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(Un análisis de “Lejana” de Julio Cortázar y “La casa de azúcar” de Silvina Ocampo)
Una de las características de la corriente esteticista, que la diferencia de otras corrientes como la nativista/reformista, es la de promover la confusión y el equívoco. A partir de aquí, se puede ver la utilización de una lengua que promueve la ambigüedad, una escritura no homogénea y la intención de dar cuenta de la pérdida de la unidad que caracterizó a la literatura del siglo XX. Junto con estas ambigüedades y con esta pérdida de la unidad, se destaca también la cuestión del desdoblamiento y del doble. Lo que haré a continuación será analizar esta cuestión en el cuento “Lejana” de Julio Cortázar y “La casa de azúcar” de Silvina Ocampo. Para hacerlo, tomaré como punto de partida la definición del doble que se puede extraer del cuento de un autor que influyó de manera considerable en lo que podríamos denominar el período inicial de esta poética: me refiero a Guy de Maupassant y su cuento “El Horla”.
Según podemos observar en “El Horla”, el doble es aquél que se alimenta de la persona con la que está conectada; el personaje mismo del cuento lo dice claramente: “Esta noche, he notado a alguien agazapado sobre mí y que, con la boca pegada a la mía, se me bebía la vida con sus labios”[1]. Debido a este tipo de alimentación, el Horla, efectivamente, va “bebiendo” (es decir absorbiendo) la vida de la persona hasta el punto tal de apoderarse de ella (“¡Estoy perdido! ¡Alguien posee mi alma y la gobierna! Alguien ordena todos mis actos, todos mis movimientos, todos mis pensamientos”, Maupassant, p. 126). Esta absorción anímica, que es producida por el contacto (ya que cuando el narrador se aleja de su casa se recupera inmediatamente), se va dando de manera paulatina pero inexorable, obligando al personaje a tomar una decisión drástica: o mata al Horla, cosa que según sus reflexiones es imposible, o se mata él mismo. Esto es a lo único que puede aspirar el personaje: eliminarse a sí mismo mientras sigue siendo él mismo.
A partir de estos conceptos podemos analizar la cuestión del doble en “Lejana” y “La casa de azúcar”. En ambos cuentos la temática del doble funciona de la misma manera que en “El Horla”, lo que cambia es la respuesta del yo de los personajes ante ese otro con el que están conectados. Esta respuesta hacia su doble producirá lo que sería la hipótesis principal de esta trabajo: Los personajes Alina Reyes de “Lejana” y Cristina de “La casa de azúcar” son víctimas de sus dobles, ya que dejan de ser ellos mismos para ser ese otro (su doble).
En “Lejana”, podemos ver cómo Alina Reyes oye el clamor de su doble, una mendiga de Budapest, que llama por ella a través de la distancia. Desde un comienzo, Alina es consciente de la duplicidad de su ser, según lo evidencia el anagrama “la reina y...” que muestra la existencia de dos seres, uno conocido cuya posición es la privilegiada (la reina de veintisiete años que toca el piano y concurre con su madre a conciertos en el Odeón) y otro desfavorecido, presente en su ausencia (apenas los tres puntos suspensivos del anagrama, la mendiga de Budapest, “la parte que no quieren”[2] y que maltratan).
Este clamor del doble es atendido por Alina hasta tal punto que va a Budapest a buscarse en el otro (“ir a buscarme” [Cortázar, p. 30] son las palabras textuales de Alina). Cuando llega, tras revivir lo que tantas veces el otro, a través de su clamor, le había hecho vivir, Alina ve a la mendiga, que “esperaba con algo fijo y ávido en la cara sinuosa” (Cortázar, p. 35. El subrayado es mío). A partir de este momento los valores se invierten. Al acercarse, ambas mujeres se abrazan en un gesto de “fusión total” (Cortázar, p. 35) y cuando se separan Alina Reyes nota, con espanto, que ahora es ella la mendiga mientras que su doble, la anterior mendiga, se aleja después de haber tomado completa posesión de su vida.
