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20 de marzo de 2021

DESATORMENTÁNDONOS, de José María Marcos






«A la vuelta, mi padre me mandó a dormir y pude escuchar que siguieron discutiendo. No sé cuántas horas, porque, si bien intenté quedarme despierto, el sueño me venció. ¿Qué más podía pasar? Tarde o temprano, el sueño vence a los vivos y a los muertos que sufren insomnio.»

José María Marcos, «El abuelo Bubby» en Desatormentándonos.



Razones ocultas: el número «10»

 

Cuando terminé de leer Desatormentándonos, no pude evitar preguntarme por qué un libro así tuvo que esperar diez años para ver la luz. La historia de la literatura está llena de paradojas y de casos en los que los libros toman caminos misteriosos e inexplicables, como si siguieran los designios de una deidad textual caprichosa. Esto parece haber ocurrido con la compilación de cuentos que hoy nos ocupa. Su autor, José María Marcos, de forma consciente o tal vez sin saberlo, pareció seguir, con coherencia y disciplina, una constante que tiene al número «10» como protagonista.

Sin intención de hacer numerología, se puede señalar que, a veces, ciertos números se destacan en algunos textos. En la Divina Comedia, por ejemplo, podemos ver cómo, entre otras tantas claves alegóricas, sobresale el número «3»: tres partes, treinta y tres cantos, tres protagonistas, estrofas formadas con tercetos encadenados… En el caso de Desatormentándonos, es el número «10» el que no deja de llamarnos la atención, principalmente por las relaciones extratextuales que se establecen con él. Diez cuentos, que tardaron diez años en reunirse en un único tomo, justo para conmemorar los diez años de vida de la editorial Muerde Muertos, en el año 2020 (es decir, «2» veces el número «20», que si lo dividimos justamente por «2» nos da «10»). Así, vemos que el motivo por el cual este título tuvo que esperar una década para nacer nos trasciende, guarda razones misteriosas y hace de él (cuando no de nosotros, sus lectores) un elemento digno de una de sus historias.

En fin, existen cuestiones que no podemos entender, mandatos que seguimos y cumplimos sin siquiera darnos cuenta. El mundo, en muchas ocasiones, se nos rebela peligroso en la imposibilidad de explicar sus fenómenos. Es ese mundo que, no pocas veces, nos atormenta. Por suerte existen libros como éste: para poder conjurar el miedo con el terror; para perdernos en sus historias; para, en definitiva, desatormentarnos.

 

 

Terror desde todos los frentes

 

Los cuentos de Desatormentándonos nos muestran diferentes argumentos, pero todos coinciden en dos aspectos fundamentales: el terror y lo fantástico. Las historias combinan, de manera magistral, el miedo con los pliegues oscuros de una realidad que, en el plano de las vivencias, insistimos en considerarla rígida, transparente y explicable. Desde experimentos que se vuelven en contra del experimentador hasta animales aparentemente inofensivos que traen a la Tierra el apocalipsis, el libro presenta máquinas tan humanas como un dios que se enamora, seres de la noche cuya sensualidad nos pierde en la espera que obliga su ausencia (y, fatalmente, su presencia), muertos que vuelven a la vida para enseñarnos las bondades de la muerte, entre otras tantas singularidades. El talento de José María Marcos para sorprendernos página tras páginas es notable. 

Por mi parte, me gustaría mencionar de manera especial «El Cangrejo», uno de mis favoritos. En él, un narrador ya adulto cuenta una anécdota que, según cree, casi le costó la vida cuando era chico: aquella vez en que él y su amigo Gastón Capistrano decidieron meterse en la residencia El Cangrejo, perteneciente al fotógrafo Eusebio Cardini, mientras éste se encontraba en la taberna del pueblo. Lo que comienza siendo una travesura inocente (los chicos no buscaban más que «robar» nísperos y ciruelas) se convierte en una experiencia traumática que llegará a romper las leyes naturales tales y como las conocemos. «El Cangrejo» es un relato fantástico de una precisión milimétrica, que deja al lector alucinado. Poseedor de un final sorprendente (del que no diré nada para evitar todo posible spoiler), llegamos a él poco a poco, en una especie de descenso a lo inquietante. Cuando lo terminé de leer, no pude más que quedarme en silencio, con la vista perdida en cualquier parte y la mente poco menos que desecha.

 

 

«Que sea rock»

 

El título del libro, Desatormentándonos, que también es el nombre de uno de los cuentos, hace alusión al primer álbum de Pescado Rabioso, banda legendaria del rock argentino liderada por Luis Alberto Spinetta. Este paralelismo con el rock nacional lo podemos ver también en los otros dos libros que publicó la editorial Muerde Muertos en este festejo por sus diez años. Me refiero a No obstante lo cual de Carlos Marcos (que hace referencia a Riff, banda de Pappo) y Olvidemos todo de una vez de Fernando Figueras (cuyo título es, a su vez, un verso de la canción «Estertor» de Babasónicos). Esta triada rinde, entonces, un doble homenaje: por un lado, remite a la música y, por otro, es una celebración de la misma editorial Muerde Muertos, que hace diez años nacía con tres títulos de estos mismos autores.

