria como la libertad. ¿Si no qué nos queda? Padres que no pueden con sus hijos, docentes que no pueden con sus alumnos, pibes que no respetan a nada ni a nadie. En fin, una forma de ver que si no asumimos lo que a cada uno nos corresponde (y al docente le corresponde enseñar, con todo lo que eso implica), entonces nos vamos al carajo.

         Quiero terminar con una frase de El grito manso de Paulo Freire, a la que algunos de mis compañeros no le prestaron atención: «Sin límites no hay libertad, como tampoco hay autoridad» (Siglo XXI, pág. 39).

         Escucho opiniones.

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31 de julio de 2010

LA CÚPULA, de Stephen King

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         Hay artistas, la mayoría, que alcanzan su mejor momento a una determinada edad y luego, si tienen la oportunidad de envejecer, comienzan a decaer. Como ejemplos podríamos mencionar a Borges (cuyas mejores obras son Ficciones y El Aleph, ambas de la década del ‘40), Cortázar (muchos dicen que su mejor libro de cuentos es Bestiario, su primer libro de cuentos), Michael Jackson (que nunca volvió a lograr un éxito como Thriller) y John Lennon (que jamás alcanzó la calidad que demostró en los Beatles), entre muchos otros. Son pocos los artistas que siguieron progresando en una ascensión constante hasta la vejez y la muerte. Muchos murieron jóvenes, y eso fue lo mejor que le pudo haber pasado a sus carreras. El caso de Stephen King es el de los pocos que lograron mejorar más allá de los años de juventud, superándose ininterrumpidamente. Tres de las mejores novelas de King son sus últimas tres novelas: La historia de Lisey, Duma Key y La cúpula. Muchos preguntarán: ¿Y qué pasa con Apocalipsis, Misery, It, Cementerio de animales o Insomnia? Yo respondería: Todas ellas son muy buenas (al menos a mí me gustaron mucho), incluso algunas fueron más exitosas que las últimas tres, pero de ninguna manera son mejores. Tal vez no sean peores, pero de seguro no son mejores. Esto significa que King no ha bajado la calidad y, en algunos casos, la ha elevado. De hecho, él mismo cuenta que intentó escribir La cúpula en 1976, pero la magnitud del proyecto lo superó y abandonó la novela con sólo setenta y cinco páginas escritas, las cuales se perdieron para siempre. Ahora, más de treinta años después, volvió a intentarlo y el resultado es más que satisfactorio, lo que prueba que estas décadas no pasaron en vano.

          La cúpula (Under the Dome) es una novela de mil ciento treinta páginas que se lee como si tuviera trescientas. La historia, a primera vista, no resalta por su complejidad: un día de otoño que nada tiene de especial, una cúpula cae sobre el pueblo de Chester’s Mill. De momento, el origen de la cúpula es desconocido y ni siquiera el gobierno de los Estados Unidos parece entender lo que está pasando. Entonces, en el pueblo (que es lo mismo que decir dentro o bajo la cúpula) los personajes intentan seguir adelante a medida que la energía (alimentada por un suministro limitado de propano) comienza a escasear, el aire a enrarecerse y las esperanzas de salir a desaparecer. La complejidad, entonces, se evidencia, y King sorprende con su capacidad, ya conocida por sus seguidores, de plantear y representar las relaciones humanas. Dentro de la cúpula, los personajes tienen que enfrentarse a un peligro más letal que la cúpula misma, y ese peligro es el otro, el prójimo. Con una calidad y una perspicacia innegable, King nos presenta a Dale Barbara, Big Jim, Julia Shumway, Rusty Everett y a más de cincuenta personajes, que a medida que avanzan las páginas se convierten en personas, que amamos, odiamos y seguimos sin descanso.

         Mirándola de cerca, la idea de la cúpula es pasible de ser vista como una alegoría. De alguna manera, todos vivimos dentro o bajo una misma cúpula, que es nuestro planeta o, si se quiere, la atmosfera. En relación al universo vivimos encerrados, y nuestro comportamiento determina la calidad de la vida en el mundo. La contaminación, los incendios intencionales y la arbitrariedad al momento de utilizar los recursos naturales dañan nuestro planeta y pueden llevarnos a un futuro sin futuro. En este sentido, podemos ver La cúpula como un experimento de King en relación con el comportamiento de las personas en una escala reducida que puede proyectarse a una escala mayor. Pero esto es sólo para los que les gusta las claves y las metáforas; para los que no, la historia es suficientemente buena como para no pensar en nada más.

