Vivimos en tiempos en que la publicidad ocupa una parte importante en nuestras vidas: las tiras televisivas de ficción publicitan productos de manera explícita y directa, la vía pública está atestada de carteles y afiches, los famosos ganan más dinero por sponsors que por hacer su trabajo… En fin, prácticamente no hay lugares que estén exentos de publicidad: miremos donde miremos, sea al cielo, al piso o a los costados, allí hay algún slogan que quiere vendernos algo. Por mi parte, trato de no prestarles una atención consciente y de seguir adelante, creyendo idealmente que soy dueño de mis decisiones e inclinaciones (no hay nada mejor que la ceguera autoinducida, ¿no?), pero hay que aceptar que las publicidades, o al menos algunas de ellas, nos muestran quiénes somos, qué es lo que queremos y pensamos en un momento histórico determinado. Por eso las publicidades varían tanto con el tiempo y campañas de diferentes rubros, en un mismo momento histórico, pueden ser similares, mientras que otras del mismo producto pero con años de diferencia no. En todo caso, ahora quiero hablar de una publicidad en particular: la campaña de PEPSI que se ha dado en llamar «Reclamá tu indemnización».
Supongo que las habrán visto. Por lo general, en ellas podemos ver a personas excéntricas, fracasadas y mediocres que ven el origen de su fracaso en el trato que de niños recibieron de sus madres. Así, alguien que hubiese podido ser ingeniero, termina convirtiéndose en un pésimo cantante de rap, todo porque su madre solía vestirlo mal de niño; un muchacho que le es infiel a sus parejas ve como responsable a su madre, que de niño le obligaba a cortarse el pelo de manera ridícula; otro que es acomodador de supermercado, ve su infame lugar en el mundo como resultado de una crianza rígida y ordenada; etc. ¿A qué conclusión llega la campaña de PEPSI?: a que nuestros padres nos deben por la crianza que nos han dado de niños. Entonces a reclamar, y como no se puede pedir mucho, sólo se pide un peso ($ 1.-) de indemnización, que es lo que en teoría se ahorra consumiendo esa bebida.
Vivimos en una generación de reclamo que tiende a ver las culpas en los demás. Lo que hace la publicidad de PEPSI no es más que reflejar eso y utilizarlo de forma jocosa para su promoción. Pero si se mira bien es bastante indignante. Tal vez varias generaciones influenciadas por psicoterapeutas bastaran para ponernos en el aprieto en que estamos, tal vez (y de seguro así es) otros factores más complejos y múltiples nos llevaron a esta concepción del mundo, pero una cosa es segura: pasamos de la visión de época de nuestros abuelos, en donde ni siquiera se podía responder a los mayores, a la nuestra, en donde nos creemos con el derecho de culpar a nuestros padres de nuestras frustraciones y de reclamarles una indemnización por el daño causado. Tendría que darnos vergüenza. No sé si es porque me tomo las cosas muy a pecho (ya alguien, en este mismo blog, me lo ha dicho), porque estoy realmente orgulloso de mis padres o porque yo voy a serlo en pocos meses, pero la cuestión es que estoy cansado de ese «echar la culpa» a los demás por nuestra propia mediocridad. Y ese cansancio se transforma en indignación cuando las personas impugnadas son nuestros progenitores. No digo volver a la concepción de nuestros abuelos (todo extremo es malo), tampoco que nuestros padres no son responsables (por supuesto que tienen sus culpas), pero habría que intentar buscar un equilibrio. A diferencia de lo que muchos opinan, creo que uno es mucho más que el resultado de la crianza de sus padres; por eso dos hermanos criados bajo el mimo seno y las mismas reglas pueden desarrollar personalidades y patologías diferentes (y hablo por experiencia propia). Pero claro, siempre es más fácil culpar, y a quién mejor que a nuestros padres, sin ver que ellos hicieron todo lo posible por procurar nuestro bienestar.
Y así estamos, culpando y responsabilizando a otros de nuestros problemas y fracasos. Eso habla mucho de nuestra generación. Una generación que, por un lado, fue víctima en algún punto de los errores de los que la precedieron (como toda generación), y que, por otro, logró hacerse un cómodo refugio en la cobardía y el desentendimiento.
Ahora, para que puedan ver un poco de que se trata la campaña, les dejo uno de los varios videos que aparecieron en los medios.