 

 

Imperativo categórico

 

No voy a negar que soy un admirador de José María Marcos. De hecho, considero que Muerde Muertos, novela que escribió junto a su hermano Carlos, es una de las mejores novelas de terror fantástico de la literatura argentina. Ahora, Desatormentándonos viene a continuar lo que hace diez años comenzó con Los fantasmas siempre tienen hambre, su primer libro de cuentos. Decir que recomiendo todos estos libros sería como decirle a una persona que acaba de ser mordida por una serpiente venenosa que tome el correspondiente antídoto. Más que una recomendación, es una exigencia. Lean Desatormentándonos. Lean todo José María Marcos.

 

 

Marcos, José María. Desatormentándonos. Buenos Aires, Muerde Muertos, 2020.

 

 

***

Ph.: Ale Meter
Sobre el autor: José María Marcos (Uribelarrea, 1974) es escritor, periodista y editor. Publicó las novelas Recuerdos parásitos (2007) y Muerde Muertos (2012), en coautoría con su hermano Carlos; las nouvelles El hámster dorado (2014), Monstruos de pueblo chico (2015) y Frikis mortis (2016), dedicadas al público infantil y juvenil; el poemario Haikus Bilardo (2014), con Fernando Figueras; y los libros de cuentos Los fantasmas siempre tienen hambre (2010) y Desatormentándonos (2020). Magíster en Periodismo y Medios de Comunicación (Universidad Nacional de La Plata), dirige el semanario La Palabra de Ezeiza —fundado en 1994— y el sello Muerde Muertos, creado en 2010 con su hermano Carlos. 




6 de marzo de 2021

SNUFF: La película que nunca muere





            Me gustaría hablarles de Snuff, una película que sorprende por lo mala que es. Si bien se trata de una producción underground, por lo que se espera poca calidad y bajo presupuesto, nada justifica un guion tan incoherente, unas actuaciones tan ridículas y una dirección tan mala. Incluso, dado que los actores no hablaban en inglés, se agregó el sonido posteriormente, dándole al resultado final una atmósfera surrealista en la que las palabras oídas por el espectador no coinciden con las modulaciones y expresiones de los actores. Y así y todo, la película sobrevive. Su existencia como film de culto es indudable y no faltan los epígonos dispuestos a defenderla.

 

Por un lado, vemos a un grupo de motoqueras hippies lideradas por un hombre al que llaman «Satán», que van por ahí, drogas y escasa ropa mediante, cometiendo todo tipo de crímenes. La promiscuidad, el sadomasoquismo y una poco clara visión mesiánica del líder conforman la razón de ser de esta secta. Por otro parte, tenemos a una joven actriz llamada Terry London, que llega a la Argentina (donde transcurre la historia) con la intención de protagonizar una película. De una manera bastante confusa, podemos reconstruir que esta actriz sale con Horst Frank, un muchacho adinerado que, a su vez, tiene una relación con una mujer del grupo de Satán, Angellica, a quien echa para formalizar su noviazgo con Terry. La secta, entonces, se propone terminar con la vida del director de la película, la del joven Frank, la de su padre y, por supuesto, la de Terry London. La llegada de una nueva era se deja entrever entre las palabras de Satán, pero nunca queda claro cuál es su verdadero objetivo. Finalmente, la película toma un giro y, en los últimos minutos, nos muestra que todo fue parte de un film y que estamos ante el recurso de «una película dentro de una película». Esta última escena (filmada tiempo después y con actores que no aparecen antes) es lo más interesante de la cinta, ya que intenta hacernos creer que se produce un asesinato real frente a la cámara. Claro, las malas actuaciones y los efectos especiales paupérrimos impiden que podamos tomarla en serio.

 

La película fue filmada en 1971 con el nombre Slaughter y bajo la dirección de Michael Findlay y el argentino Horacio Fredriksson. En 1976, el productor Allan Shackleton decidió agregarle la última escena (dirigida por Simon Nuchtern) y estrenarla con el nombre de Snuff. Para generar notoriedad, los productores realizaron (ellos mismos) una campaña de difamación, enviando cartas con protestas a distintos medios de comunicación y contratando a personas para que se movilizaran frente a los cines en reclamo por el nivel de violencia que se puede ver en el film. Además, se acompañó el estreno con frases como «El film que sólo pudo hacerse en Sudamérica… donde la Vida es Barata» o «La película que dijeron que NUNCA podría exhibirse…». Hasta tal punto llegó la polémica que se abrió una investigación, la actriz involucrada en la escena final tuvo que declarar que estaba viva y los productores debieron incluir en los títulos la aclaración de que todo era ficción. Finalmente, se descubrió el engaño publicitario.

