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El existencialismo, con Jean Paul Sartre a la cabeza, definió el ser dividiéndolo en dos partes: el ser «en sí» (propio de las cosas naturales) y el «para sí» (propio del hombre). Esta dualidad intentó superar a la que distinguía entre ser y nada, ya que la nada estaría incluida en el «para sí» que define al ser del hombre. La cosa es más o menos así: los animales y vegetales son seres «en sí», esto significa que su ser se define por la continua repetición. Las generaciones de seres «en sí» se van sucediendo sin que nada nuevo aparezca en ellas. Por el contrario, los hombres son seres «para sí», y esto significa que la nada está presente en ellos, y como la nada a su vez está definida por la «negación» (la posibilidad de negar al ser, para decirlo de alguna manera), el hombre es el único ser que posee libertad (libertad de decir no, es decir de no repetirse y por lo tanto de hacer cosas nuevas). Por esto mismo, la historia sólo es posible con el hombre, ya que es él, y sólo él, el que trae al mundo lo nuevo y, con esto, el cambio (la historia de los seres «en sí» no tendría sentido, ya que sería siempre la misma). Por supuesto, la ontología no sólo debería estudiar esta dualidad por separado, sino que tendría que ocuparse del Ser con mayúscula, buscando la integración o síntesis de ambas definiciones (aunque ésta sea imposible). Ahora bien, ¿qué tiene que ver la definición que el existencialismo da del ser con el miedo? En realidad no mucho, pero lo que me pareció interesante es relacionar, desde un punto de vista personal, esta idea del ser «para sí» con lo que podría ser la esencia del miedo.
De alguna manera, podríamos pensar que todo miedo se reduce al miedo a la muerte: lo que me atemoriza es, en última instancia, lo que me puede matar. Por supuesto que hay excepciones (siempre las hay), pero por lo general le tenemos miedo a los ofidios y a las arañas y no a las hormigas o a las moscas. Todo lo que represente la posibilidad de morir da miedo. Supongamos que tenemos un encuentro con nuestro Creador y éste nos da el don de la inmortalidad[*], entonces dejaríamos de temerle a las guerras, a las enfermedades y a muchas otras cosas que en un caso normal nos aterrarían, ya que sabríamos que cualquier cosa que nos pase quedaría atrás sin dejar huellas.
Tal vez estamos simplificando demasiado el tema. Podrán decirme, con toda razón, que la gente no sólo le tiene miedo a la muerte, sino también al sufrimiento, a la muerte de un ser querido, a la soledad, etc. Por supuesto, y aquí quería llegar. El miedo a la muerte simbolizaría mejor que ninguno el verdadero miedo del hombre, sin ser él mismo ese miedo esencial. Lo que se esconde detrás de todo miedo es, ni más ni menos, que el miedo a la nada. Es a esto a lo que en verdad tememos, a la nada, a no-ser. Basta con que alguien diga que hay algo después de la muerte (y que se le crea, por supuesto), para que el miedo a ella desaparezca y más de uno esté dispuesto a recibirla con los brazos abiertos, como hacían los cristianos en el Coliseo. Si realmente supiéramos que después de la muerte hay algo, y no nada, entonces nuestro miedo desaparecería o al menos se vería transformado. Por ejemplo: más de una vez he oído, de personas distintas, que es preferible la idea del infierno a la de la nada; y es que en el infierno al menos se sigue siendo, mientras que en la nada todo acaba.
Lo que se esconde detrás de todo miedo es, entonces, la nada. Ya vimos cómo el existencialismo relacionaba la nada con la libertad, y es que si sólo hay nada, entonces la nada pasaría a ser, y si el ser sólo es nada, entonces nada hay que limite y restrinja. En Sartre queda claro que la nada necesita del ser para ser, ya que ella misma se define como la negación del ser, por lo que si sólo hubiese nada, entonces se sería completamente libre, ya que en última instancia no se sería (al menos no de la forma en que se concibe el ser). Pero nosotros, los hombres, no soportamos esa idea de libertad, ya que nos aferramos a la idea de ser-para-siempre, es decir, de ser como somos actualmente.
«¿Y qué ocurre con aquellos que no temen su propia muerte, sino la de alguna otra persona?», se me podría preguntar. En ese caso, estaríamos en una variante de la misma situación: lo que se está temiendo en ese caso sería la nada que dejaría la falta de esa otra persona en nosotros y en nuestra vida. Siempre tememos la muerte de algún ser querido (sea éste familiar, mascota o ídolo del rock) y no la de algún desconocido. Podemos sentir la muerte de alguien ajeno a nosotros después de que haya sucedido (ocurre muy a menudo con los jóvenes y los niños o con las personas consideradas «buenas»), pero nunca la tememos de antemano. El temor se basa en nuestra cercanía con la nada, en el hecho de que la nada vaya ganando espacio en nosotros, aunque sigamos siendo un tiempo más.
En fin, no hablo ni como filósofo ni como psicoanalista (no lo soy, así que no podría hacerlo). Seguramente, ellos podrían decir mucho más sobre esto y decirlo mejor. Yo sólo hablo desde mi lugar, desde lo que soy: un gran miedoso.
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[*] Abriendo un paréntesis, como plantea Leonardo Levinas en El último final (Buenos Aires, Alfaguara, 2005) se podría pensar que el miedo a la muerte no es más que una quimera, ya que cualquiera de nosotros podría ser inmortal. No es descabellado pensarlo. Todos nosotros creemos que vamos a morir simplemente por una asociación inductiva (como todas las personas que vivieron antes que nosotros murieron, entonces nosotros creemos que también vamos a morir), pero, concretamente, no tenemos ninguna prueba de eso. Sólo lo sabremos si morimos.
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31 de enero de 2009
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Muy bueno Lucas! me encanto!
ResponderEliminarEstá bueno el hecho de relacionar el miedo con la nada. Sabés, porque ya lo hemos hablado más de una vez, que no comparto del todo la idea. Personalmente pensar que puede haber algo después de la muerte me produce mucho más miedo que la nada misma. ¿Eso que habría, podría ser bueno? Seguramente, pero también podría no serlo. Y frente a la disyuntiva prefiero la nada. ¿Podría la nada ser más aterradora que el peor de los infiernos? No creo, justamente la nada es nada, no tenemos ni siquiera la posibilidad de padecerla, no tiene, no puede tener, en sí misma ninguna cualidad, ni siquiera la de producirnos miedo.
ResponderEliminarBah, no sé, yo también hablo como una gran miedosa, quizás me da tanto miedo que prefiero negarla...y voy dejando de escribir porque me estoy asustando de hablar del miedo...