         Me gustaría hablar un poco de los personajes. Hay muchos, tantos que antes de comenzar la novela hay una lista con algunos nombres y algún dato que nos permita recordar qué hacen o de qué trabajan. En un principio, la lista es útil, pero pronto comenzamos a conocerlos de tal manera que podemos recordar treinta o cuarenta nombres sin necesidad de parar la lectura para preguntarnos quiénes son o qué hacen. Y es que, como dije antes, una de las mayores habilidades de King es la de plantear relaciones humanas y la de crear personajes. En La cúpula, esta habilidad está más que aprovechada. Los personajes se ven en una situación extraordinaria que no saben cómo manejar, por lo que algunos recurren a la religión, otros al poder (si es que lo tienen) y otros a la enajenación. Y las contradicciones son constantes. Así, podemos ver a personas con buenas intenciones que entregan el pueblo a la destrucción, personas religiosas que son capaces de asesinar y después rezar por las almas de los difuntos, o incluso «buenas» personas con conductas criminales y «malas» personas con actitudes honrosas. Las vidas debajo de la cúpula son tan complejas e indefinidas como las que podemos encontrar a nuestro alrededor (o en nosotros mismos). Algunas máscaras se caen, por supuesto, lo que no hace más que contribuir a la complejidad y al deleite de los lectores.

         A pesar de una traducción apresurada y a las claras descuidada, La cúpula es un buen ejemplo de lo mejor que puede hacer Stephen King. Lo único que lamento es que, por su extensión y su elevado precio (149 pesos), muchas personas no van a arriesgarse a transitar sus páginas. Es una lástima, ya que, a pesar de ser una novela muy larga, no le sobra nada.

         Mi consejo es que lean esta novela. Si son seguidores de Stephen King (sus «Lectores Constantes» diría él) háganlo a sabiendas de que no saldrán defraudados, y si nunca leyeron nada de él, entonces háganlo con la seguridad de que descubrirán un mundo literario que los arrastrará, con placer, a más de otras cuarenta novelas que los estarán esperando. La cúpula es una excelente opción para seguir con Stephen King o, también, para comenzar con él.


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Sobre el autor: Stephen King nació en Maine (EE.UU.) en 1947. Estudió en la universidad de este Estado y después trabajó como profesor de literatura inglesa. Su primer éxito literario fue Carrie (1974), que, como muchas de sus novelas posteriores, fue adaptada al cine. Lleva escritas más de cuarenta novelas (entre las que se destacan Cementerio de animales, It, The Green Mile, Un saco de huesos y la saga La torre oscura, entre muchas otras) y doscientos relatos. En 2003 fue galardonado con el premio literario estadounidense de mayor prestigio, la medalla de The National Book Foundation for Distinguished Contribution to American Letters.
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- King, Stephen. La cúpula. Buenos Aires, Plaza & Janés, 2010.
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  • Más sobre Stephen King en El lugar de lo fantástico:



- «Trailer de La cúpula» (aquí)
- «Despues del anochecer, de Stephen King» (aquí)
- «Duma Key, de Stephen King» (aquí)
- «Trailer de Duma Key» (aquí)
- «La nueva novela de Stephen King: Under the Dome» (aquí)
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30 de julio de 2010