 

Como dije en un comienzo, Snuff es una película muy mala, pero que goza de una popularidad que el tiempo no logra degastar. De hecho, la expresión «snuff» para referirse a films en los que se cometen torturas y asesinatos reales le debe a esta cinta su consolidación como expresión ampliamente utilizada. La película también se conoció con el nombre de El Angel de la Muerte o, en EE.UU, American Cannibale.

 

Por mi parte, no voy a decir que no la vean. Si lo que buscan es una historia interesante y bien contada, de seguro van a quedar defraudados. Pero si lo que quieren es pasar un buen rato, entonces ésta es una buena opción para matarse de risa con unos cuantos amigos. En definitiva, incluso las malas películas (a veces principalmente las malas películas) nos dan buenos momentos.

 

 

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Título original: Snuff

Año: 1976

Duración: 76 min.

País: Argentina y EE.UU.

Dirección: Michael Findlay, Horacio Fredriksson y Simon Nuchtern

Guion: Michael Findlay, Roberta Findlay

Música: Rick Howard

Fotografía: Roberta Findlay

Reparto: Liliana Fernández Blanco, Ana Carro, Alfredo Iglesias, Clao Villanueva, Michael Findlay, Mirtha Massa, Roberta Findlay, Aldo Mayo

Productora: August Films, Selected Pictures



13 de febrero de 2021

EL INQUISIDOR: una película olvidada



Hoy quiero hablarles de El inquisidor, una coproducción argentino-peruana que tuvo (y tiene) todo para ser una cinta de culto y que, sin embargo, fue (y es) relegada al olvido más obstinado. Dejando de lado su proyección en el IV festival Buenos Aires Rojo Sangre en 2003 y el artículo “El Inquisidor, una película maldita” de Pablo Sapere para QuintaDimension.com (también de 2003), no hay mucho material al respecto.

 

La historia nos presenta una serie de asesinatos rituales, que hacen pensar en un resurgimiento de la Inquisición en la ciudad de Lima, en plena década del 70 del siglo XX. Varias mujeres mueren en circunstancias similares: todas son encontradas quemadas vivas, con indicios de haber sido torturadas previamente, como si se trataran de brujas en la Edad Media. Si bien una de las muertes se da en Buenos Aires, no hay dudas de que los responsables actúan en Lima. Por eso mismo, un inspector de esta ciudad intentará dilucidar lo que está ocurriendo antes de que una nueva mujer sea asesinada. Lo que no tiene en cuenta es que el verdadero problema con las brujas radica en que, a veces, existen.

 

Filmada en 1975, no pudo ser estrenada en Argentina sino hasta 1986, ya que no pasó la censura del Ente de Calificación Cinematográfica, organismo fundado en 1969 y que extendió su sombra de prohibición hasta su disolución en 1984. Este hecho, que bien podría haberle jugado a favor, instalándola como una película “prohibida”, no hizo más que jugarle en contra en forma de una extraña paradoja: fue de avanzada cuando se filmó y terminó siendo anticuada al momento de su proyección. Además, tampoco se aprovechó el detalle de ser una pionera en el cine de terror latinoamericano, sino que, por el contrario, se hizo hincapié en su costado erótico, demasiado forzado, llamándola El fuego del pecado y acompañándola con la frase “Sus cuerpos ardían atraídos por insana pasión” y con un afiche de la actriz Elena Sedova abrazándose a sí misma en una pose más que sugerente. Quien haya ido a ver el film buscando mujeres apasionadas ardiendo en un fuego insano, sin lugar a dudas se debió haber llevado una buena desilusión ante semejante juego de palabras (las mujeres ardían, claro, pero no de pasión). Hasta hubiese sido más coherente exhibirla como un policial, pero en fin...

 

Y lo peor de todo es que la película está buena. Su guion es algo inconsistente, es verdad, pero así y todo entretiene, mientras que la dirección no carece de momentos destacables, como cuando combina escenas de torturas con otras, de por sí agradables, en un boliche o en la playa. Incluso, si se considera el escaso presupuesto con que contaba el equipo, no se puede más que admirar el trabajo realizado.

 

Sangre, tortura, mujeres desnudas, brujas, hechizos y la etiqueta de “prohibido”: ¿qué estamos esperando para poner la vitrina y exhibir nuestra película de culto?

 

 

 

 

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Título original: El Inquisidor — El Inquisidor de Lima — El fuego del pecado

Año: 1975 (exhibida en Argentina en 1986)

Duración: 83 min.

País: Perú / Argentina

Dirección: Bernardo Arias

Guion: Gustavo Ghirardi

Música: Tito Ribero

Fotografía: Pedro Marzialetti

Reparto: María Aurelia Bisutti, Olga Zubarry, Duilio Marzio, Elena Sedova, Jorgelina Aranda, Rosalinda Bocanegra, Guillermo Campos, Eduardo Cesti

Productora: Coproducción Perú-Argentina; Industria Andina del Cine S.A, Marlo Cinematográfica




16 de diciembre de 2020

LA SINGULARIDAD, de Francisco Rapalo




«El pasado metafísico es como un laberinto al que se accede parcialmente desde nuestro presente de inmediatez y desesperanza. De cierto modo un recuerdo es como una de las paredes del laberinto, indiscutible, nos infesta a distancia haciendo imposible volvernos frente a él. Reclamamos el pasado como nuestro, pero en realidad es el pasado el que nos reclama, alrededor del que gravitamos. No somos libres en cuanto tengamos un pasado.»

