Ella lo miró, inmóvil y en
silencio. No tenía nada que decir, ya no. Sin embargo, él sí. A él le quedaba
algo. A él siempre le quedaba algo.
Al tiempo que una lágrima rebelde
caía de uno de sus ojos sin siquiera rozar la mejilla (tan desesperadas estaban
como él las lágrimas que vertía), siguió con lo que venía diciendo:
-No dejo de pensar que hubiese
sido mejor morirme mientras estábamos juntos. Me hubiese muerto sabiendo que me
amabas, y por eso me hubiera ido en paz. ¿Pero ahora cómo hago? ¿Cómo hago para
VIVIR en un mundo en el que yo te amo a vos y vos amás a otro? Y no sólo eso.
¿Cómo hago para MORIR en un mundo así? ¿Cómo irme, sabiendo que tu corazón no
va a albergarme cuando ya no esté? ¿Cómo existir, cómo ser, si ya no puedo
vivir ni morir?
Él apretó los párpados,
esforzándose por no dejar salir ni una lágrima más. Ella, con sus ojos también
vidriosos, estiró su mano y a punto estuvo de tocarle el hombro, pero se
contuvo. Tenía que irse. Su novio la estaba esperando para ir al cine. Y ella
amaba ir al cine.
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