PORTADORES: una epidemia que da miedo

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         Dos hermanos, Danny y Brian, junto a dos muchachas, Bobby (la novia de Brian) y Kate (de quien no sabemos mucho), van por la ruta en un Mercedes robado, tomando cerveza y haciendo bromas como si no tuvieran problemas, como si el mundo fuera normal. Pero no lo es, y nos enteramos casi de inmediato. Una enfermedad (que no se especifica pero que hace pensar en una gripe mortal) asola al mundo y diezma la población. Pueblos enteros sucumben bajo esta enfermedad y el gobierno tiene que levantar los cuerpos de las calles como los basureros levantan la basura. En este mundo, Danny y Brian tienen un único objetivo: llegar a una playa en la que solían pasar sus vacaciones familiares y aislarse ahí, surfear hasta cansarse y vivir lejos de la enfermedad. Pero para lograrlo deben viajar, y en el viaje se encontrarán con muchas personas, algunas de ellas enfermas y otras desesperadas, que harían cualquier cosa para salvarse. De esto trata la película, del viaje de dos hermanos y dos muchachas hacia la seguridad que sólo puede proporcionarles una playa alejada, y de los obstáculos que encuentran en el camino.

         Con una estructura y un planteo similar al de las películas de zombies, Portadores (Carriers) logra su objetivo: mantiene en vilo al espectador y le cuenta una historia entretenida. La tensión se mantiene de principio a fin, los momentos emotivos no faltan y resulta interesante ver hasta dónde llega la voluntad de sobrevivir en el ser humano, aunque para lograrlo tuviera que realizar actos repudiables y, muchas veces, criminales. ¿Pero se puede hablar de crimen cuando sólo se trata de sobrevivir? ¿Puede haber amor cuando la persona a la que amamos trae la muerte en su organismo? Éstas y otras preguntas plantea la película, y las respuestas dependerán de quien las dé.

         El atractivo de Portadores puede deberse a que la actitud paranoica de algunos personajes ante la enfermedad es muy similar a la que muchos de nosotros adoptamos el año pasado ante la gripe A. En un mundo en donde, justificadamente o no, vimos de cerca la posibilidad de una epidemia de una gripe «nueva» que no entendíamos del todo bien, una película como ésta es algo así como una ventana que nos muestra qué podría haber pasado si las cosas se hubiesen dado de forma diferente, o, incluso, que podría pasar en el futuro si el virus de la gripe (o de cualquier otra enfermedad) muta para mal.

        No hay mucho más que decir, salvo que Portadores es una buena opción a la hora de ir al cine.


Ficha técnica:
Título original: Carriers
Año: 2009
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Director: Àlex Pastor y David Pastor
Guión: Àlex Pastor y David Pastor
Reparto: Chris Pine, Piper Perabo, Lou Taylor Pucci, Emily VanCamp
Productora: Ivy Boy Productions / This Is That Productions / Paramount Vantage / Likely Story
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20 de julio de 2010

TRAILER DE LA CÚPULA

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La semana pasada llegó a las librerías de Argentina la última novela de Stephen King, La cúpula (Under the Dome). Dado que tiene más de 1100 páginas y que cuesta la bochornosa suma de 149 pesos, supongo que tendremos que esperar un poco antes de emitir algún juicio sobre ella. Mientras tanto, y para mitigar un poco la ansiedad, les dejo el trailer del libro.
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  • Más sobre Stephen King en El lugar de lo fantástico:

- «La cúpula, de Stephen King» (aquí)
- «Después del anochecer, de Stephen King» (aquí)
- «Duma Key, de Stephen King» (

aquí)
- «Trailer de Duma Key» (
aquí)
- «La nueva novela de Stephen King: Under the Dome» (aquí)

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23 de junio de 2010

TERMINÓ LOST

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         Lost, una de las series de televisión que más dio que hablar en los últimos tiempos, llegó a su fin y produjo la aceptación y el rechazo de millones de seguidores en todo el mundo. Los artículos y los comentarios coparon los medios gráficos, televisivos e informáticos con polémicas sobre si el final estuvo o no a la altura de lo que la serie fue planteando a lo largo de sus seis temporadas. Se dijo mucho, se interpretó mucho y, fundamentalmente, se divagó mucho. Por mi parte, no voy a aventurar ninguna interpretación sesuda sobre el final (eso ya se ha hecho bastante) ni tampoco voy a revelarlo (por si alguno no lo vio todavía y quiere matar el tiempo leyendo este post), sólo voy a dar mi percepción general de la serie.