 Francisco Rapalo, La Singularidad.

  

            La Singularidad es la historia de la indagación de un hombre que no puede dejar de preguntarse por la existencia; es la búsqueda del propio ser en una realidad hecha de enajenación, de culpa, de pasado y, también, de amor.

En su casa, un joven escritor vive junto a su pareja, Leticia. Los dos mantienen una relación que hoy podría llamarse «tóxica», pero que no es más que un vínculo en el que cada uno trata de conocer al otro como medio de conocerse a sí mismo y al mundo. En medio de esta existencia mediocre y angustiante, aparece La Singularidad, un ser que habita en la pileta del patio y que tiene la facultad de traer el pasado al presente y de interpelar a los seres humanos en su más descarnada fragilidad. Ante La Singularidad no hay más camino que el abismo y la oscuridad.

            Con una maestría que no puedo más que admirar, Francisco Rapalo presenta una novela de horror existencial, en la que el miedo no es el resultado de personajes tenebrosos ni de imágenes espectacularmente macabras, sino del trabajo con la escritura, que nos va envolviendo, cual espiral, hasta el punto de hacer de ella la materia misma de la existencia. Después de todo, para poder responder las incógnitas, el narrador escribe, algo que sin lugar a dudas es un error, ya que la escritura no suele terminar con las preguntas. Al contrario, las multiplica.

            En esta búsqueda de la Verdad, en este deambular por la existencia, el narrador descubre que la frontera entre el sueño y la vigilia no siempre es clara, que el pasado no está muerto, y que la culpa, el recuerdo y la amargura son parte de lo mismo. Mirar hacia atrás es, en realidad, mirar lo que en el presente queda del pasado, lo que la culpa trae y mantiene vivo hasta el punto de convertir en fantasmas los objetos más inocentes, como un simple botón… Percibir la verdad, en cambio, es alcanzar a ver (aunque más no sea de manera fugaz) lo que se esconde detrás de bambalinas, es conseguir atisbar, de alguna manera, el fin de los tiempos.

            Felicito a Francisco Rapalo por esta novela y a la editorial De La Fosa por haberla publicado. No duden en conseguirla y leerla. Lo vale.


- Rapalo, Francisco. La Singularidad. Buenos Aires, Sello Fantasma, 2019.

 


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Sobre el autor: Francisco Rapalo nació en San Guillermo, Santa Fe, en 1993. Es estudiante de psicología. Colaboró con narrativa, poesía y ensayo en diferentes medios digitales como Periódicos Irreverente, Nadie es cool y Revista Almiar. Participó en la antología MalaSangre (2015) y la novela antológica BesoNegro (2015) de la Colección “PelosDePunta” (LaOtraGemela Editora). Finalista en la “I Convocatoria de Narrativa” de LaOtraGemela Editora; tercer lugar en el “Primer concurso literario de Tinta Chida” en categoría poesía. La Singularidad es su primera novela. En 2020 se publicó Contrafuego, novela ganadora del Primero Concurso de Novela Corta de Editorial La Galera.



3 de diciembre de 2020

¿POR QUÉ NO AL ABORTO?


            Una vez más, la discusión sobre la legalización del aborto vuelve a adquirir una visibilidad protagónica. A continuación, reflexionaré sobre la cuestión, tratando de argumentar por qué el aborto no debería ser legal. No voy a exponer números o estadísticas ni a revelar los intereses económicos de poderosos organismos internacionales que se esconden detrás del “negocio” del aborto. Personas como Guadalupe Batallán o Agustín Laje ya lo han hecho de una manera que yo no podría emular. A los que les interesen estas cuestiones, los remito a las cuentas y a los libros de ellos[1]. Lo mío, en todo caso, es una reflexión (si se quiere) filosófica, sin olvidar que la ética forma parte de la filosofía y que la ciencia puede contribuir (y debe acompañar) a dichas meditaciones.

 

 

            ¿POR QUÉ EN CONTRA DE LA LEY?

 

            Para empezar, es bueno hacer una distinción entre el aborto como práctica y la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo como legalización y regulación de esa práctica. Más de una vez me han dicho que “no se está a favor del aborto”, sino de “una ley para que las mujeres pobres no mueran por abortos clandestinos”. Bien, este argumento es negado por las mismas consignas utilizadas en marchas por la legalización, como se puede ver en la IMAGEN 1: “La mujer puede y DEBE abortar”. De cualquier manera, no es el punto al que deseo llegar. ¿Por qué los que estamos en contra del aborto no queremos su legalización, si ésta no obliga a nadie a abortar? Fácil, porque la ley tiene la facultad de volver, a los ojos de los ciudadanos que se rigen por ella, buenas las prácticas que permite y malas las que prohíbe. Por eso, cuando alguien rompe una ley interviene la justicia. La identificación entre lo legal y lo justo no es nueva, sino que podemos encontrarla en Aristóteles (considerado el creador de la ética como disciplina filosófica)[2].