En “La casa de azúcar”, Cristina no comienza siendo consciente de la existencia de su doble (de hecho, como se verá más adelante, antes de que Cristina se mudara, Violeta no era siquiera su doble), sino que, poco a poco, comienza a sufrir una serie de transformaciones, como si estuviera “heredando la vida de alguien, las dichas y las penas, las equivocaciones y los ciertos”[3]. Aquí no hay una existencia a priori del yo y su doble (como ocurre en “Lejana”), sino que esta correspondencia se va construyendo a lo largo del texto. Por esto podría generarse una vacilación al momento de afirmar quién es la víctima y quién el victimario. Esta vacilación la podemos ver incluso en el narrador mismo cuando afirma: “Ya no sé quién fue víctima de quién” (Ocampo, p. 192). De hecho, Violeta misma, esto lo sabemos por lo que le oímos decir a Arsenia López, se considera víctima de esa persona que le está robando la vida. Pero esta ambigüedad en realidad no es tal y la vacilación sólo puede subsistir en una lectura superficial del texto. Sin temor a caer en errores, se puede afirmar que la víctima es aquí Cristina. El “lo pagará muy caro” (Ocampo, p. 192) de Violeta se concretiza con la pérdida de Cristina de su ser. O dicho de diferente forma: si bien es verdad que Cristina comienza por apropiarse, aunque más no sea pasivamente, de ciertos aspectos de la vida de Violeta, también es verdad que llegado un determinado momento, Cristina pierde por completo su yo para convertirse, efectivamente, en Violeta. De esta manera, Violeta, quien antes de morir se ve a sí misma como víctima a la que le han robado la vida, se convierte en realidad en victimaria al traspasar por completo su ser al cuerpo de Cristina y volver así a la vida a través de ella.
De esta manera, tanto en “Lejana” como en “La casa de azúcar” el yo de los personajes dejan de ser ellos mismos para convertirse en un otro que refiere a su doble. Ahora resta analizar la razón por la que se produce este cambio. El traspase se da en los dos cuentos de la misma manera: al igual que en “El Horla”, es el contacto lo que permite que el doble tome completa posesión de su otro. En el caso de “Lejana”, el contacto vendría dado por el abrazo que representa una “fusión total” (Cortázar, p. 35), mientras que en “La casa de azúcar” el contacto no sería ya físico sino que se daría por medio de la inserción de Cristina en el ambiente de Violeta y en su contacto con las pertenencias de ésta (es significativo el hecho de que los cambios de Cristina comienzan cuando acepta el vestido de terciopelo que pertenecía a Violeta). Aquí está el error de estos personajes (error que no se ve en el personaje de “El Horla”): los personajes de estos cuentos reciben de manera simpática a sus respectivos dobles.
Y aquí volvemos a la decisión drástica de la que hablamos en un comienzo. Al igual que el personaje de “El Horla”, Alina y Cristina no pueden eliminar a su doble (la mendiga se hallaba lejos, en Budapest, y Violeta estaba ya muerta), pero, a diferencia de este personaje, no hicieron lo único que les quedaba por hacer, no tomaron la decisión correcta:
“No... no... no cabe duda, no cabe la menor duda... (el Horla) no ha muerto... Y entonces... entonces... ¡va a ser preciso que me mate yo!...” (Maupassant, p. 136).
De haberlo hecho, Alina Reyes no hubiese sido víctima de la mendiga de Budapest ni Cristina de Violeta.
Notas:
[1] Maupassant, Guy de. El Horla y otros cuentos fantásticos. Madrid, Alianza Editorial, 1981, p 114.
[2] Cortázar, Julio. Bestiario. Deshoras. Buenos Aires, Alfaguara, 2004, p. 29.
[3] Ocampo, Silvina. Cuentos completos I. Buenos Aires, Emecé, 2000, p. 191.
BIBLIOGRAFÍA:
- Cortázar, Julio. Bestiario. Deshoras. Buenos Aires, Alfaguara, 2004.
- Maupassant, Guy de. El Horla y otros cuentos fantásticos. Madrid, Alianza Editorial, 1981.
- Ocampo, Silvina. Cuentos completos I. Buenos Aires, Emecé, 2000.
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18 de diciembre de 2008
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Justo lo que buscaba! Muy buen analisis!
ResponderEliminarEstá muy bueno el Análisis. Buen trabajo!
ResponderEliminarMucho texto
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