         Soy de los que opinan que hay mucha basura en la televisión y que, la mayor parte del tiempo, es más productivo hacer cualquier cosa antes que sentarse delante de la «caja boba». Ignoro cómo es en otras partes del mundo (supongo que igual), pero en Argentina la televisión está cada vez peor. Y cuando llega a un punto en donde parece que ya no puede empeorar, empeora un poco más. Y de repente, del Norte nos viene una serie que no sólo nos entretiene, sino que además nos hace pensar. Y nos hace pensar en serio, sin sentidos figurados o metáforas. Lost hizo pensar a personas que no se creían capaces de hacerlo.

         Lost no es la primera serie buena del siglo XXI ni mucho menos. He visto varias que me han gustado y que tuvieron una buena producción que las respaldó (podría nombrar a Nip-Tuck, Six Feet Under o The Sopranos, para dar algunos ejemplos), pero Lost ha sido la primera que me ha «enganchado» hasta tal punto de sacrificar horas de sueño (muchas horas de sueño) para ver «un capítulo más». Y esto no fue obra del azar ni una cuestión estrictamente personal (conocí a varias personas mucho más enganchadas que yo que, incluso, dejaron de dormir del todo por una dosis más de ficción isleña). No. Esto se debió a que el suspenso estuvo bien manejado y las historias de los personajes fueron atractivas y atrayentes. Lost nos mostró que detrás de toda persona (ya sea cirujano, rockero o delincuente) hay escondida una considerable cantidad de miseria, una parte en blanco que busca un sentido para seguir viviendo. Y es que los personajes estaban perdidos desde mucho antes de llegar a la isla, y seguirían estándolo mucho tiempo después. Además, con el hábil recurso de revelarnos primero el hecho y después la información que lo explica, nos obligaron a permanecer horas y horas delante de la pantalla del televisor y horas y horas lejos de ella simplemente esperando por los nuevos episodios.

         Con respecto al final, lo único que puedo decir es que a mí me gustó y me dejó satisfecho. Soy de las personas a las que les gusta que algunas historias cierren (al menos las que deliberadamente se abrieron en el transcurso de la trama), pero también entiendo que en una serie de seis años tampoco se puede cerrarlo todo. Hay puntos que quedaron en blanco (por nombrar dos podría señalar la importancia de Walter, que queda al final en la nada, o la verdadera historia de Libby en el psiquiátrico, a la que nunca se vuelve), pero es compresible en una serie de seis temporadas que debió durar más de lo que en un comienzo se tenía pensado. De hecho, esa intención de ser más larga se notó en varias oportunidades. Pero en conjunto, esto no le resta calidad al producto terminado. Lost es una serie muy buena, y esto es algo que sus peores detractores no pueden negar. Y el hecho de que no haya cerrado todas las historias creo que habla bien de ella. Teniendo en cuenta la naturaleza misma de la serie, me hubiese decepcionado que todo terminara de forma hermética, si se me permite el concepto. Al fin y al cabo, uno nunca llega a entenderlo todo... ni en la vida ni en el arte.
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9 de junio de 2010

PÁJAROS EN LA BOCA, de Samanta Schweblin

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  • Este artículo se publicó originalmente en la revista Sudor de tinta (N° 2).

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EL EXTRAORDINARIO MUNDO
DE SAMANTA



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1. La autora y su obra

Pájaros en la boca: la confirmación del talento


         El primer libro de Samanta Schweblin, El núcleo del disturbio (2002), puso en escena un talento innegable. Una joven de 24 años, egresada de la carrera de Imagen y Sonido de la UBA, sorprendía a todos con su libro de cuentos, el mismo que un año antes había ganado el Primer Premio en Antología de Cuentos del Fondo Nacional de las Artes y el premio nacional Haroldo Conti. Premios completamente merecidos, ya que El núcleo del disturbio pertenece a esa clase de libros que uno siempre quiere volver a leer. Ahora, más de seis años después, el talento de Samanta Schweblin se ve confirmado con su nuevo libro, Pájaros en la boca (2009). En esta compilación, quince nuevos cuentos nos permiten meternos de lleno en el universo fantástico con una frescura y una actualidad invalorables. Y una vez más, un premio, en este caso internacional, viene a confirmar el talento de esta joven narradora: Pájaros en la boca fue galardonado con el premio Casa de las Américas 2008.