             Los que nos oponemos a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (gran eufemismo) nos oponemos a que la sociedad en la que vivimos vea como justo terminar con la vida de un ser humano. Pero…

  

 

            ¿ES UN SER HUMANO?

 

            En este punto, creo que hay poco para discutir. Incluso, me animaría a decir que no hay nada para discutir. El debate sobre si lo que es en el vientre materno es o no un ser humano es una discusión absurda, sólo sostenida por aquellos que se ven en la necesidad de negar la humanidad del niño por nacer para así no enfrentar la realidad de un genocidio sin precedentes. Si se mira la cuestión desde la genética, no hay dudas. Desde el momento mismo de la concepción, esa “cosa” tiene ya un ADN propio y único, distinto al de la madre y al del padre. Tanto el óvulo como el espermatozoide poseen la carga genética de la mujer o del hombre, según el caso, al que pertenecen, pero el cigoto (fruto de la unión de ambos) tiene una carga genética propia, diferenciada de la de sus progenitores. Es decir, no sólo es un ser de la especie humana, sino que es un individuo.

             No es llamativo, entonces, que la Academia Nacional de Medicina se haya pronunciado en relación con esto. En su declaración del 22 de marzo de 2018 afirma que “el niño por nacer, científica y biológicamente, es un ser humano cuya existencia comienza al momento mismo de su concepción” (ver IMAGEN 2)[3]. Lo dice la Academia Nacional de Medicina, no la Iglesia Católica medieval.

             Escoger una “parte” del feto para establecer su humanidad es tan cínico como absurdo. Da igual que se hable del sistema nervioso central, del corazón, de los riñones, del hígado o de las uñas, todo eso está atravesado por la misma carga genética, que dice que ese sistema nervioso, ese corazón, etc. es de ese individuo y no de otro. Elegir una parte de un ser para definirlo como ser es tan tonto (aunque igualmente caprichoso) como decir que un niño no es un ser humano hasta tanto no tenga dientes (en ese caso no lo sería hasta los cinco meses, aproximadamente), vello púbico (no lo sería entonces hasta la pubertad) o canas (haría falta esperar hasta la vejez). Sueno tonto, ¿no? Claro, porque lo es, tan tonto como discutir cuándo algo que ya es pasa a convertirse en ser.

             En resumen, no hay dudas con respecto a esto: desde el momento de la concepción hablamos de un ser que tiene una carga genética humana y única. Es un ser humano. Es un individuo. Acabar con esa vida, en cualquier momento después de la concepción, es acabar con una vida humana, distinta de la vida de la mujer que la lleva en el vientre. Incluso admitiendo que el feto es en potencia un ser humano, hay que admitir también que nada puede ser en potencia algo que no vaya a estar presente, de alguna manera, en su ser en acto. El lema “Es mi cuerpo, es mi decisión” es absolutamente incorrecto (sería irrisorio, si no implicara la muerte de un ser humano indefenso, ajeno a las decisiones que se toman sobre él). ¿Cómo podría ser el cuerpo de la madre si, desde el vamos, no comparte con él el ADN ni, en algunos casos, el mismo grupo sanguíneo o, todavía más, el mismo sexo? El principio de contradicción se lamenta de una humanidad que ha llegado al punto de negar lo obvio… y creerse revolucionaria por eso.

             Pero, ¿qué pasa cuando no se quiere ser madre? Porque…

  

 

            LA MATERNIDAD SERÁ DESEADA O NO SERÁ

 

            Este lema demuestra la mediocridad en la que estamos inmersos al creer (y exigir) que las cosas tienen que ser como las deseamos. Hasta este punto llegamos, en el que creemos que el valor de una vida humana (o, peor aún, su propia esencia) es una consecuencia del deseo de otra persona. No hace falta decir que en la vida muchas veces nos pasan cosas que no deseamos y muchas veces (la mayoría, diría yo) las cosas no salen como deseamos. ¿Qué hacemos entonces? ¿Lloramos? ¿Pataleamos? ¿Nos deshacemos de lo que no nos gusta? ¿Lo matamos?

             No hay daño más grande que el de hacerle creer a alguien que las cosas tienen que ser como él o ella desea. ¿Qué va a pasar cuando en su carrera, por ejemplo, aparezcan materias que no le gusten? ¿Qué va a pasar cuando en su trabajo haya tareas que no desee? ¿Qué va a pasar cuando la vida le ponga enfrente situaciones indeseables: enfermedades, pérdidas, personas insufribles? ¿Qué va a pasar?, porque no siempre va a poder deshacerse de lo que no desea de manera legal, segura y gratuita.