Supongo que las habrán visto. Por lo general, en ellas podemos ver a personas excéntricas, fracasadas y mediocres que ven el origen de su fracaso en el trato que de niños recibieron de sus madres. Así, alguien que hubiese podido ser ingeniero, termina convirtiéndose en un pésimo cantante de rap, todo porque su madre solía vestirlo mal de niño; un muchacho que le es infiel a sus parejas ve como responsable a su madre, que de niño le obligaba a cortarse el pelo de manera ridícula; otro que es acomodador de supermercado, ve su infame lugar en el mundo como resultado de una crianza rígida y ordenada; etc. ¿A qué conclusión llega la campaña de PEPSI?: a que nuestros padres nos deben por la crianza que nos han dado de niños. Entonces a reclamar, y como no se puede pedir mucho, sólo se pide un peso ($ 1.-) de indemnización, que es lo que en teoría se ahorra consumiendo esa bebida.
Vivimos en una generación de reclamo que tiende a ver las culpas en los demás. Lo que hace la publicidad de PEPSI no es más que reflejar eso y utilizarlo de forma jocosa para su promoción. Pero si se mira bien es bastante indignante. Tal vez varias generaciones influenciadas por psicoterapeutas bastaran para ponernos en el aprieto en que estamos, tal vez (y de seguro así es) otros factores más complejos y múltiples nos llevaron a esta concepción del mundo, pero una cosa es segura: pasamos de la visión de época de nuestros abuelos, en donde ni siquiera se podía responder a los mayores, a la nuestra, en donde nos creemos con el derecho de culpar a nuestros padres de nuestras frustraciones y de reclamarles una indemnización por el daño causado. Tendría que darnos vergüenza. No sé si es porque me tomo las cosas muy a pecho (ya alguien, en este mismo blog, me lo ha dicho), porque estoy realmente orgulloso de mis padres o porque yo voy a serlo en pocos meses, pero la cuestión es que estoy cansado de ese «echar la culpa» a los demás por nuestra propia mediocridad. Y ese cansancio se transforma en indignación cuando las personas impugnadas son nuestros progenitores. No digo volver a la concepción de nuestros abuelos (todo extremo es malo), tampoco que nuestros padres no son responsables (por supuesto que tienen sus culpas), pero habría que intentar buscar un equilibrio. A diferencia de lo que muchos opinan, creo que uno es mucho más que el resultado de la crianza de sus padres; por eso dos hermanos criados bajo el mimo seno y las mismas reglas pueden desarrollar personalidades y patologías diferentes (y hablo por experiencia propia). Pero claro, siempre es más fácil culpar, y a quién mejor que a nuestros padres, sin ver que ellos hicieron todo lo posible por procurar nuestro bienestar.
Y así estamos, culpando y responsabilizando a otros de nuestros problemas y fracasos. Eso habla mucho de nuestra generación. Una generación que, por un lado, fue víctima en algún punto de los errores de los que la precedieron (como toda generación), y que, por otro, logró hacerse un cómodo refugio en la cobardía y el desentendimiento.
Ahora, para que puedan ver un poco de que se trata la campaña, les dejo uno de los varios videos que aparecieron en los medios.
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Totalmente de acuerdo, la publicidad es MUY mala y siempre nos quejamos de todo, pensando que es culpa de algún otro,me parece que como país tenemos el mismo complejo cuando criticamos a EEUU o a nuestros ex presidentes, nunca nos hacemos cargo de la parte que nos toca
ResponderEliminarcomo sociedad.
¿Acaso no era "culparás a tu padre y a tu madre" el cuarto mandamiento? Epa! No le vamos a pedir más a una bebida que encima sufre el desprecio de ser la hermana mediocre de la Coca ¿también le culpará de esto a sus padres...?
ResponderEliminarEl problema no sé si es tanto culparlos o respertarlos al extremo, el problema es mirarlos tanto. Al fin y al cabo son dos personas que colaboraron en nuestra creación y encima la pasaron bien durante el proceso (al menos uno seguramente...)
En esta época la Razón hechó a patadas en el culo a todos los dioses y mitos sin darse cuenta que siempre seguiríamos mirando hacia arriba. Y bueno, es cuestión de distancias nomás: cuando sos pibe y mirás arriba están ellos. Y gracias a Dios que están! Pero no anclemos en ellos nuestra mirada. ¿Tal vez por eso podemos ser más libres y menos hijos cuando nuestra mirada se vuelve hacia abajo, hacia nuestros hijos? No se. Pero tratemos de no cagarles la vida. No sea cosa que Coca haga una mejor publicidad en 15 años y te reclamen una casa!