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2. Los cuentos

• Un breve recorrido


         A mí entender, no hay en Pájaros en la boca un cuento mejor que otro. Por supuesto que algunos me gustaron más y otros menos, pero esa diferencia está dada sólo por el gusto y no por la calidad de los relatos: todos son perlas en un mar de perlas. Hecha esta aclaración, me gustaría hacer un breve recorrido por algunos de los cuentos que más me gustaron, para terminar con un trabajo en conjunto de dos relatos, con el fin de permitirme a mí mismo un poco más de desarrollo.

         “Irman”: Una historia oscura, que nos permite pensar que siempre, pase lo que pase, la vida debe continuar. Dos hombres viajan en auto por la ruta y deciden detenerse en un bar para saciar su sed. El bar está vacío y a atenderlos se acerca el dueño, un hombre de escasa estatura, casi un enano, aunque sin serlo en rigor. El dueño se ve preocupado, y efectivamente lo está: en el suelo de la cocina yace su esposa muerta, la única que lo ayudaba con el bar y llegaba a la puerta de las alacenas superiores. La desesperación del hombre se vuelve evidente: poco importa que su esposa esté muerta en el piso, lo que importa es que en esas circunstancias no puede atender a la clientela. Entonces les ofrece trabajo a los dos viajantes…

         “Mariposas”: Un cuento simbólico, que deja bien en claro que en muchas ocasiones las obsesiones de los padres pueden ser la ruina de sus hijos.

         “Conservas”: Tal vez el mejor (insisto, por una cuestión de gustos, nada más) cuento de la compilación. Una pareja de jóvenes se resiste a la idea de ser padre y madre, al menos todavía. Entonces, ante la realidad inobjetable de un embarazo temporalmente no deseado, se someten al tratamiento de un extraño doctor que les asegura la posibilidad de retrasarlo hasta el momento que ellos consideren oportuno.

         “Papa Noel duerme en casa”: Un estupendo relato sobre la ruina de una familia vista desde los ojos mágicamente engañados de un niño.

         “Pájaros en la boca”: Digno de dar el nombre a la compilación, este cuento es sencillamente una obra de arte. Nos muestra cómo un padre puede hacer lo que fuera por el bienestar (físico y psicológico) de su hija, incluso cuando eso signifique avalar una conducta siniestra, salvaje y antinatural.

         “La furia de las pestes”: Un censor llega a un pueblo tranquilo, donde nota que todos, hombres y animales, están sumidos en la más absoluta apatía. El peligro se presenta cuando advierte, ya demasiado tarde, que la modorra se debe a la costumbre de vivir sin comer, necesidad olvidada por los pueblerinos pero recordada cuando el censor les muestra un puñado de azúcar. Entonces, la necesidad se vuelve presente con su reconocimiento, y para saciarla vale absolutamente todo, incluso la furia y la violencia.

         “Cabezas contra el asfalto”: Cuento que podría verse como la continuación no consecutiva de “La pesada valija de Benavides”, el último relato de El núcleo del disturbio. Tanto en uno como en otro se puede ver la violencia como sustento del arte y como la medida de su reconocimiento. Un hombre que tiene el impulso de sujetar a algunas personas por el pelo (generalmente orientales) y romperles la cabeza a golpes contra el suelo, vende sus cuadros (retratos de esa conducta criminal) por millones.

         Valgan estos siete ejemplos para introducirlos un poco en ese mundo extraordinario de Samanta Schweblin. El resto de los cuentos son tan buenos como los que comenté, y no dudo que aquellos que se animen a leerlos saldrán sumamente satisfechos.