             Asimismo, este lema implica una trampa que las mismas mujeres se tienden entre sí y que algunas, imagino, deben creer de buena fe. La maternidad no sólo es un deseo. Tampoco es exclusivamente una decisión. La maternidad, como la paternidad, es un contrato que se firma de por vida. "La maternidad será deseada”, ¿pero hasta cuándo es válido ese deseo? ¿Qué le decimos a la madre que deseó y decidió la maternidad estando embarazada de 9 semanas, pero que cambió de opinión a los cinco años, cuando las cosas se empezaron a complicar? ¿Debe seguir siendo madre, aunque ya no lo desee? ¿Y si una mujer se da cuenta de que no desea ser madre de una adolescente, porque eso la obliga a enfrentar una serie de situaciones para la que no se siente preparada? Dicen que “la maternidad debe ser deseada”, pero ignoran el hecho de que muchas veces los deseos no duran toda la vida y que lo que se desea hoy, quizás no se desee mañana. La maternidad (y la paternidad, insisto) es una responsabilidad, que dura mucho más que 14 semanas o 9 meses.

             Además, instalar el deseo como la causa de la maternidad es tan poco serio como sostener que basta desear ser madre para serlo. La situación inversa nos muestra que el deseo poco tiene que ver con esto. ¿Cuántas mujeres desean quedar embarazadas y, así y todo, no logran hacerlo? La vida no se guía por nuestros deseos. Y si no basta con desear ser madre para serlo, tampoco basta con no desear ser madre para borrar el hecho de que, en efecto, ya se es. Lo que viene, en todo caso, es una decisión sobre esa maternidad: terminarla (eliminando al hijo) o continuarla hasta el momento del parto (que abrirá la posibilidad de una nueva decisión, ya sea para quedarse con el niño o darlo en adopción). Para dejar de ser madre durante el embarazo hay que eliminar aquello que constituye en madre a una mujer: el hijo. No se puede dejar de ser madre sin matar al hijo. El deseo como condición necesaria para la maternidad en el embarazo instaura el filicidio como medio de mantener un proyecto de vida que no salió como se esperaba.

 

 

            CUESTIÓN DE DECISIONES: ABORTO DE TODAS FORMAS

 

            No quiero terminar sin antes mencionar una disyuntiva que siempre nos plantean a los que estamos en contra del aborto, y que se puede resumir así: “La discusión no es ‘aborto sí o aborto no’, sino ‘aborto seguro y legal o aborto clandestino’. Esto se llama “falacia del falso dilema”, que implica la limitación de opciones únicamente a dos cuando en realidad hay más. Es mentira que la discusión sea “aborto legal o clandestino”, porque la mujer puede, de hecho, elegir continuar con el embarazo y después dar al niño en adopción, lo que le permitiría a ella dejar de ser madre y al niño vivir. Creer que la mujer no puede elegir otra cosa que abortar es despreciar y subestimar a la mujer. Y, además, cuando este falso dilema se instala, es engañarla.

             Decir que la discusión es “aborto legal o aborto clandestino” es como plantearle a un joven que la discusión no es “drogas sí o drogas no”, sino “drogas de buena calidad o drogas de mala calidad”, dando por hecho de que el joven en cuestión no podría jamás elegir otra cosa que no sea drogarse y que, si ya tomó la decisión, no se puede hacer nada para disuadirlo. Una falsedad más. De la misma manera que la discusión es, efectivamente, “drogas sí o drogas no”, la discusión en torno al aborto debe ser “aborto sí o aborto no”. Todo aquel que quiera desviar la discusión hacia otros dilemas lo hace porque sabe que está destinado a perder el debate en los términos en los que el debate verdaderamente se tiene que dar. “Pero abortos van a seguir habiendo”, puedo escuchar que me dicen. Es verdad, nadie niega eso, como nadie niega que los delitos seguirán formando parte de la sociedad humana. La existencia segura de un delito no es razón suficiente para legalizarlo.

Y con respecto a la convicción de que los abortos seguirán existiendo, no está de más señalar que serán (siempre y cuando no sean espontáneos o producto de algún accidente) el resultado de una decisión humana. No se trata de tormentas o terremotos, que suceden independientemente de la voluntad del hombre. No. Los abortos son productos de decisiones. Quien aborta lo hace porque decidió abortar (si la mujer que aborta no lo decidió, entonces alguien decidió por ella y la obligó). Se trata, entonces, de darles a las personas las herramientas y los recursos para que puedan elegir otro camino, uno en el que nadie muera. La reducción de la discusión es el intento deliberado por negarle a la mujer todo un espectro de la realidad en el que también puede elegir. Porque siempre se elige, aunque no siempre se elija bien. Como afirmó Sartre: “…cualquiera que fuese nuestro ser, es elección, y de nosotros depende elegirnos como ‘grandes’ y ‘nobles’ o ‘viles’ y ‘humillados’”[4]. 

