-Chau, papi -dijo Rocío, al tiempo que estiraba el cuello
para darle un beso en la mejilla.
-Chau, hermosa -respondió él-. Portate bien.
Se besaron. Entonces, Rocío se dio media vuelta y caminó
hacia la entrada del colegio, arrastrando su mochila con carrito.
Él la vio alejarse. La vio entrar. La vio perderse por el
largo pasillo pintado de verde. Si hubiera sabido que no la iba a volver a ver,
habría buscado la forma de mirarla un rato más. Si hubiera sabido que no le iba
a volver a hablar, le habría dicho que la amaba. Si hubiera sabido que la vida
le iba a decir a uno de ellos "basta", habría sumado al beso un
fuerte abrazo.
O no.
No hay modo de saberlo.
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