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3. Dos cuentos

• Las percepciones del tiempo: “Última vuelta” y “La medida de las cosas”


         El género fantástico nos permite jugar con las convenciones y reírnos de las leyes inmutables. El tiempo, el espacio, la gravedad, etc., todo, absolutamente todo, es pasible de ser trastocado. En estos dos cuentos de Samanta Schweblin, “Última vuelta” y “La medida de las cosas”, podemos apreciar cómo el tiempo y la linealidad de la vida se ven alterados ante la realidad de los acontecimientos. En “Última vuelta”, una niña y su hermana se divierten en una calesita montando dos caballos y fantaseando con que son indias hermosas que van a vivir en un gran castillo, hasta que la calesita se detiene y ellas se ven obligadas a abandonar sus sueños y con ellos la niñez, fuente de toda fantasía. La cuestión es que fuera de la niñez espera la vejez y la decrepitud, la soledad y la muerte próxima. En “La medida de las cosas”, Enrique Duvel, un soltero rico que vive con su madre, se acerca a la juguetería de su barrio pidiéndole a su dueño la posibilidad de quedarse allí, alegando que su madre le ha quitado el auto, lo a echado de su casa y lo ha dejado en la calle. El dueño de la juguetería (y narrador de la historia) se apiada de quien es su mejor cliente y lo deja quedarse. Entonces, Enrique comienza a hacer cambios en el local, acomodando los juguetes en nuevas y novedosas formas, llamando la atención de los clientes y multiplicando los ingresos del lugar. Por fin, el narrador nota que su ex cliente y actual empleado tiene comportamientos extraños: hay productos que no expone a la venta; habla poco y, cuando lo hace, su tono es incómodamente servicial; come sólo lo que le gusta y si no no come; cada vez se encierra más en su propio mundo, como un autista en progreso. Con el tiempo, son cada vez más los juguetes que esconde de la vista de los clientes y las ventas vuelven a bajar. Cuando el comportamiento de Enrique llega al límite de su excentricidad (se acomoda en cuclillas y pide que por favor nadie le vuelva a pegar), llega su madre autoritaria, una madre digna de Norman Bates, en su búsqueda, dando paso a una resolución inesperada y perturbadora.

         Lo que ambos cuentos plantean es la ruptura de la linealidad del tiempo en relación con los procesos orgánicos individuales y cómo eso afecta a la edad biológica de las personas. Dicho más brevemente: según lo que nos ocurra, nuestra edad cronológica puede verse alterada. Así, puede haber personas que envejezcan de golpe y prematuramente (“Última vuelta”), mientras que otras, ya adultas, pueden verse arrastradas a sus años infantiles (“La medida de las cosas”), en un viaje propio de un enfermo de Alzheimer. Sólo que en estos cuentos las regresiones o las proyecciones no son sólo mentales, sino también físicas, y esto es algo que deja pensando. Se me viene a la memoria una frase de algún libro de autoayuda: cada uno tiene la edad que cree (o quiere) tener. A partir de estos cuentos, se podría decir que cada uno tiene la edad que puede tener, según lo que le pase. La carencia de fantasías y de lazos familiares nos provocaría un envejecimiento abrupto, mientras que la permanencia en un lugar infantil y la amenaza de una madre despótica nos llevarían a un retroceso biológico que nos impediría salir de la niñez. Sería interesante echar un vistazo a nuestro alrededor y ver hasta qué punto esto puede cumplirse en la vida real (fuera del mundo extraordinario de Samanta). Y así, cuando veamos a una persona de cincuenta años que parece de treinta o a una persona de treinta que parece de cincuenta, podemos interrogarnos sobre ese “parece” y empezar a pensar si a lo mejor esas personas de cincuenta o de treinta realmente no tienen treinta o cincuenta, respectivamente.


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- Schweblin, Samanta, Pájaros en la boca, Buenos Aires, Emecé, 2009.

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Samanta Schweblin
(Buenos Aires, 1978) es egresada de la carrera de Imagen y Sonido de la UBA, donde se especializó en el área de guión cinematográfico. Su primer libro de cuentos, El núcleo del disturbio, obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Artes 2001 y el premio nacional Haroldo Conti. Muchos de sus cuentos fueron editados en revistas y antologías latinoamericanas y extranjeras, y ya han sido traducidos al inglés, al francés, al alemán, al sueco y al serbio. Pájaros en la boca, su segundo libro, obtuvo el premio Casa de las Américas.


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  • Más sobre Samanta Schweblin en El lugar de lo fantástico:
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- «El núcleo del disturbio, de Samanta Schweblin» (aquí)
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