 

 

EN FIN…

 

Nos encontramos en un momento histórico en el que, desde ciertos sectores, se trata de instalar la idea de que un hijo te arruina la vida, impide que te desarrolles como persona, que estudies, que progreses en tu trabajo. Lejos quedó la creencia en que “todo hijo viene con un pan bajo el brazo”. Cada vez son más los casos de padres que dejan solos a sus hijos pequeños para ir a bailar o salir con amigos. En algunos casos, esa decisión les ha costado la vida a los niños. La importancia desmedida dada a los propios deseos (“egoísmo”, se llama en criollo) no se acaba con el aborto ni con el parto. Se trata de un rasgo lamentable de nuestra época. De alguna manera, llegamos a creer que nuestro deseo vale más que la seguridad de los demás.

 Mucho más se podría decir sobre el aborto, mucho más se podría decir sobre un momento histórico en el que un sector de las mujeres no lucha por el derecho a tener a sus hijos, sino por el derecho a no tenerlos. Sí, mucho se podría decir, y mucho se está diciendo. Por mi parte, quiero terminar respondiendo a otro de los lemas que nos asignan a los que estamos en contra de esta ley. Dicen que los que nos oponemos a la ley queremos obligar a los demás a vivir según nuestras propias convicciones. Si acaso eso es cierto, creo con toda honestidad que es mejor que obligar a otros a morir según los propios deseos.



ANEXO 1: 

EL HOMBRE


La cuestión del hombre, como ser humano de sexo masculino, no es menor. Sin embargo, parece que nadie repara en ella, por eso voy a tratarla brevemente en este anexo. Estamos ante un proyecto de ley que vuelve invisible y ata de manos al hombre, impidiéndole formar parte de la decisión de abortar o no al hijo que también es de él. Ante el lema “la maternidad será deseada o no será”, la paternidad está exenta de todo deseo propio y será lo que la mujer desee que sea. Así, si un hombre y una mujer tienen relaciones y ésta queda embarazada, la paternidad no tendrá nada que ver con los deseos del hombre. Si la mujer decide abortar, el hombre no será padre (aunque desee serlo); en cambio, si la mujer decide seguir con el embarazo, el hombre será padre de por vida (aunque no desee serlo) y tendrá que cumplir con lo que la ley obliga (o enfrentar una batalla legal si no lo hace). Para que sea justo (sin dejar de ser injusto), entonces si se afirma que la maternidad sólo puede ser deseada, la paternidad también debe contar con esa imperativa, reservando al hombre el derecho a negarse a ser padre en caso de no desear serlo y que no tenga ninguna obligación al respecto.

 Por otro lado, pocas cosas llaman tanto la atención como la militancia de algunos hombres por la aprobación de una ley que los anula completamente. Más llamativo es el hecho de que estos hombres son vistos como “aliados” de las mujeres. Basta que un hombre ponga #QueSeaLey en alguna red social para que los corazoncitos verdes y las palabras de cariño de las mujeres pueblen los comentarios. No obstante, el trasfondo es otro. El ser humano suele estar de acuerdo con que lo dejen afuera sólo cuando no quiere estar adentro. Los hombres que apoyan esta ley son aquellos que, consciente o inconscientemente, dicen: “Es tu cuerpo, es tu decisión, yo no tengo nada que ver. A mí no me jodan, decidí vos”. Claro, lo disfrazan todo de empatía, comprensión y militancia revolucionaria. No obstante, es la misma forma de pensar de aquellos que salieron corriendo cuando la mujer con la que estuvieron llegó con una noticia inesperada e indeseable. Ahora encontraron la manera de hacer pasar su falta de compromiso y de responsabilidad como comprensión y feminismo. Ni hablar de que los padres de un adolescente pueden hacer uso de esta ley para que su hijo, que dejó embarazada a su novia, no se vea implicado en ninguna decisión ni tenga, tampoco, ninguna responsabilidad: “que se hagan cargo —podrían decir— los padres de la chica. Después de todo, es su cuerpo y es ella la que tiene que tomar la decisión”. Lo irónico, insisto, es que las mujeres no ven nada de esto y se sienten acompañadas por aquellos hombres que luchan por una ley que los deja libre de toda responsabilidad. Y no está de más mencionar la hipocresía de los que afirman que el hombre no tiene que opinar, dejando sola a la mujer hasta en el discurso y negando el hecho de que eso, también, es opinar.




ANEXO 2: 

IMAGEN 1




ANEXO 3: 

IMAGEN 2









[1]Agustín Laje y Nicolás Márquez, El libro negro de la nueva izquierda. Ideología de género o subversión cultural y Guadalupe Batallán, Hermana, date cuenta. No es revolución, es negocio. Ambos disponibles en Amazon.

[2] Ver el “Libro V” de la Ética Nicomaquea.

[3] También pueden visitar los sitios anm.edu.ar o acamedbai.org.ar.


[4] Ver el Capítulo I de la Cuarta Parte de El ser y la nada. 

18 de octubre de 2020

OTRA HISTORIA DE AMOR, de Juan Terranova




Otra historia de amor nos cuenta, justamente, una historia de amor, pero una muy particular: la que se da entre Terranova, un ser humano, y María, una androide. La novela es, de alguna manera, un extenso diálogo entre estos dos personajes (con algunas excepciones en las que Terranova habla con otras personas, aunque cuando lo hace suele hablar de María). Que uno de los personajes sea un androide le permite al relato exponer y problematizar ideas y situaciones que, por cotidianas, pasan desapercibidas al “ojo humano” (aunque en más de una ocasión lo dejen ciego): ¿qué es estar enamorado?, ¿qué significa sentir?, ¿qué son los celos?, ¿por qué se producen? Éstas son algunas de las preguntas que directa o indirectamente se plantean y que tanto el lector como los personajes intentarán responder.


No obstante, no sería justo afirmar que Otra historia de amor sólo explora las relaciones humanas en lo que se refiere a los vínculos amorosos. También desarrolla numerosas cuestiones que, de abordarlas en este momento, me llevarían a escribir una reseña más extensa que el mismo texto reseñado. Valga como referencia la mención de otros temas como el compromiso social, la participación política, el uso de la tecnología en una vida atravesada por ella, el deseo, el dolor, el suicidio, la muerte…


En poco menos de 70 páginas, Juan Terranova nos brinda una historia que por mi parte no dudaría en calificar de reveladora. Imposible no descubrirse en y con los personajes, imposible no verse arrastrado o arrastrada en el tortuoso camino del amor, que siempre reclama más, humanizando a las máquinas y volviendo máquinas a los humanos.


Terranova, Juan. Otra historia de amor. Buenos Aires, Azul Francia, 2020.


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Sobre el autor: Juan Terranova nació en Buenos Aires a fines de 1975. Es autor de las novelas El vampiro argentino, La piel y Los amigos soviéticos (Mondadori, 2013), entre otras. También publicó libros de ensayos como Los gauchos irónicos y Sexo, nazismo y astrología. En la actualidad, trabaja en el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur y escribe para RevistaPaco.com.





3 de julio de 2020

EL HUMO Y LA CENIZA, de Emanuel Rosso






Un homicidio atroz, dos desapariciones, un misterio que envuelve al pequeño pueblo cordobés de Extremaunción… Éste es el marco en el que se desenvolverá la historia de El humo y la ceniza, la primera novela del escritor cordobés Emanuel Rosso.

Walter Reycielos es enviado a Extremaunción por El Cónclave, una sociedad secreta dedicada al estudio de fenómenos paranormales, aunque su accionar se extiende a otro tipo de actividades, de mayor envergadura y menor visibilidad. La misión de Reycielos consiste en investigar el homicidio de Virginia Viglione y las desapariciones de Julieta Machado y Nadia Piccat. Todo parece indicar, a partir de las heridas encontradas en el cuerpo de la joven Viglione, que se llevó a cabo un culto al demonio Cughall'a («Chugalá» para los lugareños). De ser así, de encontrarse esta entidad metida en todo esto, la muerte y las desapariciones de las muchachas no serían sólo eso, sino mucho más, algo que podría terminar tanto con la existencia misma del pueblo de Extremaunción como con la especie humana tal y como la conocemos.

            El humo y la ceniza es un ejemplo admirable de literatura de horror en nuestras letras, tan proclives a consideraciones erróneas. La trama, que reúne también características del policial negro y del relato fantástico, nos sumerge en una realidad tan aterradora como delirante, cargada de nuestros peores miedos y de nuestros más inconfesables deseos. Rosso, que escribe de una forma impecable, nos devuelve la imagen que muchas veces negamos de nosotros mismos. La humanidad, tantas veces sobrestimada, es en esta novela auscultada hasta el punto de quedar en evidencia. Y como con todo aquello que muestra su verdadero rostro, descubrimos que es peor de lo que creíamos y mejor de lo que esperábamos.

            Felicito al autor por esta novela genial y al colectivo editorial De la Fosa por tamaño acierto.


- Rosso, Emanuel. El humo y la ceniza. Bueno Aires, Colectivo Editorial De La Fosa, 2020.


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Sobre el autor: Emanuel Rosso nació el 28 de diciembre de 1982. Creció en General Baldissera, un pueblo del interior de Córdoba. Desde muy chico se interesó por la literatura y el cine de terror, especialmente por la obra de Alan Moore, Neil Gaiman y Wes Craven. En el año 2001 se mudó a la capital provincial, donde estudió Cine y Comunicación Social. Su relato «El arrullo de las bestias» fue premiado en el concurso literario «H. P. Lovecraft» de España. En el año 2018 publicó El humo y la ceniza, su primera novela. En la actualidad integra la comisión organizadora del festival Córdoba Mata, colabora como columnista en el programa radial Sintonía Fina y es editor de la revista digital Gualicho.